Estancias

El arte de escribir cartas

Escribir en una hoja de papel, doblarla, introducirla en un sobre, cerrarlo, ponerle un sello y depositarlo en un buzón con destino a una persona concreta es un acto que ha pasado a la historia como tantos otros en la existencia humana.
Enviar cartas como medio de comunicación puede llegar a ser uno de los actos más íntimos que realizamos las personas.
Durante varios siglos fue una actividad habitual, intensa e íntima entre personas, que comenzó con envíos a los destinatarios llevados a través de personas del entorno doméstico y que generó la formación y un aumento sin precedentes de los servicios de correos en todos los países.
Las cartas nos remiten a un tiempo distinto en el que la inmediatez que nos abruma no existía. Enviar una carta, llegar a su destino, ser leía, contestada y devuelta la respuesta al escritor original suponía días e incluso semanas de espera que en nuestras vidas actuales se han solventado con la rotunda inmediatez que nos proporcionan los medios digitales. ¿Cómo esperar la respuesta a una carta postal teniendo los correos electrónicos al alcance de las yemas de nuestros dedos y su respuesta en el preciso momento en que nos la escriban?
Miles, e incluso millones de cartas, se escribieron y guardaron durante el transcurso de varios siglos, desde los antiguos imperios hasta nuestros días. Escritores, políticos, pensadores, artistas, comerciantes, amigos o enamorados se cartearon durante todo ese tiempo. Muchas cartas llegaron a sus destinos, fueron leídas -en ocasiones no-, destruidas, olvidadas en armarios o escondidas entre libros. Algunas fueron leías y rotas, otras releídas con sorpresa, cariño o amorosamente, guardadas con esmero en la memoria y en cajones, atadas en cuidadosamente en fajos con cintas de colores.
De estas que quedaron surgió un género asociado a la curiosidad por conocer los entresijos de quienes las escribieron: la literatura epistolar. Colecciones de cartas entre distintas personas se han publicado por parecer interesantes sus contenidos y desveladores de la personalidad de quienes las enviaron o recibieron.
Te propongo acercarnos a algunas de las miles de cartas de escritores conocidos que han sido publicadas acompañadas de obras musicales en algunas de cuyas escenas las cartas se presentan como elementos esenciales. Nos acompañan Cortázar, Kafka, Rilke, Mozart, Puccini y Massenet Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!


Las cartas en su versión de envío postal han ido perdiendo fuerza hasta casi desaparecer, de la misma forma que los descubrimientos e inventos han ido cambiando los hábitos cotidianos de todos nosotros. Hacer copias con papel carbón o un cliché para fotocopiar en la máquina de escribir, realizar la colada a mano, ir a la barbería a afeitarse, cocinar en hornillas alimentadas por carbón o utilizar el teléfono -con cable- única y exclusivamente para hablar son costumbres que hemos ido abandonando con el paso del tiempo y que no tienen vuelta atrás.
Pensamos que las cartas han perdido su tradicional uso por la incorporación de las tecnologías digitales en nuestra vida, pero ya, en los albores del siglo pasado, se culpaba al telégrafo o al teléfono, entre otros nuevos inventos de comenzar el fin de las cartas escritas a mano y la necesidad de su empleo.
Hace poco más de cien años, en enero de 1919, la Yale Review estadounidense publicaba: 

Algunos culpan a la máquina de escribir, al teléfono, al telégrafo o al ferrocarril. Otros dicen que el arte de escribir cartas se perdió con la pluma de ganso. Pero la mayoría achaca la pérdida al moderno arte del ocio.

En un declive que se prolonga desde hace tanto tiempo, no todo es achacable a los últimos y revolucionarios inventos, sino a un cúmulo de factores entre los que encontramos los arriba indicados y algunos más que cada uno de nosotros tengamos en consideración.



No hay material escrito tan abundante como las cartas. De amor, amistad, de negocios, de tema político o filosófico, las cartas que se han cruzado entre personajes nos han llamado la atención cuando han salido a la luz y han sido publicadas. Qué escritor, científico, pensador, político, artista o personaje conocido no ha escrito estas misivas y han sido publicadas años después despertando el interés del público lector. Algunas de estas cartas son las protagonistas de esta publicación.
Más de mil cartas inéditas escritas por Julio Cortázar entre 1937 y 1984 forman la extensa colección que se publicó con el explícito título de Julio Cortázar. Cartas y que por su abundancia ha sido publicada en cinco volúmenes en una edición que ha corrido a cargo de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga.
Incansable escritor epistolar para sus amigos y familiares, sus cartas pueden leerse como esa colección de cartas que es o servirnos para conocer a la persona, como si se tratara de un diario personal, una autobiografía o cuaderno de anotaciones sobre sus obras. Nos acercamos al quinto y último volumen, Julio Cortázar. Cartas (1977-1984) y una carta dirigida a María Luisa Perdomo, profesora en la Universidad de Bonn y la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, donde ha mostrado su interés por la crítica literaria y su admiración por escritores como el propio Cortázar.
Escrita en enero de 1977, la carta que nos acompaña refleja el poco interés y capacidad del escritor argentino hacia la crítica, tanto de sus obras como de las ajenas y la admiración hacia Perdomo, a la que no conoce personalmente, por cómo se adentra en esa faceta.


Con esta paulatina desaparición del género epistolar hemos ganado en inmediatez y agilidad, aunque también hemos perdido en otros aspectos.
El tiempo que transcurre entre el envío de una carta y la llegada de su respuesta genera una evocación y un deseo de recibirla, mientras la mente va generando expectativas y posibles respuestas. 
Además, escribir una carta supone un proceso complejo en el que la voz interior de quien escribe entra en diálogo con su interlocutor. Sus pensamientos, ideas y sueños, además de sus ilusiones, dudas o emociones se convierten en palabras que se mueven entre lo público y la intimidad, entre lo que se pude contar a otros y lo que entra en el ámbito de lo privado. 
En el fondo, todos hemos participado de estos sentimientos al escribir cartas, pero también al ilusionarlos cuando las recibíamos, al descubrir que el cartero nos las entregaba, observando los sobres: si tenían ribetes del correo aéreo porque venían del extranjero, si nos habían puesto algún detalle personal escrito o dibujado en el exterior, una clave de complicidad para con nosotros. Considerar, antes de abrirla, que alguien había dedicado unos minutos a pensar en nosotros, que había buscado papel y bolígrafo, se había sentado ante una mesa, había buscado sobre y sello y la había llevado a un buzón, ya significaba que le importábamos y teníamos importancia en su vida.


También en la música encontramos tanto alusiones a las cartas como presenciamos escenas en la ópera en las que estas son protagonistas o, cuanto menos, realizan una función en el desarrollo de la historia.
La primera de las escenas que nos acompaña, y que nos sirve como preludio, pertenece a La nozze di Figaro (literalmente Las nupcias de Fígaro o, como aquí la conocemos Las bodas de Fígaro), una de las obras maestras de Mozart.
Quizás aquí es más una nota para una cita que una carta, aunque cumple la misma función que esta y es un delicioso dúo en el que la Condesa de Almaviva dicta la nota, mientras su criada Susana escribe de su propia letra. La cita es para un encuentro con el propio Conde que, supuestamente será con la criada, en el jardín de la casa, aunque quien acudirá será la condesa. Un genial juego de engaños y enredos en el que Mozart nos sumerge. 
Este duettino (un dúo breve) Che soave zeffiretto (Qué suave céfiro), alude a la brisa del atardecer y pertenece al Acto III de la ópera. Está escrito para dos sopranos con acompañamiento de cuerdas, oboe y fagot y se desarrolla en Tempo Allegreto y en él Mozart nos muestra su dominio del estilo de conversación.
El duettino comienza con la condesa dictando el título y el mensaje de la nota, mientras Susana va intercalando a ese dictado la repetición de cada palabra, como si fuera un eco, hasta que cantan al unísono separadas en terceras y continúan como al inicio.
La interpretación, que hemos insertado en el blog en una ocasión anterior, corresponde a Renee Fleming como la Condesa y Cecilia Bartoli como Susana y pertenece a una representación que se grabó en el Metropolitan Opera House de New York en 1998 con la dirección del entonces imprescindible James Levine. Una delicia.



Coger el bolígrafo, tocar y rasgar con nuestra escritura el papel y dedicar por un tiempo el pensamiento al destinatario genera una energía especial que se transmite en cada carta que se escribe. Personalizarla con una elección concreta de papel o un sobre especial, añadir algún detalle en el margen de la escritura o introducir algún pequeño objeto personal con significado sentimental convierten una carta en algo muy especial, que la convierte, además de un mensaje personal, en un objeto físico que ha sido configurado por la mente y las manos de una persona y que llega a las de otra con la que se consolida una relación especial.
De esta manera, en To the letter, Simon Garfield afirma que «existe una integridad en las cartas que no existe en ninguna otra forma de comunicación escrita», mientras Virginia Woolf cree rotundamente que escribir cartas «es el arte más humano, puesto que hunde sus raíces en el amor a los amigos».



Si la primera carta que nos acompaña trataba sobre la crítica, esta segunda está escrita con el fin de mostrar el camino que un escritor debe seguir, buscando en sí mismo, para alcanzar su propia voz, aquella que le dé personalidad y lo diferencie de otros escritores.
Rainer María Rilke está considerado uno de los poetas más importantes e influyentes de comienzos del siglo XX por su estilo preciso, su imágenes simbólicas y unas reflexiones que se acercan a lo espiritual.
Publicado pocos años después de la muerte de su autor, Cartas a un joven poeta tuvo durante dos décadas un único lector, el escritor Franz Xaver Kappus, que las recibió entre 1903 y 1908, desde los diversos lugares donde el escritor praguense vivió su vida itinerante tras distintos mecenas que lo acogieron.
Escritas en un momento en que Rilke se acercaba una poesía cercana al mundo de la materia y las formas frente al anterior más ensoñador e íntimo, las diez cartas que conforman este volumen nos muestran las ideas del escritor, sus fuentes de inspiración o sus meditaciones sobre la soledad en la que debe sumirse la creación literaria.
Publicada por el propio Kappus tres años después de la muerte del poeta, a la que aludimos en Las rosas de Rilke. Dirait-onBriefe an einen junge Dichter (Cartas a un joven poeta) es un libro cuyo título podría haber sido Cartas al aprendiz de hombre, porque ese es el tema que trata en sus reflexiones: Cómo ser lo que estamos llamados a ser, cómo entrar en contacto con la energía que tenemos en nuestro inconsciente, o cómo transformar esta conciencia en una conciencia poética y creadora que nos permita captar la grandeza y la belleza de lo que nos rodea, para que los términos «hombre» y «poeta» sean un solo término.
Nos adentramos en las reflexiones que Rilke dirige a su joven aprendiz de hombre con la primera de las cartas que le dirigió, una invitación a que mire hacia su interior.




Con el paso del tiempo, esas cartas escritas y guardadas con pasión y deleite por quienes las recibían, han dejado de ser privadas entre quienes las escribían y las leían y han llegado a publicarse. De esta manera surgió la literatura epistolar, ese tipo de publicaciones que, por un lado recogen las cartas que se cruzaron entre distintos personajes dignos de interés, mientras en otra opción, conforman una trama novelesca a partir de la sustitución del narrador convencional por cartas que ayudan a formar la historia. En la primera de estas opciones nos estamos centrando en esta publicación, mientras, la última tendrá otro momento en el blog. 
En esta literatura epistolar, como algunas muestras que estamos leyendo en esta publicación, mostramos esa capacidad que poseemos para curiosear en las vidas ajenas, para escrudiñar en la voz interior de una persona que dialoga con otra, adentrarnos en un rincón de su ser que se mueve entre la privacidad y la discreción, pero nos muestra algunos indicios de un pensamiento que hemos apreciado en algunas de sus obras y creaciones por las que los admiramos.
A través de estas cartas tenemos acceso a un espacio íntimo, personal, a un lugar y una mente reservados a la privacidad del autor, sobre el que podemos llegar a pensar que estamos invadiendo un ámbito que no se estaba abriendo para nosotros, sino para otro destinatario. No obstante, poseen el atractivo de acercarnos la comprensión de la persona que hay detrás del personaje y sus acciones.


Si la primera de las músicas que nos acompañan tiene ese aire desenfadado que le otorga Mozart, en la segunda, nos centramos más en la profundidad que transmiten los mensajes plasmados en las cartas y en los sentimientos que provocan en sus destinatarios.
Basada en Las desventuras del joven Werther de Goethe, Jules Massenet estrenó en la Staatsoper de Viena su ópera Werther en febrero de 1892. Con un libreto de Édouard Blau, Paul Milliert y Georges Hartmann y dividida en cuatro actos, esta ópera supuso la consagración del sentimiento romántico que se estaba gestando en Alemania.
En el inicio del Acto III, Charlotte relee en su casa en la tarde de Nochebuena las cartas que Werther le escribió, interrogándose sobre cómo se encontrará el joven poeta y cómo ella tuvo la fuerza necesaria para alejarlo y seguir el noviazgo que le fue impuesto con Albert. Es el conocido Aria de las cartas o Aria de las lágrimas: Ces larmes! Ces lettres! (¡Esas lágrimas! ¡Esas cartas!).
La mezzosoprano letona Elina Garança, una de las voces más consolidadas en nuestros días, interpreta esta versión del Aria de las cartas del Werther de Massenet en una versión con subtítulos en castellano publicada por la televisión austriaca ORF 2.


Las cartas que encontramos en la literatura epistolar muestran el atrevimiento y la sinceridad de quien escribe única y exclusivamente para una persona, lejos de miradas extrañas e indiscretas, una idea radicalmente distinta que cuando se escribe una obra para un gran público.
Los libros epistolares tienen en nuestros días un gran aceptación, puesto que muestran el discurrir y, en algunos casos, la evolución del pensamiento y la relación entre quienes escribieron esas misivas y sus destinatarios. Para los lectores son fáciles de leer, ya que se pude interrumpir la lectura al finalizar cualesquiera de las cartas sin perder el hilo de una narración por capítulos y nos permite entrar como privilegiados espectadores en la intimidad de los personajes y las relaciones que han entablado 



La última de las cartas nos acerca a un universo onírico, aunque en forma de pesadilla, casi como el de toda la obra de su autor, uno de los más emblemáticos del siglo XX y uno de los escasos que han incorporado su nombre a nuestro vocabulario con el adjetivo kafkiano como símbolo de una situación que es absurda y angustiosa.
Kafka conoció a la periodista Milena Jesenská en un viaje que ella realizó a su Praga natal desde Viena, donde residía con su esposo en un matrimonio que se estaba que se estaba disolviendo lentamente. Durante ese encuentro, que se produjo en un café, Milena le propuso al escritor traducir al checo algunos de sus relatos. Así comenzó una relación que se desarrolló entre dos ciudades, algunos encuentros esporádicos y una correspondencia que ayudó a mitigar las distancias que los separaba, convirtiéndose en documentos que atestiguaron el desarrollo de una relación tan particular. 
Pocas veces se vieron hasta que Kafka viajó a Viena donde pasó cuatro días con Milena, unos días que el escritor contaba entre los más felices de su vida y que supusieron el cénit de la relación entre ambos. De la misma manera que los amores entre Werther y Charlotte, el de Kafka y Milena fue eminentemente epistolar.
La correspondencia entre ambos se desarrolló entre abril de 1920 y diciembre de 1923, pocos meses antes del fallecimiento del escritor. Milena, falleció veinte años más tarde en el campo de concentración de Ravensbrück.
Editadas por primera vez en 1952 por Willy Hass con el título de Briefe an Milena. Franz Kafka (Cartas a Milena. Franz Kafka), se recogen las misivas que el escritor dirigió a su traductora y amiga. En la edición definitiva de 1983 de estas Cartas a Milena se añaden las ocho cartas que Milena dirigió a Max Brod, el amigo y albacea de la obra de Kafka, aquel que la publicó desoyendo la orden de destruirla; además de la necrológica que Milena publicó a la muerte del escritor. Todas las cartas de Milena a Kafka han desaparecido, por lo que esta colección se muestra en una única dirección, sin conocer las respuestas y reacciones que las cartas del escritor provocaron en su amiga.
Leídas todas, tienen el aire de una novela, un relato de amor apasionado a la vez que desesperado, donde se trasluce una relación que comenzó por intereses literarios y poco a poco se fue convirtiendo en sentimental.
La carta que nos acompaña fue escrita en junio de 1920 y muestran el miedo cerval que Kafka tenía hacia ese viaje a Viena que se citaba anteriormente, que supuso el punto álgido en la relación y marcó un enfriamiento y distanciamiento tras el regreso. Como si de uno de sus kafkianos relatos se tratara, la carta narra una pesadilla que el escritor tuvo en aquellos inquietos días.




En ocasiones nos gusta asomarnos al pasado y contemplarlo con ojos benévolos, como si se tratara de un lugar mejor que el presente. Lo decía Jorge Manrique en las coplas que escribió a la muerte de su padre: «Cómo a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor», una frase en la que, con cierta frecuencia, olvidamos su primera parte y nos aferramos a la segunda.
Así, si nos lo llegamos a plantear, nos debatimos entre la profundidad de dedicar un tiempo al otro o la espera de las cartas por envío postal y los rápidos y eficientes envíos por correo electrónico. ¿Podemos llegar a añorar las cartas porque han desaparecido y sólo pertenecen a un pasado nostálgico? 
Cuando tenemos a nuestro alcance la posibilidad de personalizar nuestras comunicaciones con la eficacia de los mensajes de voz, fotografías, vídeos o conexiones con imágenes desde cualquier lugar del mundo, ¿podemos anhelar buscar una mayor complicidad con quienes nos comunicamos, dedicarles más tiempo en nuestros pensamientos y discursos?
Quizás la carta postal haya muerto, igual que los libros epistolares y pronto nos encontremos con libros que se basen en correos electrónicos, mensajes de WhatsApp u otro tipo, pero en nuestras manos se haya el poder profundizar más con las personas con las que nos relacionamos, sea cual sea el medio que utilicemos.
En nuestras manos está que las comunicaciones con aquellos a los que queremos, quienes nos importan como personas sean fluidas, ricas e intensas, evitando los formulismos impersonales, sean cuales sean los medios por los que las llevemos a cabo.



Del delicioso duettino de Mozart  y el Aria de las cartas del Werther de Massenet pasamos a una escena con cartas mucho más dramática, un aria que, en ocasiones, escuchamos fuera del contexto en que está escrita.
Una de las obras maestras de Giacomo Puccini, Tosca, muestra en su último acto cómo la protagonista ha logrado del despreciable Scarpia la promesa de una falsa ejecución de su amado Cavaradossi. Éste, que no sabe nada, encerrado en el romano Castel Sant'Angelo, pide papel y pluma para despedirse definitivamente de su amante Tosca. La escena comienza con la pregunta Mario Cavaradossi? en boca del carcelero y continúa con el inolvidable aria E lucevan le stelle (Y brillaban las estrellas), una dramática y desconsolada despedida de la vida escrita en una agónica carta.


La interpretación corresponde al tenor alemán Jonas Kaufmann, uno de las grandes voces del momento en una representación que se realizó en la Bayerische Staatsoper de Munich en julio de 2010.

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Bibliografía y webgrafía consultadas:

2 comentarios:

  1. ¡Felicidades por tu artículo! La literatura epistolar me encanta y desde luego es una lástima que se haya perdido la costumbre de comunicarse mediante carta. Saludos.

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    1. Gracias, Mayte.
      Es una lástima que vaya desapareciendo, no solo por el formato, ya que tenemos medios para llevarla a cabo más rápida y eficazmente, sino por el tiempo de dedicamos a otras personas y la profundidad que debemos prestar a nuestro pensamiento. Ojalá volvamos a descubrir su importancia en la comunicación personal.
      Un fuerte abrazo :-)

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