Hay personas que mueren jóvenes, demasiado jóvenes.
Cuando una vida se trunca antes del tiempo que podríamos considerar habitual después de haber superado las distintas etapas de la vida, digamos que en la ancianidad tras haber sobrepasado el periodo de madurez, nos planteamos muchos interrogantes sobre qué podría haber sucedido en lo que le faltó por vivir a esa persona.
Si se trata de creadores, siempre nos queda la duda de qué obras podrían haber ideado, qué ideas nos habrían propuesto, cómo habrían llevado a un mayor grado de esplendor sus convencionalismos, normas o principios o cómo los habrían superado aportando nuevas técnicas y reglas mientras rompían con las anteriores.
Tanto a lo largo de la historia como de nuestras propias existencias tenemos conocimientos o experiencias de vidas truncadas que nos han dejado un poso de tristeza y amargura, de quedarnos con la duda de hasta dónde podrían haber llegado con más tiempo de vida.
El 31 de enero de 1797, hace ahora doscientos veinticinco años, nacía Franz Schubert, un compositor cuya vida se vio truncada en 1828 cuando contaba con sólo treinta y un años de edad, dejando una herencia musical amplia, pero con la certeza de que era tan sólo el comienzo de una gran obra.
Si consideramos a otros grandes compositores, ¿qué habían compuesto hasta esa edad? ¿Qué obras no habrían compuesto aún si hubieran fallecido con los treinta y un años de Schubert?
Beethoven sólo habría compuesto una serie de composiciones para piano y música de cámara y su Primera Sinfonía, dejándonos sin la mayoría de sus grandes obras. Mozart, otro genio que nos dejó también muy pronto, habría dejado su obra casi completa, pero no nos habría legado su Sinfonía 41, Júpiter, sus óperas Cossí fan tutte o La flauta mágica, además de su inconcluso Réquiem. Verdi, un ejemplo de longevidad, nos habría dejado Nabucco como su gran última ópera, privándonos de obras tan fundamentales en la historia de la música como Rigoletto, La traviata, Il trovatore, Simon Bocanegra, Otello, Aida o Falstaff. Mientras que a Bach lo conoceríamos por haber compuesto algunas obras para órgano sin mayor trascendencia en la historia de la música.
Cuando se cumplen 225 años del nacimiento de Franz Schubert, uno de esos genios que murieron jóvenes dejándonos un gran legado musical, te propongo unas reflexiones sobre su vida y su obra en tres movimientos, como algunas de sus obras. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!
Wilhelm August Rieder. Retrato con acuarela de Schubert (1825) |
1º Movimiento: Allegro
Franz Peter Schubert nació en Himmelpfortgrund, cuyo nombre podríamos traducir como La puerta del cielo, un suburbio de Viena, siendo el duodécimo de los catorce hijos del matrimonio de Franz Schubert y Elisabeth Vietz. Su padre, un humilde maestro que que tocaba el violonchelo, lo introdujo en el mundo de la música.
Con diez años compuso sus primeros temas, siendo por aquella época un niño corpulento, de cara redonda y cabello abundante y miope. Poco después entró a formar parte del Stadkonvikt, el Seminario Imperial, donde recibió clases de composición de Antonio Salieri en 1813, el año en que también ingresó en la Academia de Profesores de enseñanza para hacerse maestro en el año siguiente.
Crítico musical de The New Yorker, Alex Ross nos ha acompañado en este blog con alguno de sus dos grandes estudios sobre música y músicos, en los que cruza hacia uno y otro lado la sutil línea que une y separa los distintos tipos de música. En El ruido eterno o Escucha esto, Ross nos subyuga con su pasión por la música, sea del tipo que sea.
Nos acompaña en este Primer movimiento sobre Schubert con un texto extraído del capítulo dedicado al compositor en Listen to This (Escucha esto), donde, comenzando por sus inicios en el coro infantil y las enseñanzas de Salieri, el compositor alcanza una primera madurez a los diecisiete años. También se adentra Ross en las influencias y progresos que va alcanzando, citando uno de sus enormes valores, la creación de lieder, esas canciones que alcanzan con él su máximo esplendor, hasta reflejar los grandes ciclos de canciones, únicos hasta entonces, y que muestran lo más maravilloso del genio de Schubert. No deja Ross de manifestarnos una de las cualidades más particulares del compositor, su admiración incondicional mezclada con una timidez tremenda hacia la persona de Beethoven, a quien tanto admiró y a quien no fue capaz de acercarse en vida.
Aunque no se suelen conocer las fechas exactas de composición de la mayoría de obras, del lied Gretchen am Spinnrade (Margarita en la rueca) conocemos que fue compuesta exactamente el 19 de octubre de 1814 por la datación que añadió el propio Schubert.
Esta fecha ha servido para que algunos críticos y musicólogos afirmen que ese día se produce el «nacimiento del lieder alemán», una denominación ciertamente arbitraria y simple, ya que desde mucho antes se componían este tipo de canciones. Lo relevante en este caso es que, a partir de este momento, el lied deja de ser una composición de un género menor y ligero para entrar a adquirir la importancia y significación de pequeñas obras maestras que comenzaron a aparecer en reseñas de revistas musicales, entraron a formar parte de recitales más serios que los meramente particulares.
En Margarita en la rueca Schubert incorpora tres planos en la acción lírica y dramática. Por un lado, el canto que narra la historia que desarrolla el texto de Goethe en los ocho cuartetos. El segundo plano los forman las incesantes semicorcheas con que la mano derecha evoca el movimiento de la rueca, mientras el tercer plano muestra el sonido grave que señala en la mano izquierda el movimiento del pie sobre el pedal de la rueca. Así, la soprano va mostrando una creciente emoción desde las estrofas iniciales, deteniéndose esta al comienzo de cada estrofa hasta llegar al clímax con un grito en el verso que alude a la forma de besar, a partir del cual, continúa vacilante hasta el final de la canción.
La soprano neozelandesa Kiri Te Kanawa interpreta Greichen am Spinnrade, el D. 118, nº 2 de Franz Schubert acompañada al piano por Richard Amner con traducción al castellano de Rafael Minaya.
2º Movimiento: Presto furioso
Cuando Schubert falleció había compuesto más de mil obras, bien es cierto que la mayoría de ellas son lieder que en determinadas ocasiones le ocupaban apenas un día. Así, en las dos décadas que estuvo componiendo nos encontramos con muchas casi algunas obras intrascendentes para piano, seiscientas canciones, docenas de obras de cámara, algunas sonatas en las que modificó las estructuras clásicas del género, nueve sinfonías -incluyendo los esbozos de la que habría sido la séptima-, un número significativamente beethoveniano y ninguna de las cuales llegó a estrenar en vida, además de varias óperas que tampoco llegaron al público por los motivos argüidos por Alex Ross.
Schubert se erigió, con sus composiciones como el heredero de Beethoven y uno de los grandes reformadores de la música del clasicismo para alcanzar un lenguaje propio del romanticismo que invadió el siglo XIX a partir de su tercera década.
Mas, cuando parecía encaminarse a una larga vida dedicada a la música, todo comenzó a truncarse alrededor de 1823, cuando Schubert comenzó a desarrollar una enfermedad que se mantuvo misteriosa para el público en general durante años y que no fue identificada y desvelada hasta décadas después de su fallecimiento.
En esta época, entre la adolescencia y hasta el resto de su vida, la amistad fue una de las grandes características y apoyos de Schubert. Sus amigos fueron su gran apoyo y ayuda en la ciudad en que transcurrió prácticamente toda su vida, le ayudaron a crear un ambiente en el que desarrollar su trabajo, proporcionándole textos, su voz en las composiciones, influencias para algunos conciertos e impresiones de sus obras, y, sobre todo, contribuyeron a recopilar, promocionar y preservar su obra una vez que hubo fallecido.
En los momentos en que se encontraba en situaciones económicas difíciles, sus amigos lo acogieron en sus casas, le proporcionaron papel para escribir cuando no tenía, lo introdujeron entre los círculos artísticos dándole a conocer a los músicos y editores de la ciudad y le brindaron, en definitiva, todo el apoyo que necesitaba.
Famosas fueron también las veladas que se organizaron alrededor de sus músicas, las famosas schubertiadas, unas celebraciones que aún tienen continuidad en muchos escenarios con sus obras.
Eran las schubertiadas reuniones íntimas de amigos dedicadas a las obras del compositor a las que invitaban a mecenas y artistas, reunidos en un clima informal y sociable en el que también se recitaban textos, se comía, bebía y bailaba. Hubo ocasiones en que se realizaban semanalmente, mientras otras se espaciaban más, siendo su número muy variable, entre unos pocos amigos hasta más de un centenar en ocasiones. Una vez fallecido Schubert continuaron realizándose en su nombre y en su memoria, llegando hasta nuestros días, en los que los distintos teatros y escenarios las organizan periódicamente.
Josef Abel. El joven Schubert hacia 1814 |
El segundo texto nos acerca a una biografía rigurosa y revisionista de las elaboradas desde finales del XIX y mitad del XX. Profesor de Historia de la Música en el Bard College de Nueva York, Christopher H. Gibbs es director ejecutivo de The Musical Quarterly, autor del estudio biográfico Vida de Schubert, además de dirigir, coeditar y participar en publicaciones y programas de música relacionados con diversos compositores y estilos musicales y ser el director musical de la Schubertiada de la Calle 92 de Nueva York.
El texto comienza con la desesperada carta que el compositor envía a uno de sus amigos en marzo de 1824 mostrando su desesperación ante una enfermedad que lo invadió meses atrás. Más adelante, Gibbs realiza algunas observaciones y comentarios sobre cómo afectó e influyó en el compositor, hasta terminar con los datos que aportó el que, posiblemente sea el mayor conocedor de la obra de Schubert, Otto Erich Deutsch, el catalogador de su obra y que da nombre y número a cada una de sus composiciones, los D que se corresponden con su apellido.
Compuesto un año después de Margarita en la rueca cuando Schubert contaba con dieciocho años, Der Erlkönig (El rey de los Elfos), D.328 fue otra de las canciones que encumbró al compositor entre los entendidos en música de Viena.
Se trata de una de las obras propias de las schubertiadas y que alcanza el punto de oscuridad y acercamiento a la muerte que acompañará al autor desde un lustro después hasta su muerte.
El lied presenta a cuatro personajes (el narrador, el padre, el hijo y el Erlkönig) interpretados por el mismo cantante, aunque perfectamente reconocibles gracias a las características musicales que les otorga Schubert. El narrador canta en tono menor en un registro medio, el padre se desenvuelve entre un tono mayor y menor en una extensión vocal más grave, el hijo está en tono menor y un registro vocal agudo, mientras el Erlköning está en modo mayor a base de arpegios. En los diálogos entre los personajes el piano refuerza el acompañamiento a base de tresillos que evocan el trote del caballo. La complejidad de la composición hace recaer en el intérprete la creación del tenso clima de terror que viven los personajes.
Pese a que la interpretación es antigua no tiene desperdicio, ya que corre a cargo del que está considerado por muchos como el mejor cantante de lieder de la historia, Dietrich Fischer-Dieskau, en una grabación con subtítulos en castellano, en la que el barítono alemán consigue crear todos los matices indicados por el compositor de manera sublime y que nos ayuda a imaginar cómo se habría interpretado en las schubertiadas con el propio compositor al piano.
3º Movimiento: Adagio
En la década de 1860, treinta años después de su fallecimiento, el abogado Heinrich Kreissle von Hellborn, un apasionado de la música de Schubert al que no llegó a conocer, se embarcó en la tarea de crear una biografía del compositor. ¿Por qué razón nadie antes lo había realizado? En sus palabras «Schubert es tal vez un ejemplo único de gran artista cuya vida exterior no tenía afinidad ni relación con su arte. Tan sencilla y vacía de acontecimientos fue su vida, tan fuera de proporción con las obras que creó como un genio enviado por el cielo.» En estas palabras de la primera biografía del compositor vienés se deja entrever lo que se conocía en aquellos momentos de él, su música es fabulosa y excepcional, pero su vida es aburrida y anodina.
El dramaturgo y amigo de Schubert Eduard von Bauernfeld comentó años después del fallecimiento del compositor, según relata Christopher H. Gibbs en su obra biográfica:
«Dormía en Schubert una doble naturaleza. El elemento austriaco, burdo y sensual, se revelaba tanto en su vida como en su arte... Aparecía con excesiva violencia en el Schubert vigoroso y amante de los placeres; había también ocasiones en las que un demonio de alas negras, triste y melancólico se abría paso hasta llegar a su lado; cierto que no era un espíritu totalmente malo, ya que en las horas oscuras y consagradas a la composición produjo a menudo canciones de la belleza más agónica. Pero el conflicto entre el gozo desenfrenado de vivir y la actividad sin descanso de la creación espiritual es siempre agotador cuando no hay equilibrio en el alma.»
Pese a la enfermedad, en sus dos últimos años de vida Schubert compuso cada vez mejor música, a la vez que comenzaba a ocupar algún espacio público, tenía un mayor reconocimiento y pudo comenzar a tener un éxito en su carrera. Aprovechando el hueco que había dejado Beethoven, sus obras comenzaron a tener éxito, él mismo contactaba con editores y empresarios e intentaba organizar algunos conciertos.
El 26 de marzo de 1828, el día en que se celebraba el primer aniversario de la muerte de su idolatrado Beethoven, Schubert organizó un trabajo para la Academia de los Amigos de la Música, en el que presentó un programa compuesto por obras instrumentales con la idea de mostrar su capacidad de crear composiciones serias y complejas, un concierto que supuso un gran éxito para quien nunca había gozado del clamor del público y que le llevó a pensar en organizar otros similares cada temporada.
Estas ideas no se pudieron consumar, ya que el compositor fallecería ese mismo año.
Moritz von Schwind. Dibujo de una schubertiada (1865) en la que se reconocen a todos sus amigos |
El último movimiento que nos acerca a la figura de Schubert procede del director de orquesta, promotor musical, divulgador y escritor Xavier Güell y su libro La música de la memoria, una novela que narra como si compositores de la talla de Beethoven, el propio Schubert, Schumann, Brahms, Liszt, Wagner o Mahler contaran al lector en primera persona las confesiones acerca de sus obras, intenciones, sentimientos o reflexiones.
Así, en el capítulo Franz Schubert: La melodía infinita, Güell narra, tomando la voz del propio compositor vienés las reflexiones de sus últimas obras y sus últimos días. Desde la renuncia a su médico, la relación con sus amigos y la estancia en casa de su hermano, hasta el deterioro de su salud, mientras continúa con la composición de sus últimas obras como su Quinteto para cuerda en Do mayor, D. 956, una obra en la que la maestría de Güell hace que nos introduzcamos en las sensaciones y sentimientos del compositor cuando habla de la composición de este quinteto, especialmente el Adagio de su segundo movimiento, mientras explica vívidamente cómo baila con la muerte
Pero no podemos dejar el texto solo. Sería injusto e incompleto no oír la música a la que se refiere Güell/Schubert sin acercarnos a ella y sentirla de forma indisoluble con el relato y acercarnos a esa belleza apabullante que surge de lo más profundo de silencio.
La agrupación Camerata Quartet formada por Wlodzimierz Prominski y Andrzej Kordykiewicz en los violines primero y segundo, Piotr Reichert a la viola y Roman Hoffmann al violoncello con la inclusión de Mart Kordykiewicz como segundo cello interpretan el Segundo movimiento, Adagio de este Quinteto para cuerda de Schubert en una grabación que se realizó en octubre de 2014 en la Sala de Conciertos Federico Chopin de la Universidad de Varsovia, en Polonia.
Bibliografía y webgrafía consultadas:
- Ross, Alex. Escucha esto, traducción de Luis Gago. Seix Barral, 2012.
- Gibbs, Christopher H. Vida de Schubert, traducción de María Cóndor, Cambridge University Press, Madrid 2002.
- Güell, Xavier. La música de la memoria, Galaxia Gutenberg, S. L., 2015.