La finalidad fundamental del lenguaje consiste en poder expresarnos y comunicarnos. Sin él, nuestros mundos serían totalmente diferentes.
Sin el lenguaje y el pensamiento asociado a él, el planeta en el que vivimos no estaría tal como se encuentra ahora, con todos los avances y cambios que la actividad humana ha ido creando para desarrollar la vida tal como la conocemos. Tampoco veríamos los estragos que hemos ido causando al desarrollar esos avances sin considerar el daño irreversible que la desaparición de especies, el cambio climático o la pérdida de diversidad, entre otros problemas, ha ocasionado a nuestra casa común.
Mas el lenguaje también influye de forma considerable hacia nuestro interior. Desarrollar nuestra inteligencia, reconocer, expresar y comunicar nuestras emociones, pensamientos y sentimientos producen un enriquecimiento considerable en nuestro ser que nos permite crecer y desarrollarnos.
Poseer un lenguaje rico y un vocabulario amplio nos facilita mejorar nuestras ideas y pensamientos, expresar mejor nuestros sentimientos y emociones y facilitar la comprensión, la expresión y la comunicación con quienes nos rodean.
Pese a la dificultad de calcularlo, hay publicaciones que señalan que a lo largo del día utilizamos una media de unas trescientas palabras diferentes para comunicarnos, aunque algunas personas más cultivadas e informadas de temas generales pueden llegar a utilizar hasta quinientas. Un profesional de la escritura -periodista, escritor...- puede utilizar hasta las tres mil palabras. En un libro tan voluminoso e importante para nuestro idioma como El Quijote, tan rico en vocabulario, expresiones e imágenes, un escritor tan cultivado como Cervantes sólo llega a utilizar alrededor de ocho mil palabras diferentes.
También es complicado conocer el número de palabras que tiene nuestro idioma común. Según el diccionario de la Real Academia Española se acerca a la cien mil palabras -alrededor de noventa y tres mil-, aunque aquí no se consideran las distintas formas verbales, las diferentes desinencias ni aquellas palabras que surgen continuamente en el lenguaje científico, tecnológico o coloquial en un vocabulario que, por su propia forma de ser, va evolucionando incluyendo nuevas palabras y dejando de lado otras que acaban cayendo en desuso.
En países que utilizan ideogramas en lugar de letras como en Japón, los hablantes del idioma deben aprender los hiragana, katakana y kanji para poder utilizarlos. Así, de estos últimos existen alrededor de cincuenta mil, aunque son pocos los japoneses que los usan, puesto que hay que conocer y memorizar cada uno de ellos para poder utilizarlos. En distintas reformas que se comenzaron a realizar a lo largo del siglo XX se estableció que los alumnos japoneses de primaria y secundaria deben conocer alrededor de dos mil de ellos, que quedan recogidos en los planes de estudio, para hablar con corrección el idioma.
Esta situación, como ocurre en la mayoría de idiomas, incluido el nuestro, aboca a un empobrecimiento del idioma, con el uso de un número cada vez más limitado de palabras en el vocabulario activo. Bastan dos ejemplos para observar esta limitación en su uso: Por un lado el uso sintético, abreviado y estandarizado de mensajes como los que utilizamos coloquialmente en aplicaciones del tipo de los WhatsApp. Por otro, es curioso apreciar en los informativos que cuando aparecen, por ejemplo, campesinos hispanoamericanos explicando algún suceso que les haya ocurrido, utilicen un vocabulario más rico, una construcción de frases y una expresión de lo sucedido y de sus sentimientos más ricos que muchas personas de nuestro país en situaciones similares.
Pero el lenguaje no sólo lo utilizamos para la construcción de nuestras ideas, pensamientos y sentimientos, sino que tiene un aspecto lúdico que nos ayuda a enriquecerlo, recrearnos y divertirnos con él. Los juegos de palabras infantiles, las adivinanzas, los pasatiempos como crucigramas o jeroglíficos o algunos escritos buscan esos juegos con el vocabulario y el lenguaje que activa nuestra mente.
Los recursos literarios, no sólo nos ayudan a crear imágenes mentales y pensamiento, sino que nos aportan, en algunas ocasiones ese enriquecimiento unido al aspecto lúdico: La hipérbole, el oxímoron, la metáfora, la anáfora o la elipsis enriquecen los significados, mientras la aliteración, el calambur o la paranomasia juegan con el aspecto sonoro del lenguaje.
Te propongo acercarte a unas obras que juegan con el lenguaje, buscando más el aspecto recreativo que la profundidad del pensamiento y del mensaje. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!
Durante mucho tiempo fue habitual intercalar en los intermedios de las obras dramáticas cuadros populares en un cacto con un carácter popular y costumbrista con el que entretener al público, los sainetes.
A comienzos del siglo XX algunos sainetes fueron independizándose de otras obras, derivando en un género nuevo, el astracán o la astracanada que tuvieron su época dorada durante el primer tercio del pasado siglo. El astracán se basa en un humor que sólo pretende ser eso, humor. Hacer reír a toda costa a base de situaciones disparatadas que restan verosimilitud a la trama, utilizando el autor retruécanos y otros juegos de palabras, nombres propios que llevan a la confusión y al equívoco, la búsqueda del chiste o el (ab)uso de la rima fácil y resultona de efecto inmediato en el público.
Quizás el autor más conocido de este subgénero teatral cómico sea Pedro Muñoz Seca, víctima también de la guerra civil que asoló nuestro país y que no respetó vidas de uno u otro bando.
Su obra más conocida es, sin duda La venganza de don Mendo una divertida y risueña parodia de los dramas del romanticismo, una simple broma literaria que se estrenó en 1918 y que ha llegado a convertirse en una de las obras más llevadas al escenario en nuestro país tras el Tenorio, Fuenteovejuna y La vida es sueño.
Dividida en cuatro actos, lleva casi al absurdo la historia de don Mendo y su amada Magdalena que lo traiciona al encontrar un mejor partido y la venganza que éste trama contra ella.
Con sus retruécanos, chistes y versos fáciles, el texto que nos acompaña pertenece al primero de los actos y muestra el momento en que el protagonista narra a Magdalena cómo se ha arruinado jugando a las cartas, situación que ella agradece, ya que ha decidido dejarlo para aceptar su matrimonio con el conde de Toro.
Giocacchino Rossini triunfó durante varias décadas con sus obras, especialmente con las óperas bufas (dramma giocoso) como su celebérrima El barbero de Sevilla. Tras su exitoso estreno en 1816, al año siguiente estrenó La Cenerontola, ossia la bonta in triunfo (La cenicienta o la bondad triunfante), con libreto de Jacopo Ferreti basado en el cuento de Perrault.
Con menos fama que la predecesora es una ópera con algunos momentos brillantes, de gran una musicalidad y algunas de sus mejores músicas para voces individuales y coros.
Algo artificial y esquemática en su puesta en escena en algunos momentos, nos acercamos a un juego de palabras -en este caso en italiano- en su sexteto Questo è un nodo avviluppato (Este es un nudo muy complicado) en el que los protagonistas hacen un aparte hacia el público para comentar lo compleja que está la situación. Además de la artificiosidad que Rossini crea, la producción del Gran Teatre del Liceu de Barcelona hace que los personajes realicen gestos con las manos según la frase que están pronunciando en cada momento con la intención de que sea más reconocible para los espectadores. Todo un alarde pirotécnico.
Joyce di Donato como la Cenicienta, Juan Diego Flórez como el Príncipe, Bruno de Simone como don Magnífico, Simón Orfila como Alidoro, Cristina Obregón como Clorinda y Txaro Mentxaca como Tisbe, las hermanastras, interpretan este singular sexteto.
En una época en que la única forma de buscar textos o información era a través de bibliotecas, librerías y algunas bibliografías que aparecían en determinados libros, no había forma de encontrar un texto del que sólo recordaba el título y alguna sonora frase, sin saber si lo conocía entero o era sólo un fragmento de la obra.
Una vez entrados en la era digital la búsqueda seguía igual de infructuosa, remitiendo las palabras a títulos similares, pero distintos. Fue hace unos meses cuando una nueva búsqueda dio con el texto tan anhelado: La batalla de la botella.
Como suele ocurrir, tanto tiempo después, un texto leído -o dictado a trozos- en la preadolescencia no tiene la resonancia y fuerza con que lee tanto tiempo y tantas experiencias y vivencias después. Pero tiene cierto encanto recordar recursos como el calambur, la paranomasia o la aliteración que encandilaban a la sazón.
Quién iba a decir que el texto de La batalla de la botella, una obrita menor de su autor, había sido escrito por un prolífico escritor, periodista, caricaturista y comediógrafo que triunfaba a comienzos del siglo XX, Pablo Parellada, quien solía escribir con el pseudónimo de Melitón González en publicaciones como Madrid Cómico, Barcelona Cómica, Blanco y Negro, La Vanguardia, ABC o La Avispa.
Con la anunciada intención de seguir jugando con el lenguaje, te invito a leer el comienzo de La batalla de la botella, una obra contemporánea de La venganza de don Mendo y con la que guarda similitudes formales..
En este sentido lúdico del lenguaje, intrascendente y divertido nos acercamos a La Gran Vía, una de las zarzuelas más conocidas y representadas dentro de lo que se denominó el «género chico» con obras en principio menos pretenciosas que otras con mayor vocación. Estrenada a comienzos de julio de 1886 en el Teatro Felipe de Madrid con música de Federico Chueca y Joaquín Valverde a partir de un libreto de Felípe Pérez y González. La originalidad de esta zarzuela estriba en la intención de dar a conocer algunas de las nuevas calles que se estaban trazando en la capital en aquel tiempo. El éxito fue inmediato, llegando a incorporarse paulatinamente algunas números que iban modernizando la obra a la que sus autores denominaron «revista lírico-cómica, fantástico-callejera en un acto».
Nos acompaña en este sentido desenfadado y lúdico la Jota de los Ratas del cuadro segundo, con un texto satírico, cargado de buen humor y de dobles sentidos, estos rateros dan un toque humorístico y actual a su intervención. Nada trascendente y en la misma línea de esta publicación.
Periodista y poeta coruñés, Francisco Añón (1812-1978) estudió Filosofía y Teología en Santiago de Compostela antes de licenciarse en Jurisprudencia y comenzar a colaborar con diversos diarios gallegos. Tras participar en la revolución de 1846 hubo de emigrar a Lisboa, de donde volvió a ser expulsado. Después de viajar por Francia, Italia y el sur de España, se estableció en Madrid donde malvivió publicando algunos libros con poco éxito antes de morir en la indigencia.
Nos acompaña uno de sus poemas, El borracho y el eco, una poesía con evocaciones a la literatura del Siglo de Oro, plena de ingenio y en la que las últimas sílabas de cada terceto son repetidas por el eco, entendiendo el ebrio protagonista que habla con alguien o algo.
La música con la que despedimos este juego con el lenguaje se centra en otras de las figuras literarias, la onomatopeya, en este caso en el sonido del tambor. Con letra de autor anónimo, la cantante Maria Malibran, hija del sevillano Manuel García, compuso Rataplan, inspirada en La fille du regiment de Donizetti y que publicó como Chansonette (cancioncilla) con el número 6 de su Album Lyrique. Años después se editó en Dresde en 1840 con orquestación de autor desconocido para el vodevil Testament eines Schauspielers (Voluntad de actor).
La onomatopeya del sonido del tambor, con la resonancia particular que la mezzo italiana Cecilia Bartoli le imprime la hace seguir le otorga lugar en esta publicación que nos mantiene jugando con el lenguaje.
La grabación pertenece al espectáculo Echo der Star 2008 en la que la Bartoli presentó esta obra y que incluiría también en su álbum Maria dedicado a la gran María Malibran.
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- Muñoz Seca, Pedro. La venganza de don Mendo. Ediciones Escuela de Plata, 2018
- Parellada, Pablo. La batalla de la botella. En Internet.
- Añón, Francisco. El borracho y el eco. En Internet
- Bartoli, Cecilia. Maria . Decca