Estancias

Asómate al espejo


Pocos objetos hay tan domésticos y habituales en nuestras vidas como los espejos. Instalados desde hace siglos entre nosotros, fueron ocupando su lugar en las residencias más acomodadas hasta llegar a la práctica totalidad de los hogares en la actualidad.
Un espejo no sólo es un elemento útil, sino que posee también la propiedad de servir como símbolo y fuente de inspiración a diversos artistas por los significados que puede evocar.
Si dedicamos unos momentos a meditar sobre su presencia, podremos evocar una gran cantidad de obras de arte que aluden a ellos: Desde cuadros hasta obras literarias, pasando por los decorados y lujosos espejos de los grandes palacios y salones que mostraban la grandeza de sus poseedores hace pocos siglos , hasta músicas en que estos objetos son protagonistas.
Te invito a realizar un paseo entre espejos que provienen de distintos artes y nos acercan, desde su simple función hasta cómo nos influyen con lo que nos muestran. Asómate y verás tu reflejo. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere! 

Berthe Morisot. El espejo psiqué (1876), detalle. Museo Thyssen -Bornemisza

Muchas son las obras que nos acercan a los espejos, cada una de ellas reflejando lo que sus autores vieron en ellas. Desde un simple cuento infantil hasta unas propiedades que mostraban una realidad de la que se enorgullecían o les desagradaba, pasando por otras en las que surgían otras reflexiones más profundas que rallaban, en algunas ocasiones, con los razonamientos filosóficos.
Una superficie lisa, dura y opaca que se limita a reflejar la luz y la imagen de los cuerpos y objetos que están frente a ella puede llegar a ser motivo de la reflexión infantil, planteando algunas preguntas sobre aquello que muestra y lo que deja de mostrar para perder alguna de sus propiedades y permitir indagar en sus secretos.

Ilustración original de John Tenniel
Así, en Through the looking-glass (A través del espejo, 1871), la continuación de Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll nos plantea esta posibilidad y, tras la reflexión de la joven protagonista, le permite -y nos permite a nosotros- traspasar la dura superficie después de que el cristal se vaya disolviendo para permitirle entrar en la habitación que se reflejaba en el espejo.


Independientemente de la mirada infantil que hace soñar con características que acercan a los espejos a mundos imaginados y desconocidos, la superficie del cristal no nos muestra sólo la imagen reflejada, sino que puede llegar a alterar la condición con que la contemplamos. Puede ocurrir que quedemos fascinados por la imagen que nos devuelve, convirtiéndose el espejo en una suerte de máscara que nos oculta nuestro ser y nuestro verdadero rostro. Es el símbolo de Narciso enamorado de su propio reflejo en el espejo del agua que se precipita a la muerte.
En su ópera Fausto, Charles Gounod hace interpretar en el Acto III a Marguerite, la protagonista femenina, el aria Ah, je ris de me voir si belle en ce miroir (¡Ah, me río de verme tan bella en el espejo!), también conocida como el Aria de las joyas o el Aria del espejo, en el que, al probarse unas joyas, contempla su imagen en un espejo y el compositor nos muestra sus sentimientos.
El enlace nos presenta este Aria del espejo interpretada por la soprano finlandesa Soile Isokoski en una producción de la Opera Nacional de París representada en 2001.
Aunque la grabación comienza con la canción Il était un Roi de Thulé (Érase una vez un rey de Thule), es a partir del minuto 3'30'' cuando comienza el enlace a esta pieza.


El espejo es símbolo de la representación de la realidad, puesto que su reflejo es fiel solo aparentemente, en el sentido en que la imagen es idéntica pero invertida. A partir de esta propiedad surgen determinados símbolos tales como que suponen una especie de revés de la vida o, en algunos pueblos y culturas antiguos en que representaban el alma o el espíritu de los representados o sus sombras. Así, determinados pueblos creían que el alma reside en la imagen reflejada, ya sea en la superficie del agua o un espejo, o que este reflejo es una suerte de desdoblamiento de la personalidad, en unas ocasiones positiva, en otras, con un matiz trágico.
Muchos son los relatos que conocemos que provienen de las tradiciones populares en los que los espejos tienen un papel determinante en la alteración de la vida de los personajes. Quién no recuerda, por ejemplo, el espejo de la madrastra de Blancanieves y su función dentro del desarrollo del cuento.

René Magritte, La reproducción prohibida (retrato de Edward James, 1937) Museo Boymans van Beuningen (Rotterdam)
En una mezcla de algunos de estos significados de los espejos, mezclados con la más tierna inocencia, nos acercamos a un cuento escrito a modo de relato tradicional.
Juan Valera conoció muchos países y culturas gracias a su intensa labor como diplomático y político, dedicando gran parte de su trabajo a la creación literaria con novelas como Pepita Jiménez o Juanita la Larga, en los que realiza un complejo estudio de la personalidad femenina, además de una extensa colección de relatos y diversos estudios sobre literatura. Valera se sintió al margen de las corrientes literarias de su tiempo y escribió sobre la historia de la literatura y los clásicos griegos y latinos. Unido a su prodigiosa memoria y el dominio de las lenguas europeas más importantes, Valera cultivó la crítica literaria, la historia, la poesía y el ensayo, siendo considerado uno de los personajes más ameno y culto del siglo XIX.
Prueba de su facultad para la escritura son los numerosos relatos en los que se adentró en la descripción del carácter humano o el conocimiento de otras culturas, como el breve relato El espejo de Matsuyama (1887), que puede servirnos como representación de esos relatos que se enmarcan dentro de las tradiciones populares.


El espejo nos permite la construcción de nuestro propio yo en el sentido en que nos remite a la certeza de nuestro propio ser, aunque con el riesgo de que nos quedemos con la mera apariencia de lo que observamos, o no queramos llegar más allá de lo que vemos. Entablar un diálogo entre lo que vemos y lo que somos nos acerca a la realidad que nos refleja, a su modo, el espejo.

Diego Velázquez. La meninas (1656) Museo del Prado
Jules Massenet, autor de una treintena de óperas entre las que destacan Manon, Werther o Don Quichotte, compuso su obra Thaïs con libreto de Louis Gallet a partir de la novela homónima de Anatole France, inspirada a su vez en el personaje histórico que da nombre a la obra, una cortesana de Alejandría que vivió en el siglo IV que acabó abrazando el catolicismo y murió en un convento, alcanzando la santidad.
Anatole France construyó una novela de tintes filosóficos en que modificó la historia real introduciendo a un asceta de un cenobio que se propone la salvación de la cortesana quien, al lograr que ella alcance la fe, sucumbirá a sus encantos a costa de renunciar a sus principios.
Este argumento fue tratado por Massenet de forma irregular alternando momentos de gran inspiración, entre los que destaca una pieza que ha destacado de esta obra, alcanzando vida propia en recitales y conciertos, conocida como la Meditación de Thaïs, el clímax de la obra, una pieza instrumental en la que el violín da voz a los pensamientos de la protagonista. La obra fue compuesta para que la cantara la joven soprano Sybil Sanderson y se estrenó en 1894.
El fragmento que nos acompaña es el aria Dis-moi que je suis belle (Dime que soy bella) en que la protagonista entabla un diálogo con el espejo y le plantea la cuestión sobre si seguirá siendo bella con el paso del tiempo, una cuestión en la que, como es lógico, es ella misma quien tiene la respuesta.

Nos acompaña la soprano norteamericana Renée Fleming en la interpretación de esta pieza denominada también Aria del espejo Dis-moi que je suis belle de Thaïs de Jules Massenet en una producción del Metropolitan Opera House de Nueva York dirigida en 2011 por el desaparecido Jesús López Cobos.


El uso constante del espejo en nuestras vidas, especialmente en el cuarto de aseo, nos lleva a una circunstancia que podríamos denominar «la domesticación del espejo», en la que nos olvidamos del paso del tiempo. Cada vez que nos asomamos al espejo vemos la misma imagen, la del día anterior, en la que no hay diferencias con el presente. Al encontrar a un ser conocido al que hace tiempo que no vemos, observamos de forma inmediata el paso del tiempo transcurrido, mientras la imagen que recibimos de nosotros es idéntica a la última observada.
Sólo en contados momentos y en circunstancias especiales -un acontecimiento determinado, después de una enfermedad, algún suceso con un familiar o conocido u otra circunstancia concreta- apreciamos y sentimos ese cambio que se ha producido en nosotros.

Johannes Gumpp. Autorretrato (1646), única obra conocida del autor. Galería Uffizi (Florencia)
Novelista y autora de relatos, pero sobre todo poeta, Sylvia Plath es una de las grandes escritoras norteamericanas, pese a que nos dejara con apenas treinta años, víctima de una constante depresión.
En su tesis doctoral ya había indagado sobre los espejos a través del concepto del doble, un tema que volvería a desarrollar en su novela más conocida, La campana de cristal.
Escrito en 1961, dos años antes de su suicidio, Espejo es un poema en el que Plath invierte los términos, puesto que es el espejo el que reflexiona sobre la persona. Incluido en Poesía completa, el espejo es quien describe su existencia mientras su dueña va envejeciendo con el paso del tiempo, sin realizar juicios de valor, simplemente, como buen espejo, reflejando lo que observa sin ningún cambio ni alteración.
La soledad de mirar la habitación vacía sólo se ve alterada por la presencia ocasional de una mujer que lo mira mientras trata de conocer quien es ella al mirar su reflejo y notar cómo va transcurriendo el paso del tiempo junto con la marcha de sus sueños y anhelos, mientras envejecen su cuerpo y sus ilusiones. 


En el juego de imágenes y reflejos que nos proponen los espejos lo más frecuente es aceptar las cosas tal como las vemos y sabemos que son, sin caer en engaños ni espejismos, ni especular con la realidad. Estas palabras que derivan de espejo muestran el lado más oscuro del objeto, ese lugar en el que nos perdemos si no la aceptamos y sacamos la realidad de su lugar.

Pablo Ruiz Picasso, Mujer ante el espejo (1932). MoMA, Nueva York
Uno de los compositores fundamentales de la primera mitad del siglo XX es Richard Strauss a quien debemos óperas como Salomé, Eleckra, Ariadne en Naxos, Der Rosenkavalier o La mujer sin sombra, además del desarrollo del poema sinfónico.
Es con Der Rosenkavalier (El caballero de la rosa), una ópera mozartiana en muchos sentidos, con la que nos despedimos.
Sin entrar en detalles argumentales y, aunque no siempre se utiliza un espejo en escena, nos acercamos a esta reflexión sobre el paso del tiempo que realiza una de sus protagonistas, la inolvidable Mariscala. Sin dejarse llevar por especulaciones sobre lo que se ve reflejado en el cristal, se deja llevar por la pregunta «¿Cómo ha podido suceder?» en la que ve cómo el transcurrir del tiempo la lleva a dar un paso atrás y no dejarse engañar por el reflejo que ve en el espejo en ese preciso instante.


Salvador Dalí. Dalí de espaldas pintando a Gala de espaldas eternizada por seis córneas virtuales provisionalmente reflejadas en seis verdaderos espejos (1973) Museo Dalí

Cheryl Barker interpreta el papel de La Mariscala en esta grabación de El caballero de la Rosa registrada en la Opera de Sydney en 2010 con The Asustralian Opera dirigida por Andrew Litton.

En otra ocasión trataremos de uno de los escritores que más se han acercado y utilizado los símbolos que nos ofrecen los espejos, Jorge Luis Borges.

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Bibliografía y webgrafía consultadas:

2 comentarios:

  1. Muy interesante el blog, seguiré de cerca nuevas publicaciones.
    Un saludo desde :
    https://antiguedadesmundo.blogspot.com/?m=1

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  2. Muchas gracias, J. Confío en que te gusten las publicaciones.
    Un abrazo :-)

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