El nombre es nuestra primera seña de identidad en cuanto que nos distingue y diferencia de los demás.
Es determinante en nuestra personalidad, ya que nos da entidad, siendo el nombre la primera información que intercambiamos cuando conocemos a cualquier persona y, a partir del cual nos formamos una idea y una imagen de cómo esa persona.
Histórica y culturalmente ha habido distintas formas de dar identidad a las personas con su nombre: Desde tribus o clanes que decidían el nombre de los nacidos una vez que tenían indicios de su personalidad para denominarlos con el que mejor se adaptaba a su incipiente forma de ser, pasando por aquellos que se ponían en familias muy numerosas a partir de la coincidencia de la fecha de nacimiento con el santoral, o tradiciones familiares que suelen tener una serie de nombres que se repiten generación tras generación. También se han buscado los nombres entre distintas onomásticas por la importancia o influencia de algunos personajes, especialmente de tipo religioso durante muchos años, hasta generalizarse esta búsqueda en personajes de otros ámbitos, llegando en las últimas décadas a tomar como referentes a deportistas, cantantes o personajes más o menos famosos y populares.
No sólo es importante el nombre en las personas, sino que es fundamental para los seres humanos denominar cuanto conocemos. En los primeros textos sagrados el hecho de poner nombre es fundamental, como en La Biblia en la que, conforme se iba desarrollando la creación se iban poniendo nombres a todo lo creado.
Los animales y plantas, las enfermedades, los inventos o cualesquiera elemento, idea o sentimiento alcanzan a definir su entidad cuando son denominados y, posteriormente, nombrados.
Los mitos surgieron como narraciones que acercan a las sociedades desde tiempos ancestrales a ideas de distinto tipo. Desde las explicativas que tratan de justificar o representar el origen de algún aspecto de la vida, hasta las de tipo pragmático que intentan reconstruir una genealogía o marcar las estructuras de la sociedad, generando una explicación o justificación que pretende servir de modelo en la sociedad. Así se han generado y utilizado mitos desde la antigüedad clásica asociados a nombres de persona que aún permanecen en nuestra cultura.
De estas fuentes han bebido disciplinas como la literatura, la pintura, la escultura o la música para acercarnos, indagar o crear algunos de estos mitos. Así, personajes como Ícaro, Orfeo, Electra, el Quijote, Drácula, Frankenstein, Norma o Don Juan y su versión Don Giovanni.
Los autores buscan y crean nombres que otorguen a sus personajes esa personalidad que les dé entidad y les hagan reconocibles entre tantos cientos de protagonistas. Elegir el nombre de los personajes, buscar la sonoridad, el significado o una intencionalidad es uno de los recursos que utilizan los creadores con sus personajes.
Mas en ocasiones, hay autores que utilizan la intención contraria con algunos de sus personajes, por tener poca importancia en la trama, o incluso con sus protagonistas, por diversos motivos. Así, hay obras en las que nos encontramos con personajes que carecen de nombre.
En esta publicación nos vamos a centrar en algunos personajes que sus autores creyeron conveniente que no tuvieran nombre por distintas razones. Nos acompañan Cormac McCarthy, Murakami, Daphne du Maurier, Margaret Aktwood, Puccini, Wagner y Ruders. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!
En ocasiones, el nombre no es necesario ni para la narración ni para los personajes, ya que estos se encuentran solos y aislados en el escenario en que transcurre la historia.
Después de llevar una vida envuelta en un legendario misterio, con rumores sobre una etapa de vagabundeo en su juventud o de haber vivido bajo una torre de perforación petrolífera, alejado de cualquier tipo de entrevista, Cormac McCarthy revolucionó el mundo de la narrativa americana con Todos los hermosos caballos, En la frontera y Ciudades de la llanura que conforman su Trilogía de la frontera, un grupo de obras que nos hablan de un entorno cambiante y la enconada defensa que el escritor realiza del individuo que sobrevive en él.
Con La carretera, McCarthy ganó el prestigioso Premio Pulitzer en 2007, convirtiéndose en una publicación impactante desde el primer momento. La carretera presenta un paisaje desolado y apocalíptico, quemado por una hecatombe nuclear en el que deambulan un padre y su hijo, huyendo de bandas de caníbales y empujando un carrito de la compra con sus precarias pertenencias, sorteando un despiadado frío en busca de un lugar más soleado al sur, junto al mar.
En este dantesco escenario los dos protagonistas, padre e hijo son denominados por el narrador con estos términos o por lugares comunes como el hombre, el muchacho o el chico, mientras ellos se denominan papá e hijo, sin ninguna intención ni necesidad de que conozcamos sus nombres, solos y únicos en su universo.
En obras escénicas es más complicado aún preservar u omitir el nombre de los personajes, ya que en la publicación de los elencos se presenta el nombre del personaje junto al intérprete que le da vida. Sólo en personajes secundarios se utilizan denominaciones genéricas tales como hombre 1 o 2, soldado o criado, entre muchas otras.
En ocasiones es el propio autor quien decide que, dentro de la trama, alguno de los personajes no tengan nombre y de denominen a través de alguno de sus atributos.
En la Tetralogía de Richard Wagner El anillo de los Nibelungos, Wotan, el dios supremo del Walhala, esposo de Fricka, es uno de los principales personajes. Padre de la walkiria Brunilda, es por lo tanto abuelo de Sigfrido. En esta ópera, la tercera de la serie, tras El oro del Rhin y La Walkiria y antes de El ocaso de los dioses, Wotan aparece con el nombre de Der Wanderer (El caminante), pasando así desapercibido para los distintos personajes.
En la segunda escena del primer acto de Siegfried, Wagner hace aparecer a este personaje con el sobrenombre que tendrá en la ópera ante Mime, el enano nibelungo padre adoptivo del protagonista.
Thomas Gazheli como El caminante y Matthias Wohlbrecht como Mime interpretan esta escena en una producción del Treatro Petruzzelli de Bari de 2010 bajo la dirección musical de Walter Pagliaro, con una toma de imagen y sonido que dejan mucho que desear.
Hay obras en que la fuerza omnipresente de algunos de sus protagonistas es tal que eclipsa a otros, reduciéndolos a un anonimato de cara a quienes aprecian la obra.
Así, la escritora inglesa Daphne du Maurier nos presenta a un personaje con una fuerza tan descomunal en el ánimo de quien nos cuenta la historia que se lleva todo el protagonismo del libro, aún sin aparecer físicamente en él.
Escrito en primera persona por una narradora de la que desconocemos el nombre durante toda la obra, Rebeca, la inolvidable obra que Hitchcock llevó al cine en 1940 protagonizada por Joan Fontaine y Laurence Olivier, centra toda la narración en la figura de la difunta esposa de Maxim de Winter desde la perspectiva de su segunda esposa, una mujer joven, inocente y tímida que se siente apresada por el inquietante y obsesivo recuerdo de una brillante y adorada Rebeca que murió en un accidente en un velero durante una tormenta y la siniestra presencia de su antigua niñera, la señora Danvers.
Tras uno de los inicios de libros más conocidos, fundamentalmente gracias a la película de Hitchcock, «Anoche soné que regresaba a Manderley», el texto que nos acompaña refleja esa situación en la que un solo nombre llega a anula a otro.
Uno de los casos más conocidos de esta situación es Turandot, la ópera inconclusa de Giacomo Puccini , un cuento oriental en el que la princesa que da título a la obra se niega a casarse antes de heredar el reino, para lo que idea someter a sus pretendientes a una prueba que consiste en resolver tres enigmas, esperándoles la muerte en caso de no resolverlos.
Turandot ordena a sus heraldos que comuniquen a todos sus súbditos que nadie duerma esa noche hasta averiguar el nombre del príncipe extranjero. Ese grito Nessun doma! (Que nadie duerma) que comienzan a cantar los heraldos y continúa repitiendo en la lejanía el pueblo lo toma Calaf en una de las arias más conocidas del mundo de la ópera, una romanza que muestra su absoluta confianza en su victoria.
El gran tenor Luciano Pavarotti, uno de los mejores intérpretes del personaje, canta Nessun Dorma en una grabación teatralizada en la que, dentro de un escenario, interpreta el aria.
Sin duda, la peor de las situaciones respecto al nombre es cuando se priva a la persona del mismo, borrándoselo y desposeyéndole de su personalidad de forma intencionada.
Cuántas personas, a lo largo de la historia han sido despojados de sus nombres para pasar a ser un esclavo carente de personalidad propia o un número en un campo de concentración. La ausencia de nombre asociada a la desposesión de la personalidad y la entidad.
Comenzada a escribir en 1984 mientras vivía en Berlín y publicada al año siguiente por la escritora canadiense Margaret Atwood, The Handmaid's tale (El cuento de la criada) es una distopía que ha tenido una nueva vida hace unos años cuando ha sido llevada a la televisión en forma de serie.
Aunque desconocemos el nombre de la protagonista, en el libro de la conoce como Offred, un nombre compuesto por el prefijo O que indica posesión, algo similar al «de» en español o francés o el «von» alemán, seguido de Fred, el nombre del dueño de la casa en que trabaja. También, según explica la propia autora en el prólogo de la obra, se insinúa la interpretación de Offered (Ofrecida) que alude a ofrenda religiosa o víctima ofrecida en sacrificio. Atwood decidió no citar en la obra el nombre como recuerdo a tantas personas que han visto su nombre cambiado a lo largo de la historia. Aunque algunos lectores le han comentado que June es el único de los nombres que susurran las criadas que no vuelve a aparecer en ningún momento de la novela, la escritora lo acepta porque encaja dentro del razonamiento aunque justifica que no ha sido esa su intención en ningún momento.
También comenta la novelista que Offred era el título original de la obra y que, más tarde decidió cambiarlo por el actual como homenaje a los Cuentos de Canterbury de Chaucer y los cuentos de hadas y relatos folclóricos, puesto que la historia que narra el personaje forma parte, para quienes lo leen mucho más adelante en el tiempo, pueden creer que se trata de historias fantásticas o increíbles alejadas de cualquier relato real.
Nos acompaña uno de los primeros textos de la obra, en la que la narradora protagonista evoca sus primeros momentos en el antiguo gimnasio que las acogió y que finaliza con esa mención a los nombres susurrados en voz baja.
El cuento de la criada ha llegado también al mundo de la ópera gracias al compositor danés Paul Ruders, con libreto de Paul Bentley basado en la novela, que se estrenó en el Royal Danish Theatre de Copenhague en marzo de 2000. El texto, escrito originalmente en inglés y que fue traducido al danés para su estreno. El teatro Coliseum de Londres estrenó en 2003 la versión original en lengua inglesa.
La ópera consta de un prólogo, un preludio, dos actos y un epílogo con una estructura argumental simple que va acumulando escenas que finalizan con una gran escena final, sin piezas como arias y tan solo algunos tríos y cuartetos entre los protagonistas. Escrita en un estilo tonal libre, posee claras influencias de Alban Berg y del Minimalismo, alcanzándose la inquietante atmósfera que refleja la obra original con técnicas como los repetitivos cánticos de las criadas.
Nos acompaña una grabación del estreno en Australia de The Handmaid's tales en 2018 con la dirección de Patrick Burns que recoge algunos momentos de la ópera.
Por último, hay ocasiones en que el autor nos hace ignorar el nombre de alguno de sus personajes por un motivo relacionado con su función o labor. Desaparece, así, la denominación que nos identifica personalmente para sustituirla por una más genérica. Nos encontramos ante el caso similar al de algunas personas de las que desconocemos su nombre y las nombramos con un nombre común genérico como el fontanero, el policía o el carpintero.
En El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, Haruki Murakami presenta dos historias paralelas que se desarrollan, una en una misteriosa ciudad amurallada a la que califica como «el fin del mundo», y la otra en un Tokio frío y despiadado del futuro al que denomina «país de las maravillas».
Es en esta primera historia en la que el anónimo narrador se ve privado de su nombre, más adelante de su sombra y, finalmente, de sus recuerdos tras ser encargado de hacerse con los sueños de sus extraños e inanimados personajes.
Con la certeza que nos deja la importancia del nombre para cada uno de nosotros, nos despedimos con un texto que nos remite precisamente al momento en que el protagonista recibe el encargo por parte del guardián al llegar a la ciudad.
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Bibliografía y webgrafía consultadas:
- McCarthy, Cormac. La carretera, traducción de Luis Murillo Fort. Editorial DeBolsillo.
- Du Maurier, Daphne. Rebeca. Ed. DeBolsillo.
- Atwood, Margaret. El cuento de la criada, Salamandra de Bolsillo, 2021.
- Murakami, Haruki. El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas, Tusquets Editores, 2009.