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Puentes que nos unen

"We build too many walls and not enough bridges".
"Construimos demasiados muros y no suficientes puentes".
Isaac Newton

Ante un curso de agua que nos impide el paso, construimos un puente para atraversarlo. Así, erigir puentes ha sido desde la antigüedad una forma de unir espacios buscando la conexión entre lugares que estaban separados por corrientes que dificultaban el tránsito, ayudando a la conexión entre estos espacios y facilitando la confluencia de pueblos, culturas y civilizaciones. 
En la actualidad, los puentes se han hecho tan habituales y cotidianos donde se necesitan que se han convertido en elementos que pasan desapercibidos, volviéndose casi invisibles a nuestras miradas. Cruzar un puente caminando, en cualquier vehículo o circular bajo él se ha convertido en una costumbre que realizamos de forma rutinaria allí donde los hay y a la que no le prestamos atención. 
Sentir el paso que estamos realizando cuando cruzamos uno de estos puentes, contemplar el paisaje fluvial o marítimo natural o humanizado, rememorar o imaginar la historia pasada, evocar las músicas y las páginas que se han escrito sobre él o su arquitectura, pensar en una época en que no existía y separaba las zonas ahora adyacentes, o detener nuestro conocimiento o imaginación en los que había antes que este, son reflexiones que nos pueden ayudar a visibilizar esa sensación de inexistencia en nuestra mente.
Te propongo un paseo por algunos puentes y sus evocaciones desde libros y músicas, sabiendo que no están todos los que son, pero que representan a cuantos existen. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!



Durante muchos años, casi podríamos decir que siglos, algunos ríos han servido como elemento de separación entre territorios colindantes, de tal forma que han llegado a surgir culturas e incluso civilizaciones distintas a uno y otro lado de ríos caudalosos y difícilmente vadeables.
Hubo momentos en que el agua de los ríos sirvió como muralla o frontera que separaba y aislaba a unas personas de otras. En Nuestra Señora de París, Víctor Hugo desarrolla una extensa novela por la que transitan personajes que se arremolinan alrededor de la catedral parisina. Antes de centrarse en el cruce argumental donde confluyen las historias de Quasimodo, Esmeralda o Frollo, Hugo se interesa por mostrarnos cómo surgió y cómo era la originaria ciudad parisina cuyo núcleo primigenio surgió en una de las más conocidas islas fluviales de la historia: L'ile de la Cité. Allí, rodeada de la corriente del Sena, que ejercía a la vez de muralla y foso, y de sus primeros puentes, surgió esa enorme metrópolis conocida y admirada por todos.



Cuna de la civilización occidental, capital de un imperio que unió a todo el Mediterráneo bajo su organización, a la que dotó de una cultura que aún persiste en la legislación, los idiomas o las artes, Roma posee un río que se presenta sinuoso en su geografía urbana.
En Tosca, Giacomo Puccini hace que el tercer acto tenga un escenario singular, el Castel Sant'Angelo, ese edificio circular que sirvió de tumba entre otros de un emperador bético, Adriano. Allí, en la orilla del Tíber, sobre la explanada del fortín, se desarrolla este último acto de la ópera. Antes de que culmine la trágica historia de Floria Tosca y Mario Cavaradosi, preludiando el drama, Puccini nos deja un momento de paz antes del amanecer.
Por los alrededores del Castel Sant'Angelo un pequeño pastor, un niño, camina con sus ovejas buscando con la luz del día un lugar donde apacentar su rebaño.
El río con el puente que surge frente a la entrada de la fortaleza se nos muestra lírico y bucólico, inocente y tierno antes del desarrollo trágico y agónico. Casi como la vida.




El enlace corresponde a una producción de Tosca para el Festival de Bergenz de 2007 con Katia Velletaz en el papel del joven pastor interpretando Io de sopiri te ne rimanno tanti (Te mando tantos suspiros).


Poco conocido fuera de su ámbito geográfico, el Drina es un río cargado de historia, uno de esos elementos geográficos que se erigen en protagonistas del devenir de las civilizaciones.
Ivo Andric fue un diplomático y, sobre todo, escritor nacido en Dolac, en Bosnia, aunque de origen croata. Tras se encarcelado -sin pruebas concretas- como cómplice del atentado que originó la I Guerra Mundial, estudió historia y literatura eslava al salir de prisión, trabajó como diplomático yugoslavo en Alemania hasta la invasión nazi de su país y pasó la II Guerra Mundial bajo arresto domiciliario. Allí escribió su novela más conocida, Na Drini cuprija (Un puente sobre el Drina), una obra que sirve de metáfora de la convivencia y la lucha entre culturas y civilizaciones en la zona de los Balcanes y que, fundamentalmente, fue la que hizo que recibiera el Premio Nobel de Literatura en 1961. 
Puente sobre el Drina. A partir de una imagen de Internet
Un puente sobre el Drina es una novela que recoge el encuentro entre Europa y el Imperio Otomano, la muestra de que varias civilizaciones que se agreden pueden acabar por adaptarse, compenetrarse y enriquecerse de modo casi inadvertido, en la que las historias personales se convierten en historias universales. El puente sirve de nexo de unión y diferencias, un camino en el que las armas chocan y agreden, pero que los vecinos y enemigos acaban aceptándose en el transcurrir de los años y las generaciones.
En definitiva, se trata de un relato interesante al que volveremos en otra ocasión con mayor profundidad para tratar y conocer las relaciones entre culturas, civilizaciones y religiones que se cruzan, se mueven y conviven en el mismo espacio geográfico.




De la ópera pasamos a la zarzuela, aunque sigamos en Italia, aunque en esta ocasión sea en imaginaria localidad de Sorrentinos, en las inmediaciones de Nápoles.
Allí sitúan su zarzuela La Canción del olvido José Serrano y sus libretistas Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, una obra que tuvo un gran éxito en su estreno en el Teatro Lírico de Valencia en 1916 y que se repitió dos años después en el Teatro de la Zarzuela de Madrid.
Al comienzo de la obra, Leonello interpreta Junto al puente de la peña, una romanza para barítono que se ha convertido con el tiempo en una de las piezas reconocibles del repertorio de zarzuela.
En el enlace que nos acompaña, el tenor Plácido Domingo, en su proceso de reconversión con su voz más grave y oscura, interpreta Junto al puente de la peña con la dirección orquestal del desaparecido Jesús López Cobos para la televisión de Perú.
En esta ocasión el puente se nos presenta, en un nuevo papel como lugar de encuentro amoroso, sean cuales sean las intenciones.



Pocos puentes alcanzan el favor y el reconocimiento popular como el que cruza el Moldava en Praga desde la Ciudad Vieja a Mala Strana, el Puente de Carlos.
Flanqueado por estatuas de piedra, este puente permanece siempre inundado de transeúntes, vendedores de recuerdos, músicos, casi como lo estaba en sus inicios.
En su exuberante fresco Praga mágica, el italiano Angelo Maria Ripellino, uno de los más destacados especialistas en literatura checa y rusa del siglo XX, nos presenta una mirada que abarca todo lo que se puede conocer de la capital de la República Checa. Ripellino parte de leyendas, canciones y poemas, anales y revistas, cuentos locales y de viajeros, para construir un fresco monumental y palpitante, que muestra la importancia de la capital checa, la imbricación de las tres culturas que la conformaron, bohemia, judía y alemana y su importancia dentro de la cultura europea.
No puede quedar fuera de esta cosmovisión praguense la mirada al más popular de sus puentes: El Puente de Carlos.



Si la mirada a la ciudad nos viene de uno de sus admiradores procedentes del exterior, la mirada a la arteria que recorre el país, su río más emblemático, el Moldava, procede de uno de sus compositores más admirado, Bedrich Smetana, considerado como el fundador de la música nacionalista checa, una generación mayor que el más famoso de sus compositores, Antonin Dvorak.
Natural de una pequeña localidad de Bohemia que durante su vida perteneció al imperio austríaco, Smetana comenzó a estudiar música con su padre, descubriendo un gran talento para el piano y  decidió dedicar su vida profesional a la música tras oír tocar a Liszt. Tras aprender checo en edad adulta, recaló en la ciudad sueca de Göteborg donde estuvo impartiendo clases, componiendo y dirigiendo hasta el fallecimiento de su esposa por tuberculosis.
Praga y el Puente de Carlos

A su regreso a Praga dedicó su trabajo a la composición dentro de un ferviente nacionalismo. Así surgieron óperas como La novia vendida y, de modo especial, su ciclo de poemas sinfónicos Má vlast (Mi patria), un conjunto de seis piezas que describen, reflejan, señalan y evocan a su país.
En el segundo de estos poemas, Vltava (El Moldava) realiza un recorrido no sólo por el paisaje y la geografía, sino también por la historia y las costumbres de sus orillas. En una obra con un sentido programático, Smetana comienza describiéndonos una de las fuentes en las que nace el río con rápidas melodías de las flautas acompañadas por violines y el arpa. La segunda fuente se presenta con los clarinetes. La música se tranquiliza cuando presenta la melodía principal, un tema majestuoso y lírico que evoca el transitar de las aguas del río por las campiñas de Bohemia, se entretiene en mostrarnos una boda campesina en sus riveras con sus melodías populares, o una escena de caza antes de hacer su entrada imponente y sublime en la capital checa, donde recuerda el tema del primero de los poemas sinfónicos al pasar por la fortaleza de Vysehrad. Más adelante, Smetana nos muestra unas pequeñas cascadas, los Rápidos de San Juan o una evocadora escena nocturna bajo la luna antes de precipitarse a un final apoteósico.


El más imponente de los ríos europeo, el Danubio, tuvo su primer conocimiento desde lo local, desde cada uno de los lugares y culturas que surgieron a su alrededor y vivieron junto y desde él. Ovidio lo llamaba "bisnominis", el río de los dos nombres por esta razón.
Este río, que surge desde varias pequeñas fuentes que han servido para que quienes vivan junto a ellas hayan luchado por poseer el origen de esta arteria europea, atraviesa, separa o une, vertebra y crea una entidad centro europea y de la Europa oriental que recorre más civilizaciones y culturas que ningún otro río del mundo.
L'ile de la Cité en el Sena
En su libro El Danubio, Claudio Magris realiza un recorrido por la geografía, ciudades, escritores, compositores, cafés, pescadores o monumentos que surgen del recorrido físico y la evocación que se realizan de este imponente río. La configuración de la Mitteleuropa, esa constelación de ideas geográficas, culturales y políticas que conforman la Europa Central pasan por el recorrido que Magris realiza desde las fuentes hasta la desembocadura del río.
Así, el Danubio se configura como una arteria repleta de puentes antiguos y nuevos, imponentes y modestos, pero el mismo río se erige como un puente en sí mismo, un vehículo que sirve de nexo de unión entre ideas, civilizaciones, culturas y pueblos.



Nuestra última mirada hacia los puentes nos acerca a Florencia y uno de los que cruza el Arno, el Puente Vecchio (El Puente Viejo), uno de los más originales de la ciudad y del mundo. Plagado de pequeñas edificaciones que en la actualidad sirven como comercios al turismo, su primera vocación no era esa, sino tender un camino discreto para que la familia Medicci pudiera transitar entre la sede del gobierno en el Palazzo Vecchio y su residencia en el barrio de Oltrarno, al otro lado del Arno como indica su denominación, el Palazzo Pitti.
Ponte Vecchio sobre el Arno visto desde el Palazzo degli Ufizi
La música que nos sirve de despedida a este homenaje a los puentes surge, no desde uno de ellos, sino desde una pequeña habitación donde una joven está intentando convencer a su padre de su relación amorosa. 
Gianni Schicchi, otra vez Puccini, se basa en una mención que Dante realiza sobre este personaje colocándolo en el infierno por haber suplantado a un fallecido para dictar un nuevo testamento más beneficioso a sus herederos del que él mismo sacará rédito. Junto con Il tabarro (El tabardo) y Suor Angelica, esta obra cómica forma un conjunto de óperas de corta duración, Il Trittico (El Tríptico), basadas en cada una de las partes de La Divina Comedia que suelen representarse juntas.
En la acción, que transcurre en 1299 cuando aún era un puente de piedra, Lauretta canta es aria O mio babbino caro (Mi querido papaíto) para intentar convencer a su padre Gianni Schicchi para que acepte a Rinuccio como su esposo. El despliegue de razones, halagos y chantaje dan a esta pieza un estilo único en que se mezcla el tono ardiente con el guiño cariñoso y la falsa amenaza de arrojarse a las aguas del Arno si no marcha adelante su amor.
Montserrat Caballé interpreta este aria de Gianni Schicchi de Puccini en uno concierto celebrado en Munich en 1990.



Cuando veas un puente, no dejes de pararte junto a él, acercarte hasta su centro, detenerte y evocar cuánto hay de historia, de música, literatura, ingeniería o arquitectura en ese concreto y en todos y cada uno de los que existen.

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Bibliografía consultadas:

Año Nuevo, Viena y el Danubio (azul)

El concierto anual más famoso y con mayor audiencia del mundo es, sin lugar a dudas, Das Neujahrskonzert der Wiener Philharmoniker (El Concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena), un concierto que se celebra el 1 de enero de cada año en la capital austriaca.
Te propongo un acercamiento al Concierto de Año Nuevo que se interpreta cada uno de enero en Viena, con textos de Stefan Zweig y Claudio Magris y el vals más conocido de cuantos existen: El Danubio azul de Johann Strauss. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!



Viena ha desarrollado durante siglos su espíritu musical con la presencia de grandes compositores e intérpretes, haciendo de este arte una de las grandes manifestaciones de su cultura.
En El mundo de ayer: Memorias de un europeo, Stefan Zweig, el gran escritor austriaco, un humanista y europeísta convencido y convincente, realiza una recorrido por la cultura y la ciudad en los años anteriores, durante y posteriores a la que se llamó la Gran Guerra.
En el texto siguiente Zweig presenta un reflejo de la Viena de los primeros años del pasado siglo y su gusto por la cultura y la música.

Con más de setenta años de continuidad, el Concierto de Año Nuevo congrega a más de 1.000 millones de personas de más de sesenta países unidos por la ligera música vienesa.
Se trata de un concierto que une lo más tradicional de este tipo de eventos, lo que hace que sepamos con anticipación qué va a sonar y cómo se va a desarrollar. Así, también podremos apreciar las sutiles diferencias y cambios que se desarrollan en cada celebración. 
Un concierto es un ritual que sigue siempre unos pasos fijados: La entrada de la orquesta, su afinación, la entrada y recibimiento que se realiza al director, los saludos protocolarios tras cada interpretación y los aplausos y agradecimientos entre público e intérpretes al finalizar. 
En este caso, el Concierto de Año Nuevo tiene unas claves particulares:  
-Un escenario único, la Goldener Saal (Sala Dorada) de la Musikverein de Viena, un salón que habitualmente es de baile y se cubre de asientos para determinadas ocasiones como esta. 
-Un programa que se basa casi exclusivamente en música de la familia Strauss, especialmente en Johann hijo, aunque con alguna participación de su padre y sus hermanos Joseph Eduard.
-Una orquesta muy tradicional y de una calidad enorme en la que ya comienzan a aparecer (¡por fin!) intérpretes femeninas.
-Unos directores mundialmente reconocidos, que van cambiando cada año y que aportan, desde esta tradición, algunas innovaciones o introducen alguna pieza diferente en el repertorio como homenaje a algún compositor. Por este concierto han pasado directores como Lorin Maazel, Karaja,, Claudio Abbado, Carlos Kleiber, Zubin Mehta, Riccardo Muti, Nikolaus Harnoncourt, Seiji Ozawa, Daniel Barenboim o Gustavo Dudamel
-El prestigio del Concierto de Año Nuevo se fue consolidando durante los años en que Willi Boskovsky lo dirigió entre 1955 y 1977 y durante los que instauró a partir de 1958 la costumbre de finalizarlo con los dos bises de rigor: El vals El Danubio Azul y la Marcha Radetzky. Como solía decir el añorado José Luís Pérez de Arteaga en sus retransmisiones para Radio Clásica de Radio Nacional y Televisión Española una vez finalizado el concierto, "hasta el último esquimal de las proximidades del Polo Norte o el más perdido de los pigmeos africanos saben que, aunque no estén en el programa, aún quedan dos piezas por interpretarse."
-Este Concierto de Año Nuevo de 2019 estará dirigido por Christian Thielemann, director entre otros de una de las orquestas más antiguas y prestigiosas del mundo, la Staatskapelle de Dresde, del Osterfestspiel (Festival de Pascua) de Salzburgo y del Festival de Bayreuth en que cada año se representan las obras de Wagner desde la ciudad bávara.



El más conocido de todos los valses, El Danubio Azul, tiene un lugar preeminente en esta convocatoria anual, pese a no aparecer nunca en el programa del concierto.
En el enlace podemos disfrutar de la interpretación que se llevó a cabo en el concierto correspondiente al año 2014 con la dirección de Daniel Barenboim. Habitualmente la televisión austriaca, que transmite el concierto a todo el mundo, aprovecha para hacer un recorrido visual por la orquesta, la sala de conciertos y muestra una coreografía por distintos emplazamientos de la capital austriaca. Como es lógico, estos bailes suelen estar grabados previamente y las imágenes se intercalan con la interpretación en directo, lo que hace que la sincronización de los ensayos, el baile y el directo sean fundamentales. En esta ocasión se funden en uno sólo de forma espectacular al final de la interpretación.



Claudio Magris, galardonado con el premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2004, el Premio Erasmus en 2001 o el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes en 2009, es un prestigioso intelectual, ensayista, traductor y germanista. Nacido en Trieste en 1939 ha publicado obras narrativas como Conjeturas sobre un sable, El Danubio, Otro mar, Microcosmos o A ciegas; ensayos recogidos en Utopía y desencanto, El infinito viajar, La historia no ha terminado, La literatura es mi venganza (en colaboración con Vargas Llosa) o Alfabetos.
En El Danubio, Magris funde en una publicación la historia cultural, el libro de viajes, el diario, el ensayo y la autobiografía realizando un recorrido por el gran río europeo en un viaje en el tiempo y el espacio que recorre desde sus fuentes hasta su desembocadura en el Mar Negro. El libro se convierte así en una suerte de mosaico que atraviesa Alemania, Austria, Hungría, la antigua Checoslovaquia, Yugoslavia (fue publicado en 1986 antes de la separación de estos países), Rumanía y Bulgaria en una mirada que se fija en la civilización danubiana.
En su capítulo dedicado a Viena, titulado Café Central, nos acerca en su mirada atenta al más famoso de los valses de Strauss.



Pero este blog aporta en cada publicación un texto literario y música vocal. Quizás alguno de los lectores se pregunte dónde está la música cantada en esta ocasión.
Johann Strauss hijo recibió el encargo de componer un vals para un coro de voces masculinas, el Wiener Männergesang-Verein, uno de cuyos componentes, el poeta aficionado y comisario de policía Josef Weyl, se encargaría de proporcionar la letra, no sin ciertas reticencias por otros componentes de la agrupación. El nombre del vals, An der schönen blauen Donau (A la orilla del bello Danubio azul) fue tomado por Weyl de un verso del poeta Karl Isidor BeckEn su estreno el 15 de febrero de 1867, el vals se interpretó con una letra que se acercaba más a la parodia de la actualidad que a lo poético. Más adelante, en 1889, se adaptó la letra a un tono más lírico y acorde con la composición, aunque finalmente se impuso la versión instrumental.



Un segundo estreno se llevó a cabo con bastante éxito en la Exposición Universal de París de ese mismo año con la versión instrumental y poco después en Londres con igual resultado. La versión se puso de moda llegando a ser la primera obra a la que se denominó con el término Schlager, equivalente a canción de moda, un término más habitual en estos tiempos.
En 1972 Strauss viajó a Estados Unidos donde lo estrenó en Boston ante cien mil espectadores dirigiendo a veinte mil coristas y casi mil cien músicos, de los cuales seiscientos eran violinistas, con veinte directores auxiliares que se hallaban bajo la plataforma en que él se encontraba. Según palabras del propio compositor, comenzó un "endiablado guirigay en el que intenté por todos los medios que todos terminásemos al mismo tiempo." Afortunadamente pudo conseguirlo.
El siguiente enlace muestra la interpretación de An der schönen blauen Donau para piano y coro masculino en la interpretación de la misma agrupación que lo estrenó en 1867, el Wiener Männgergesang-Verein, un coro que se fundó en 1843 y que siguiendo la tradición, continúan casi con toda seguridad descendientes de los primeros miembros. El piano está interpretado por Kioko Yoshizawa y la dirección corresponde al titular de la agrupación Antal Barnás. El texto no es el que se estrenó, sino la versión de 1889 de Franz von Gernerth. y se canta en la Goldener Saal de la Musikverein de Viena.


La cita de Magris a la película 2001, una odisea espacial de Stanley Kubrick remite a una de las apariciones más conocidas de vals en el mundo cinematográfico. Las notas de Strauss acompañan a la nave entre La Tierra y la Luna con la gracilidad del movimiento espacial, como si se tratara de un referencia a la música o armonía de las esferas, la teoría pitagórica sobre el movimiento de los cuerpos celestes.



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Budapest, la perla del Danubio

Budapest es una ciudad que se presta al recuerdo, a la degustación de lo visto y vivido. 
En este nuevo capítulo de Viaje de Otoño te propongo acercarte, desde la curiosidad por la ciudad desconocida o desde el recuerdo de lo visitado, a una de las ciudades más fascinantes de Europa Central. Nos acompañan textos de Claudio Magris y música de Béla Bartók y Johann Strauss hijo.


Hablar de Claudio Magris es hacerlo de uno de los intelectuales europeos que influyen con su obra desde finales del pasado siglo. Catedrático de literatura en lengua alemana en la universidad de Trieste, su tierra natal, es un prestigioso germanista, traductor o simplemente interesado por la obra de autores como Ibsen, Joseph Roth, Musil, E.T.A. Hoffmann, Hermann Hess o Borges, además de autor de un gran número de ensayos y obras narrativas. Una de sus temáticas es la necesidad de una unión europea, una obsesión sobre la que sobrevuela su pensamiento en muchas de sus obras. El sueño de la Mitteleuropa, la Europa Central, como unificación y unicidad en lo cultural y político, en una búsqueda de la memoria del continente, la creación de un espacio que trascienda lo geopolítico y en el que en su gestación y desarrollo han participado lo germano y lo judío como elementos esenciales: "La cultura alemana, y con ella la judía, ha sido un elemento de unidad y de civilización en la Europa centro-oriental". Obras como El Danubio, Otro mar, Conjeturas sobre un sable, Microcosmos, Utopía y desencanto, A ciegas o La exposición forman parte de su obra literaria. 
Su obra El Danubio abunda en la temática de ahondar en la memoria de Europa a través de un relato que aborda un viaje que transcurre entre lo externo y lo interno, a través de los más de tres mil kilómetros que recorre el gran río europeo a lo largo de su curso, en un viaje que profundiza entre la memoria y el sueño de la creación de un espacio europeo. Según sus palabras: "La cultura europea es como el Danubio, que atraviesa fronteras nacionales, humanas y psicológicas. Es el símbolo de estas diferencias, pero también del rescate de su unidad. El viaje es una posibilidad de salvar esas fronteras, igual que las salva el río, preservando siempre la diversidad".



Este recorrido deviene entre registros variados y elementos de distinto calado, desde simples anécdotas hasta episodios de mayor trascendencia. El río surge con mayor importancia que lo simplemente geográfico: es el símbolo de un sueño de convivencia plural frente al particularismo y el enrocamiento de los nacionalismos.
Como el mismo río Danubio, la parte  central del libro está dedicada a la Panonia, esa antigua región romana que coincide con la cuenca danubiana de gran parte de Hungría y Croacia, Serbia, Eslovenia, Eslovaquia y Austria. En la sección dedicada a Panonia, Magris nos recorre la parte húngara del río en unas observaciones que lo llevan a profundizar en el alma de la capital magiar.


La música en Hungría es tradición, espectacularidad y modernidad. El gran héroe musical, la gran figura histórica de la música en Hungría es Franz Liszt, acaso el pianista más grande que haya dado la historia como intérprete y como compositor. Su figura se paseó por toda Europa, influyendo en todos los grandes compositores e intérpretes del continente. Tenía fama de poder leer cualquier partitura, por muy difícil que fuera, a primera vista. Técnicamente era de una destreza inigualable y su obra va desde las composiciones de autoría propia hasta las adaptaciones que realizaba de obras de otros compositores. Es el caso de Las Paráfrasis y Les Réminiscences, obras en las que traduce al piano temas de distintas óperas, pero en las que no se limita a la simple transcripción, sino que ahonda y avanza en la caracterización de la obra, sus personajes y la historia.
Además, hay autores que han trabajado desde esta tradición y la música popular para crear obras que se encuentran entre las más asombrosas composiciones del siglo. 
Béla Bartók se inició en la música desde su infancia. Tras completar sus estudios musicales, inició una carrera compositiva y como intérprete de piano con algunos éxitos, pero se prometió dedicarse a la investigación folclórica junto con Zoltan Kodály, llegando a completar el estudio de la música popular húngara. Su única ópera es El castillo de Barba Azul, una original obra que oscila entre el misterio y la vanguardia en la que logró unir la tradición junto al impresionismo y al expresionismo. Basada en un cuento de Perrault, el libreto fue obra de Béla Balázs, un poeta, dramaturgo y guionista del naciente cine.
La historia, con poca acción y sólo dos personajes, está más cerca de lo metafísico y lo profundo que de lo convencional. No hay números cerrados como arias o dúos. Judit acaba de casarse con Barba Azul y le pide explicaciones sobre qué hay tras cada una de las siete puertas de su tenebroso castillo. La escalofriante historia muestra cómo va descubriendo, tras cada puerta, el sangriento pasado de su esposo. 


La historia sirvió a Bártok para componer un mosaico sobrecogedor cargado de metáforas: en un universo simbolista, mientras Judit va conociendo qué se esconde en cada una de las estancias, el público se adentra con ella en un mundo de dolor, un palacio sin salida, reflejo de la huella que deja el crimen y que, tras cada promesa de redención, exige no hacer nuevas preguntas. Después de la sexta puerta se vislumbra un lago formado con las lágrimas que el esposo ha hecho derramar a lo largo de su vida. Aquí le plantea a Judit si ve necesario, con halagos y abrazos, la posibilidad de que ella no abra la última puerta, entre las dudas y arrepentimientos de los dos personajes. Tras la séptima puerta se revelan las tres esposas anteriores de Barba Azul, como fantasmas condenados al silencio y la resignación. "Tras el de la mañana, el del mediodía y el del crepúsculo, tú serás el de la noche -le dice a Judit-. Ahora no habrá más que sombra, la sombra para siempre".
El enlace nos presenta el comienzo de la ópera con el barítono Kolo Kováts como Barba Azul y la mezzosoprano Syilvia Sass como Judith con sir George Solti dirigiendo a la London Philarmonic Orchestra.


Uniendo las ciudades de Óbuda, la más antigua, Buda, la ciudad oficial, la de la corte de los reyes magiares, con Pest, la comercial, la ciudad de la burguesía y el pueblo, en el siglo XIX toma entidad la nueva Budapest, una de las ciudades más hermosas de cuantas bordean las orillas del gran río europeo.
La ciudad floreció en los primeros años del siglo XX con una inquietud cultural que se planteaba qué relación existía entre lo esencial y la forma, entre el funcionamiento de las cosas tal como son y la autenticidad de como deben ser. Coincidiendo con el milenio húngaro, en 1896, la creación artística lleva al extremo la espectacularidad de sus monumentos, la creación del metro subterráneo (el segundo más antiguo del mundo tras el de Londres), los compositores hacen avanzar la música hasta colocarla entre la vanguardia europea.



Heredera de estos años es la visión que Budapest nos ofrece hoy. Badavári palota (El Palacio Real), con Várnegyed (El barrio del Castillo), el Mátyá Templom (la Iglesia de Matías, que no de San Matías) o ese impresionante balcón panorámico hacia el Danubio y Pest, el Halásbástya (el Bastión de los Pescadores) marcan el impresionante señorío de la corte húngara. 
Unida por sus monumentales puentes, al otro lado del río, Pest modificó su aspecto para surgir como la vemos en la actualidad con sus amplias avenidas y elegantes edificios, una mezcla de exuberancia y gigantismo, una mezcolanza entre el floreciente capital húngaro y el imperialismo proveniente de Viena. Se diría un eclecticismo historicista con el que la burguesía quisiera aparentar y ostentar un estilo propio húngaro.
Aquí deslumbra el edificio de Országház (El Parlamento), un espectacular monumento neogótico, casi catedralicio; Nagykörút (Gran Bulevar), con sus avenidas repletas de actividad; Andrássy út (Avenida Andrassy), la más elegante de las avenidas de la ciudad, en la que se cobija la fastuosa Magyar Állami Operaház (Ópera Nacional), un edificio espectacular por fuera y por dentro; el Vásárcsarnok (Mercado Central), impresionante edificio de varias plantas cubierto con una amplia nave de bóveda metálica; hasta la popular Hösök tere (Plaza de los Héroes).
Una deliciosa película de Ernest Lubischt de 1940, The shop around the corner, difundida en España como El bazar de las sorpresas, nos permite entrever ese ambiente de las primeras décadas del siglo. 
También abunda la tradición centroeuropea de los cafés, con algunos anodinos edificios que esconden su acogedora monumentalidad tras fachadas insospechadas, como el Café New York



Pero la música de Budapest y de Hungría en general, bebe mucho de lo popular. Sus aires, estilos y bailes han pasado a formar parte de la algunas composiciones clásicas. Originaria de los verbunkos en el siglo XVIII, ha sido popularizada por agrupaciones romanís por toda la zona circundante, llegando a ser popular en los países limítrofes.
La más popular de las danzas húngaras, las czardas se componen de dos tiempos bien diferenciados, comenzando de manera tranquila y parsimoniosa (lassú) para terminar con un tiempo muy rápido y animado (friss).
Interior de la impresionante Ópera de Budapest


En el último guiño a Budapest podemos ver una interpretación de las Czardas de Die Fledermaus (El Murciélago), una deliciosa opereta de Johann Strauss hijo, en la que se recoge el ambiente musical de finales del XIX y comienzos del XX en pleno apogeo de la dinastía de los Habsburgo cuando el imperio Austro-Húngaro formaba una de las grandes potencias europeas. La unión de este ambiente mezclado de burguesía, nobleza, militares, en un decorado de lujo, fiestas y engaños, y en la que cada personaje está interpretando un papel en la fiesta distinto al suyo, hace que esta opereta aún se represente en la época previa al fin de año en los países germánicos. En esta pieza, Rosalinde evoca con su czarda el recuerdo de su Hungría natal.




Interpreta esta Czarda Kiri Te Kanawa en una producción grabada en el Royal Opera House del Covent Garden de Londres en 1984 con la dirección de Plácido Domingo.


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