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Balada para el apocalipsis

Desde hace décadas sabemos que estamos provocando la destrucción de nuestro planeta, el hogar en el que vivimos. Pero aún no somos capaces de tener, como especie humana, una respuesta conjunta, responsable y eficaz. Los problemas los dejamos de lado cuando buscamos nuestro interés particular, en el momento que pensamos que evadirnos ante un mundo tan complicado es una solución momentánea a nuestros problemas personales, o cuando nuestros intereses económicos están afectados.
Así, la desaparición de ecosistemas, la sostenibilidad de nuestro planeta, desde lo más cercano a lo más alejado de nosotros, la pérdida de la biodiversidad con la desaparición de especies tanto animales como vegetales, la deforestación, la pérdida de espacios verdes o la emisión de gases están provocando un verdadero cambio climático que, sabemos que está ocurriendo, pero al que nos es más fácil mirar para otro lado. Vivimos sin memoria.
Los seres humanos somos depredadores por naturaleza y, poco a poco hemos ido creyendo que todos los recursos naturales que existen en el planeta son inacabables y están a nuestra disposición. Cuando vamos comprendiendo que no es así, no somos capaces de reaccionar y tomar decisiones conjuntas que hagan que tras nosotros, el mundo siga, al menos como estaba cuando llegamos a él.
Cuando surgen brotes que nos asustan como la pandemia de Covid-19 vislumbramos un escenario apocalíptico, mas apenas lo vamos quitando de nuestra mente, la reacción es simplemente cambiar el miedo inicial por una diversión sin fin, olvidarnos del desastre final mostrándonos ebrios de emociones, como veremos más adelante.
Los escenarios apocalípticos aparecieron en el arte en obras de pintores como El Bosco o Pieter Brueghel, el viejo, quienes con sus cuadros representaron escenas en las que personajes simbólicos, grotescos en ocasiones, mostraban la cara más macabra, cruel y sarcástica de la sociedad con la presencia de personajes alegóricos y arquetípicos y tonos en los que predominan las sombras sobre las luces.
Te propongo un paseo por unas obras que muestran una balada que nos acercan a un grotesco apocalipsis en que se relacionan la pintura, el teatro y la ópera. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!
Pieter Brueghel, el viejo. Detalle de El triunfo de la muerte. Museo del Prado.
Durante la primera parte del siglo XX surgieron los movimientos de vanguardia en la mayoría de disciplinas artísticas. En un primer momento su función fue romper con los estilos, esquemas y métodos con que el arte mostraba una realidad social que estaba sufriendo una profunda transformación incompatible con los modos tradicionales.
Así, las vanguardias aportaron una nueva mirada sobre la realidad permitiendo indagar sobre lo absurdo, lo irracional, trayendo unos planteamientos formales y estéticos nuevos y un interés continuo por la experimentación, de forma que apuntaron una interpretación simbólica de la historia y la sociedad. 
Así fueron surgiendo los -ismos, movimientos de vanguardia que se iban sucediendo unos a otros con veloz voracidad: impresionismo, expresionismo, fauvismo, futurismo, dadaísmo, cubismo, surrealismo, estridentismo, cosmopolitismo, serialismo, docecafonismo, neoclacisismo, postromanticismo, neorrealismo, existencialismo, experimentalismo y tantos otros que, de forma sucesiva han influido en ofrecer una visión social para después algunos de ellos caer en un mayor o menor olvido.
Escenografía de Georges Tsypin para El gran Macabro para el reestreno de Salzburgo (1997)
Nacido en 1998 en Ixelles (Bélgica) como Adhémar Adolphe Louis Martens, escribió todas sus obras como Michel de Ghelderode, formando la triada de grandes autores de teatro belgas junto con Maeterlinck y Crommelynck. De rígida formación católica, amó el teatro de marionetas, lo gigantes y los clowns que vio en su infancia y adolescencia, además del expresionismo alemán. Pero quizás su mayor influencia es el conocimiento de la historia medieval y la pintura de autores como El Bosco, Brueghel el viejo e incluso Valdés Leal, Velázquez y Goya que aparecen omnipresentes en su obra.
Sus primeras obras para teatro de marionetas se basaban, según confesaba el propio autor en las obras que veía de pequeño, aunque los estudiosos muestran más un interés por crear una autobiografía interesante en la anodina vida del autor. Así, Ghelderode comenzó su obra con La mort regarde à la fenêtre (La muerte ve en la ventana) en 1918 a la que siguieron Le repas des fauves (Comida de las bestias) o La farse de la Mort qui faillit trépasser (La farsa de la muerte que casi se muere) de 1925.
En La proyección mundial del teatro de Michel de Ghelderode, Roland Bayen nos ofrece unas pinceladas sobre el autor y esta última obra para marionetas. La traducción corresponde a Agustín del Moral Tejeda.




Autor de más de sesenta obras teatrales, más de cien cuentos, algunos artículos sobre arte y folclore, Ghelderode es el creador de un universo inquietante, fantástico en el que se funden lo macabro con lo grotesco y lo cruel. Por sus escenarios deambulan muñecos, diablos, maniquíes, máscaras y esqueletos acompañados por elementos y objetos religiosos y decrépitas ancianas misteriosas. 
Acompañado de estos elementos, las obras de Ghelderode muestran una sensualidad en figuras y personajes poco atractivos, con presencia de la gula y un consumo desmesurado de alcohol, la lujuria representada en personajes femeninos. Los personajes que pueblan sus obras se muestran atormentados y complicados, buscando bien su propia destrucción, bien la destrucción de los demás. Con estos mimbres crea un teatro que pretende reflejar el mundo pictórico de Brueghel y El Bosco con obras que muestran la violencia, la locura y la avaricia, la vejez y la muerte con elementos macabros y grotescos, todo ello en un formato que se alimenta de lo vanguardista y lo experimental.
Años más tarde, Ghelderode se basa en La farsa de la muerte que casi se muere para crear una de sus obras más conocidas: La balade du Grand Macabre (La balada del Gran Macabro), una comedia sobre el fin del mundo que se decanta definitivamente por los personajes y la estética de los cuadros de Pieter Brueghel el viejo hasta el punto de situar la trama en un lugar imaginario: Brueghelland
Imagen de una representación de La ballada de el Gran Macabro de Michel de Ghelderode.
Los personajes aparecen encabezados por Nekrozotar, la muerte como un vampiro que busca la destrucción de la humanidad. Proprenaz, que representa al buen vividor, al hedonista y sibarita que sólo se preocupa por su propio placer. Videbolle, un hombre castigado y golpeado que busca su libertad, junto con su esposa, la furiosa golpeadora que acaba muriendo por los ataques de los macabros. Sire Goulave es el príncipe de Brueghelland, el gobernante narcisista torpe, mal aconsejado por sus dos ministros, pero que, a la vez, es la esperanza y el futuro de su país.
Con este grupo de personajes, La balada del Gran Macabro fue estrenada en 1934 con un éxito que acabó llevando la obra a diversos países europeos y que, aunque no nos encontremos en el periodo de entre guerras en que se creó, nos habla hoy de valores por la tierra donde vivimos, de unidad, ministros corruptos y con la presencia de una muerte que aparece con su guadaña para poner a todos en su sitio y mostrarnos que no sólo Brueghelland, sino todos estamos en peligro de autodesaparición.
Nos acompaña un trailer de La balade du Gran Macabre donde podemos apreciar la presencia de estos personajes y reconocerlos y donde el idioma no es óbice para hacernos una idea de la obra de Ghelderode en una versión que se llevó a los escenarios del Théâtre Royal du Parc de Bruselas en 1992.



Quizás lo primero que nos venga a la mente cuando hablamos de Ligeti sea su música que Kubrick incluyó en 2001, Una odisea del espacio. En esta obra maestra el realizador incluyó sin permiso del compositor partes de su Réquiem, Atmóspheres y Lux Aeterna, quien acabó llevando la producción a juicio.
La peripecia vital de György Ligeti es difícil de creer en nuestros días, aunque se enmarca dentro de los momentos en que se desarrolló en el periodo de entre guerras y la posterior conflagración mundial.
En ese inmenso retablo de la música del siglo XX que es El ruido eterno, Alex Ross va desentrañando, exponiendo, significando y acercando a los lectores los movimientos que se produjeron en la música del siglo, las personalidades que los llevaron a cabo y su importancia e influencia. Sobre Ligeti, Ross comienza a hablar de su figura y su obra sintetizando su inexplicable vida hasta la huida en el exilio hacia Austria.



Cuando la Ópera de Estocolmo encargó a Ligeti una obra, este tardó una década en darle forma y estrenarla. La expectación era tal, que diversos escenarios de ópera europeos se habían asegurado el estreno en alemán, francés e inglés o en sus respectivos países antes de saber si la obra triunfaría o sería un fracaso.
Ligeti escogió para su ópera La balada del Gran Macabro de Ghelderode en un libreto elaborado ente el propio compositor y Michael Meschke. Los personajes alegóricos de la obra teatral fueron transformados en figuras más cercanas al cómic, a los personajes de ferias y cuento y al cine. 
Nekrotzar (una suerte de Drácula, Ubú Rey o incluso un Don Juan) ha salido de su tumba y se dirige a Breughelland para anunciar el Apocalipsis, la extinción de los humanos, a través de un cometa de Dios enviará a la medianoche. Llega a la ciudad que dirige el príncipe Go-Go acompañado por su ayudante Piet vom Fass, un inepto bebedor, donde se relacionará con todos los personajes: El adivino Astradamors y su ninfómana esposa Mescalina, Go-Go y sus ministros Blanco y Negro o el jefe de la policía secreta Gepopo, dos amantes enamorados o la diosa Venus.
Finalmente Nekrotzar acaba emborrachándose en el palacio de Go-Go y la noche finaliza sin mayores contratiempos.
En una entrevista que realizaron a Ligeti en 1984 para la revista Neue Zeitscrift, el compositor afirmó que "la música de Macabre no es atonal, pero tampoco es una vuelta a la tonalidad. Se aproxima al pop-art, es figurativa en cierto modo con líneas y asociaciones melódicas que se manipulan como objetos. La obra está llena de citas a la tradición, también de pseudocitas, sí, a menudo de citas falsas."
Bajo estas premisas, Ligeti otorga a cada uno de los personajes una inconfundible personalidad vocal desde el tenor bufo del ebrio Piet hasta la pareja de sadomasoquistas o los enamorados Spermando y Clitoria. Nekrotzar es un bajo barítono, mientras Go-Go, un contratenor y los ministros Blanco y Negro son personajes hablados. La diosa Venus es una soprano, igual que Gepopo, el jefe de la policía, que luce una coloratura por momentos deslumbrante.  
La orquesta que propone Ligeti suma a la percusión timbres de puerta, sirenas, un despertador, una máquina de viento o un metrónomo, comenzando la obra con un preludio para doce bocinas de coches. Quizás el autor pretendía mostrarnos un mundo decrépito con estos instrumentos no convencionales.
Tras el éxito que siguió al estreno en abril de 1978 en Estocolmo, Ligeti revisó la ópera para una nueva versión que se estrenó en el Grosses Festspielhaus de Salzburgo en 1997.
Años antes, a comienzo de la década de los noventa, Ligeti adaptó la intervención de Gepopo y otros personajes del cuadro 3 en el comienzo del Acto II en una reducción para voz de soprano y orquesta.
El texto, casi a base de palabras sueltas con que Gepopo alerta en la ópera del peligro que se avecina, pasa a tener una importancia muy secundaria. Pero visualmente es un espectáculo poder apreciar la intervención de la orquesta fuera del foso operístico. La manipulación de instrumentos, alejada de la interpretación clásica a la que estamos acostumbrados, el uso de materiales extramusicales como el papel de periódico rasgado, timbres, cláxones e incluso las voces y gritos de los músicos hacen de esta obra a la que Ligeti llamó Mysteries of the Macabre, una pieza de repertorio representativa de la música de vanguardia de la segunda mitad del siglo XX.
La soprano Barbara Hannigan, junto con la Gothenburg Symphony, protagoniza esta Misterios del Macabro en una grabación realizada en la ciudad sueca en 2013 y filmada por Màs Pär Flogelberg. Hannigan es la auténtica protagonista que canta en una tesitura alta con una coloratura difícil, mientras interpreta, gesticula para la dirección con una orquesta que la acompaña de forma espectacular. 


Si aún tienes tiempo e interés por continuar con El Gran Macabro, o si deseas volver en otro momento, incluyo una representación de la ópera con subtítulos en castellano. La grabación está dividida en dos partes, de las que te ofrezco algunas indicaciones de visualización en caso de no disponer de tiempo.
Pieter Brueghel, el viejo. El triunfo de la muerte. Museo del Prado.
El primer acto está dividido en dos cuadros. Es interesante presenciar los primeros momentos de la representación con el preludio de claxons y cómo el personaje que aparece en pantalla en la escena en primer lugar se convierte en el decorado que va a presidir el escenario a lo largo de toda la obra. 
La producción corresponde a un montaje de La fura dels Baus para El Gran Teatre del Liceu de Barcelona con Chris Merritt como Piet the Pot, Inés Moraleda y Ana Puche como los amantes Spermando y Clitoria (en algunas versiones se llaman Amando y Amanda), Wemer van Mechelen como Nekrotzar (La Muerte, el Gran Macabro), Frode Olsen como Astradamors y Ning Liang como Mescalina. La propia Barbara Hannigan que acabamos de escuchar dobla el papel de la diosa Venus y el jefe de la policía secreta Gepopo. Brian Asawa interpreta al príncipe Go-Go y Francisco Vas y Simon Butteriss son los ministros Blanco y Negro respectivamente. La Orquesta Sinfónica y Coros del Gran Teatre del Liceu están dirigidos por Michael Boder.

  
El segundo acto tiene la particularidad de que en él se encuentra la escena que Ligeti convirtió en El misterio del Macabro. A partir del minuto 15, aparece un personaje escondido en una red de camuflaje. Al descubrirse vemos que es el jefe de la policía Gepopo interpretado, como decimos, por Barbara Hannigan que interpreta, como decíamos, con subtítulos la parte que el compositor adaptó para soprano y orquesta. 
A partir de 1h 02 minutos los personajes se despiden con un passacaglia en la misma línea con que Verdi finaliza su Falstaff, el conocido Tutto nel mondo è burla (Todo en el mundo es burla) que sintetiza la moral de la obra: no hay que temer a la muerte, ya que de todas formas es inevitable. Mientras, lo único soportable es que reine siempre el bueno humor. Ligeti, y también Ghelderode, nos muestra con esta farsa que la humanidad no solo es risible y vana en sus intereses, sino que también es burda y grotesca.


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Bibliografía y webgrafía consultadas:

Cuando llega el verano

Como todos los años, con puntualidad astronómica en estos días llega el verano, aunque su presencia se ha hecho notar en algunos aspectos, mientras en otros, aún está por llegar.
Con la llegada del verano volvemos a tener las sensaciones que lo acompañan: La presencia destacada del sol con el calor que lo acompaña, los días largos seguidos de unos atardeceres que se nos antojan interminables en los que el sol cae muy poco a poco, la llegada de noches en que buscamos la tranquilidad y el fresco, pese a que en algunas sea complicado conciliar el sueño por el calor, los momentos y situaciones para hablar con tranquilidad, salir a la calle o festejar. Todo en un año que nunca habíamos imaginado y no sabemos aún cómo continuará, ni qué cambios traerá a nuestras costumbres estivales.
Así, en esta publicación tendremos la oportunidad de presenciar un homenaje al sol, seguir una comparación entre un día de verano y la persona amada, asistir a las sensaciones que las llegada de la tarde puede provocarnos, sentir la presencia de las noches de verano, además de recibir, como hace siglos la llegada del verano en su momento tradicional.
Te propongo un paseo alrededor de obras que nos acercan al verano y las sensaciones que nos provocan elementos como el sol, los atardeceres o las noches estivales. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!



Si pensamos en las estaciones, o para ser más concretos, las cuatro estaciones, con seguridad, lo primero que nos viene a la mente es la obra de Vivaldi, una de las más conocidas del repertorio de la música clásica. ¿Quién no ha escuchado o, al menos oído hablar de esas Cuatro estaciones de Antonio Vivaldi? A este blog las hemos traído en la temporada pasada en la relación que tienen con los versos en los que el compositor italiano se basó para imaginarlas y llevarlas al pentagrama.
Pero hay más obras que nos acercan a las estaciones y a las que estamos dedicando espacio en este blog. Al comienzo de la extraña primavera que hemos tenido, pusimos nuestra mirada en Die Jahreszeiten (Las Estaciones), el oratorio profano que Haydn compuso tras el éxito que supuso Die Schöpfung (La Creación).
El mismo libretista de La Creación, el barón Van Swieten, propuso a Haydn adaptar la obra de James Thomson. Van Swieten, bibliotecario imperial de Viena y músico aficionado -había compuesto varias sinfonías- adaptó la obra del poeta escocés a partir de una traducción al alemán que se publicó en Hamburgo medio siglo antes. A este texto tuvo la idea de añadir tres personajes Simon, Lukas y Hanne que simplemente se limitan a expresar sentimientos o describir los paisajes que modifican el cambio de las estaciones, además de incluir textos de otros poetas como Gottfried August Bürge y Christian Felix Weisse.



Con unos setenta años de edad el barón tenía cierta influencia en los círculos artísticos y científicos de la alta sociedad en que se movía, aunque el libreto fue criticado, primero por el compositor y más adelante por los oyentes por su ingenuidad en la evocación de la vida rural y su falta de sentido poético. En Inglaterra los aficionados, que conocían la obra de Thomson, no recibieron de buen grado la obra.
Aún así, Las Estaciones es una obra donde la música de Haydn supera la debilidad del libreto y se eleva sobre él.
Tras varios años que duró la composición, el estreno tuvo lugar en 1801 cuando el compositor contaba ya con 69 años.
Dividida, como es lógico en cuatro partes, la segunda está dedicada a Der Sommer (El verano). Nos acompaña con el nº 11 de la partitura, un trío con los personajes mencionados y la intervención del coro con que se ofrece un himno al sol, el astro que se convierte en el indiscutible rey del verano tanto por su fuerza como por su luminosa presencia durante tantas horas cada día.


La interpretación de este trío Heil! O Sonn Heil! corresponde al Rundfunkchor Berlin y la Berliner Philharmoniker con la soprano Christiane Oelze (Hanne), el tenor John Mark Ainsley (Lukas) y el barítono Thomas Quasthoff (Simon), quien nos muestra que para cantar bien sólo se necesita tener una buena voz y formación. La grabación fue realizada en el Berliner Philharmoniker's Digital Concert Hall en 2009 con la dirección de Sir Simon Rattle.



La segunda mirada que nos acerca a la llegada del verano procede de uno de los grandes escritores de todos los tiempos: William Shakespeare
No se trata de ningún texto dramático, sino uno de los 154 sonetos que se conservan del escritor inglés, concretamente el Soneto XVIII en el que compara a la amada con un día de verano y que refleja de modo claro el estilo del dramaturgo más grande en lengua inglesa.
Estos sonetos no utilizan la distribución ni la rima de Petrarca que tanto se utilizó en nuestro país, sino que se forman por tres cuartetos con rima independiente y un pareado adicional: ABAB CDCD EFEF GG.





Es complicado traducir a nuestro idioma este tipo de poemas intentando reflejar la métrica y la rima, pero el resultado final, independientemente de estos tiene el valor y el encanto que sabemos apreciar en la obra de Shakespeare.

Nils Lindberg puso música a este soneto en 1933 para coro mixto a capella. En el enlace, nos acercamos a la comparación de un día de verano que Shakespeare escribió con el Gemma Choir de Budapest en una actuación dentro del 46º Certamen Coral de Tolosa celebrado en la ciudad guipuzcoana en 2014.



Otro gran escritor, en este caso francés y del siglo XIX, un gigante de las letras que ocupó una gran parte de la literatura de su siglo, Victor Hugo, también dedicó unos versos a evocar, no ya el verano, sino sus tardes. 
Hugo se centra en esos días en que disponemos de más tiempo libre y dejamos correr las horas que van de la tarde al crepúsculo, en esos atardeceres que van dando paso a la noche muy poco a poco, como deteniendo el tiempo. Así, la tarde se fija en sus palabras con la evocación de los lentos atardeceres de los comienzos de cada verano.


Amigo de Alban Berg, y ambos discípulos de Arnold Schönberg, Anton Webern fue uno de los compositores que formaron la que se denominó Neue Wiener Schule (Nueva o Segunda Escuela de Viena) en la que desarrollaron las bases teóricas del atonalismo y dodecafonismo.
Entre 1091 y 1904 compuso Acht frühe Lieder (Ocho canciones de juventud), en la que puso música a poemas de distintos autores. En el lied nº 5, Sommerabend (Tarde de verano) puso música a un poema de Wilhelm Weigand, una obra en la que también se fija la mirada en la tarde, aunque en esta ocasión anhelando que sea la noche y la oscuridad las que la sustituyan.



La interpretación corresponde a un disco de Orfeo con la interpretación vocal de la mezzo-soprano Ursula Hesse y acompañada al piano de Aglaia Bätznet



Y tras las tardes de verano llegan las noches, el momento en que el calor cede y se busca el fresco en el exterior, un tiempo que hemos ido construyendo con una mezcla de relaciones sociales, tertulias, salidas y descanso.
Octavio Paz, el Premio Nobel mexicano nos acerca a las noches de estío con un poema extraído de Libertad bajo palabra y recogido también en la antología Obra poética: Noche de veranoAquí la noche trasciende al fuego y al juego del amor



Y tras la noche, comienza un nuevo día, una mañana que volverá a repetir el mismo proceso diario durante el verano, aunque con la certeza de que cada día es distinto.
Finalizamos con lo que podría ser el principio, una mañana especial que marca el inicio del verano, la mañana del día de San Juan. Mucho se ha escrito y cantado sobre esta jornada y muchas fiestas y celebraciones se llevan a cabo en nuestra cultura.
Violinista, director de orquesta y compositor, la figura de Eduard Toldrá desarrolló una vida marcada por la música en la Cataluña de la primera parte del siglo XX, siendo quizás el máximo exponente del Noucentisme catalán y de la dirección orquestal en nuestro país.
Edvard Munch, Noche de verano en la playa (1901)
En su delicioso y delicado ciclo Seis canciones sobre textos clásicos, compuesta entre 1940 y 1941, Toldrá pone música a poemas de Garcilaso, Lope de Vega o Quevedo entre otros. Estrenado en 1941 en el Palau de la Música Catalana, la tercera de ellas pone música al conocido poema anónimo castellano Mañanita de San Juan.
La interpretación corresponde a la mezzo-soprano Juana Monsalve, doctora en Artes Musicales y profesora de canto y pedagogía vocal en The University of North Texas, donde grabó esta Mañanita de San Juan acompañada al piano por Chenshayang Huang.



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Bibliografía y webgrafía consultadas:
  • www.kareol.es: Letras y traducciones de óperas y música vocal.

Un encuentro entre dos genios: Beethoven y Goethe

Actualmente es fácil el encuentro entre creadores, artistas, literatos o personas que expresan su pensamiento y su concepción del mundo y la cultura que viven a través de sus obras.
En algunas ocasiones el hecho de conocerse personalmente ha desembocado en un acercamiento que ha propiciado una colaboración y la aparición de algunas obras frutos de ese encuentro de ideas, estilos y pensamientos.
En determinados casos ese conocimiento mutuo ha propiciado un desencuentro una situación en la que han influido más los puntos divergentes que los convergentes. Bien puede haber sido por sus personalidades, por el concepto vital que los mueve o por la propia concepción de su obra para servir a la concepción de la sociedad y el momentos histórico en que se desenvuelven.
De ambos casos podemos encontrar o recordar ejemplos concretos dentro del mundo de la música, la literatura, la pintura e incluso la política.
Mas en otros momentos este acercamiento apenas si era posible. Lugares de residencia lejanos, la correspondencia como único elemento de comunicación personal e incluso el desconocimiento del otro en ocasiones, impedía que estos encuentros se realizaran.
Aprovechando la celebración del doscientos cincuenta aniversario del nacimiento de Beethoven, rememoramos los encuentros que hubo entre el gran compositor y Johann Wolfgang von Goethe.
Te propongo acercarte a uno de esos casos en que se encontraron dos genios de su época como y cómo se desarrolló esta relación. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!



Por alguna razón, siempre había tenido desde hace años la idea de que entre Beethoven y Goethe había existido una relación larga y continuada, pero que el conocimiento, especialmente de Beethoven, ha ido poniendo en su lugar.
No hay constancia de que hubiera más encuentros que los celebrados en el mes de julio de 1812 en que se vieron en varias ocasiones en la ciudad de Toeplitz, Töplitz o Teplice, según esté escrito en uno u otro idioma o la versión que utilicemos. Se trata de una ciudad balneario situada en la república checa y a la que acudían la nobleza y burguesía centroeuropea, con toda la suerte de advenedizos, amantes y servidores que solían acompañarles.
Aquí recaló Beethoven a lo largo de varios veranos con la idea de tomar las aguas termales que tanto necesitaba su precaria salud. 
Beethoven adoraba a un escritor que, más de veinte años mayor que él, había ocupado su mente desde adolescente, un autor al que consideraba el más grande de su tiempo y al que intentó conocer personalmente en diversas ocasiones, de modo especial a través de una amiga común, Bettina Brentano, que intentó en varias ocasiones el acercamiento hacia Goethe de parte de Beethoven
Así, en el verano de 1812 se encontraron ambos autores en la ciudad de las aguas termales, aunque sin la presencia de Bettina.
En la biografía Ludwig van Beethoven de Jean y Brigitte Massim, los autores recuerdan, entre los detalles de una cuidada biografía, los momentos en que se produjeron los encuentros entre Goethe y Beethoven.

Amante desde pequeño de la obra de Goethe, Beethoven utilizó varios de sus poemas para ponerles música. En su Opus 52 publicó ocho lieder con acompañamiento de piano en 1805, aunque seguramente compuestos entre 1790 y 1792 en sus años juveniles en su Bonn natal. En esta obra Beethoven utilizó poemas de Claudius, Sofía Mereau, Veltzen, Goethe, Bürger y Lessing. Los nº 4 Maigesang (Canto de mayo) y nº 7 Marmotte (Marmota) son los que corresponden a textos de Goethe.
Marmotte utiliza un estribillo en francés de una canción saboyana: "Avecque si, avecque la, avecque sa marmotte". La crítica de la prensa no acogió bien este lied, siendo el Allgemeine Musikalische Zeitung bastante duro con la composición de un Beethoven que llevaba pocos años en Viena.
Se trata de un lied breve donde lo más interesante de la letra es lo que omite. El poema está cantado quizás por un cómico con organillo que viaja con una marmota. Al repetir en el estribillo "con la marmota" quiere que entendamos "y con nadie más", mostrando su soledad de trotamundos, que el compositor refleja con una tonalidad menor y el lento acompañamiento con los arpegios del piano.
La interpretación corresponde al barítono Roderick Williams acompañado al piano por Iain Burnside.



De este encuentro entre Goethe y Beethoven la información que existe se debe en su mayor parte a Bettina Brentano, amiga de Beethoven desde hacía unos años y que en aquel momento estaba casada con Achim von Arnim. Además, los Brentano frecuentaban la amistad de Goethe desde que ella era pequeña, por lo que sirvió en determinados momentos como intermediaria entre un deseoso Beethoven de cultivar la amistad de un, hasta entonces, inaccesible Goethe.
En 1835, Bettina publicó tras la muerte del poeta su correspondencia con él con el título de Correspondencia de Goethe con una niña. También dio a conocer su correspondencia y conversaciones con Beethoven que, aunque sea una gran fuente para conocer los pensamientos del compositor, en algunos casos se basan en la memoria y el recuerdo y fueron escritas muchos años más tarde.



Es el caso del texto que nos acompaña, que no se tiene la certeza de si es una carta real, una copia que hizo o una composición de ella a partir de recuerdos o una carta desaparecida.
En ella se narra la anécdota más conocida del paseo que dieron ambos artistas y de cuyo desarrollo fue el propio Beethoven quien se encargó de darlo a conocer en diversas ocasiones.
La carta continúa hablando de la relación amistosa entre Beethoven y Bettina, sin mayor importancia para esta publicación.




En 1814 se reunieron los mandatarios europeos para participar en el Congreso de Viena para restaurar el orden tras la época napoleónica. En esta situación, Beethoven compuso, basado en dos poemas de Goethe, Meeresstille und lückliche Fahrt (Mar en calma y Viaje feliz) es un doble lied para coro y orquesta que se estrenó el día de Navidad de 1815 en un concierto a beneficio del Fondo del Hospital junto con otras obras. 
Beethoven dedicó y envió la partitura a Goethe tras su publicación en 1822, quien anotó en su agenda el 21 de mayo que los había recibido, aunque nunca envió una respuesta de agradecimiento al compositor, posiblemente por encontrarse gravemente enfermo en aquellos momentos.



El compositor se basó en los poemas Thiefe Stille herrscht im Wasser (Profunda quietud reina en las aguas) y Die Nebel zerreissen (La bruma de disipa) para crear uno de sus más expresivos cantos corales. Meerstille hacía referencia a lo que llamamos "calma chicha" en el sentido más negativo del término, por lo que los primeros acordes se mueven en un lento y vacilante caminar antes de que el coro crezca en una explosión de fuerza que sigue mostrando la calma total. 
El segundo lied enlaza con una escala ascendente que lleva a una atmósfera triunfal con una rápida incursión de las voces y el grito de avistamiento de tierra que se transmite de una a otra voz. Quizás, si tenemos en mente la parte coral de la Novena Sinfonía, encontremos relación en el estilo entre ambas obras.
La interpretación corresponde a la Orchestre Révolutionnaire et Romantique con el Coro Monteverdi de Cambridge bajo la dirección de John Eliot Gardiner.



En Goethe y Beethoven, Romain Rolland, Premio Nobel de Literatura, traza con todo lujo de detalles una biografía paralela que se centra en las relaciones entre estos dos grandes personajes que dominaron el mundo de las letras y la música a lo largo de la primera mitad del siglo XIX.
Después de acercarnos a las obras que el compositor realizó a partir de los textos del escritor, Rolland se centra en la información escrita que ambos autores y quienes les conocieron dejaron sobre la relación entre uno y otro. Cómo no, Bettina Brentano tiene una importancia singular en esta relación.
Es ahora ella quien proporciona el texto en el que recoge la narración que Beethoven le hace sobre la serie de encuentros que tuvieron los dos protagonistas de esta publicación.
Rolland se pregunta qué ha ocurrido, por qué se ven tres días seguidos en una innegable atracción del uno por el otro, luego se ven otro más y después... el silencio. 
Entre dos cartas de Bettina -una de ellas la anterior- la correspondencia de Beethoven a Breitkopf y de Goethe a Zelter, recompone la relación. Goethe se comporta como el Geimrath (consejero privado) que es, mientras Beethoven como un espíritu libre.


Quizás la obra más conocida de Beethoven que se base en un texto de Goethe sea su Op. 84 Egmont, la obra que narra la historia del conde flamenco del mismo nombre, caballero de la Orden del Toisón de Oro y su rivalidad con el Duque de Alba luchando por la desaparición de la Inquisición y la lucha por la indepencencia respecto al imperio español que finalizará con su decapitación.
Aunque el drama de Goethe data de 1788, Beethoven le puso música entre 1809 y 1810 para ser interpretado como música incidental en una representación que se llevó a cabo en Viena el 15 de junio de 1810. 
La obra está formada por diez números musicales:
- La obertura, la pieza más conocida que está presente en los repertorios de Beethoven junto con sus sinfonías.
- Cuatro intermedios.
- Dos melodramas.
- Dos lieder para ser interpretados por Clara.
- La Sinfonía de victoria final.



De esta obra, E.T.A. Hoffmann publicó un artículo en el anteriormente citado Allgemeine Musikalische Zeitung donde escribió: "De todos los compositores, Beethoven era el único capaz de captar la esencia profunda de esta obra a la vez fuerte y delicada." Lejos de querer brillar en la partitura, Hoffmann advierte que quiso subordinarse al drama a través de sus ideas, en este caso como un héroe de la libertad.
La obertura es una pieza descriptiva que sugiere la música lenta y oscura de la tiranía a la que suceden los sonidos heroicos y los acordes brillantes que sugieren la victoria moral sobre esa tiranía.
La interpretación de la Obertura de Egmont corresponde a un concierto celebrado en la Musikwerein de Viena, el mismo escenario de los famosos conciertos de Año Nuevo con la Wiener Philharmoniker bajo la dirección de Christian Thielemann.



Tras la que Rolland denomina primera lección recibida por Goethe en el encuentro que tuvo con Beethoven, continuamos el relato obtenido a partir de las cartas de Bettina y los propios Beethoven y Goethe donde el escritor nos ofrece dos lecciones más.


En un estilo inconfundiblemente beethoveniano, finalizamos esta publicación sobre las relaciones y, de manera especial, el encuentro que hubo entre Beethoven y Goethe con la primera de las arias de Egmont.
Se trata de Die Trommel gerühret (El tambor redobla) interpretado la soprano Katharina Konrady y la Elbphilharmonie Orchester dirigidas por Thomas Hengelbrock pertenecientes a un concierto celebrado en Elbphilharmonie Hamburg en septiembre de 2017.
Ante estos encuentros entre grandes autores, cada uno de nosotros es libre de sacar sus conclusiones a partir de los relatos ofrecidos.



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Bibliografía y webgrafía consultadas: 

El placer de pasear

La historia de los hombres es un momento entre los pasos de un caminante.
Franz Kafka

Inmersos en una vida ajetreada que nos zarandea continuamente y nos lleva a medir el tiempo con una minuciosidad terrible, nos encontramos con la necesidad de realizar alguna actividad que nos haga olvidar por momentos ese estrés y sirva de contrapeso.
Así, paulatinamente se ha ido incorporando a nuestra vida y a la cultura occidental el hecho de pasear, una actividad que une lo físico con lo mental, que sirve tanto para ayudarnos a compensar una actividad laboral cada vez más sedentaria, con la necesidad de dejar que nuestros pensamientos vaguen a su libre albedrío durante un tiempo.
Acompañados de un libro y algunas músicas, te propongo dar un paseo sin más pretensiones alrededor del hecho de caminar. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!



Hace poco más de cien años, en 1917, Robert Walser publica Des Spaziergang (El paseo), una pequeña obra en la que el escritor nos muestra cómo sale a caminar y va dejando pasar y pasear por su mirada, a la que desea que se una también la nuestra, lo que observa a su alrededor: la vida con su belleza y lo absurdo de algunas convenciones sociales, un recóndito sendero, una voz que canta desde una ventana o unos niños con sus maestros. 
En El paseo Walser traza un símil entre la persona que sale a caminar con su propia visión del mundo, poniéndola en una especie de espejo donde la una refleja a la otra. Así, como a muchos, tras horas de trabajo profundo y concentrado, desea olvidar "toda la tristeza, todo el dolor y todos los graves pensamientos" y respirar un poco de aire fresco. Con esa intención, Walser se presta a mostrar al lector su paseo, sus pensamientos y sentimientos de la misma forma que otros enseñan su casa a quienes la visitan. 



Así, de esta manera comienza Walser el paseo al que nos invita, una actividad de dilettante, de aficionado, ya que para pasear no hay que ser estrictos ni profesionales, aunque algunos lo pretendan.
Baudelaire es uno de los primeros autores que dedican su interés a reflexionar sobre la afición a pasear. A partir de él se acuño el término flâneurs (paseante, callejero) para aquellos que viven, sobre todo las ciudades, de un modo singular y novedoso desde aquella época: experimentan el paseo, olvidan las prisas y el destino concreto, practican un caminar atento, dirigiendo la mirada sobre lo que va surgiendo en el recorrido, advirtiendo las mezclas entre pasado y presente, comprobando y comparando detalles; en definitiva, practicando un viaje sin destino concreto, con el único objetivo de obtener placer al caminar por caminar.
Poco después surgirían también las figuras de las flâneuses, aquellas mujeres que, con sus paseos, adoptaron también las calles y se apropiaron de la ciudad con la misma pasión y derechos que los hombres.
Pero varias generaciones antes, el caminante tenía, en pleno romanticismo un sentido diferente. El caminante es el personaje que vaga por el mundo en busca de su esencia, es quien mejor representa el espíritu romántico en un insatisfecho e incansable deambular en busca de lo que no puede encontrar.
Desde los lieder de Schubert e incluso de Haydn antes aún, hasta el personaje de El Caminante, el trasunto del dios Wotan de Wagner, la literatura y la música están pobladas de personajes que siguen el arquetipo de caminante.



Franz Schubert lo reflejó en múltiples composiciones. Es protagonista fundamental en El viaje de invierno, en La bella molinera o El canto del cisne, además de varios lieder independientes.
Es precisamente en Die schöne Müllerin (La bella molinera), catalogada como D795 donde encontramos, aún en un comienzo alegre y distinto a la tristeza con que la enfermedad invadirá a Schubert, al personaje del incansable viajero. Escrito a partir de poemas de Wilheilm Müller, el ciclo refleja un estilo de vagabundeo ocioso, la descripción de un amor que comienza, con su esperanzas y engaños, con sus alegrías y sus tristezas. Das Wandern (El caminar) es el primero de los lieder que forman este primer ciclo de Schubert, donde quien canta lo hace con la alegría de la ilusión, comparando el interés del molinero por caminar con los elementos que le acompañan en su trabajo: el agua, las ruedas y las piedras.
La versión de Das Wandern que nos acompaña es todo un lujo, una grabación histórica con el más grande compositor inglés del siglo XX, uno de los gigantes de la música. Benjamin Britten está al piano, mientras su compañero sentimental de toda su vida, el tenor Peter Pears se pone en el papel del caminante.



Como actividad, caminar lleva implícito un ejercicio físico a la vez que una actividad sensorial para observar todo lo que nos rodea mientras transitamos, además de ejercitar una de las actividades que más relajan la mente como es la facultad de dejar moverse los pensamientos a su antojo, centrando la atención donde nos interese o cambiándola cuando los estímulos la llevan por otros lugares.



Robert Walser, con quien seguimos paseando, practica la mirada atenta de un hombre que se mueve entre dos deseos contrapuestos como ser amado por el mundo y vivir alejado de él, una persona que conserva la facilidad del asombro de los niños y que siempre hablaba de sí mismo. Su discurso es una prolongada conversación consigo mismo, una escritura que se aparta de las demás. Cuando los escritores lo hacen para denunciar situaciones injustas o para mejorar a la humanidad, Walser charla sin ningún motivo, como quien pasea, no habla ni elabora discursos, practicando lo que él mismo llamó la imposibilidad de la escritura. Transcribe lo que pasa por su mente, lo que observa con cada uno de sus sentidos y estos le evocan, todo matizado por un estilo de diálogo transcrito con un lenguaje muy llano y particular.
Así, caminando, una voz proveniente  de una ventana le hace fijar su atención.




Pasear es una actividad animal y genuinamente humana, un acto que es a la vez instintivo y de observación, de encuentro y recogimiento. Hay un momento en que quien pasea deja de recorrer el paisaje, siendo este el que recorre al paseante. Dejar vagar los pensamientos durante el transcurso del trayecto, acomodar el paso a un ritmo distinto de las prisas que nos acompañan a diario o combinar unos trabajos que cada vez son más sedentarios con la realización de alguna actividad hacen que esta actividad sea un complemento indispensable a la vida que llevamos. 
Robert L. Stevenson, un incansable trotamundos escribía: "No controlar el paso de las horas durante toda una vida es vivir para siempre."
Acompañando el paseo de Walser acaso nos haya ocurrido que una música haya solicitado nuestra atención distrayéndonos por unos momentos de los pensamientos. Puestos a desviar nuestra atención, podríamos dejarnos seducir por una de las melodías más subyugantes, la que la sacerdotisa Norma canta a la luna esa Casta diva en la nocturnidad del bosque.
Nos acompaña, asomada a la ventana de nuestro dispositivo electrónico, la presencia de la soprano rusa Aida Garifullina en el Second Peace Concert "Arirang" celebrado en 2014 en Seoul Art Center Concert Hall de la capital surcoreana.



Antes de publicar El paseo, Robert Walser había escrito tres novelas: Los hermanos Tanner, El ayudante y, la que se considera su mejor obra, Jakob von Gunten, todas en la primera década del siglo XX, mientras pasó de Suiza a vivir en Berlín con su hermano mayor, que era pintor. Tras la última novela regresó a Beil, su ciudad natal, donde redactó la obra que nos acompaña y otros relatos y poemas. A partir de esa época comenzó a sufrir una inmensa depresión que se acompañaba de alucinaciones. Después de varios tratamientos infructuosos, en 1930 fue internado en una clínica psiquiátrica en Herisau donde permaneció décadas ingresado. Aparte de sus cada vez más escasos microgramas, pequeños textos que anotaba a lápiz en papelitos, Walser dejó de escribir. "Yo no he venido aquí a escribir, sino a volverme loco".
Como él quería, su persona fue desapareciendo, de la misma forma que su obra, hasta quedar relegada al olvido. Aún siguió dando paseos por los alrededores. La víspera de Navidad de 1956 su cuerpo fue encontrado inerte en la nieve a más de veinte kilómetros del sanatorio. Casi treinta años después de haber desaparecido para los lectores, la persona de Robert Walser se fue también.
Tras ser admirado por autores de la talla de Kafka, Thomas Mann, Walter Benjamin, Elias Canetti o Claudio Magris, sólo el paso del tiempo ha puesto sus libros de nuevo en el lugar que le corresponden.

Publicada póstumamente, Schwanengesang (El canto del cisne) es el último de los ciclos de lieder compuesto por Franz Schubert a partir de poemas de Ludwig Rellstab y Heinrich Heine. En él se recogen una serie de canciones con menos unidad temática que los anteriores La bella molinera El viaje de invierno, pero que no desdicen cuando se interpretan juntas, y cuya agrupación fue determinada finalmente por el editor de la obra que buscaba, además, un título que reflejara que se trataban de las últimas obras del compositor.



Se acerca el final de nuestro paseo con el cuarto lied de El canto del cisne, Ständchen (Serenata), uno de los poemas de Rellstab que guarda un tono semejante al que nos deja el texto de Walser.
La interpretación también es un lujo al que sabremos ser indulgentes con alguna errata en los subtítulos. El mayor de todos cuantos han interpretado a Schubert, el barítono alemán Dieter Fischer Dieskau nos ofrece esta Serenata con la que finalizamos nuestro paseo literario y musical, una invitación a cuantos podamos realizar, tanto como caminantes en la naturaleza como flâneurs y flâneuses en la ciudad.  



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Bibliografía y webgrafía consultadas:
  • Walser, Robert, El paseo. Editorial Siruela, 2005