Leer y escuchar música requieren de nosotros cierto alejamiento del exterior, un lugar tranquilo donde centrar nuestro pensamiento, soledad e incluso compañía en determinados momentos. El café de una de las sustancias que ayudan a mejorar ese recogimiento que buscamos. Tenerlo cerca y darle un sorbo lenta y sosegadamente facilita que los efectos de la lectura o la música se acrecienten en nuestro interior.
Sin libros ni música, el café facilita una conversación pausada y tranquila con nuestros amigos, siendo uno de los mejores vehículos para determinados momentos del día, ya sea en el desayuno, tras el almuerzo o por la tarde.
Introducido en Europa a lo largo del siglo XVII, su difusión encontró reticencias por parte de la sociedad. En Alemania las Kaffeehaus (Casas de café) fueron rivales de la cerveza autóctona y un lugar frecuentado sólo por hombres, lo que hizo que surgieran los Kaffeekränzschen, clubes exclusivos para las mujeres donde disfrutaban con tranquilidad de la nueva infusión.
Es tan arraigada la costumbre de tomar café que, quienes dejan de tomarlo por razones de salud, han de conformarse y continuar esa costumbre con otros productos.
Sin libros ni música, el café facilita una conversación pausada y tranquila con nuestros amigos, siendo uno de los mejores vehículos para determinados momentos del día, ya sea en el desayuno, tras el almuerzo o por la tarde.
Introducido en Europa a lo largo del siglo XVII, su difusión encontró reticencias por parte de la sociedad. En Alemania las Kaffeehaus (Casas de café) fueron rivales de la cerveza autóctona y un lugar frecuentado sólo por hombres, lo que hizo que surgieran los Kaffeekränzschen, clubes exclusivos para las mujeres donde disfrutaban con tranquilidad de la nueva infusión.
Es tan arraigada la costumbre de tomar café que, quienes dejan de tomarlo por razones de salud, han de conformarse y continuar esa costumbre con otros productos.
Te propongo un paseo literario y musical alrededor de uno de los productos más característicos de nuestra cultura, el café. Un acompañante en nuestras vidas, aunque cuestionado desde que se introdujo en la dieta occidental. Nos acompañan textos de distintos autores, la mayoría grandes y buenos consumidores de café como Cortázar, García Márquez o Balzac y una deliciosa música de Bach. Todo para disfrutar sorbo a sorbo de su particular sabor.
En El mercader de café, David Liss presenta un retablo del Amsterdam del siglo XVII, su actividad comercial y bursátil de la mano de Miguel Lienzo, un judío arruinado por la caída del mercado del azúcar y que decide asociarse con Geertruid una osada comerciante que le propone la introducción de una sustancia nueva y sorprendente en la sociedad holandesa: el café.
Liss describe el ambiente de las calles, puerto y sociedad de Amsterdam, los entresijos del comercio y la bolsa de la ciudad, a la vez que crea una trama entre los personajes y desglosa las características y bondades que lograron que el café pudiera asentarse en la sociedad.
En el texto, Geertruid inicia a Miguel en la afición por el café y la mítica historia de su descubrimiento.
En El mercader de café, David Liss presenta un retablo del Amsterdam del siglo XVII, su actividad comercial y bursátil de la mano de Miguel Lienzo, un judío arruinado por la caída del mercado del azúcar y que decide asociarse con Geertruid una osada comerciante que le propone la introducción de una sustancia nueva y sorprendente en la sociedad holandesa: el café.
Liss describe el ambiente de las calles, puerto y sociedad de Amsterdam, los entresijos del comercio y la bolsa de la ciudad, a la vez que crea una trama entre los personajes y desglosa las características y bondades que lograron que el café pudiera asentarse en la sociedad.
En el texto, Geertruid inicia a Miguel en la afición por el café y la mítica historia de su descubrimiento.
Grande ha sido y es la afición por el café en la cultura europea, llegando a asociarse su consumo con escritores y artistas. Uno de los literatos que más fama y afición tuvieron con el café fue Honoré de Balzac. Según cuentan, dormía por la tarde y se levantaba a la una de la madrugada para escribir mientras tomaba un café tras otro hasta después del medio día, llegando a consumir unas cincuenta tazas de café al día. En Tratado de los excitantes modernos realiza un recorrido por distintas sustancias que se introdujeron en la sociedad de su época y cuyo consumo podría llegar a producir desórdenes en el organismo e incluso provocar la decadencia física y la muerte. Las sustancias tratadas en su ensayo eran el alcohol, el azúcar, el té, el café y el tabaco.
Su afición por el café hace que su obra esté plagada de referencias al mismo, como en este texto de Eugenia Grandet.
No sólo por Europa se extendió el consumo del café. Actualmente son los países sudamericanos los mayores productores del mundo. Gabriel García Márquez, otro gran aficionado, deja patente en su obra que el café es omnipresente en la cultura colombiana. Muy conocida es la referencia en Cien años de soledad a la parte en que en Macondo se pierde la memoria e idean como remedio temporal anotar papeles con el nombre de objetos, animales y utilidades.
No sólo nos ofrece referencias al uso y disfrute de la arraigada costumbre de tomar café, sino a los efectos colaterales y sucedáneos que el deterioro de la salud obliga a tomar, como en este texto de El coronel no tiene quien le escriba.
La cultura árabe, probablemente la primera que conociera el uso del café, también lo tiene presente en su obra. El premio Nobel de literatura egipcio Naguib Mahfuz en El callejón de los milagros, esa novela que transcurre en las callejuelas de El Cairo nos ofrece otro sorbo del líquido negro.
Nuestro último sorbo literario viene de otro sudamericano aficionado al café, posiblemente por su paso por París. Julio Cortázar llena libros como Rayuela con un sinnúmero de momentos dedicados a los cafés y al café. Los primeros, los locales por los que los autores y personajes de sus novelas transitan, viven, trasnochan, se encuentran y desencuentran. El segundo, la afición al café, el ritual de su preparación, la costumbre de tomarlo en compañía, la rivalidad entre el café y el mate como buen argentino, una rivalidad que para él no tiene duda, siempre a favor del café.
Nuestro último sorbo literario viene de otro sudamericano aficionado al café, posiblemente por su paso por París. Julio Cortázar llena libros como Rayuela con un sinnúmero de momentos dedicados a los cafés y al café. Los primeros, los locales por los que los autores y personajes de sus novelas transitan, viven, trasnochan, se encuentran y desencuentran. El segundo, la afición al café, el ritual de su preparación, la costumbre de tomarlo en compañía, la rivalidad entre el café y el mate como buen argentino, una rivalidad que para él no tiene duda, siempre a favor del café.
Conocemos a Johann Sebastian Bach por su música religiosa, sus cantatas, las Pasiones según los distintos evangelistas, su música para órgano, las variaciones Goldberg y el hecho de ser uno de los compositores que más ha hecho crecer y desarrollar la música desde el barroco, siendo uno de los autores que más han influido en músicos posteriores. Autor prolífico, es uno de los compositores de los que más obras se conservan, tenía la obligación de componer piezas para los oficios religiosos de cada domingo, conservándose catalogadas más de 1100.
Pasó gran parte de su vida como maestro de capilla de la Thomaskirche (Iglesia de Santo Tomás) en Leipzig donde, además, fue director musical de otras varias iglesias de la ciudad.
La espiritualidad de Bach hizo que creara algunas de las mejores y más profundas obras religiosas y que su figura quede en la historia de la música como el compositor más importante del período barroco.
Pero la obra que nos acompaña en esta ocasión no es religiosa, sino que se trata de una cantata profana, un tipo de obra poco habitual en él, la Kaffekantate o Cantata del café.
A finales del siglo XVII se introdujo en Europa una nueva sustancia, el café. Sus granos tostados, molidos y filtrados se pusieron de moda y comenzaron a surgir en todas las ciudades las llamadas "Casas de café" que propiciaron la división entre los que veían una nueva moda nociva y los que se aficionaron a su consumo.
En uno de estos lugares, la Zimmermann Kaffeehaus (Cafetería Zimmermann), junto a la Plaza del Mercado, Bach dirigía cada noche de viernes a los estudiantes del Collegium Musicum de Leipzig, salvo en verano que era la tarde de los miércoles, en el patio. Ni los músicos cobraban ni la audiencia pagaba, la venta de café era la recaudación que se recogía en cada concierto. En este ambiente, en colaboración con su libretista habitual, Christian Friedrich Henrici, un especialista en derecho de día, poeta de noche, más conocido como Picander, Bach compone esta deliciosa cantata por encargo de Gotfried Zimmermann, dueño del local.
La Kaffeekantate (Cantata del café) narra la divertida y frívola historia de Lieschen (soprano), una muchacha aficionada al café y su padre Schlendrian (barítono) que le prohíbe tomarlo bajo amenazas de no comprarle ropa o no dejarla salir a la calle. Bach y Picander dibujan un escenario formado por un narrador (tenor) que presenta el tema e interviene en ocasiones para dar agilidad a la obra junto a los dos personajes de caracteres opuestos que cruzan sus argumentos y respuestas, dialogan y se recriminan. Ante el compromiso del padre de buscarle un esposo, Lieschen accede, aunque su astucia triunfa sobre su padre, haciendo saber que sólo se casará con quien la permita tomar café. Además de los tres cantantes, la partitura cuenta con flauta, cuerdas y continuo.
El primer enlace pertenece al aria de Lieschen Ei, wie schmecht der Kaffe süsse (¡Ah, qué agradable es el aroma del café!) con que nos describe su afición al café, una melodía y un texto que cantados de forma maliciosa intentan embaucar a su padre.
Pasó gran parte de su vida como maestro de capilla de la Thomaskirche (Iglesia de Santo Tomás) en Leipzig donde, además, fue director musical de otras varias iglesias de la ciudad.
La espiritualidad de Bach hizo que creara algunas de las mejores y más profundas obras religiosas y que su figura quede en la historia de la música como el compositor más importante del período barroco.
Pero la obra que nos acompaña en esta ocasión no es religiosa, sino que se trata de una cantata profana, un tipo de obra poco habitual en él, la Kaffekantate o Cantata del café.
A finales del siglo XVII se introdujo en Europa una nueva sustancia, el café. Sus granos tostados, molidos y filtrados se pusieron de moda y comenzaron a surgir en todas las ciudades las llamadas "Casas de café" que propiciaron la división entre los que veían una nueva moda nociva y los que se aficionaron a su consumo.
En uno de estos lugares, la Zimmermann Kaffeehaus (Cafetería Zimmermann), junto a la Plaza del Mercado, Bach dirigía cada noche de viernes a los estudiantes del Collegium Musicum de Leipzig, salvo en verano que era la tarde de los miércoles, en el patio. Ni los músicos cobraban ni la audiencia pagaba, la venta de café era la recaudación que se recogía en cada concierto. En este ambiente, en colaboración con su libretista habitual, Christian Friedrich Henrici, un especialista en derecho de día, poeta de noche, más conocido como Picander, Bach compone esta deliciosa cantata por encargo de Gotfried Zimmermann, dueño del local.
La Kaffeekantate (Cantata del café) narra la divertida y frívola historia de Lieschen (soprano), una muchacha aficionada al café y su padre Schlendrian (barítono) que le prohíbe tomarlo bajo amenazas de no comprarle ropa o no dejarla salir a la calle. Bach y Picander dibujan un escenario formado por un narrador (tenor) que presenta el tema e interviene en ocasiones para dar agilidad a la obra junto a los dos personajes de caracteres opuestos que cruzan sus argumentos y respuestas, dialogan y se recriminan. Ante el compromiso del padre de buscarle un esposo, Lieschen accede, aunque su astucia triunfa sobre su padre, haciendo saber que sólo se casará con quien la permita tomar café. Además de los tres cantantes, la partitura cuenta con flauta, cuerdas y continuo.
El primer enlace pertenece al aria de Lieschen Ei, wie schmecht der Kaffe süsse (¡Ah, qué agradable es el aroma del café!) con que nos describe su afición al café, una melodía y un texto que cantados de forma maliciosa intentan embaucar a su padre.
La interpretación es de la soprano Robin Johannsen acompañada a la flauta por Marcello Gatti con la Academia Montis Regalis dirigida por Alessandro de Marchi grabada en Insbruck en 2010.
Si tienes un rato para tomar un café, puedes acompañarlo con la interpretación de la cantata completa, de menos de media hora subtitulada al castellano.
Grabada en el Stadscafe de Waag Doesburg en Holanda, está interpretada por Anne Grimm como Lieschen, Klaus Mertens, su padre Schledrian, Lothar Odinius como el narrador, con el acompañamiento de la Amsterdam Baroque Orchestra dirigida por el gran especialista en Bach que es Ton Koopman, el señor con barba blanca que toca el continuo en su teclado y recoge perfectamente el estilo que buscaba el compositor.
Aunque es amena y fácil de oír, hay varios momentos a destacar con los que podrás disfrutar aún más este café tan especial:
-El aria con que comienza el padre Hat man nicht mit seinen Kindern Hunderttausend Hudelei (¿No son los hijos causa de cien mil preocupaciones?) una pieza repetitiva pero de una melodía pegadiza y simpática.
-El aria de Lieschen que hemos oído antes Ei, wie schmecht der Kaffe süsse (¡Ah, qué agradable es el aroma del café!) con el acompañamiento de la flauta.
-Un segundo aria de Lieschen, Heute noch, heute noch, Lieber Vater, tut es doch! (¿Hoy mismo, hoy mismo, querido padre!), también con una melodía alegre y pegadiza.
-El trío final Die Katze lässt das Mausen nicht (No prohíbas al gato cazar ratones), una conclusión que, según parece añadió más tarde Bach.
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