Estancias

Una jaula con el techo de cristal

Durante muchos años, siglos, el papel de la mujer se restringía única y exclusivamente al ámbito familiar. 
Participar, aportar, configurar el mundo en que queremos vivir y tal como queremos que sea es una posibilidad que, por una cultura que lleva ejerciéndose desde hace cientos de años, ha negado de forma sistemática -aunque haya consentido determinadas excepciones- el acceso de la mitad de la población a este derecho. Una determinada mirada, un punto de vista diferente o, al menos, diverso se ha perdido en este tiempo y es responsabilidad nuestra contribuir con todo el potencial que los seres humanos podemos aportar en nuestra marcha conjunta por la vida.
Muchas mujeres han luchado y dedicado su esfuerzo y su vida a aportar cuanto tenían y podían para contribuir con sus ideas, sus esfuerzos, su trabajo en luchar por un mundo más igualitario. Afortunadamente, en un mundo tan poliédrico como el que vivimos, muchas van viendo el resultado de su esfuerzo. 
En estos días mi hija Mónica ha publicado un estudio titulado Educación sexista en los libros de texto de historia para la revista digital Hipatiapress.com en el que reflexiona sobre la presencia de la mujer en estas publicaciones y, de modo especial, en las consecuencias que esta presencia origina en el ámbito social. Conseguirá lo que se proponga.
Conceptos como vivir en una jaula o el techo de cristal hacen referencia, por una parte al hecho de hacer que determinadas personas se sientan confinadas en un recinto del que no pueden salir, bien en el ámbito doméstico, bien negando su posibilidad a los mismos derechos efectivos y sociales que al resto de colectivos; mientras que el techo de cristal alude a una limitación al ascenso laboral de determinadas personas o colectivos, especialmente el femenino, dentro de organizaciones de forma velada, pese a que jurídica o efectivamente no exista esta limitación.
Muchas han sido las mujeres, en ocasiones incluso apoyadas por hombres, que han debido luchar de forma heroica o titánica por ver compensados sus esfuerzos en esta lucha por la igualdad efectiva.
Te propongo un acercamiento a dos mujeres que lucharon por desarrollar su talento en una sociedad y un entorno que condicionaron vida: Delmira Agustini y Fanny Mendelssohn. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere! 



He de reconocer que hasta que no leí Libro de Réquiems de Mauricio Wiesenthal no conocía la existencia de Delmira Agustini. A partir de ese momento el interés por Delmira fue en aumento, en un primer momento casi más por su persona, su peripecia vital, que por su obra. 
Delmira nació en Montevideo en 1886 en el seno de una familia acomodada en la que fue educada como muchas mujeres de su sociedad en el cultivo de las letras y la música. Sabía leer a la perfección desde los cinco años, componía poemas antes de cumplir una década y era capaz de interpretar complicadas partituras al piano. Sobreprotegida en exceso por sus padres, especialmente su madre, Delmira apenas se relacionaba con personas de su edad y comenzó a publicar en La Alborada, una de las revistas de su ciudad, en primer lugar sobre mujeres que destacaban por su cultura en la sociedad que la rodeaba y más adelante poemas. Con veintiún años publicó su primer libro de poemas, El libro blanco, que recibió una buena acogida de la prensa en una sociedad cerrada que celebraba los escritos del estilo modernista a la vez que refutaba temas como el erotismo que desarrollaba la escritora.
Es el citado Libro de Requiems de Mauricio Wiesenthal, que ya nos ha acompañado en otras ocasiones el que vuelve a servirnos para conocer más sobre Delmira



Fanny Cecilie y Jacob Luwdig Felix Mendelssohn provenían de una adinerada familia judía de banqueros alemanes que adoptaron los apellidos Mendelssohn-Bartoldy tras convertirse al protestantismo.
Nacidos en Hamburgo en la primera década del XIX, ambos, junto con sus otros tres hermanos, tuvieron una sólida educación en diversas artes. Gracias a su madre se iniciaron en la interpretación del piano para pasar más adelante a recibir clases de teoría y composición musical por prestigiosos profesores, además de tener relaciones con escritores como Goethe. Fanny y Félix mostraron una asombrosa facilidad para la interpretación de las fugas de Bach y la composición, además de una compenetración y complicidad enormes entre ellos.
Una carta que su padre le escribió al cumplir los quince años marca un punto de inflexión:


"Aquello que me escribiste en la carta hablando de tus actividades musicales respecto a Félix está bien razonado y bien escrito. Es posible que la música se convierta en su profesión, aunque para ti será siempre un bello ornamento; nunca podrá ni deberá convertirse en la base de tu existencia."

En cambio, Félix pasó de ser un niño prodigio como ella, a convertirse en director de orquesta, compositor, fundar el Conservatorio de Leipzig o conocer a personajes como la Reina Victoria. Mientras, Fanny se conformaba con dar conciertos privados, los Sonntagsmusiken (Domingos musicales), para familiares y conocidos.
Ante esta situación los hermanos optaron por una solución que en aquel momento les benefició, pero que, con el tiempo perjudicó la carrera de Fanny: Félix firmaría las obras de su hermana con el fin de darlas a conocer.
Una situación que en un momento determinado protagonizó una de las más embarazosas situaciones para el compositor. En su viaje a Inglaterra en 1842, la reina Victoria lo invitó al palacio de Buckingham donde lo felicitó por su canción Italien (Italia) que era una de sus piezas favoritas. Mendelssohn, tras el apuro inicial, se mostró sincero con la soberana inglesa y le confesó que la autora de la pieza era su hermana, algo inusitado en aquella época, en que no se entendía que una mujer pudiera dedicarse a realizar determinadas cosas fuera del ámbito doméstico.

Es precisamente el lied Italien el que enlazamos a continuación en una versión interpretada por la soprano Donna Brown y el pianista Françoie Tillard compuesto por Fanny Mendelssohn y no su hermano Félix a partir de un poema de Franz Grillparzer.


En 1913 Delmira Agustini se casó con un tratante de caballos procedente también de familia acomodada ajeno a su círculo cultural e intelectual. En esos momentos ya tenía publicados tres poemarios y, aunque su acercamiento al erotismo le trajo cierta polémica, era una escritora con un nombre reconocido.
Después de varios años de relaciones, contrae matrimonio con Enrique Job Reyes. El carácter prosaico y aburrido de su esposo, el nulo entendimiento cultural y la idea preconcebida de alejarla de la creación literaria, como algo propio de señoritas hasta que se casan, la alejó de él. 
En escritos sobre el día de su boda, Delmira revela al intelectual argentino Manuel Ugarte, que se convertirá en su amante, la frustración que tuvo el día en que contrajo matrimonio. Semanas después abandona a su esposo y regresa a la casa familiar, mientras continúa viéndose con Ugarte.
Interpone una demanda de separación alegando hechos graves ocurridos por la conducta de su marido. Enrique Reyes responde a la demanda negando lo hechos, aunque afirmando que, puesto que Delmira ha abandonado el hogar, él respeta que se produzca la separación. Este consentimiento a nivel público contrasta con la actuación privada escribiéndole cartas constantemente, golpeando en su ventana o mezclando la amenaza con la súplica. 


Entretejidos entre las páginas de varios cuadernos, el padre de Delmira y su hermano transcribían y pasaban a limpio los poemas antes de ser publicados. Mas la poetisa tenía un corazón ardiente y un alma indómita. Sola entre los clásicos y ella misma, aprendió que los libros no se leen de igual modo cuando se hace en secreto; que la música no suena igual cuando la toca una joven señorita de ciudad que cuando se interpreta por un vividor entre copas; que la emoción de admirar un cuadro en un museo no es comparable a realizar un dibujo a escondidas en un cuaderno de clase.
Así, encerrada a solas en su habitación, o con su amante, los versos escritos por Delmira tienen una condición clandestina, una nocturnidad de reptil que serpentea, la fuerza de la palabra que se escapa sin querer decirla, la idea que se dibuja en el aire antes de querer retirar la pluma que la escribe. 

Publicado en 1910, Cantos de la mañana es su segundo libro de poemas tras El libro blanco y cimentó la figura de la escritora uruguaya, encumbrándola como la gran promesa de la literatura hispanoamericana junto a Ibarbouru o Gabriela Mistral.
Lo inefable nos acerca a aquello que, como su nombre indica, no se puede expresar con palabras. Escrito en forma de soneto clásico, un tipo de composición que volvieron a utilizar los modernistas y, de modo especial, Agustini, este poema es representativo de la obra de la escritora uruguaya.


Fanny Mendelssohn tenía "dedos de fugas de Bach" según decía su madre, siendo más virtuosa al piano que su hermano, según narran. Con trece años interpretó de memoria los 24 preludios de El clave bien temperado de Bach y al año siguiente dedicó su primera composición a su padre.
Los dos grandes obstáculos que negaron la carrera musical fueron su pertenencia a una clase social elevada que no contemplaba que uno de sus miembros se dedicara a una actividad como la música y, de modo especial su condición femenina y su educación cuyo fin último era que contrajera matrimonio.
En 1829 contrajo matrimonio con el pintor Wilhelm Hensel que, aunque llevó a una separación física de los hermanos, no hizo que la complicidad y confidencialidad entre ellos desapareciera. Al contrario, Félix la animaba a continuar su vida musical, aunque fuera en privado, mientras su esposo la animaba a seguir componiendo.
La decepción de Fanny por no poder realizarse como persona encontró el apoyo de ambos e incluso de sus padres que la animaban a abrir su casa a los Sonntagsmusiken que llegaron a convertirse en una de las reuniones sociales más privilegiadas y a las que acudían personalidades como Liszt, Paganini, Weber, Goethe, Hegel, Humboldt o Clara Schumann.
Las piezas que componía las mostraba a su hermano con la intención de que las publicara con su nombre, a lo que él se resistía. Llegó a escribir alrededor de 466 piezas, la mayoría de ellas para piano y voz, aunque ninguna de ella fue publicada en vida de ella.
La sopran Bibiana Nwobilo interpreta el lied Bergeslust con el acompañamiento al piano de Christopher Hinterhuber en un concierto de Styriarte de 2012.



En 1913 Delmira Agustini publicó su tercer poemario, Los cálices vacíos, donde el erotismo tiene una fuerza aún mayor provocando un escándalo en la sociedad uruguaya. No sólo era una joven soltera quien escribía, sino que, sobre todo, la mujer no podía ser sujeto de deseo, sino sólo objeto deseado. Así, Delmira se presenta en la tradición y la cultura literaria añadiendo un nuevo matiz del sujeto femenino capaz de poseer una vida íntima y experimentar deseos diferentes a los definidos por la tradición literaria masculina.

Fotografía de boda de Delmira Agustini
Coetáneo de Delmira Agustini, Rafael Barret nació en Torrelavega, hijo de inglés y española, de familia relacionada con la vieja nobleza, recibiendo también una exquisita educación. Tras unirse a la bohemia madrileña hubo de exiliarse tras un desagradable incidente. En Al margen, Barret recoge y refiere historias que reflejan lo más irónico del alma humana, sus intereses y móviles más hondos, sus anhelos más grotescos. 
Entre los escritos que recoge en este libro de memorias y conocimientos, nos muestra sus ideas sobre Delmira Agustini cuando era aún una escritora con mucho aún que decir y tiene, por tanto, la mirada de quien la observa en el momento en que la poetisa vive, escribe y se muestra como la promesa de escritora que iba a engrandecer la literatura hispana.



Fanny Mendelssohn luchó entre su pasión por la música y las normas que regían en la sociedad y la familia en que vivía. A uno de sus amigos, el diplomático Karl Klingemann le agradecía el interés por su obra a la vez que lamentaba que en su ciudad, Berlín, no tuviera público. 


"Una vez al año, quizás alguien me copiará una pieza o me pedirá que toque algo especial. Con certeza, no será frecuente."

Sólo ofreció un concierto público en su vida en 1828 interpretando el Concierto nº 1 para piano de su hermano como solista.
El 14 de mayo de 1847, mientras ensayaba el oratorio La primera noche de Walpurgis de su hermano sufrió un derrame cerebral que le provocó la muerte inmediata con cuarenta y un años de edad.
Fue tal la conmoción que originó que su esposo abandonó la pintura e incluso dejó a su hijo Félix Ludwig Sebastian -los nombres de los tres músicos a los que Fanny más admiraba- al cuidado de un familiar. Su hermano entró en una espiral de depresión y dejó de componer. 


"Con su amor y amabilidad me acompañó en cada momento de mi vida... Nunca podré acostumbrarme a ello." 

Su última obra fue su Cuarteto para cuerdas nº 6 en Fa menor dedicado a ella. El 4 de noviembre de ese mismo año, seis meses después, casi sin poder soportarlo, moría Félix Mendelssohn por la misma causa que había acabado con la vida y la prometedora carrera de su hermana, un derrame cerebral.



La última interpretación que nos acompaña es otro de los lieder de Fanny Mendelssohn, Frühling, su Opus 7, nº 3 con la voz de la soprano Rachel Schutz y el acompañamiento al piano de Jonathan Korth en una grabación de noviembre de 2015.



Cerrado su matrimonio con Enrique Job Reyes, Delmira siguió viéndose con su amante, aunque comenzó a verse de modo clandestino con su propio marido a quien, en una vuelta de tuerca convierte ahora en su amante, visitándolo con regularidad en una habitación que él había alquilado para este fin. Aquel de quien escribió cuando se casaron


Taciturno a mi lado apareciste
como un hongo gigante, muerto y vivo,
brotado en los rincones de la noche.

La solicitada separación, el divorcio legal entre ambos se produjo el 22 de junio de 1914, diez meses después de la celebración nupcial, convirtiéndose en el primero que se llevó a cabo en Uruguay y el que abría las puertas a estos procesos en hispanoamérica. En la siguiente cita entre Delmira y su ex esposo y amante, el 6 de julio, Reyes la asesinó, quizás cansado de ser su amante o pensando que era humillado en su virilidad, acaso consumido por los celos y la nocturnidad. Le descerrajó dos tiros en la cabeza por la espalda cuando aún iba medio desnuda, con una pistola que ocultaba bajo la almohada. Después, sólo después, se disparó a sí mismo. 



Su madre, aquella que tanto la dirigió y sobreprotegió, no quiso dejarla marchar tranquila. Antes de enterrarla rodeó el féretro con las partituras de piano que tantas veces tocó, llenó la habitación con los cuadros que pintó, las labores que realizó y hasta, como una grotesca figura macabra, la primera muñeca que le habían regalado cuando niña. 
Tras haber anunciado en Los cálices vacíos que estaba preparando su nuevo poemario Los astros del abismo, que no llegó a publicar, los versos que dejó escritos aparecerán en la recopilación póstuma El rosario de Eros.
Estremece leer este casi soneto que escribió acercado su mirada hacia la muerte sin pensar en la de ella misma 

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