Estancias

Libros, música y... ¡un buen café!

Leer y escuchar música requieren de nosotros cierto alejamiento del exterior, un lugar tranquilo donde centrar nuestro pensamiento, soledad e incluso compañía en determinados momentos. El café de una de las sustancias que ayudan a mejorar ese recogimiento que buscamos. Tenerlo cerca y darle un sorbo lenta y sosegadamente facilita que los efectos de la lectura o la música se acrecienten en nuestro interior.
Sin libros ni música, el café facilita una conversación pausada y tranquila con nuestros amigos, siendo uno de los mejores vehículos para determinados momentos del día, ya sea en el desayuno, tras el almuerzo o por la tarde.
Introducido en Europa a lo largo del siglo XVII, su difusión encontró reticencias por parte de la sociedad. En Alemania las Kaffeehaus (Casas de café) fueron rivales de la cerveza autóctona y un lugar frecuentado sólo por hombres, lo que hizo que surgieran los Kaffeekränzschen, clubes exclusivos para las mujeres donde disfrutaban con tranquilidad de la nueva infusión.
Es tan arraigada la costumbre de tomar café que, quienes dejan de tomarlo por razones de salud, han de conformarse y continuar esa costumbre con otros productos.
Te propongo un paseo literario y musical alrededor de uno de los productos más característicos de nuestra cultura, el café. Un acompañante en nuestras vidas, aunque cuestionado desde que se introdujo en la dieta occidental. Nos acompañan textos de distintos autores, la mayoría grandes y buenos consumidores de café como Cortázar, García Márquez o Balzac y una deliciosa música de Bach. Todo para disfrutar sorbo a sorbo de su particular sabor.




En El mercader de café, David Liss presenta un retablo del Amsterdam del siglo XVII, su actividad comercial y bursátil de la mano de Miguel Lienzo, un judío arruinado por la caída del mercado del azúcar y que decide asociarse con Geertruid una osada comerciante que le propone la introducción de una sustancia nueva y sorprendente en la sociedad holandesa: el café.
Liss describe el ambiente de las calles, puerto y sociedad de Amsterdam, los entresijos del comercio y la bolsa de la ciudad, a la vez que crea una trama entre los personajes y desglosa las características y bondades que lograron que el café pudiera asentarse en la sociedad. 
En el texto, Geertruid inicia a Miguel en la afición por el café y la mítica historia de su descubrimiento.


Grande ha sido y es la afición por el café en la cultura europea, llegando a asociarse su consumo con escritores y artistas. Uno de los literatos que más fama y afición tuvieron con el café fue Honoré de Balzac. Según cuentan, dormía por la tarde y se levantaba a la una de la madrugada para escribir mientras tomaba un café tras otro hasta después del medio día, llegando a consumir unas cincuenta tazas de café al día. En Tratado de los excitantes modernos realiza un recorrido por distintas sustancias que se introdujeron en la sociedad de su época y cuyo consumo podría llegar a producir desórdenes en el organismo e incluso provocar la decadencia física y la muerte. Las sustancias tratadas en su ensayo eran el alcohol, el azúcar, el té, el café y el tabaco.


Su afición por el café hace que su obra esté plagada de referencias al mismo, como en este texto de Eugenia Grandet






No sólo por Europa se extendió el consumo del café. Actualmente son los países sudamericanos los mayores productores del mundo. Gabriel García Márquez, otro gran aficionado, deja patente en su obra que el café es omnipresente en la cultura colombiana. Muy conocida es la referencia en Cien años de soledad a la parte en que en Macondo se pierde la memoria e idean como remedio temporal anotar papeles con el nombre de objetos, animales y utilidades.



No sólo nos ofrece referencias al uso y disfrute de la arraigada costumbre de tomar café, sino a los efectos colaterales y sucedáneos que el deterioro de la salud obliga a tomar, como en este texto de El coronel no tiene quien le escriba.

La cultura árabe, probablemente la primera que conociera el uso del café, también lo tiene presente en su obra. El premio Nobel de literatura egipcio Naguib Mahfuz en El callejón de los milagros, esa novela que transcurre en las callejuelas de El Cairo nos ofrece otro sorbo del líquido negro.







Nuestro último sorbo literario viene de otro sudamericano aficionado al café, posiblemente por su paso por París. Julio Cortázar llena libros como Rayuela con un sinnúmero de momentos dedicados a los cafés y al café. Los primeros, los locales por los que los autores y personajes de sus novelas transitan, viven, trasnochan, se encuentran y desencuentran. El segundo, la afición al café, el ritual de su preparación, la costumbre de tomarlo en compañía, la rivalidad entre el café y el mate como buen argentino, una rivalidad que para él no tiene duda, siempre a favor del café. 





Conocemos a Johann Sebastian Bach por su música religiosa, sus cantatas, las Pasiones según los distintos evangelistas, su música para órgano, las variaciones Goldberg y el hecho de ser uno de los compositores que más ha hecho crecer y desarrollar la música desde el barroco, siendo uno de los autores que más han influido en músicos posteriores. Autor prolífico, es uno de los compositores de los que más obras se conservan, tenía la obligación de componer piezas para los oficios religiosos de cada domingo, conservándose catalogadas más de 1100.
Pasó gran parte de su vida como maestro de capilla de la Thomaskirche (Iglesia de Santo Tomás) en Leipzig donde, además, fue director musical de otras varias iglesias de la ciudad.
La espiritualidad de Bach hizo que creara algunas de las mejores y más profundas obras religiosas y que su figura quede en la historia de la música como el compositor más importante del período barroco.
Pero la obra que nos acompaña en esta ocasión no es religiosa, sino que se trata de una cantata profana, un tipo de obra poco habitual en él, la Kaffekantate o Cantata del café.
A finales del siglo XVII se introdujo en Europa una nueva sustancia, el café. Sus granos tostados, molidos y filtrados se pusieron de moda y comenzaron a surgir en todas las ciudades las llamadas "Casas de café" que propiciaron la división entre los que veían una nueva moda nociva y los que se aficionaron a su consumo. 
En uno de estos lugares, la Zimmermann Kaffeehaus (Cafetería Zimmermann), junto a la Plaza del Mercado, Bach dirigía cada noche de viernes a los estudiantes del Collegium Musicum de Leipzig, salvo en verano que era la tarde de los miércoles, en el patio. Ni los músicos cobraban ni la audiencia pagaba, la venta de café era la recaudación que se recogía en cada concierto. En este ambiente, en colaboración con su libretista habitual, Christian Friedrich Henrici, un especialista en derecho de día, poeta de noche, más conocido como Picander, Bach compone esta deliciosa cantata por encargo de Gotfried Zimmermann, dueño del local.
La Kaffeekantate (Cantata del café) narra la divertida y frívola historia de Lieschen (soprano), una muchacha aficionada al café y su padre Schlendrian (barítono) que le prohíbe tomarlo bajo amenazas de no comprarle ropa o no dejarla salir a la calle. Bach y Picander dibujan un escenario formado por un narrador (tenor) que presenta el tema e interviene en ocasiones para dar agilidad a la obra junto a los dos personajes de caracteres opuestos que cruzan sus argumentos y respuestas, dialogan y se recriminan. Ante el compromiso del padre de buscarle un esposo, Lieschen accede, aunque su astucia triunfa sobre su padre, haciendo saber que sólo se casará con quien la permita tomar café. Además de los tres cantantes, la partitura cuenta con flauta, cuerdas y continuo.



El primer enlace pertenece al aria de Lieschen Ei, wie schmecht der Kaffe süsse (¡Ah, qué agradable es el aroma del café!) con que nos describe su afición al café, una melodía y un texto que cantados de forma maliciosa intentan embaucar a su padre. 


La interpretación es de la soprano Robin Johannsen acompañada a la flauta por Marcello Gatti con la Academia Montis Regalis dirigida por Alessandro de Marchi grabada en Insbruck en 2010.



Si tienes un rato para tomar un café, puedes acompañarlo con la interpretación de la cantata completa, de menos de media hora subtitulada al castellano.

Grabada en el Stadscafe de Waag Doesburg en Holanda, está interpretada por Anne Grimm como Lieschen, Klaus Mertens, su padre Schledrian, Lothar Odinius como el narrador, con el acompañamiento de la Amsterdam Baroque Orchestra dirigida por el gran especialista en Bach que es Ton Koopman, el señor con barba blanca que toca el continuo en su teclado y recoge perfectamente el estilo que buscaba el compositor.



Aunque es amena y fácil de oír, hay varios momentos a destacar con los que podrás disfrutar aún más este café tan especial: 
-El aria con que comienza el padre Hat man nicht mit seinen Kindern Hunderttausend Hudelei (¿No son los hijos causa de cien mil preocupaciones?) una pieza repetitiva pero de una melodía pegadiza y simpática.
-El aria de Lieschen que hemos oído antes Ei, wie schmecht der Kaffe süsse (¡Ah, qué agradable es el aroma del café!) con el acompañamiento de la flauta.
-Un segundo aria de Lieschen, Heute noch, heute noch, Lieber Vater, tut es doch! (¿Hoy mismo, hoy mismo, querido padre!), también con una melodía alegre y pegadiza.
-El trío final Die Katze lässt das Mausen nicht (No prohíbas al gato cazar ratones), una conclusión que, según parece añadió más tarde Bach.


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Palabra de gato

Los seres humanos hemos cambiado las relaciones con el resto de seres vivos de nuestro planeta. Desde que aparecimos hemos ido conquistando todo el territorio llevando, de forma inconsciente en un primer momento y cada vez más conscientemente, a la desaparición de especies animales y vegetales del planeta, alterando los ecosistemas y produciendo cambios cuyas consecuencias no podemos calcular; dejando que los intereses comerciales y nacionales marquen estos cambios, muy por delante de los consejos científicos y los consensos internacionales que favorezcan un desarrollo global que permitan un progreso equilibrado en nuestra casa común, la Tierra. 
Nos encontramos en el inicio de una nueva era, El Antropoceno, la era geológica que sucede al Holoceno dentro del periodo Cuaternario, el momento en que la humanidad cambió el ciclo vital del planeta, sacándolo de su variabilidad natural.
En Homo Deus, Breve historia del mañana, Yuval Noah Harari se plantea una serie de preguntas sobre nuestra relación con los animales: ¿Qué diferencia a los humanos de todos los demás animales? ¿Cómo conquistó el mundo nuestra especie? ¿Es el homo sapiens una forma de vida superior o sólo el bravucón local?
En nuestra relación con los animales, ¿hay más leones, osos, elefantes o lobos, por ejemplo, que otros más adaptados a nuestra vida? En la actualidad es mucho mayor el número de animales domésticos que el de salvajes que existen en nuestro planeta. Una nueva relación social y afectiva se está arraigando entre nosotros.
Pero las primeras relaciones literarias sobre los animales son las fábulas, esas narraciones o poemas en que los animales tomaban formas y caracteres humanos con fines morales y ejemplarizantes. ¿Quién no recuerda o ha oído hablar de las de Esopo, IriarteSamaniego o La Fontaine? A éstas siguieron las películas animadas con protagonistas animales que seguían comportándose como humanos, fruto de las factorías del pionero Disney y posteriores seguidores.
Te propongo una reflexión, bastante humanizada por cierto, sobre las voces de los animales y los gatos concretamente a partir de autores como E. T. A. Hoffmann y Rossini, aunque, como podrás observar, hay alguna sorpresa y no todo es como parece en un primer momento.



Si hay un autor que refleje su vida tanto en su obra como en sus personajes en su doble faceta de funcionario y escritor, de burócrata judicial y músico, ese es el escritor de quien tomo el texto en esta entrada. Nacido con los nombres de Ernest Theodor Willheim, cambió este último por Amadeus como homenaje a su admirado Mozart y firmó toda su obra como E. T. A. Hoffmann.
Natural de Königsberg, en la Prusia oriental, actual Rusia, vivió poco menos de medio siglo entre el final del XVIII y comienzos del XIX. Por indicación familiar estudió derecho y se hizo funcionario de la administración de justicia, trabajo que alternó con su verdadera pasión: la literatura, la pintura, la composición musical y cualquiera de las artes como el teatro, la dirección de orquesta, la crítica literaria y musical, la caricatura o la arquitectura. Alternó los días con la labor de funcionario y las noches con la pasión por estas artes, llegando a vivir en determinados momentos de estas últimas y en otras llegó a encontrarse en el límite de la indigencia.
Lo fantástico aparece en la obra y los personajes de E. T. A. Hoffmann, no como surgido de los sueños de la noche, sino como algo que está presente en la realidad de cada día formando parte de ella, como una puerta abierta a todas las posibilidades, incluidas las más insospechadas, como reflejo de las pasiones más ocultas y fuertes del ser humano, como sufrimiento de cualquier tipo. Esta dualidad de sus personajes la vive él mismo como magistrado de justicia y como poeta-músico-escritor-dibujante; como inspirador de otros artistas y como funcionario de la burguesía restauradora, lo que los románticos como él llamaban un mundo de "filisteos".
Prolífico y polifacético autor, es más conocido por sus cuentos desbordantes de imaginación como su colección de relatos Piezas fantásticas, su novela Los elixires del diablo o la novela Opiniones del gato Murr.
De su obra literaria se han realizado multitud de adaptaciones para el género musical. Jacques Offenbach compuso Los cuentos de Hoffmann a partir de varios relatos suyos, Leo Delibes, su ballet Coppelia basándose en El hombre de arena, Tchaikovsky su famoso ballet según El Cascanueces o el príncipe de los ratones. Incluso Robert Schumann compuso Kreisleriana, una obra basada en el personaje del que trataré a continuación. En el siguiente enlace puedes profundizar en la obra y la influencia de E. T. A. Hoffmann en todas sus facetas en el blog Cuaderno de notas




Uno de los libros más peculiares de cuantos escribió es el que se conoce como Opiniones del gato Murr, aunque su título original es Puntos de vista y consideraciones del Gato Murr sobre la vida en sus diversos aspectos y biografía fragmentaria del maestro de capilla Johannes Kreisler en hojas de borrador casualmente incluidas. Desde su publicación en 1819 el libro confundió a los lectores y la crítica y no fue hasta bien entrado el siglo XX cuando comenzó a ser reconocido por las vanguardias. 
El libro es una doble biografía fragmentaria de sus dos protagonistas. Por una parte escribe el gato Murr, un animal burgués, algo pedante, que se sabe artista y espera reconocimiento por parte de sus lectores, que ha aprendido a leer y escribir y que nos cuenta su vida, con bastantes rasgos humorísticos de una forma lineal, desde su nacimiento hasta su accidental muerte. El rasgo de originalidad estriba en que Murr, al enviar su autobiografía a la imprenta por mediación de su amo, ha utilizado como papel secante hojas de otro libro, el editor no ha caído en la cuenta y lo publicado es una mezcla desordenada de ambos. 
Este otro libro es una biografía del músico Kreisler, prototipo del artista romántico atormentado que da su vida por su arte. Lo que nos encontramos al leer el libro es que leyendo las aventuras de Murr, repentina y abruptamente nos encontramos con un relato de la vida de Kreisler que, evidentemente, no tiene nada que ver con lo que leíamos. Estas interrupciones se suceden a lo largo del libro y los únicos nexos de unión que tienen son el maestro Abraham, amigo de Kreisler y dueño de Murr, además de vivir suspirando por el amor y acosado por la desgracia y los llamados filisteos.



Pero Opiniones del gato Murr es mucho más que esto. La vida de Hoffmann se refleja en la de Kreisler; se vierten críticas sobre las novelas de formación, muy en boga en la época; las ideas y los temas del polifacético e inclasificable Hoffmann también aparecen aquí: el amor, la música, la locura o la culpa. Leer esta novela para un lector de los siglos XX o XXI no es complicado con las idas y venidas de los textos, pero para uno del XIX hubo de ser extraño y caprichoso.

En el primero de los fragmentos seleccionados Murr nos narra cómo aprendió a leer, con cierta dosis de sorna hacia nosotros los humanos.

En el segundo extracto Murr nos cuenta cómo hubo de ingeniárselas para aprender a escribir, qué dificultades tuvo que sortear y cómo logró vencerlas.


Albinoni no compuso el Adagio de Albinoni. Muestras como esta hay muchas en el mundo de la música: obras atribuidas a autores que no lo son, composiciones que se basan en el estilo de autores anteriores y que se han hecho pasar por obras de ellos sin serlas. 
Algo parecido ocurre con la música que nos acompaña. El Duetto buffo di due gatti, conocido entre nosotros por el Dúo cómico de los dos gatos o simplemente el Dúo de los gatos se atribuye de forma generalizada al gran Gioaccino Rossini. Por un lado entra dentro de su estilo humorístico y jocoso, un amor amante de lo buffo; de otra parte, encaja en la idea de querer ofrecer una obra en que las grandes divas, las sopranos, no tuvieran letra que memorizar y aprenderse, fueran centro y protagonistas del dúo y que fuera brillante, como solían serlo sus piezas. Visto así, todo encaja para poder atribuir, como de hecho se hace de forma generalizada, el humorístico dúo a Rossini.
Pero hay otra versión de esta obra, de la que sólo he podido encontrar una fuente con distintas adaptaciones a partir de esta, que atribuye el Dúo a otro autor. 
En 1825 Robert Lucas de Pearsall, un compositor británico especializado en la creación de himnos, publica bajo el seudónimo de G. Berthold una obra en la que se utilizan fragmentos de un aria y un dúo del Otello de Rossini y la Katter-Kavatina del danés C. E. F. Weyse. Fue en un facsímil de la edición de 1825 que publicó la editorial Schott en 1973 donde aparece este duetto con la referencia a G. Berthold como su creador.
Este delicioso Dúo de los gatos sólo utiliza la palabra ¡Miau!, en una particular conversación-duelo entre dos gatos. Originalmente compuesta para piano y dos voces femeninas, generalmente dos sopranos o soprano y mezzosoprano, hay versiones para distintos tipos de voces y arreglos orquestales que han hecho que esta pieza sea un brillante bis con el que finalizar recitales y conciertos.



La primera versión que enlazo, la más clásica para voces femeninas está interpretada por la gran Kiri Te Kanawa acompañada de Norma Burrows grabada en 1982 para el programa de la BBC "Call me Kiri".



Para poder apreciar mejor este Dúo de Rossini-Berthold me parece oportuna un nueva mirada a Opiniones del gato Murr que, en sus primeras páginas se refiere a la cantidad de matices que se pueden apreciar con el uso de la sola palabra ¡miau!.

En la segunda versión cambiamos de voces y acompañamiento. El barítono Paolo Bordogna y el contratenor Robert Expert en versión orquestal grabada en mayo de 2010 acentúan el estilo buffo del dúo y consiguiendo en un bis sobreinterpretado la entrega del público.


Para finalizar, una versión de voces blancas de dos niños de Les Petits Chanteurs a la Croix de Bois (algo así como Los pequeños cantores de la cruz de madera). Pese a la seriedad y concentración de los niños junto con la voz de uno de ellos (el de pelo moreno) y la complicidad del público dan una nota de alegría de lo que esta pieza representa: un dúo cómico brillante, desenfadado y divertido.




¿Con cuál te quedas?

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El olor de las olas del mar

Asociamos el verano con el concepto de vacaciones y el de playa, independientemente de que las tengamos o no en esta época y de que éstas se desarrollen junto a la playa.
En una cultura donde las temperaturas marcan una pausa en el periodo estival, que dividen el calendario entre el final de una temporada o curso y el inicio del siguiente, siendo más significativa esta pausa con reinicio que el mismo comienzo de año que celebramos en enero, incluso quienes no disfrutan en esta época de vacaciones, por la razón que sea, tienen marcada esta época en su calendario.
Y como símbolo de ellas el mar, por un lado como lugar de destino, un destino mayoritario en nuestro país que, además es receptor de viajeros de todo el mundo. También tenemos el mar como símbolo de los viajes a lo desconocido, lo exótico, ese horizonte que nos esconde lo que existe al otro lado y que en estos tiempos, aunque sepamos qué hay más allá, siempre se nos presenta como algo distinto a nuestra vida, un reto, una aventura por descubrir. Ese mismo mar que llevó a tantos, fueran navegantes o no, a descubrir nuevos lugares, buscar un lugar donde encontrar una oportunidad de iniciar una nueva vida o encontrar un clima más saludable.
En esta entrada dedicada al mar y las sensaciones que nos evoca como símbolo de las vacaciones y el verano, te propongo un texto de Robert L. Stevenson y una de las músicas que más identificamos con el mar, una habanera que nos cuenta sobre el placer de navegar.



Robert Louis Stevenson es un autor que nos evoca muchos recuerdos, tanto si se han leído sus obras como si no, ya que algunas de sus historias forman parte de nuestra cultura literaria o cinematográfica. Escocés, vivió algo más de cuatro décadas entre 1850 y 1894 en las que estudió ingeniería, como su padre, además de derecho, antes de dedicar su vida a la literatura.
Enfermo de tuberculosis, buscó incansablemente un clima adecuado para su salud, llegando a la isla de Samoa donde pasó sus últimos años. Allí lo conocieron como Tusitala, El que cuenta historias.
Admirador en su juventud de la obra de Walter Scott nos ha legado novelas que han sido llevadas al cine como La isla del Tesoro, en la que el joven Jim Hawkins descubre por sí mismo las caras del bien y del mal en sus amigos y piratas como Long John Silver. El tema del bien y el mal lo vuelve a tratar en su novela El doctor Jeckill y Mr. Hyde, en este caso ambos extremos se unen en el médico Jeckill que descubre una sustancia que lo hace transformarse, primero a voluntad y más adelante de forma incontrolada, en el monstruoso Hyde.





Escritor polifacético, escribió ensayos como Estudios familiares de hombres y libros Memorias y retratos; libros de poemas como Jardín de versos para niños o De vuelta al mar; relatos breves como Narraciones maravillosas, El diablo de la botella y otros cuentos. Pero lo que nos trae a Stevenson en esta publicación son sus libros de viajes, en alguno de los cuales se encuentra una gran veta autobiográfica, como La casa solitaria, A través de las llanuras, Islas del Sur o Cuentos completos, en el que se recoge el texto que no acompaña.
En él describe las sensaciones con que la playa de Falesá recibe a quien va a establecerse allí. ¿Podemos recordar y evocar con nuestros sentidos y emociones los lugares que han sido significativos en nuestros viajes?


Basada en la novela de aventuras Los hijos del capitán Grant de Julio Verne, Manuel Fernández Caballero puso música a un libreto de Miguel Ramos Carrión para componer la zarzuela Los sobrinos del capitán Grant, catalogada por sus autores como novela cómico-lírico-dramática.
Obra de mucho éxito, estuvo varios años en cartel destacando la variedad de ambientes que toca: desde las castizas corralas, las aventuras por todo el planeta, con escenas que se desarrollan por Sudamérica, Australia u Oceanía, con coros chilenos o maoríes, buscando el tesoro que el capitán Grant promete compartir con quien acuda a socorrerlo.



Para completar esta entrada te propongo una pieza de esta zarzuela con una doble relación con la evocación al mar. Se trata de la habanera Así escuchando de la mar con que los tripulantes del navío Escocia ensayan para cantar en mejor ocasión, una pieza que los acerca a las agradables sensaciones que el mar, la navegación y los paisajes marinos les traen. Las habaneras son composiciones de ritmo pausado y originarias de Cuba desde donde han llegado a nuestro país para ser unas de las piezas más interpretadas por agrupaciones corales, especialmente las de localidades próximas al mar. El ritmo cadencioso en compás binario imita el suave balanceo de las olas del mar.


La interpretación, totalmente amateur, pertenece a la Capilla Polifónica Ciudad de Oviedo bajo la dirección de Miguel Ángel Campos y fue grabada en noviembre de 2012.


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El dolor de la ausencia

¿Cómo reaccionamos cuando perdemos de forma definitiva una persona a la que queremos? ¿Cómo actuamos o nos encontramos ante su ausencia? 
Vivimos en una sociedad en la que la muerte se vuelve cada vez más invisible, en la que las personas mayores o enfermas salen de forma física de nuestra vida pasando a hospitales o residencias; en las que no hay espacio para la muerte, sino huecos que se ocupan rápidamente, como si mirando para otro lugar con este hedonismo que marca nuestra sociedad desaparecieran las ausencias. El dolor, el luto sólo se viven en la soledad, hacia adentro, obviando las muestras exteriores que, en otros momentos, llegaron a ser excesivamente largas y dolorosas.
Si unimos La Iliada de Homero con el final de Lucia de Lammermoor de Donizetti tenemos una visión del cambio que ha tenido con el paso del tiempo la respuesta que damos cuando nos enfrentamos con una ausencia definitiva en nuestras vidas.


Poco sabemos de Homero, el cantor de las primeras epopeyas griegas. Pese a las ocho biografías suyas que se publicaron antes de la época romana, no hay apenas coincidencia entre ellas ni en el tiempo en que vivió, que lo sitúan entre el siglo XXI y VI a. de C.; ni su lugar de nacimiento, que lo suponen en Esmirna, Chimé, Salamina, Argos, Cos, Rodas, Pilos, Atenas o Chíos, siendo esta última o Esmirna las que más aceptación tienen; ni su condición, aunque la mayoría coincide en que era un aedas ciego, un poeta errante que compiló una serie de narraciones que concluyeron con las dos grandes obras que se le atribuyen: La Iliada y La Odisea. Es la biografía escrita por Herodoto la más aceptada en la actualidad, quien da más pistas sobre su patria, su nombre y la causa por la que perdió la visión.



La Iliada narra, como sabemos, la guerra de Troya. Pero sólo se refiere a un episodio de la guerra, un intervalo de cincuenta y un días que se centran en la disputa de Aquiles con Agamenón, la cólera del primero y las terribles consecuencias.
Plagada de héroes, con un tono épico, sus más de quince mil versos hexámetros hacen desfilar a personajes como el ingenioso Ulises, Aquiles el de los pies ligeros, Agamenón, rey de los hombres, Ayax o PatrocloY por la parte de los troyanos, el gran héroe Héctor el del casco palpitante, Paris quien raptó a la divina Elena originando la guerra, hijos de Príamo. Mientras, los dioses debaten y toman partido por los beligerantes: Zeus, Hera, Apolo, Hefesto o Atenea, hasta que quien manda en el Olimpo, Zeus, ordena que ninguno tome partido en las acciones de los héroes.



El texto pertenece al Canto XXII en el que se narran los funerales con que se acompañan los restos mortales de Héctor, el principal de los guerreros e hijos del troyano Príamo quien ha sido abatido por Aquiles. Lo épico del momento se trasluce en las palabras con que Homero describe cómo se llevó a cabo tan luctuosa ceremonia.




Nuevamente vuelvo a traer al blog una pieza extraída de Lucia di Lammermoor, una de las obras que mejor retratan el espíritu del periodo belcantista y una de las obras más representativas de Gaetano Donizetti.
Si lo deseas puedes volver a oír el dramático e impactante sexteto de Lucia de Lammermoor en Dos retratos de mujer, Lucia y Eszter y la famosísima Escena de locura en La muerte de Virginia Wolf y Lucia di Lammermoor.
Según la estructura de la ópera romántica, la obra tenía que haber concluido con esta escena de la locura y muerte de Lucia, pero Donizetti se saltó esta norma no escrita y creó un último acto dedicado a matizar el personaje de Edgardo. Inmerso en su carácter romántico, el desesperado amante de Lucía es el protagonista del final de la ópera con su trágica aria Tu che a Dio spiegasti l'ali (Tú, que has dirigido tus alas hacia Dios). Quizás el hecho de que el personaje fuera estrenado por Gilbert Duprez, uno de los más famosos tenores de la época e inventor del Do de pecho, influyó en la decisión de dar algo más protagonismo a esta voz frente al que tenían en aquella época las sopranos, reinas indiscutibles de la ópera.


Boceto escenográfico de Adolph Mahnke para Lucia di Lammermoor.
Ópera Estatal de Sajonia, Dresde 1937


Esta última escena de la obra transcurre en el cementerio donde Edgardo, desesperado interpreta el recitativo y el aria de la escena Tombe degli avi miei (Tumba de mis antepasados) y Fra poco a me ricovero (Dentro de muy poco un olvidado sepulcro). Se oye acercar un fúnebre cortejo que le indica que Lucía ha muerto. Entonces entona la cabaletta, el aria adornada y brillante con que concluye la escena y, en este caso también la ópera. La primera parte de Tu che a Dio spiegasti l'ali concluye con Edgardo queriendo acabar con su vida. Raimondo y sus acompañantes intentan impedirlo sin éxito. La segunda parte viene precedida por los instrumentos de viento y el lamento del chelo y se canta con la misma melodía y la voz entrecortada del moribundo.
El enlace pertenece a una producción del Metropolitan Opera House de New York llevada a escena en febrero de 2009 y el rol de Edgardo está interpretado por el tenor polaco Piotr Beczala. En esta producción Mary Zimmerman lleva la ambientación a la época victoriana y en esta escena hace que se aparezca el fantasma de Lucia (una silente Anna Netrebko) a Edgardo como elemento dramático, algo que no está escrito en la obra, pero de una efectista e indudable carga romántica.



Aunque con una peor calidad de la imagen y del sonido que llegan incluso a perder la sincronización, no me resisto a poner un enlace histórico de toda la escena última completa con el recitativo, el aria y la cabaletta. Se trata de una excelente interpretación muy matizada y belcantista de Alfredo Kraus en el mismo teatro en noviembre de 1982 con la dirección de Richard Bonigne.


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