expr:class='"loading" + data:blog.mobileClass'>
Mostrando entradas con la etiqueta L'Orfeo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta L'Orfeo. Mostrar todas las entradas

El eterno retorno de Sísifo

Un mito recoge una historia ficticia o un personaje literario o artístico que condensa alguna realidad humana de significación universal. Con esta segunda acepción, la R.A.E. nos acerca al significado del término mito y a una de las narrativas más utilizadas por los seres humanos desde tiempo inmemorial.
¿Quién no ha oído hablar del ingenioso Ulises, el poderoso Hércules, la conmovedora música de Orfeo o la belleza sin par de Venus? ¿Quién no tiene referencias de la fundación de Roma por Rómulo y Remo, el orden y las leyes derivados de Júpiter, la creación del comercio por Mercurio o no ha sentido en alguna ocasión los dardos de Cupido?
Entre dioses, semidioses y héroes, las mitologías griega, romana, egipcia o nórdica están repletas de historias que buscan interpretar tanto el origen del mundo como algunos acontecimientos de la humanidad o determinados arquetipos en los que nos reconocemos.
Así, tras estas civilizaciones, ¿quién no ha identificado o asociado algunos conocidos o personalidades públicas como si fueran Quijote, Lolita, Carmen, el rey Arturo, Lulú, Norma o la Alicia que transita por el país de las maravillas? 
Enraizado con la expresión bíblica «ganarás el pan con el sudor de tu frente», otro mito de la antigüedad se nos antoja presente aún en nuestras vidas, Sísifo. Condenado a subir una roca por la montaña y recogerla de su caída al llegar a la cima de modo inmisericorde e interminable, este mito está presente en nuestras vidas y lo asociamos al trabajo mecánico, repetitivo, rutinario o burocrático, un sinsentido que nos acompaña en nuestro transitar.
Cuando se acerca uno de los momentos en que socialmente comenzamos una nueva etapa cada año, tras la pausa veraniega, te propongo unas reflexiones sobre el mito de Sísifo desde la antigüedad hasta nuestras propias vidas con obras que te sorprenderán de Robert Graves, Camus, Kallifatides, Monteverdi y Lully. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!

Imagen basada en "Sísifo" de Vecellio di Gregorio Tiziano, Museo del Prado

En ocasiones tenemos alguna idea poco precisa de situaciones, acontecimientos o narraciones, quedándonos con una parte de los mismos. Comenzamos nuestro acercamiento al mito de Sísifo con la obra de uno de los más grandes y apasionados conocedores y divulgadores del mundo clásico grecolatino que ha dado el siglo XX.
Robert Graves llegó al gran público con la edición de la biografía del emperador romano Claudio en sus dos volúmenes: I, Claudius (Yo, Claudio) y Claudius the God and his  wife Messalina (Claudio, el dios, y su esposa Mesalina) editadas en 1934 y 1943 respectivamente. 
Nacido en Wimbledon en 1895 con el nombre de Robert von Ranke Graves, fue un traductor y escritor cuya obra más conocida se basa en la investigación y divulgación histórica griega y latina, sin olvidar su importante producción poética.
Antes de incorporarse a filas durante la Gran Guerra, Graves estudió en el King's College. Herido en la batalla del Somme, su primer libro de poesía Hadas y fusileros (1917) le sirve para narrar sus experiencias durante el conflicto.
En 1919 se casó e ingresó en el Saint John's College de Oxford para estudiar Literatura Inglesa, tras lo cual impartió clases en Egipto, donde trabó amistad con Lawrence de Arabia, regresando a Londres, tras lo cual se establecería en Mallorca desde donde publicó la citada Yo, Claudio o Belisarius que le dieron un primer reconocimiento internacional.
Con la Guerra Civil se instaló en Estados Unidos y después en Inglaterra, hasta regresar a Deià (Mallorca) donde continuó publicando Rey Jesús, Las aventuras del sargento Lamb o La hija de Homero, entre otros. Continuó con sus investigaciones mitológicas con obras como El vellocino de oro, Dioses y héroes de la antigua Grecia, La diosa blanca o Los mitos griegos.
Su poesía fue huyendo de cualquier escuela que la identificase, llegando a poseer un estilo claro e intenso con obras como Poemas completos en varias ediciones, alternando la poesía amorosa con una particular combinación entre la pasión y el cinismo, lo personal con lo universal o el amor con el erotismo.
Falleció ya nonagenario en Deià, la localidad que le acogió durante sus últimas décadas de vida. 


En Los mitos griegos (1955), Graves nos ofrece una exhaustiva y amena investigación sobre aquellos personajes que ayudaron a forjar el universo simbólico e imaginario de Occidente a través de los siglos con figuras como Zeus, Afrodita, Apolo, Perseo, Sísifo, Midas, Teseo, Penélope, Hércules, Narciso o Dionisos.
Nos acercamos a través de la pluma de Robert Graves a conocer, con minucioso y profundo detalle los entresijos del mito que nos ocupa, Sísifo, desde sus orígenes como hijo de Eolo y Mérope, sus argucias y su mala fama de ladrón y mentiroso, la curiosa idea sobre el nacimiento de Ulises-Odiseo, la fundación que hizo de Efira (que más adelante será Corinto), cómo reveló secretos de los dioses y cómo llegó a engañarlos, lo que le valió el castigo que conocemos.


Basada en la obra homónima de Eurípides, Jean-Baptiste Lully estrenó en 1674 Alceste, ou Le Triomphe d'Alcide (Alcestes o El triunfo de Alcides), una ópera en cinco actos que compuso para celebrar una de las victorias militares de Luis XIV.
El argumento, muy desdibujado al recargar la obra con un exceso de números musicales, vocales y de danza, trata de Alcides (el Hércules de la mitología griega), que se haya enamorado de Alcestes, princesa de Yolco y que se convertirá en reina de Tesalia cuando se case con Admeto. Tetis, Licomedes e incluso Eolo intentan raptarla. En la lucha para rescatarlas vence Alcides, pero Admeto sufre una herida mortal. El mismo Apolo permitirá que siga vivo si alguien lo sustituye, a lo que se presta Alcestes, que muere por él. Alcides propone a Admeto ir a rescatarla al abismo del Tártaro, el inframundo donde Caronte recibe a los muertos, a cambio de que sea su esposa y Admeto acepta. Al regreso con Alcestes, la despedida entre los enamorados es tan conmovedora que Alcides decide que ambos enamorados sigan juntos.
De la misma manera que Sísifo entró (y salió) en los dominios de Caronte, la primera de las incursiones musicales nos acerca, en el comienzo del Acto IV del Alceste de Lully al momento en que Caronte recibe a las sombras de unos fallecidos para acompañarles en su barca en su viaje al Tártaro.


El enlace corresponde al aria de Caronte Il faut passer tôt ou tard y el diálogo con las sombras en una interpretación del bajo Gregory Reinhart perteneciente a una grabación de audio que se realizó en vivo en el Théâtre des Champs Elysées en 1992 con La Grande Écurie et la Chambre du Roy dirigidos por Jean-Claude Malgoire.


Uno de los valores que poseen los mitos es su carácter universal y atemporal, pudiendo aplicarse a cualquier cultura y época, puesto que trascienden de un territorio y un tiempo determinados. ¿Qué nos puede aportar el mito de Sísifo hoy en día en nuestra época y situación?

Nacido en una modesta familia de emigrantes franceses en Argelia, Albert Camus es uno de los novelistas, ensayistas y dramaturgos más destacados en la Francia del siglo XX. Inteligente y trabajador, comenzó a estudiar Filosofía en la universidad de Argel, aunque no pudo terminar debido a una tuberculosis.
A partir de esta situación, formó una compañía de teatro aficionado que montaba obras clásicas para trabajadores, ejerció como periodista en Argel y publicó una recopilación de sus artículos inspirados en sus viajes y lecturas en Bodas (1939).
Tras marchar al año siguiente a Paris, trabajó como redactor en Paris Soir, mientras comenzó a publicar novelas como El extranjero o ensayos como El mito de Sísifo, dos obras que, en cierto sentido se complementan y muestran la influencia del existencialismo. Camus muestra en ellas una visión del destino humano como un absurdo, mostrando en la primera de ellas a un ser incapaz de participar en las pasiones humanas que vive su propia suerte desde una indiferencia absoluta.
Tras militar en la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, fundar el periódico clandestino Combat, estrenó sus primeras obras de teatro, El malentendido y Calígula, publicó La peste, en la que su pensamiento sugiere un cierto cambio con la idea de la solidaridad y la capacidad de resistencia humana frente a la tragedia de vivir como un absurdo.
Varios años después de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura falleció, antes de cumplir los cincuenta años, víctima de un accidente automovilístico.

En El mito de Sísifo, Camus trata de la ruptura con la razón ilustrada y el pensamiento del Siglo de las Luces como un indicador del declive del hombre por medio de la sensibilidad absurda, afirmando lo que autores como Nietzsche o Kafka anunciaban a comienzos del pasado siglo, el nacimiento de un nuevo hombre, en este caso el Homo Absurdus que marca el divorcio del hombre y del mundo. La incivilización de los conflictos bélicos de la primera mitad del siglo o los graves problemas que enquistan la civilización empujan al hombre a «convertirse en un individuo» que se interroga sobre su existencia en el mundo y cuestiona el esfuerzo vano de establecer un orden en su vida, puesto que esta facultad no está a su alcance.
Así, el propio Camus advierte en el prólogo de su obra:
Las siguientes páginas tratan de una sensibilidad absurda que puede encontrarse dispersa en el siglo, y no de una filosofía absurda que nuestra época, hablando con propiedad, no ha conocido. Una honradez elemental exige, por lo tanto, que señalemos, desde el principio, lo que estas páginas deben a ciertos autores contemporáneos. (...) Pero es útil advertir, al mismo tiempo, que lo absurdo, tomado hasta ahora como conclusión, es considerado en este ensayo como un punto de partida. 

La disolución entre el pensamiento de la Ilustración y el mundo contemporáneo trae como resultado, para Camus, un interminable fracaso que se repite una y otra vez, como el esfuerzo denodado de Sísifo, en la civilización actual. Su mensaje ofrece un hálito de esperanza en cuanto que el esfuerzo que desarrollamos para llegar, como el mito griego, hasta lo más alto basta para llenar el corazón y alcanzar la dicha.



Aunque no sea la primera composición a la que podemos llamar ópera, sí es la primera que se conserva y tiene los honores de entrar en la historia como la que comenzó este arte. Se trata de La favola d'Orfeo (La fábula de Orfeo) de Claudio Monteverdi, estrenada en el Palacio Ducal de Padua en 1607, una obra a la que siguió nada menos que treinta y tres años más tarde Il ritorno d'Ulisse in patria (El regreso de Ulises) del mismo autor.
También Monteverdi, siguiendo la mítica historia de Orfeo, hace descender al protagonista a la Laguna Estigia para rescatar de la muerte a su amada Eurídice. Al llegar a los dominios de Caronte acompañado de la Esperanza, esta lo deja sólo al ver grabado en una piedra el texto que Dante cita en su Divina Comedia«Abandonar toda esperanza los que entráis». Caronte se niega a dejarle pasar en su barca con este argumento, al que sigue una breve sinfonía.


La interpretación de este aria de Caronte del Orfeo de Monteverdi corresponde al bajo Mario Luperi, en una tesitura que se aproxima al bajo profundo, idónea para un personaje al que podríamos catalogar como cavernoso por su condición.


Cada año, cada temporada, en ese tiempo que avanza en su desarrollo lineal a la vez que circular, que acaba concluyendo para reiniciarse de nuevo, nuestro trabajo -si lo tenemos y lo conservamos- corre el riesgo de que, con él, nos convirtamos en un Sísifo que sube a duras penas su piedra hacia la sima como un castigo que se nos antoja eterno. ¿Cómo podemos conciliar, pues, un mito como el de Sísifo con la condición del Homo Absurdus a que se refiere Camus? ¿Está en nuestras manos, en nuestro deseo y voluntad encontrar un sentido a los esfuerzos repetitivos, reiterados, incongruentes que conforman nuestro trabajo?

Nacido en 1938 en Molaloi (Grecia), Theodor Kallifatides emigró a Suecia a mitad de los años sesenta del pasado siglo donde estudió Filosofía y comenzó una carrera literaria en el idioma del país que lo acogió. Autor polifacético, Kallifatides ha publicado una cuarentena de libros de poemas, novelas, ensayos sobre viajes, obras teatrales y guiones cinematográficos, además de dirigir la película Kärieken (El amor).
En general, sus obras tratan sobre la condición de ser griego en el extranjero o sobre su experiencia en su país natal, siendo traducido a más de una veintena de idiomas. También ha traducido al griego obras de autores suecos como el cineasta Ingmar Bergmann o August Strindberg o al sueco obras de compatriotas suyos como Mikis Theodorakis. En sus últimas obras ha abierto un camino hacia la escritura en griego de obras basadas en sus experiencias vitales antes de abandonar su país de origen.
En Otra vida por vivir, una obra escrita en griego cercano a los ochenta años un Kallifatides incapaz de escribir e incapaz, a la vez, de no escribir, vuelve su mirada a su país natal. Vende el estudio en Estocolmo donde ha escrito sus libros para emprender un viaje a su Grecia con su esposa indagando en la relación entre una vida y un trabajo con sentido y su aceptación y reconciliación con el envejecimiento.
Una historia anecdótica nos acerca, por última vez, al mito de Sísifo y su aplicación práctica, alejada de reflexiones más o menos profundas.



Nos despedimos con la continuación de la escena musical anterior. Tras el argumento utilizado por Orfeo para convencer a Caronte de que lo deje pasar para llevar a su amada Euridice a la vida, este se niega a darle paso en su barca. Se entabla un diálogo entre ambos con el aria de Orfeo Possente Spirto e formidabli nume (Poderoso espíritu y gran divinidad), al que responde el barquero con Ben sollecita alquanto (Tú me adulas) negándose a dejar pasar a nadie al lado de los vivos.


La escena continuará más adelante con el arte de Orfeo que logra dormir con su melodiosa arpa a Caronte y, robándole su barca, cruza la laguna hasta llegar al infierno en busca de su amada. El final de la escena, un coro de espíritus infernales celebrará el gesto del Hombre, esa criatura que no emprende en vano un esfuerzo o un proyecto y contra la que la Naturaleza no tiene forma de oponerse.


La interpretación corre a cargo del barítono suizo Philippe Huttenlochner en el papel del mítico Orfeo y del bajo Hans Frazen como Caronte en una producción que podríamos calificar como histórica de L'Orfeo dirigida por Nikolaus Harnoncourt a partir de una puesta en escena de Jean Pierre Ponnelle y del Zurich Monteverdi Ensemble de 1978 que recrea el estilo de las primeras producciones del XVII. 
El escenario alegórico une el mundo real y el inframundo como un castillo medieval cubierto de vegetación, con unos coros instalados en el balcón que representan la nobleza de Mantua de la época, con unos memorables y opulentos trajes falsos en blanco y negro, mientras el patio lo ocupan pastores con sus chalecos de piel de oveja, flautas de pan y polainas en la primera parte. En la continuación, los personajes del infierno aparecerán los vestidos en rojo y púrpura con catacumbas recargadas de esqueletos, telarañas y fantasmas. De tal forma, esta producción de L'Orfeo muestra la artificialidad y la falsa verdad que suponen el amor cortés y las representaciones sobre el escenario en un festín para los ojos y los oídos que conforman, en su conjunto, un delirante, opulento y decadente espectáculo.

Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!


Bibliografía y webgrafía consultadas:
  • www.kareol.es: Letras y traducciones de óperas y música vocal.
  • Graves, Robert. Los mitos griegos. Traducción de Lucía Graves. Editorial Ariel. Barcelona, 2012.
  • Camus, Albert. El mito de Sísifo. Traducción de Esther Benítez. Editorial DeBolsillo (Punto de lectura), 2021.
  • Tallifatides, Theodor. Otra vida por vivir. Traducción de Selma Ancira. Galaxia Gutenberg, 2019

En el principio no existía el nombre, la llamaremos...

¿Son las cosas que admiramos y nos gustan como eran en su comienzo? Damos por hecho todo aquello que está consolidado, lo que ha conseguido tener una forma concreta, aquello que sigue unas reglas que se han establecido a lo largo del tiempo y es aceptado tal como permanece. 
Pero el comienzo de todo arte, ciencia, deporte, programa o cualquier relación que pensemos ha estado marcado por unos inicios que han tardado en afianzarse, a veces incluso no ha llegado a adoptar una forma definitiva o no ha sido aceptado. Ha habido una evolución que ha determinado la forma que tiene actualmente, quedándose en muchos casos por el camino, ganando fuerzas, adaptándose a los gustos o necesidades.












En esta entrada te propongo una mirada a los primeros, balbuceantes pasos de una de las artes más completas y que aglutina la música, el canto, la poesía, las artes plásticas y, en ocasiones incluso, la danza. Nos acompañan un texto de Laia Falcón y el primero de los sonidos que se escucharon en la primera de las representaciones de Claudio Monteverdi.


Jonas Kaufman y Elena Mosuc tras La Traviata, Teatro Alla Scala de Milán
Siempre me ha llamado la atención que un género musical tan consolidado e importante como la ópera tenga precisamente ese nombre. Ópera significa literalmente, ya lo sabemos, obra. Qué poca preocupación por el nombre para un estilo musical que apareció como una forma de expresión estilizada y refinada a finales del siglo XVII. 
Todo comienza en las últimas décadas del siglo XVI en Florencia bajo la influencia del conde Giovanni de Bardi que se rodeó de un grupo de invitados conocidos como Camerata Fiorentina entre los que estaban Giulio Caccini, Pietro Strozzi (padre de Barbara Strozzi de quien hablamos en Mujeres épicas) o Vicenzo Galilei (sí, el padre de Galileo). Buscaban llevar la música a la naturalidad y pureza que tenía en la antigua Grecia, ya que, para ellos, estaba corrompiéndose por el uso excesivo de la polifonía que hacía cada vez menos inteligible el texto cantado y destrozaba la poesía, la misma crítica que realizó el Concilio de Trento.
Jacopo Peri con libreto de Rinuccini compuso la que se considera la precursora de la ópera, Dafne, una obra de la que sólo se tienen referencias.

Hace unos meses, en mi escucha impenitente de Radio Clásica de RNE, tuve un sorprendente encuentro oyendo una entrevista con la polifacética e interesante personalidad de Laia Falcón
La soprano, doctora en sociología y en comunicación audiovisual presentaba su libro La ópera. Voz, emoción y personaje. Una delicia para los amantes de este género musical. 

Para el texto de este post, no me resisto a compartir las palabras con que evoca los preparativos de la primera representación que se llevó a cabo.


Después de varias experiencias a cargo de distintos autores, en 1607 Claudio Monteverdi estrenó la que está considerada como primera ópera, el primer drama musical de la historia, en colaboración con Alessandro Stringgio, autor del texto. Más completa que las obras que se hicieron hasta ese momento, presenta la mayor evolución del género. Monteverdi logró transmitir las emociones de los discursos de los actores cantantes a través del uso de las inflexiones de la voz, logrando alcanzar un lenguaje con una gran libertad armónica. La orquesta no sólo acompañaba a los cantantes, ya que también ayudaba a crear los ambientes de las distintas escenas. 




Pero no fue en Florencia, sino en Mantua donde se estrenó la que actualmente se considera la primera ópera. Claudio Monteverdi preparó una obra sobre el mitológico personaje. Pensó que lo mejor sería utilizar la marcha militar de los Gonzaga, duques de Mantua, como agradecimiento hacia quienes financiaban el espectáculo y como medio de indicar a los asistentes que comenzaba la ópera y era el momento de tomar asiento y atender. Así comienza el camino de la ópera.
La música no podía ser otra que la que inicia la opera prima del género. Una versión de L'Orfeo, Fávola in música, nombre que le dio en lugar de ópera, de Claudio Monteverdi con Jordi Savall Le Concert des Nations y la Capella Reial ofrecieron esta versión con evocaciones primigenias en el Teatre del Liceu de Barcelona en 2002. 


Si tienes tiempo y ganas, aquí puedes disfrutar la versión completa.


Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!

En el principio no existía el nombre, la llamaremos...

Damos por hecho todo aquello que está consolidado, lo que ha conseguido tener una forma concreta, aquello que sigue unas reglas que se han establecido a lo largo del tiempo y es aceptado tal como permanece. 
Pero el comienzo de todo arte, ciencia, deporte, programa o cualquier relación ha estado marcado por unos inicios que han tardado en afianzarse, a veces incluso no ha llegado a adoptar una forma definitiva o no ha sido aceptado.
En esta entrada traigo una mirada a los primeros, balbuceantes pasos de una de las artes más completas que aglutinan la música, el canto, la poesía, las artes plásticas y, en ocasiones incluso, la danza.



Siempre me ha llamado la atención que un género musical tan consolidado e importante como la ópera tenga precisamente ese nombre. Ópera significa literalmente, ya lo sabemos, obra. Qué poca preocupación por el nombre para un estilo musical que apareció como una forma de expresión estilizada y refinada a finales del siglo XVII.

Hace unos meses, en mi escucha impenitente de Radio Clásica de RNE, tuve un sorprendente encuentro oyendo una entrevista con la polifacética e interesante personalidad de Laia Falcón
La soprano, doctora en sociología y en comunicación audiovisual presentaba su libro La ópera. Voz, emoción y personaje. Una delicia para los amantes de este género musical. 

Para el texto de este post, no me resisto a compartir las palabras con las que evoca los preparativos de la primera representación que se llevó a cabo.



Después de varias experiencias a cargo de distintos autores, en 1607 Claudio Monteverdi estrenó la que está considerada como primera ópera, el primer drama musical de la historia, en colaboración con Alessandro Stringgio, autor del texto. Más completa que las obras que se hicieron hasta ese momento, presenta la mayor evolución del género. Monteverdi logró transmitir las emociones de los discursos de los actores cantantes a través del uso de las inflexiones de la voz, logrando alcanzar un lenguaje con una gran libertad armónica. La orquesta no sólo acompañaba a los cantantes, ya que también ayudaba a crear los ambientes de las distintas escenas.





La música no podía se otra que la que inicia la opera prima del género. Una versión de L'Orfeo, Fávola in música, de Claudio Monteverdi con Jordi Savall y Le Concert des Nations y la Capella Reial ofrecieron esta versión con evocaciones primigenias en el Teatre del Liceu de Barcelona en 2002. 


Si tienes tiempo y ganas, aquí puedes disfrutar la versión completa.


Si te gusta... ¡Comparte!