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Cuatro miradas al atardecer

¿Quién no se ha parado a presenciar una puesta de sol? ¿Quién no se ha sentido sobrecogido al ver cómo el sol va desapareciendo en el horizonte? Observar una puesta de sol es toda una experiencia que nos acerca a uno de los momentos más sublimes de la naturaleza y que, por su repetición, no apreciamos con la continuidad que se merece.
En los últimos días de agosto, en el momento en que la pausa estival va llegando a su fin, nos acercamos en este blog al atardecer, un momento y un fenómeno natural que, en estos días que podemos disfrutar del contacto con el aire libre, pueden llegar a convertirse, en toda una experiencia personal.
La existencia de la humanidad está plagada de miradas al ocaso del sol: desde la pintura, con un sinnúmero de cuadros, a la literatura, que nos ofrece descripciones detalladas casi pictóricas junto con la metáfora del fin de la jornada o la vida, pasando por descripciones musicales en muy diversas épocas.
Te propongo la experiencia del atardecer. Si puedes, deja esta entrada para saborearla frente a una puesta de sol, en tu casa, en un lugar al aire libre, junto a una ventana y leerla, escucharla, mientras la luz del día va desapareciendo poco a poco. Así, hacer realidad el pensamiento de Fernando Pessoa: "Una puesta de sol es un fenómeno intelectual".
En esta entrada te sugiero cuatro miradas al atardecer surgidas de la creatividad de tres importantes escritores y un compositor del siglo XX, miradas que evolucionan desde la infancia a los últimos momentos de la vida y nacen de la experiencia y la contemplación de la puesta del sol.



Un escritor tan fundamental en las letras españolas del siglo XX como Luis Cernuda dedicó su obra más biográfica a Ocnos, un personaje del Hades a quien se representa tejiendo una cuerda de juncos que una burra va devorando. ¿Un trasunto de Sísifo o Pénelope? ¿Una labor inabarcable e inacabable?
Ocnos presenta una evocación en prosa poética de la infancia y juventud del poeta en su Sevilla natal. Como escribió a un amigo, "para mí es casi un alivio ver estas páginas publicadas: son, o pretenden ser, un rescate de mi vida"Como el mitológico personaje, el libro comenzó a gestarse en Londres y fue creciendo con él, aumentando su tejido, siguiéndole en su exilio por Inglaterra, Estados Unidos y México, añadiendo vivencias y recuerdos en sucesivas ediciones, pasando de las treinta y una poesías originales a doblar su número en la edición revisada en 1963, y publicada meses después de su fallecimiento.



A esta obra pertenece el primero de los textos. La primera mirada es una evocación de Cernuda de los infinitos atardeceres de los veranos infantiles en la Sevilla de comienzos del siglo XX.


Galardonado con el Premio Nobel de LiteraturaPablo Neruda es uno de los grandes referentes de la poesía hispanoamericana y mundial del siglo XX. Nacido con el nombre de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, tomó su nombre literario del escritor Jan Neruda un novelista y poeta checo, muy conocido por sus cuentos populares por donde paseaban como protagonistas las personas del pueblo, los habitantes de Praga, sobre todo los del barrio en que se desarrolló toda su vida, siendo Cuentos de Malà Strana su obra más conocida. Inspirado en la capacidad para registrar y hacer protagonistas a la gente común, Pablo Neruda optó por tomar su apellido para su obra literaria.



Publicado a los veinte años, esta obra de juventud, Veinte poemas de amor y una canción deseperada supuso la consolidación del autor en las letras hispánicas. A lo largo de sus poemas canta al amor apasionado, evoca a la amada ausente, sufre la separación y la ruptura amorosa en el más puro estilo romántico, evitando el sentimiento melancólico o el canto a la felicidad. Poemas sin títulos, solo el que culmina el libro tiene nombre: La canción desesperada.
En esta segunda mirada al atardecer, el décimo poema del libro nos muestra el lado melancólico de la puesta de sol con la ausencia de la amada.


La emoción de oír la voz del propio poeta nos acompaña con una grabación recitando este poema.


Otro de los autores fundamentales de la literatura del siglo XX, continuo e inquieto escritor en las vanguardias, Julio Cortázar llenó las letras con su inquiete personalidad, acercando lo imposible a lo cotidiano, lo estético asociado a lo ético. 

En Salvo el crepúsculo, obra póstuma que apenas pudo revisar antes de su publicación, Cortázar recoge muchos de los poemas escritos durante su vida en una suerte de cuaderno de poeta, una amalgama de estilos, ideas, autores y obras admirados, una colección de juegos. Promueve formas inéditas de poesías a las que nombra como pameos, meopas o prosemas, buscando dar al lenguaje mayor significado y más posibilidades que contravengan "la corriente de los conformismos, las ideas recibidas y los sacrosantos respetos". Se trata de un cuaderno de lecturas íntimas, personales, que van desde la vida nocturna a las referencias a autores como Cocteau, Octavio Paz, García Lorca, Dylan Thomas, Clarice Lispector o Apollinaire; desde las vivencias personales a la recreación de personajes y mitologías griegos clásicos.



La tercera mirada al atardecer, extraída de Salvo el crepúsculo, es Resumen de otoño, una evocación que comienza con una imagen en la lejanía del cielo infinito.


¿Cómo puede ser la última obra de un autor? ¿Cómo puede ser la de un compositor? No la última pieza que compone y mientras le llega la muerte de forma inesperada, repentina, en unos días, joven aún como ha sucedido a tantos. En los treinta años murieron músicos como Mozart, Bellini, Mendelshon, Chopin, Arriaga o Schubert, dejando tanto sin crear, sin componer.
Richard Strauss fue un compositor excepcional. Muniqués de nacimiento, su vida se desarrolló entre 1864 y 1948 centrándose toda ella alrededor de la música. Sin tener parentesco alguno con la dinastía vienesa de los Strauss, comenzó pronto a dirigir orquestas, se reveló como un gran orquestador, introduciendo innovaciones armónicas y de instrumentación que aumentaron las capacidades expresivas de las orquestas sinfónicas.
En su primera etapa, sus composiciones reflejan el estilo imperante en la época, con pocas aportaciones por su parte. 
En una segunda etapa, aproximadamente entre 1887 y 1904 comienza a desarrollar esta capacidad compositiva con la creación de un nuevo tipo de piezas, los poemas sinfónicos, entre los que destacan Don Juan, Muerte y transfiguración, Las aventuras de Till Eulenspiegel, Vida de héroe o su celebérrima Así habló Zaratustra que aparece en la banda sonora de 2001, un odisea espacial de Stanley Kubrick
Una tercera época le lleva a ser, posiblemente, el más grande compositor de ópera del siglo XX. En unión con el poeta y libretista austriaco de origen judío Hugo von Hofmannsthal revolucionó el mundo de la escena con unas óperas que rompían los moldes establecidos llegando algunas a provocar estruendosos escándalos como Salomé, Elektra, El caballero de la Rosa (que apareció en este blog en ¿Cómo ha podido suceder?), Ariadna en Naxos o Arabella, además de un centenar de Lieder de su Sinfonía Alpina. Escuchar esta última entre Baviera y Austria pasando en tren por los Alpes ha sido una experiencia personal increíble.
Durante los primeros años del nazismo ostentó un cargo como Presidente Honorario de la Cámara de Música, siendo destituido y vigilado por el régimen dos años más tarde.



¿Cómo puede ser la última obra de un compositor? Finalizada la guerra escribió en su diario: "El período más terrible de la historia humana se ha terminado, el reinado de doce años de bestialidad, ignorancia y destrucción de la cultura por parte de los mayores criminales, durante el cual dos mil años de la evolución cultural de Alemania llegaron a su fin". Cuando ve que se acaba su vida, cuando toda la cultura que ha adorado y en la que ha creído ha desaparecido, cuando la destrucción y la muerte han acabado con la vida, cuando la oscuridad se acerca y la muerte y la eternidad se adivinan, la melancolía y la nostalgia se adueñan del cuerpo. En ese momento Strauss descubre un poema de Joseph von EichendorffIm Adendrot (En el crepúsculo) que reflejaba estos pensamientos y sensaciones y sobre el que escribió una pieza para soprano y orquesta que logra transmitir una serenidad y belleza únicas, con una orquestación nítida y sugerente que va creciendo hasta apagarse, como una calmada y eterna puesta de sol. Semanas después musicó otros tres poemas de Hermann Hesse que no llegó a oír y juntos forman Vier letzte Lieder (Cuatro últimas canciones). Es su última obra, su despedida. 




El enlace pertenece a una interpretación que la norteamericana Renee Fleming realizó en los BBC Proms de Londres de 2001.

 

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El Sol que nos acompaña

Sin el Sol no podríamos vivir. Se trata de un argumento que nadie puede discutir. La estrella alrededor de la cual giramos y la distancia a la que nos encontramos respecto a ella hacen que nuestra vida sea posible. Incluso los astrónomos buscan por el espacio otras estrellas con planetas que tengan características parecidas a las que tiene La Tierra para estudiar la posibilidad de que exista algún tipo de vida con las condiciones semejantes a las que aquí tenemos. Concebimos la vida con estas condiciones concretas.
Pero nuestra concepción del Sol y la relación con la vida ha ido cambiando con el paso del tiempo. Desde la adoración a nuestro astro en las primeras culturas, pasando por las diversas teorías desde la geocéntrica a la heliocéntrica para llegar a la idea del Big Bang, la mente humana ha ido adaptando la relación del Sol y La Tierra, junto con los demás planetas, a los conocimientos que se tenían en los determinados momentos de nuestra historia.
Pero con el auge del humanismo, el Sol, la experiencia del Sol ha servido para utilizar y convertir nuestra estrella en un poderoso condicionante, un activo personaje, un determinante elemento o un factor comparativo en las obras que reflejan o transmiten nuestro pensamiento a través de las distintas artes. 
Todos, seamos de la condición que sea, tengamos las creencias que tengamos o la opinión que queramos, todos vivimos bajo el mismo sol.
Te propongo un recorrido alrededor de la experiencia que el Sol nos ofrece a través de un texto del mexicano Alfonso Reyes y la canción más conocida sobre el sol, una canción napolitana que se ha hecho universal y todos la hemos oído cantar en múltiples ocasiones con diversos intérpretes.

Impression, soleil levant, de Claude Monet




Alfonso Reyes Ochoa, diplomático, escritor, difusor cultural, amigo y colaborador de la mayoría de escritores hispanos de su época, es una de las figuras de la cultura y las letras hispanoamericanas más influyentes en su momento y hoy una personalidad algo olvidada, limitada al conocimiento de los expertos y estudiosos.
Natural de la ciudad mexicana de Monterrey, desarrolló su vida entre los últimos años del siglo XIX y la mitad del XX. Tras estudiar entre su ciudad natal y la capital del país, fundó junto a otros escritores el Ateneo de la Juventud donde se dedicaron a dar a conocer obras literarias, especialmente las griegas clásicas.
Desarrolló su labor diplomática en las embajadas de Argentina, España, Francia o Brasil, lugares donde no dejó de entablar relaciones con los escritores de su época como Menéndez Pidal, con quien trabajó en el Centro de Estudios Históricos de Madrid, Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset o Gómez de la Serna en su estancia en España. Autores americanos como Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Gabriela Mistral -que lo propuso como candidato al Nobel- o el joven Jorge Luis Borges, quien le envió el manuscrito de El Aleph para pedirle opinión y que consideraba a Reyes "el mejor prosista de lengua española en cualquier época".
Mal avenido en la época de la Revolución Mexicana -mataron a su padre, un general partidario de Porfirio Díaz-, se estableció en Europa y durante la Gran Guerra se trasladó a España. Años más tarde regresó a su país donde llegó a hacer una labor didáctica y cultural, siendo miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y del Colegio Nacional, fundó el Instituto Francés de América Latina y el Colegio de México, una de las instituciones académicas más prestigiosas del país. 



El escritor regiomontano abarcó desde la teoría literaria hasta la historia de Grecia, pasando por la novela policíaca o las raíces históricas de sus país. Esta última con su obra Visión de Anáhuac (1519), publicada en 1915, una de las obras más lúcidas y poéticas sobre el México prehispánico, en la que despliega su estilo caracterizado por la riqueza de vocablos y giros expresivos, las construcciones gramaticales poco frecuentes o el uso de arcaísmos. Se trata de una obra que presenta un sincretismo de las culturas occidental e indígena, bajo el estilo de la tríada platónica: la verdad, la bondad y la belleza. Su influencia es grande en los escritores mexicanos, especialmente en Octavio Paz y Carlos Fuentes.
Autor de una ingente obra dominada sobre todo por el ensayo, escribió también poesía, relatos, teatro y traducciones de obras clásicas del griego. 
La obra que te propongo en esta ocasión es una poesía, de tono menor, con raíces en un hallazgo infantil por el que todos hemos pasado, en mi caso personal no con el Sol, sino con la Luna, un descubrimiento que recuerdo en traslados veraniegos nocturnos hacia mi casa.
 
La Canzone napoletana o Canción Napolitana suele ser una composición para voz masculina y acompañamiento instrumental con un aire sentimental con un texto de tipo amoroso o que alaba las maravillas de la zona de Nápoles. Hay canciones napolitanas que han trascendido a una popularidad más allá de las fronteras italianas debido a la migración napolitana a Europa y América, además de la incorporación de las mismas al repertorio de cantantes de ópera en sus recitales, especialmente los de origen italiano. Títulos como O sole mio, Torna a Surriento, Funiculì, funiculà, Santa Lucìa o Cuore'ngrato han dado la vuelta al mundo y, en distintas versiones las hemos oído en la voz de los más variados cantantes y versiones.
Con más de cien años de edad, O sole mio es una canción conocida en todos los rincones del mundo, desde Japón -en la olimpiada de Tokio de 1964 sonó en lugar del himno italiano- a Inglaterra -donde se utiliza para promocionar helados del país transalpino- pasando por casi cualquier país. Su mérito para triunfar está, como en muchas otras composiciones, en su simplicidad.


Amanecer en la bahía de Nápoles, al fondo el Vesubio


Giovanni Capurro compuso una de esas poesías que se vendían por las esquinas en copielle (pequeñas copias) para que los enamorados las recitaran a sus amadas. Fernando Bideri, editor amigo de escritores como d'Anunzzio o Pirandello, compró los derechos de la letra y la música que varios años después Eduardo di Capua escribiría en Moscú preso de la nostalgia del sol napolitano. Los Bideri, herederos aún de los derechos de autor, cuentan que di Capua vendió los derechos a Fernando para poder gastar las dos liras en la lotería. Dedicada a la noble señora Nina Arcoleo, di Capua compuso primero el andantino, más tarde la estrofa cantada para terminar con el ritornello (estribillo). 



El primer impulso a la canción vino de parte del gran Enrico Caruso, quien aprovechando que era el tenor de referencia en el Metropolitan Opera House la incorporó a su repertorio de recitales para alegría de los italianos que vivían en Nueva York. El tenor napolitano grabó O sole mio en 1916 con The Victor Orchestra bajo la dirección de Walter B. Rogers, en un acompañamiento que, oído hoy, se nos antoja anticuado por folklórico y tradicional, pero con un exquisito y delicado sabor histórico.


Además de ser interpretada por todos los grandes cantantes de ópera italianos del siglo XX, recibió un nuevo impulso hacia la popularidad con las diversas interpretaciones que Los tres tenores, Plácido Domingo, José Carreras y Luciano Pavarotti, realizaron de diversos temas operísticos entre los que incluyeron O sole mio y que hizo que de nuevo volviera al gran público. El segundo enlace pertenece a una actuación que llevaron a cabo en Los Ángeles en 1994 bajo la dirección de Zubin Mehta. La sobreactuada interpretación era parte del espectáculo que se llevaba a un público no acostumbrado al repertorio, igual que los subtítulos que se han añadido al vídeo.


La tentación de utilizar la melodía hizo que cantantes del pop y el rock como Elvis Presley, Bryan Adams, Al Bano, Il Volo o Andy Bell llegaran a realizar versiones propias. Elvis realizó una versión que tituló It's now or never (Ahora o nunca), modificando sustancialmente la letra y adaptando la música a su personal estilo. En su último concierto es una de las piezas que quedaron recogida y la versión que enlazo, con subtítulos pertenece a una grabación en disco de 1960.



Finalizamos con una interpretación de Luciano Pavarotti en los BBC Proms de Londres 1991 grabada en Hyde Park. En ella podemos ver la grandeza de una de las canciones más conocidas del repertorio mundial junto con una de las más grandes e inimitables voces y la facilidad que Pavarotti tenía para las notas de la tesitura alta de la voz. La melodía es reconocida por el público nada más comenzar los primeros compases.



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La fiesta en la calle

El verano nos invita a salir a la calle, festejar, encontrarnos con los vecinos, amigos y quienes se fueron y regresan por unos días.
En la mayoría de pueblos y ciudades se celebran fiestas populares, de patronos y patronas, fiestas de barrios, verbenas o ferias en las que salir a la calle, aprovechar las horas nocturnas, conversar, pasear y oír música se convierten en algo cada vez más inusualmente habitual.
Aunque las fiestas continúen y el motivo sea el mismo que tenían originalmente, el paso del tiempo ha ido cambiando la celebración de las misma. Independientemente de que haya agrupaciones y asociaciones que velen por salvaguardar las tradiciones, la estructura de la sociedad, las relaciones entre unos y otros miembros de las mismas, el rol cambiante que todos desempeñamos o las costumbres más recientes que nos acercan más a la vida más individualizada, hacen que las formas de estas fiestas sean diferentes a cómo lo eran hace unas décadas, especialmente los más jóvenes, a quienes se dirige la mirada en esta ocasión.
En esta entrada dedicada a las fiestas populares y cómo han cambiado con el paso del tiempo te traigo una poesía con un aire desenfadado y popular de Luis de Góngora y uno de los coros de zarzuela más conocidos del repertorio, la Ronda de enamorados de La del Soto del Parral, enfocados ambos a los más jóvenes, los mozos y mozas.


Luis de Góngora y Argote nació en Córdoba a mitad del siglo XVI, el mayor de cuatro hermanos, hijos de Francisco de Argote y Leonor de Góngora. Su padre, un ávido lector, quedó relegado en la herencia por ser hijo de un segundo matrimonio, mientras su madre pertenecía a una próspera familia vinculada a un secretario de Felipe II, por lo que optaron por el apellido materno en primer lugar, algo no infrecuente en la época y de vigente actualidad.
Coetáneo de autores como Lope de Vega, Quevedo o Cervantes, es acaso el más grande poeta de nuestro Siglo de Oro con una poesía culta, concentrada, muy meditada. Las rivalidades entre ellos quedaron recogidas en los escritos, rimas y poemas satíricos que componían denigrando a sus rivales.
Un tío suyo, racionero de la catedral de Córdoba le cedió unos beneficios eclesiásticos que le hicieron tomar las órdenes menores, pudo estudiar en Salamanca y viajar por distintas ciudades de nuestra geografía. 
Aficionado a la poesía, las cartas y los toros, el obispo de Córdoba le censuró "su escasa asistencia al coro, su presencia en las corridas de toros, la participación en corrillos donde se trata de vidas ajenas, el trato con actores y la escritura de coplas profanas", a lo que el poeta respondió: "Ni mi vida es tan escandalosa, ni yo tan viejo que se me pueda acusar de vivir como mozo". Pasó etapas de gran pobreza debido a que tenía algunas costumbres caras y nunca dudó en ayudar a los familiares más necesitados. En sus últimos años se ordenó sacerdote y fue nombrado Capellán honorario de Felipe III.



En Soledades, una de sus obras más personales, realiza una fusión de los temas cortesanos con otros opuestos como el retiro, la soledad, la pesca o la caza y la vida del campo. 
Aficionado a los temas heroicos y complejos, los mezcla con los aires burlescos y populares. En una de sus obras más queridas, La Fábula de Príamo y Tisbe alumbra un nuevo estilo mezcla de lo sobrio, lo formal y lo humorístico, surgiendo lo jocoserio.
Quizás su obra más conocida sea La Fábula de Polifemo y Galatea, el poema mitológico más conocido y estudiado de nuestro idioma y que apareció en este blog en Memorias de un cíclope. Una poesía llena de los claroscuros que dominaban la pintura de la época, la belleza de la ninfa con la fiereza del gigante, el amor del cíclope con el desprecio de Galatea que prefiere al joven Acis.
Pero es el lado más popular, fresco y pegadizo de Góngora el que traigo a esta entrada. En ¡Que se nos va la Pascua, mozas! ¡Que se nos va la Pascua! el poeta cordobés trata dos temas que, aunque son propios de su época, son permanentes a casi cualquier época y siguen de vigente actualidad: el del paso del tiempo y el de vivir el momento, el tempus fugit y el carpe diem






De la misma forma que la ópera en italiano, tanto la seria como la cómica o buffa, derivan en Francia hacia la Opéra-comique y en Alemania y Austria hacia el Singspiel, en España surge la Zarzuela. Estas composiciones son el resultado de adaptar el idioma predominante de la ópera al autóctono de cada país, sus lenguajes a los gustos del público, las alusiones, las costumbres, los giros y dobles sentidos a la sensibilidad de los espectadores. En cada uno de estos países siguieron unas sendas diferentes que ahondaron en la idiosincrasia de quienes asistían a los espectáculos.
En nuestro país fue Calderón de la Barca quien primero utilizó el nombre de Zarzuela para su obra de 1657 El golfo de las sirenas. Casi treinta años antes, Lope de Vega publicó La selva sin amor, comedia con orquesta. En el prólogo de la edición escribió: "Los instrumentos ocupaban la primera parte del teatro, sin ser vistos, a cuya armonía cantaban las figuras los versos en aquella frondosa selva artificial, haciendo de la misma composición de la música las admiraciones, quejas, iras y demás afectos".
La época de esplendor de la zarzuela vendría en el siglo XIX, a partir de 1839, con una serie de libretistas y compositores que hicieron que algunos temas de las obras se hicieran populares, el público aprendía y daba a conocer. El esquema se basaba en números cantados, hablados -que sustituían a los recitativos operísticos- coros y dúos o piezas para solistas. El contenido se comenzó a basar cada vez más en el género costumbrista y regionalista o local, con lenguaje popular y castizo. Este aspecto, que fue el que le dio su grandeza y reconocimiento, es ahora el que hace que estas obras hayan quedado más desfasadas, aparte del valor musical que tienen.
Una confusión viene de su clasificación. Ya en el siglo XIX, la zarzuela se dividió en género chico para las obras de un sólo acto y género grande para aquellas de dos o más actos.
Autores como Francisco Asenjo Barbieri, Emilio Arrieta, Federico Chueca, Fernández Caballero, Tomás Bretón, Ruperto Chapí o  Moreno Torroba engrandecieron la zarzuela con sus aportaciones hasta mediado el siglo XX.
Hubo grupos de libretistas y compositores que colaboraron de forma sistemática en la composición de diversas obras. De muchas de estas composiciones nos ha quedado algunos números musicales con el suficiente valor como para aparecer en diversas antologías, además de algunas obras que, puntualmente, son llevadas a escena en diversos escenarios de nuestra geografía.



La del Soto del Parral es una zarzuela en dos actos y tres cuadros -por lo tanto, del género grande- con libreto de Anselmo Carreño y Luís Fernández de Sevilla y música de Reveriano Soutullo y Juan Vert que se estrenó en el teatro La Latina de Madrid en 1927. Uno de sus momentos más conocidos es La ronda de enamorados ¿Dónde estarán nuestros mozos? perteneciente al primer acto. El paso del tiempo es aquí evidente, ya que los hábitos y usos actuales no hacen ni imaginarnos este tipo de escenas que reflejan un cuadro de lo más típico y costumbrista, más en consonancia con el texto de Góngora que con nosotros, aunque la distancia en tiempo es varios siglos menor. 
La grabación tiene algo especial, ya que en ella aparezco cantando junto con los componentes de la Coral Polifónica Municipal de La Palma del Condado y está extraída del concierto que se celebró el 2 de marzo de 2012 en el Teatro España de La Palma del Condado con la citada Coral, junto con la de La Merced de Huelva y la Orquesta de la Universidad de Huelva, todos bajo la dirección de Fran Escobar


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Inspirados por una trucha

La naturaleza ha sido y es fuente de inspiración, creatividad y un elemento donde afloran las emociones. 
Desde las primeras manifestaciones artísticas del paleolítico hasta nuestros días, el ser humano ha dirigido la mirada a los elementos de la naturaleza así como a las plantas o animales que le han servido como un espejo que les devolvía los pensamientos que se fraguaban en su interior. 
Esta mirada a la naturaleza nos ha devuelto en forma de obra de arte, cada vez de una forma distinta según la evolución de la mentalidad, las ideas sociales, las distintas técnicas artísticas y movimientos culturales. La idea de lo bucólico, un riachuelo, el comportamiento y el lenguaje de los animales, una tormenta, las flores o el simple ejemplo de un pez como la trucha han pasado por distintos momentos y manifestaciones a través de las corrientes culturales a lo largo de la historia de la humanidad.
Descripciones y homenajes musicales de ríos como el Moldava de Smetana o el Danubio azul de Strauss; tormentas románticas como las de las óperas de Wagner o Rossini; sinfonías como la Pastoral de Beethoven o los sonidos de las aves de Oliver Messiaen acercan la música a la naturaleza o la naturaleza a la música.
Obras pictóricas como los cuadros desde el Renacimiento hasta el Impresionismo, desde el Barroco hasta el Realismo, desde el Rococó al Naturalismo, todos han tenido y cada uno a su estilo como fuente de inspiración y objeto de su pensamiento y filosofía de vida la naturaleza.
Libros y poemas desde las más antiguas epopeyas, con su agreste naturaleza, al renacimiento, la poesía bucólica, el romanticismo, los movimientos del naturalismo, la vuelta al mundo clásico, han buscado en la naturaleza los elementos que acercaran al ser humano su pensamiento.
Te propongo una mirada a la inspiración que surge de la naturaleza, en este caso a partir de un pez como la trucha con uno de los textos más antiguos de nuestro idioma y un paseo por una de las obras más conocidas e inspiradas de Schubert.


El libro de Calila e Dimna es el primer texto narrativo de nuestro idioma, posiblemente mandado a escribir por Alfonso X el Sabio antes de subir al trono. En realidad se trata de la traducción de unas traducciones. A mitad del siglo XIII se traduce del árabe el libro Kalika wa-Dimna, una traslación cuyo original es el Panchatantra hindú del año 300 d. C. 
Se trata de uno de los libros, al estilo de Las mil y una noches, apropiados para la educación de un príncipe, en el que el rey Diselem realiza preguntas a su consejero y filósofo Burbudem quien lo instruye a través de fábulas e historias moralizantes. Los protagonistas suelen ser animales como un buey, un león o los zorros Calila y Dimna quienes van narrando las historias, a menudo unas dentro de otras, como un juego de muñecas rusas o la narración protagonizada por Seherezade.



Lo importante del libro y que ha hecho que éste no se convierta en un legado arqueológico literario es que se hace intemporal al recoger una gran gama de las emociones y sentimientos de la naturaleza humana, los deseos, el brillo deslumbrante del poder, la cobardía o valentía frente al amor, la venganza, la injusticia, las envidias y ambiciones. Nuevamente son los animales, como si de un Disney, un Andersen o incluso un Kafka de otra época se tratara, quienes vienen a poner su voz humanizada a nuestra disposición.
El texto recoge una de las fábulas protagonizada por un garza, un cangrejo y unas truchas, víctimas de la primera.


También inspirado en la naturaleza, Franz Peter Schubert compuso su lied Die Forelle (La trucha) en 1817 a partir de un texto del poeta y músico Franz von Christian Friedich Schubart. El texto original utilizaba la última estrofa como moraleja para que las mujeres se protegieran de los hombres. Schubert modificó el final de forma que pudiera ser cantado por cantantes masculinos y femeninos, llegando a realizar hasta seis versiones con pequeñas modificaciones.



Para un compositor tímido y con poca música editada e interpretada en público, tuvo que ser importante que el periódico Abdnzeitung de Dresde publicara
"El joven compositor Schubert ha musicado varias canciones de los mejores poetas (sobre todo de Goethe), lo cual es testimonio de profundos estudios con un genio admirable y que atrae la mirada de los entendidos del mundo musical. Sabe cómo pintar el sonido. Las canciones Die Forelle (La trucha), Gretche am spinnrade (Margarita en la rueca) y Der Kampf (La lucha) superan cuanto se puede encontrar en el ámbito de la canción. Aún no han sido publicadas pero pasan de mano en mano las copias manuscritas".



La interpretación corre a cargo de quien, casi con toda seguridad, ha sido la voz que mejor ha cantado a Schubert a lo largo del siglo XX, Dietrich Fischer-Dieskau. Se trata de una grabación en disco de 1965 acompañado al piano por Gerald Moore, en el que el barítono alemán despliega con intención toda su capacidad interpretativa llena de matices.


En uno de los viajes que realizó a Steyr, un mecenas y chelista aficionado, Sylvester Paumgarner, a quien le había encantado el lied, propuso al compositor que incluyera la melodía en una obra de cámara. Schubert compuso el Q
uinteto en La Mayor D 667, conocido como Die Forelle, para una formación poco habitual de violín, viola, violonchelo, contrabajo y piano, una obra que se interpretó en pequeños círculos, pero que no fue publicada hasta después de su muerte. En el cuarto movimiento introdujo una serie de variaciones sobre la parte vocal en las que los instrumentos interactúan entre ellos en un delicioso diálogo. 
El enlace recoge una grabación de las variaciones sobre el tema Die Forelle correspondientes al cuarto movimiento que se realizó en marzo de 2013 en el King's Place a cargo del Schubert Ensemble en la celebración de su 30 aniversario.


Hubo una ocasión especial en que cinco grandes solistas, poco conocidos en aquella época, se reunieron para tocar este quinteto. En el verano de 1969 se celebró un concierto en el Queen Elizabeth Hall de Londres en el que participaron Daniel Baremboim (piano), su esposa Jacqueline du Pré (chelo) -pocos años antes de la esclerosis que la hizo retirarse y fallecer prematuramente-, Itzhak Perlman (violín), Pinchas Zukerman (viola) y el director de orquesta Zubin Mehta que en esta ocasión se hizo cargo del contrabajo. 
De esta ocasión se guarda una película que recoge la semana de preparativos y ensayos, una semblanza de los protagonistas y el desarrollo del concierto el 30 de agosto de ese mismo año a cargo de estos intérpretes hoy día consagrados. Se trata de un documento histórico emitido en varias ocasiones en televisión y que cada vez que se ha programado ha alcanzado grandes audiencias. La última vez que se emitió en el canal Arte, veinticinco años después de su grabación, logró la mayor audiencia del año. 


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