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500 años de la primera vuelta alrededor de la Tierra

No hay ninguna aventura que sea comparable a la primera vuelta al mundo salvo la que le antecedió con el viaje de Colón y el descubrimiento del Nuevo Mundo.
Solo las exploraciones espaciales que se desarrollaron en la segunda mitad del siglo XX y que culminaron con la llegada del hombre a la Luna suponen una gesta comparable a la primera vuelta al mundo que se desarrolló al inicio del siglo XVI.
Con una dosis mayor de aventura y con más voluntad que certezas, sin las tecnologías que ayudaron y apoyaron a los astronautas para que sus viajes concluyeran con el máximo grado de seguridad, la primera circunnavegación del globo terrestre confirmó, de forma práctica, la forma esférica de nuestro planeta. Podríamos afirmar que, al iniciar la salida, el pensamiento más extendido aún era que La Tierra era plana y que el hecho de concluir la aventura confirmaba que era, definitivamente, redonda. 
El tiempo durante el que transcurrió la aventura -desde el verano de 1519 al de 1522 es tan dilatado que es complicado aplicarlo a un tiempo como el nuestro que nos zarandea de un lado para otro a velocidad de vértigo. ¿Nos podemos imaginar esos tres años de navegación, descubrimientos y desdichas?
Quizás podríamos compararlo con los plazos temporales con que estamos viviendo la pandemia de coronavirus quinientos años más tarde. Aún podemos recordar cómo a finales de 2019 comenzamos a oír sobre la aparición de un nuevo virus que surgió en tierras chinas, cómo nos afectó durante todo el año 2020 paralizando nuestra vida, cómo el año siguiente logramos cierta movilidad y en 2022 se comienzan a alcanzar algo similar al regreso a la vida habitual, con las condiciones, consecuencias y daños colaterales sufridos por muchas personas aún. Este lapsus de tiempo que abarca desde que comenzamos a oír sobre el virus hasta el momento en que se escribe esta publicación es, algo más dilatado aún, el tiempo que se tardó en concluir la primera vuelta al mundo.
Te invito a conocer algunos detalles sobre cómo se desarrolló la primera vuelta a nuestro planeta que inició Fernando de Magallanes y concluyó Elcano a partir del relato de Pigafetta, acompañado por músicas que pudieron escuchar los tripulantes. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!

Imagen basada en un mapamundi de la primera circunnavegación del globo
Quinientos años después, para nuestra visión y pensamiento actual son complicados de entender e incluso aceptar y justificar las circunstancias en que se desarrolló este viaje, las condiciones en que se llevó a cabo, las relaciones con quienes encontraron durante el viaje o las finalidades que pretendía la expedición.
De los cinco navíos que salieron del puerto de Sevilla con 239 tripulantes solo regresó uno de ellos con tan solo 18 personas a bordo. siendo la suerte de quienes no completaron el final de esta odisea diversa: algunos fallecieron, otros quedaron en algunas islas por diversos motivos y otros desertaron de la expedición.
Ya se había instalado entre los geógrafos y científicos la idea de que nuestro planeta tenía forma esférica. El primer globo terráqueo que conocemos fue creado precisamente en 1492, el mismo año en que Colón llegó al nuevo continente. Obra de Martin Behaim, más conocido como Martín de Bohemia -a quien nos referiremos más adelante-, se denominó Erdapfel (Manzana del mundo) y se encuentra en el Museo Nacional de Nuremberg, la ciudad donde se construyó.
Está formado por dos mitades cosidas por la zona del ecuador, fabricadas en lino y cubiertas con láminas de mapa. Evidentemente no está el continente americano, lo que provoca una distorsión y aumento de algunos territorios, además de mostrar lugares inexistentes que surgían de la mentalidad mitológica de entonces como la Isla de Sanborondón y señalar otros como el Mar Rojo que está en el color que lo denomina.
En el siguiente vídeo se muestra una recreación de este Erdapfel, primer globo terráqueo tal como lo concibió Martín de Bohemia.


Nacido en la ciudad italiana de Vincenza en 1490 o 1491, Antonio Lombardo Pigafetta llegó a España en 1519 con el séquito de Monseñor Chiericato, embajador del Papa León X en la corte de Carlos V. Al conocer la expedición que Fernando de Magallanes estaba organizando en Sevilla solicitó permiso tanto al embajador como al emperador para embarcarse en ella como sobresaliente en uno de los cinco navíos que partieron con destino a las Molucas, las Islas de las Especias y que acabarían dando la primera vuelta a nuestro planeta.
En la expedición, Pigafetta llevó una suerte de diario en el que anotó el recorrido, la descripción de los lugares y las poblaciones que encontraron, su geografía, la flora y la fauna, los indígenas que conocieron, su vocabulario y sus costumbres, además de anotaciones náuticas y el relato de las experiencias y dificultades que tuvieron que sobrellevar hasta su regreso en el punto de salida.

Ilustración de Antonio Pigafetta
El primer texto que nos acompaña pertenece al prólogo en el que Antonio Pigafetta dedica su relato a Felipe de Villers, Gran Maestre de Rodas, justificando el contenido del libro y la índole de la aventura en que participó, así como el modo en que tuvo conocimiento de ella, de qué manera se inscribió en la aventura y cómo se decidió a pasarla por escrito.

Las músicas que nos acompañan en este homenaje a la primera vuelta alrededor de nuestro planeta tienen la particularidad de que pueden haber sido oídas por los participantes en la expedición, bien en ceremonias religiosas, bien en escenarios palaciegos o, simplemente como recreo. En la última de ellas nos acompaña un concierto organizado para conmemorar de forma especial este evento.
 
El Cancionero Musical de Palacio, también conocido como Cancionero de Barbieri, pues fue redescubierto y publicado en 1890 por Gregorio Cruzada Villaamil y el citado compositor, es un manuscrito que contiene una recopilación de música del renacimiento que abarca desde el último tercio del siglo XV hasta el comienzo del XVI, coincidiendo en el tiempo con el reinado de los Reyes Católicos, iniciado según se supone con la reorganización de la capilla musical de la corte que Fernando de Aragón emprendió al año siguiente del fallecimiento de su esposa Isabel. Pese a saber que se han perdido algunos folios con piezas musicales, se conservan 469 de ellas, compiladas en varios momentos y por, al menos, nueve plumas diferentes.
A este cancionero pertenece la primera obra que nos acompaña, De la vida deste mundo, una pieza anónima escrita a tres voces y que refleja el espíritu de la época, en la parte final del pensamiento medieval. 


La interpretación, en esta ocasión a dos voces, corre a cargo de la agrupación La Reverencia con la soprano Paloma Gallego y el tenor Francisco Fernández, acompañados por Viviana González, Jorge Miró y Ruth Robles en las violas de gamba, Pedro Jesús Gómez en la cuerda pulsada, Miguel Ángel Orero en las percusiones y Andrés Alberto Gómez al órgano y la dirección.


La expedición estaba organizada por Fernando de Magallanes, gentilhombre portugués y recientemente nombrado comendador de la Orden de Santiago para darle mayor autoridad, un experto navegante que había surcado los océanos en varias ocasiones. Magallanes ofreció sus servicios a Carlos V a través de su primer ministro, el Cardenal Cisneros, regente durante la ausencia del emperador. Su idea era navegar hacia el oeste para llegar a las Islas de las Especias, conocidas por los relatos de los navegantes italianos que habían llegado a ellas por el este y por los portugueses que llevaban una década establecidos en ellas  y ocultando los descubrimientos realizados. Magallanes no dejó claro a Cisneros si las Molucas estaban en el hemisferio que correspondía a España o a Portugal tras el tratado de Tordesillas, no sabemos si por ignorancia o por conseguir la autorización para la expedición, llegándose a consultar a varios expertos como Cristóbal Hara o Ruy Faleiro hasta conseguir el permiso de la corona.

Grabado de Fernando de Magallanes
Tras conocer Pigafetta que la expedición estaba en fase de preparación, consiguió la autorización para participar en la misma, embarcando de Barcelona a Málaga y continuando de allí a Sevilla por tierra a la espera del momento de la partida.
De los cinco barcos que la formaban, la Trinidad, la nao capitana al mando del propio Magallanes, San Antonio, Concepción, Victoria -la única que completó el viaje- y Santiago, Pigafetta embarcó en la primera como sobresaliente, inscrito con el nombre de Antonio Lombardo, ganándose la confianza del almirante a quien sirvió como «lenguaraz» o traductor y cartógrafo, además de llevar el citado diario que daría cuenta del periplo.
La primera vuelta al mundo (nombre abreviado con el que se publica) se halla dividido en cuatro libros que relatan cada una de las partes en que el autor divide el viaje. El primero de ellos, Partida de Sevilla hasta la salida del Estrecho de Magallanes relata los primeros meses desde la salida de la capital hispalense el 10 de agosto de 1519 hasta la travesía del estrecho que da paso al Océano Pacífico a finales de noviembre del año siguiente.
Pigafetta comienza hablando de la situación del portugués Magallanes entre capitanes españoles y las suspicacias que levantaba entre ellos, además de las diversas señales que el almirante de la flota promulgó para asegurar su mandato o las guardias que se establecieron por las noches. Narra también la salida desde Sevilla por el Betis hasta Sanlúcar de Barrameda, cómo se abasteció la escuadra, las ceremonias religiosas a que asistieron y la partida definitiva con rumbo a Tenerife


Sin duda, algunas de las celebraciones litúrgicas en que participaron los navegantes antes de izar velas con un destino tan incierto, fueron algunas de las misas que se hayan incluidas en el Kyriale, la colección de cantos gregorianos utilizados en el Ordinario de la Misa. Estas misas, hasta un total de dieciocho, contienen habitualmente las mismas partes: Kyrie, Gloria, Sanctus y Agnus Dei, incluyendo ocasionalmente el Credo y otros cantos según la voluntad del compositor.
De todas ellas, una de las más conocidas es la Misa VIII, conocida como De Angelis, una misa para celebraciones festivas. Esta Misa De Angelis no fue compuesta como una unidad, sino que cada uno de sus cantos procede de celebraciones diferentes y fue unificada por los monjes de Solesmes que le dieron la forma con que la conocemos en la actualidad. 

Portada de la edición del libro de Pigafetta publicado por Amoretti en 1800
De ella, nos quedamos con la primera de las piezas que se canta, el Kyrie, la única oración dentro del rito romano en latín que se canta en griego. La expresión Kyrie eleison tomaba las palabras con que los fieles respondían a una serie de peticiones y letanías, siendo simultáneamente una petición y una acción de gracias. El Papa Gregorio I señaló en el siglo VI que Kyrie eleison alternara con Christe eleison (Señor, ten piedad, Cristo, ten piedad) y en el XI la oración era repetida hasta nueve veces, de las que actualmente solo se dicen tres veces. El Kyrie de la Misa de Angelis procede, según parece, de una melodía normanda del siglo XIV, de donde la tomaron los citados monjes de Solesmes.
Recordando a la vez la solemnidad y la festividad con que los expedicionarios celebraron sus últimas misas antes de partir, escuchamos el Kyrie de la Misa de Angelis en un enlace que nos ofrece la notación gregoriana, en la que podemos apreciar en los tetragramas, neumas y melismas las diferencias y semejanzas con la notación musical actual.


Varios meses repletos de vicisitudes trascurrieron desde que llegaron a la Patagonia hasta que lograron cruzar del Océano Atlántico al Pacífico
Un complot para acabar con la vida de Magallanes fue urdido desde los cuatro navíos: Juan de Cartagena, capitán del San Antonio, Luis de Mendoza, capitán de la Victoria, Antonio Coca, contador del Santiago y Gaspar de Quesada, capitán de la Concepción. Al descubrirse el complot, el primero acabó muerto y el segundo fue apuñalado, mientras que Quesada fue perdonado. Días más tarde volvió a sublevarse, por lo que Magallanes ordenó que lo dejaran en tierra con un sacerdote que era cómplice suyo.
Unos días más tarde, en una exploración para reconocer el terreno naufragó la nave Santiago, aunque pudieron salvarse todos sus tripulantes.
Tras unas tormentas en que los barcos sortearon como pudieron el temporal en las aguas del estrecho, Magallanes envió al San Antonio y la Concepción a reconocer nuevamente el terreno. El primero de ellos se adelantó, ya que su piloto, Esteban Gómez, quiso abandonar la escuadra y regresó a España, encadenando a Álvaro de Mezquita, pariente de Magallanes, quien le había dado el mando de la nave tras la sublevación. 
Desconociendo la deserción, el almirante dedicó un tiempo a la búsqueda del San Antonio y, al no encontrarlo, dejó en varios lugares la señal convenida por si regresaban: una gran cruz bien visible en una elevación del terreno con una olla cerrada junto a ella en la que introdujo una carta con la ruta prevista para que pudieran seguir a la escuadra.
Finalmente, tras varios intentos de hallar el canal de salida al Pacífico y gracias al conocimiento que Magallanes tenía del mapa del paso del estrecho que Martín de Bohema había realizado y que había visto guardado en la tesorería del rey de Portugal, el 28 de noviembre salen del Estrecho de los Patagones, nombre que pronto sería cambiado por el que lo conocemos actualmente: Estrecho de Magallanes.

Réplica de la nao Victoria
El segundo libro de Pigafetta se centra en lo ocurrido desde la salida del estrecho hasta la partida de la isla de Zubu desde finales de noviembre de 1520 a mayo de 1521.
El texto que inicia este segundo libro narra la partida desde el estrecho al Pacífico, las hoy impensable hambruna y enfermedades que pasaron, especialmente el escorbuto. También narra la llegada a unas islas que bautizaron con el nombre de Islas Infortunadas (con poca precisión, quizás se trate de las Islas de la Sociedad y Otaiti). Además, alude a las constelaciones que guían el cielo por el Polo Antártico, distintas a la Estrella Polar que servía tradicionalmente para orientarse, y los errores que Magallanes comentó con los pilotos y capitanes para puntuar la navegación con estas estrellas, entre las que destaca la Cruz del Sur.


Juan del Encina, nombre con el que conocemos a Juan de Fermoselle, fue un autor teatral, poeta y músico de la época de los Reyes Católicos que vivió entre 1468 y 1529, uno de los mayores referentes del renacimiento español. Autor de composiciones de polifonía religiosa y profana, alcanzó gran popularidad con sus variadas obras, entre las que se le atribuye la invención de los villancicos, tal como se concebían en su época. 
El Cancionero de la Catedral de Segovia es un manuscrito que recoge una recopilación de obras musicales de los últimos años del reinado de Isabel la Católica que fue guardado en la biblioteca del Alcázar de Segovia y trasladado posteriormente a la Catedral de la citada ciudad, un hecho afortunado, ya que gracias a ese cambio se salvó del incendio que destruyó en 1862 los objetos que contenía el Alcázar.
En 1922 fue encontrado en el Archivo Capitular de la Catedral segoviana por Higinio Anglés quien lo estudió. Se haya dividido en dos partes sin agrupar su contenido por géneros ni poseer un índice que lo catalogue: En la primera parte se encuentran más de ciento cincuenta obras del repertorio musical franco flamenco, mientras en la segunda se recogen cuarenta obras en castellano, dos en latín y una sin texto.




En este catálogo se encuentra la obra que nos acompaña a continuación, Ay triste, que vengo de Juan del Encina, catalogada en el manuscrito con el número 180, y que también aparece en el Cancionero de Palacio al que aludíamos antes, con el número de catálogo 378 según Barbieri.
Escrito a 3 voces, Ay triste, que vengo es un villancico en la concepción de la época: una canción profana de origen popular con estribillo y cantada a varias voces. Con el paso del tiempo, estos villancicos acabarían asociándose con temas navideños y tomando la forma con que los conocemos en la actualidad.
No es difícil imaginarnos los momentos de añoranza vividos por los marineros en las tres naves que continuaban la expedición en que rememoraban las músicas que habían escuchado en tierra en reuniones fuera de los muros eclesiales con obras como este villancico de Juan del Encina.


Nos acompaña de nuevo el Ensemble Tylman Susato, a quien ya escuchamos en Las cinco estaciones de Cervantes. La agrupación de Pamplona, especializada en música antigua medieval, renacentista y barroca crea programas con criterios historicistas en cuanto a la instrumentación e interpretación. 
Una práctica habitual de la agrupación, que apenas se presencia en nuestro tiempo por la especialización de los intérpretes, es que sus miembros cantan e interpretan ellos mismos los instrumentos, por lo que entre los cuatro -o cinco en alguna ocasión- pueden abordar distintos repertorios con la misma facilidad y eficacia con la que habitualmente se hacía en la época que ellos nos acercan con su música. Así, además de cantar, Ana Olaso interpreta el arpa, el órgano positivo y la percusión; Alfonso Zoco, hace lo propio con las flautas de pico y el corneto, mientras Clara de Biurrum se especializa en la viola da gamba y el órgano positivo e Iñaki Amézqueta, toca la viola de brazo renacentista, el clavecín y el órgano positivo. 
Los programas en los que basan sus conciertos tienen, además, una faceta pedagógica en la que involucran al público con explicaciones sobre las obras vocales o instrumentales que interpretan y el contexto histórico y cultural en que se crearon. Al finalizar los conciertos el público puede observar con detalle sus instrumentos y trasladar a los componentes de la agrupación sus dudas y comentarios.
El Ensemble Tylman Susato interpreta Ay, triste, que vengo perteneciente a su producción Santa Teresa de Jesús y la música europea de su época (1515-1582) que llevaron, entre otros lugares, a la Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Villahermosa (Ciudad Real) donde se grabó en directo esta interpretación en una de sus primeras actuaciones celebrada en julio de 2016, dos años después de su fundación.
Grabado con un cámara no profesional en la que inevitablemente se escapan algunos matices, el enlace tiene el innegable valor de acercarnos al contexto histórico en que Juan del Encina compuso esta obra y cómo la pudieron escuchar en su época algunos de los componentes de la expedición. 


Aún quedan muchas historias relacionadas con este viaje. Desde la muerte de Magallanes hasta la llegada a las Islas Molucas y el regreso al lugar donde se inició esta singular aventura. 
Prolongar la lectura de la narración de este viaje que acaba de llegar aproximadamente a la mitad sería abusar de la abundante paciencia y el escaso tiempo de los lectores. Mejor será continuar el desenlace de este largo periplo en una nueva publicación que puedes seguir en el siguiente enlace: La primera vuelta alrededor de la Tierra: El regreso.

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Bibliografía y webgrafía consultadas: