Con asombrosa frecuencia mostramos nuestra soberbia como seres humanos, sintiéndonos centro y dueños de todo cuanto existe, capaces de modificar, crear, inventar y construir a partir de nuestros deseos, gustos y necesidades sin tener en cuenta las consecuencias de nuestras acciones. La destrucción de la naturaleza, la pérdida de la biodiversidad, el cambio climático, las fronteras, las desigualdades y el hambre o la desproporcionada cantidad de basura que generamos empañan muchos de los logros que hemos conseguido.
En nuestro concepto como especie, avanzamos en un progreso científico y tecnológico que hace nuestra vida más cómoda y asequible, aunque sin medir las consecuencias que nuestras acciones suponen para el planeta en el que habitamos; avanzamos en la forma en que nos obligan, nos gobiernan o nos gobernamos, aunque con movimientos que nos impulsan a la mayor participación y compromiso, junto a movimientos de retroceso; se construyen imperios o civilizaciones que nos llevan a un progreso en condiciones de vida, derechos o cultura y que acaban desapareciendo tras un tiempo de progreso y decaimiento; o simplemente, durante siglos, nos acercamos y enriquecemos con quienes son distintos y diferentes a nosotros por razones culturales, ideológicas, religiosas o étnicas, mientras mantenemos enfrentamientos que acaban con guerras, dominios o la más absoluta barbarie.
Nuestra especie es capaz de lo mejor y de lo peor, de lo más sublime y de lo más vil, de buscar el bien común y poner por delante el interés personal.
Así, el divulgador Carl Sagan escribió sobre el proyecto y viaje de la sonda Voyager 1, demostrando ser uno de los más grandes logros científicos de la historia de la humanidad, aunque mostrándonos también qué insignificantes somos como civilización.
Te invito a compartir las reflexiones de Carl Sagan a partir del más lejano de los viajes organizados por el ser humano con la sonda espacial Voyager. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!
En 1977 se lanzó desde Cabo Cañaveral, en Florida, la Voyager 1, una sonda espacial robótica diseñada y programada para explorar el sistema solar, con la misión original de visitar Júpiter y Saturno y que aún sigue trabajando, enviando información desde los confines de nuestro sistema planetario, siendo en la actualidad la nave espacial que se encuentra más lejos de nuestro planeta, junto con su hermana Voyager 2 en la zona de espacio interestelar.
El astrofísico, cosmólogo, astrobiólogo y astrónomo Carl Sagan es más conocido entre todos nosotros por su faceta como escritor y divulgador científico gracias a sus publicaciones y programas de televisión englobados en la serie Cosmos: un viaje personal con la que dio a conocer y popularizar en la década de los 80 del siglo pasado la historia de la astronomía y de la ciencia, así como concienciar sobre el lugar que ocupamos como especie en nuestro planeta y en el universo.
Sagan dedicó sus primeros años de vida laboral a la enseñanza universitaria en las universidades de Harvard y Cornell, compaginando más adelante su trabajo con la participación en los proyectos Apolo 11, la misión Mariner 9 a Marte y los proyectos de las sondas espaciales Pioneer y Voyager.
Es esta última colaboración la que lo trae a este blog. En su participación en el proyecto Voyager sugirió que se incluyera un disco con información sobre la vida en La Tierra que incluía fotos, sonidos, música, saludos en distintos idiomas e incluso sondas cerebrales.
Una vez terminada la misión original sobre Júpiter y Saturno y cuando la sonda había sobrepasado la órbita de Neptuno en dirección a los confines del sistema solar, Sagan propuso que la nave se girara y realizara una fotografía de nuestro planeta, la más lejana conseguida hasta entonces. Se trataba de una instantánea que se realizó el 14 de febrero de 1990 a unos 6.000.000.000 de kilómetros de nuestro planeta y que se conoce como Pale Blue Dot (Un punto azul pálido), a partir de la cual Sagan publicó en 1994 un libro con idéntico título, subtitulado Una visión del futuro humano en el espacio.
En la parte inicial del libro, el astrofísico norteamericano narra cómo fueron las circunstancias en que se tomó esta imagen de nuestro planeta junto con la de nuestros vecinos del sistema solar, en un mosaico denominado Retrato de familia, comenta otra imagen icónica, la tomada por el Apolo 17 sobre nuestro planeta y analiza el particular rayo de luz solar en el que, casualmente, se encuentra nuestro planeta en el momento en que se realizó la instantánea.
Blue Marble (la Canica azul), realizada por el Apolo 17 el 7 de diciembre de 1972 |
También icónica, la película 2001: A Space Odyssey (2001: Una odisea espacial), la película de Stanley Kubrick de 1968 revolucionó el arte cinematográfico al mostrar una comunicación visual y un lenguaje cinematográfico novedosos, utilizar unos efectos especiales sin precedentes, mostrar un detallado realismo científico a partir del relato de Arthur C. Clarke y utilizar músicas de diversa índole que encajaban a la perfección con la historia, sustituyendo la banda sonora que se encargó a Alex North y que no llegó a utilizarse. Así, Kubrick incluyó obras de Richard Strauss (Así hablaba Zaratustra), Johann Strauss hijo (El Danubio azul), György Ligeti (Lux Aeterna y Atmosphères) o Khachaturian (adagio de la Suite del Ballet Gayane).
Kubrick no solicitó la autorización de la obra de Ligeti, lo que generó algún roce entre los creadores, aunque ambos salieron beneficiados. Lux Aeterna es una pieza coral a capella, atonal y misteriosa que se utiliza en la película cuando los científicos espaciales se encuentran en su transbordador lunar, mientras hablan de su comida envasada para distraerse del terror que los invade ante la situación de enfrentarse a lo desconocido.
El enlace nos ofrece la versión de Lux Aeterna de György Ligeti interpretada por el Ensemble Aedes bajo la dirección de Mathieu Romano que se grabó en el concierto Rencontres musicales de Vézelay en agosto de 2015 y se incluyó en el disco Ludus Verbalis. Volumen 3 & 4.
En Un punto azul pálido, Sagan nos muestra la revolución que los avances científicos han propiciado en nuestra comprensión como especie humana, quienes somos, dónde nos encontramos y cuál es nuestro lugar en el universo.
Tras la narración de la historia de la fotografía Pale Blut Dot, Sagan reflexiona sobre la pequeñez de nuestro planeta en la inmensidad del espacio, la vanidad que nuestra especia ha mostrado a lo largo de la historia y la humildad con la que debemos afrontar nuestra vida en La Tierra, asumiendo la enorme y simple responsabilidad de tratarnos mejor unos a otros. Un texto para no olvidar y tener siempre en consideración que se inscribe simultáneamente dentro del pensamiento científico y humanista.
La misión original de la sonda Voyager 1 consistía en visitar y enviar información sobre Júpiter y Saturno, aunque también se programó más adelante para acercarse a Neptuno y, en una muestra de la capacidad de aprovechar los proyectos, continuar hacia los confines de nuestro sistema solar.
Nos despedimos con una obra del compositor alemán Michael Orstzyga escrita en 2007 y de la que se ha puesto en otra ocasión una versión distinta en el blog. Se trata de Iuppiter, una obra para coro a capella a ocho voces cuyo texto, más que a nuestro vecino del sistema solar, se muestra como un desafío al incluir un gran número de nombres y adjetivos que describen al dios romano y su poder.
La interpretación corresponde a una grabación del Wettbewerbsrunde Gemische Chöre celebrado en mayo de 2015 realizada por el Unversity of Oregon Chamber Choir bajo la eficaz dirección de Sharon J. Paul.
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- Sagan, Carl. Un punto azul pálido, Editorial Planeta
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