expr:class='"loading" + data:blog.mobileClass'>

Nuestro inmenso jardín de vidrio

Para celebrar el #2022AñoInternacionalDel Vidrio.

Pocos materiales llevan tanto tiempo entre nosotros como el vidrio. Este componente inorgánico es simultáneamente duro y frágil, sin forma definida, se adapta a la forma de cualquier molde o a la que se le desee dar cuando se manipula y nos permite jugar con el paso de la luz.
La Asamblea General de las Naciones Unidas eligió en una resolución del 21 de mayo de 2021 el año 2022 con el International Year of Glass o Año Internacional del Vidrio. También se decidió dedicar 2022 a las Ciencias Básicas para el Desarrollo Sostenible, La Pesca y la Acuicultura Artesanales y el Desarrollo Sostenible de las Montañas.
Si en un primer momento se utilizaba para reemplazar las piedras preciosas, al mejorar las técnicas de fabricación y ganar en transparencia y calidad, se comenzó a emplear en las ventanas, inicialmente de palacios y templos, para llegar a los hogares con el paso del tiempo. Hoy en día, el vidrio se halla presente en nuestras vidas a través de múltiples utilidades, desde decoración, hasta la construcción, pasando por accesorios, envases y utensilios de uso diario o como componentes de aparatos de óptica e investigación.
Además, en un mundo donde nos hemos acostumbrado a usar y tirar el vidrio tiene una enorme ventaja frente a otros recipientes: su reutilización y reciclaje. Podemos afirmar que La Tierra es nuestro inmenso jardín de vidrio y cualquier momento es bueno para celebrar la presencia del vidrio en nuestras vidas.
Celebramos el #2022AñoInternacionalDelVidrio con unas reflexiones sobre este material fundamental en el desarrollo humano, un interesante libro de Tatiana Tîbuleac y músicas para armónica de cristal de Mozart, Tchaikovsky y Donizetti. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!

 
Tenemos constancia de que hace más de 5.000 años se utilizaban recipientes de vidrio para el almacenamiento y conservación de distintos productos. Plinio el Viejo narra en su Historia Natural que el descubrimiento del vidrio se produjo en Siria cuando los mercaderes que comerciaban con natrón, material de sosa, buscaron preparar comida. Al necesitar rocas para apoyar las ollas cogieron el natrón que tenían a mano, descubriendo al día siguiente que se había fundido con el calor y la arena del suelo, transformándose en una materia brillante y de consistencia similar a una piedra.
Tras este descubrimiento, egipcios, fenicios y romanos continuaron mejorando su producción, abriendo fábricas en distintos lugares. Los fenicios consiguieron el vidrio transparente gracias a las finas arenas de su río Belo; en Tirón, en el Mediterráneo oriental, se descubrió en el siglo I a. C. la técnica del vidrio soplado.


Como el propio vidrio que está volviéndose más discreto en su utilización frente a materiales como el plástico, en esta publicación nos acompaña una novela que nos remite a uno de esos países que apenas son visibles desde nuestro entorno, un lugar que pasa desapercibido salvo cuando aparece en algún mapa junto a otros lugares en las noticias. Antigua república socialista que formó parte del área de influencia rusa y de la extinta URSS, Moldavia es más conocida entre nosotros por estar situada entre Ucrania y Rumanía.
El único contacto que he tenido con ella fue la interpretación de dos óperas en el Teatro España de mi localidad, La Palma del Condado, en 2008 por la Orquesta y Coro del Teatro Nacional de ópera y ballet de Moldavia que pusieron en escena Il Trovatore y Lucia di Lammermoor y que tuve la fortuna de subtitular para el público, mostrando desde el director hasta la prima donna y todos los intérpretes una capacidad artística excelentes.
Después de estudiar Periodismo y Comunicación, Tatiana Tîbuleac trabajó como periodista en el periódico FLUX de Chisináu, la capital moldava, para continuar como reportera y presentadora en la televisión estatal de su país. Instalada en París trabajando como periodista, comenzó también una carrera literaria con la publicación en 2014 del libro de relatos Fábulas modernas al que siguieron El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes y la novela que nos acompaña en esta publicación.
Publicada en 2018, El jardín de vidrio es un relato duro que transcurre en la República Socialista Soviética de Moldavia en pleno periodo comunista. Tamara Pavlovna acude al orfanato para sacar de allí a la pequeña Lastotchka. No se trata de un acto bondadoso o compasivo, sino de una acción cruel y terrorífica, pues ha sido comparada para ser explotada como esclava recolectando botellas por las calles. La pequeña, que es quien escribe como narrando a unos padres ausentes, debe aprender a sobrevivir robando, mendigando y rechazando lo que buscan en ella los hombres que se le acercan en un medio mísero y violento en una suerte de memoria que comienza con un inquietante: «Nazco de noche, tengo siete años. Me llevaría en brazos, dice, pero tiene las manos ocupadas».
El primero de los textos seleccionados nos muestra a Lastotchka esperando que se duerma Tamara Pavlovna mientras recuerda las últimas palabras de la directora del orfanato, antes de narrar cómo se desarrollaban los interminables días recogiendo botellas por las calles.


En la producción del vidrio se emplean el sílice de la arena junto a otras sustancias como la caliza y el carbonato de sodio. En su elaboración, se funden en un horno a unas temperaturas elevadas, entre 1.400 y 1.600º C, hasta que se convierten en una pasta vítrea que se moldea en caliente con diversas técnicas que van desde la introducción en moldes hasta el soplado, dejándoles enfriar posteriormente.


Asociar el sonido con el color es propio de la sinestesia, esa figura retórica que mezcla las sensaciones captadas por distintos sentidos, además de generalizarse como la cualidad que tienen algunas personas de experimentar sensaciones procedentes de un sentido a partir de otro distinto. 
También nos sirve, en cierto modo, para crear imágenes como el sonido y el cristal. Hablamos de sonido cristalino al referirnos a un sonido que es claro, limpio, delicado y casi transparente.
Uno de los ejemplos más claros y diáfanos de este sonido es precisamente el producido por las copas de cristal. Para producirlo y crear melodías basta disponer de copas de distintos tamaños y con diversa cantidad de líquido en su interior. Frotándolas con los dedos humedecidos se obtienen los sonidos deseados.
Estos objetos se transformaron en instrumentos con los que compositores de mediados del XVIII y XIX idearon composiciones  musicales. Denominados Glass Harmonica o Armónica de cristal, Mozart, Beethoven o Schubert compusieron obras para ellos. El propio Gluck, uno de los compositores más afamados de su época interpretó un concierto en el Haymarket Theatre de Londres el 23 de abril de 1846 con «26 vasos afinados con agua de manantial».
En otros casos, fueron distintos intérpretes los que configuraron las copas para realizar adaptaciones de obras obras musicales caracterizadas por poseer melodías claras y etéreas.
Nos acompaña una interpretación del primer movimiento la Sonata nº 11 para piano de Mozart, conocido como Rondó alla Turca o Marcha Turca en una versión para copas de cristal que corre a cargo de Robert Tiso.


Aunque se suelen utilizar como sinónimos en determinadas ocasiones, el vidrio y el cristal como al que acabamos de oír son materiales distintos, aunque no esencialmente diferentes. Su composición esencial es similar y la mayor diferencia surge en el proceso de tratamiento de los materiales. 
El cristal es un sólido con una estructura atómica regular, mientras el vidrio no posee esta regularidad, por lo que en ocasiones se le considera un cristal falto de terminación, provocada fundamentalmente por el tiempo de enfriamiento que se la da al material.


En su obra, Tamara Pavlovna trata también sobre la identidad lingüística. En Moldavia se creó una lengua generada a partir del ruso y algunas palabras rumanas que los habitantes de Besarabia hablaron durante medio siglo, antes de comenzar a desaparecer. Muchos la hablaron, pocos llegaron a escribirla y aparece en la obra de la escritora moldava como un símbolo de la falta de arraigo. La lengua en la que crecieron, con la que aprendieron a contar cuentos y a cantar, con la que se atrevieron a moldear sus sueños les ha dejado huérfanos con una mezcla de nostalgia, curiosidad o deseos de venganza o de olvido.
Basada en sus recuerdos y su historia familiar El jardín de vidrio es un crudo retrato de una época oscura, una suerte de exorcismo social y familiar, un escrito de una niña hacia unos padres a los que no conoce y en el que abandono, la ausencia de cariño y de empatía generan un dolor que se vuelve tan insoportable como inevitable provocando heridas que difícilmente llegan a cauterizar. Los personajes se hayan inmersos en un mundo que les es cruel y en el que no tienen posibilidades de desenvolverse, crecer y tener un futuro distinto del presente en el que se encuentran, viviendo en una suerte de universo dickensiano sin la piedad, el cariño y la compasión que el escritor inglés imprimía a los protagonistas de sus obras.
La pequeña Lastotchka nos narra, en su deseo de explicarse ante sus desconocidos e inabarcables padres cómo limpiaban las botellas, desviándose con algunas consideraciones hacia sus vecinos y cuánto valdría la vida de cada uno de ellos, mientras expone ante nuestras miradas el modo con el que era tratada.

De forma más especifica, se llama cristal al mineral con características vítreas que se origina de forma natural sin manipulación de los seres humanos, como son los casos del rubí, el cuarzo o la fluorita. En la fabricación, la diferencia en los materiales que lo componen estriba en la adicción de óxido de plomo para la creación del cristal.
Aunque en general se denominan con este sustantivo objetos como vasos o copas, e incluso a los que nos protegen desde las ventanas o forman nuestras gafas, no siempre se trata de objetos realizados con cristal, aunque los denominemos así por extensión.
El tratamiento que se da a vidrio y cristal provoca otra diferencia entre ambos: en caso de rotura, el cristal y el vidrio común se rompen en trozos con aristas definidas y cortantes, mientras el vidrio templado es más seguro y se fractura en pequeños trozos no cortantes, como los que se utilizan en la fabricación de las cocinas de vitrocerámica o los paneles solares.


Siguiendo más cercanos al cristal, no pasó mucho tiempo hasta que los vasos de cristal acabaron convertidos en un nuevo instrumento, la citada Glass Harmonica que inventó el polifacético Benjamin Franklin en el otoño de 1761. En lugar de las copas, el instrumento original estaba compuesto por una 37 vasos semiesféricos de diferentes superpuestos alrededor de un eje horizontal de acero al que se le imprime un movimiento rotatorio gracias a un pedal. Los vasos hacen la función de resonadores gracias a un sistema que humedece automáticamente los bordes y generando el sonido de las copas. Una vez ideado el instrumento, Charles James, un constructor de Londres lo comercializó con un precio inicial de 40 guineas.
Posteriormente, en 1839 se le introduciría un teclado con el que golpeaban los cristales en lugar de frotarlos por las manos, aunque se perdía el sonido etéreo, por lo que dejó de fabricarse.

Nos acompaña una de las piezas compuestas para ser interpretada por la Glass Harmonica, Sugar Plum Fairy (La danza del Hada de Azúcar) perteneciente al ballet El Cascanueces de Tchaikovsky. ¿Qué mejor instrumento para un personaje que se mueve delicadamente entre hilos de azúcar y caramelos? William Zaitler nos seduce con su interpretación de esta pieza tan clásica.


El vidrio, que en las últimas décadas ha sido desplazado en su función como contenedor de líquidos por los distintos tipos de envases de plástico o los tetrabriks, continúa teniendo unas propiedades, utilidades y aplicaciones que lo hacen cada vez más apreciable.
El vidrio no altera el aroma ni el sabor de las bebidas, alimentos y productos que contiene en sus envases. También es hermético, impermeable, no se degrada y no precisa capas internas de protección como otros envases. También posee propiedades químicas esenciales para el almacenamiento de vacunas, fármacos y productos de biomedicina. 
En las últimas décadas se ha manifestado como materia prima indispensable para las tecnologías de la información y la comunicación, como algunas pantallas táctiles; es parte fundamental en las células fotovoltaicas que se están utilizando cada vez más en la producción de energías limpias.


Tras dejar el periódico FLUX, Tatiana Tîbuleac comenzó a trabajar en la televisión Pro TV Chisináu como reportera y, más adelante, presentadora. Buscaba más indagar y trabajar conociendo a personas diferentes de los famosos habituales en el medio por parecerles mas interesantes. Ciudadanos pobres, con problemas sociales o enfermos eran los protagonistas de sus reportajes, no dudando en estar varios días con ellos para conocerlos más profundamente y presentar sus historias.
En El jardín de vidrio, Tîbuleac nos ofrece una doble lectura: por un lado la historia de Lastochka y quienes pasan junto a ella en su vida, con una violencia que se deja ver entre líneas, y por otro la historia de la propia Moldavia durante los años que permaneció bajo el yugo de la URSS. Aquí aparecen la disolución del país, la pérdida de identidad y el sentimiento de desarraigo, la sensación de no pertenecer a ninguna parte, la privación de su cultura y su lengua. La protagonista está abocada a aprender el ruso, aunque elija, pese a todas las presiones, el moldavo, una lengua que le haría estar en inferioridad, puesto que «los moldavos son despojos».
Así, la escritora plantea su duda vital, la importancia de conocer el pasado para comprender el presente, frente a quienes solo viven en el pasado.
Continúa la joven Lastochka narrando su vida alrededor de las botellas: la habitación que compartía con Tamara Pavlovna, la recolección, los borrachos que vivían alrededor de ellas, los policías del barrio o el valor que alcanzaban las botellas en su intercambio y venta.


Pese a que las asociemos de modo especial con las catedrales góticas, las vidrieras son una de las formas con que el arte ha utilizado el cristal para transformar un lugar arquitectónico en un espacio cambiante y vivo gracias a los efectos producidos por la luz en el color.
Lugares como la Sainte-Chapelle de París, la del King College de Cambridge, el Grossmunster de Zurich constan de vidrieras que han llevado el arte  del color y la luz durante siglos, igual que las del Art Institute de Chicago o las de las catedrales católicas de Reims o Metz que elaboró el artista de origen judío Marc Chagall o las de la inconclusa Sagrada Familia de Barcelona, además de otras como la Mezquita Nasir-Ol-Molk en Irán, cuya fachada está decorada con vidrieras que ofrecen a los fieles, no imágenes, sino un espectáculo de luces en el exterior cada amanecer y otro en el interior al iluminar los azulejos rosas y la alfombra estampada. 

Además de la Danza del Hada de Azúcar, posiblemente la más popular de las piezas escénicas para la Armónica de cristal sea la llamada Escena de locura de Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti. Se trata de una escena que suele hacerse con el protagonismo de la flauta cuando no se dispone de este instrumento musical, que es el que le da el auténtico colorido etéreo, alejado del mundo asfixiante en el que vive la protagonista, que creó el compositor de Bérgamo.
La soprano de coloratura alemana Diana Damrau nos ofrece una interpretación de concierto con esta Escena de locura que se grabó en julio de 2013 con la Münchener Opernchor & Orchestra dirigidos por el desaparecido Jesús López Cobos para el disco Donizetti, Lucia di Lammermoor de Warner Classics en el que la acompañaron el tenor Joseph Calleja y el bajo Ludovic Tézier. Una ocasión excepcional para recrearnos en la audición y visión de este instrumento, en esta ocasión en su versión a base de tubos y copas.


El vidrio es un material cien por cien reciclable, sin tener desperdicio durante ese proceso, además de admitir un número infinito de procesos de reciclado generando un impacto mínimo en el medio ambiente. Para aprovechar esta gran ventaja es imprescindible la colaboración de todos, puesto que se pueden fundir para crear nuevos objetos solo aquellos que lleguen a los lugares en que se debe realizar esta transformación. Si no llevamos el vidrio a sus contenedores correspondientes, no llegarán a su destino.
Antes de la generalización del uso del plástico había una costumbre, entre los años '60 y '70 del pasado siglo, similar a la de la novela que nos acompaña, que consistía en que al utilizar un recipiente de vidrio y devolverlo a la tienda donde se adquirió, el siguiente producto de ese tipo tenía un precio más rebajado que si no se devolvía. Todos entregaban los recipientes utilizados para su reutilización posterior.
Con el vidrio el reciclaje es posiblemente el más efectivo de todos. Con una tonelada de vidrio se produce la misma cantidad de vidrio tras fundirlo y se ahorran 1'2 toneladas de materia prima. Estos envases tienen una denominación según su forma y el contenido que albergan: los tarros son para alimentos, las botellas para líquidos y los frascos para contenidos más pequeños (perfumes, cosmética o farmacia). 


El jardín de vidrio de Tîbuleac nos lleva a un lugar repleto de miserias y carente de alegrías, un mundo en que los pocos instantes de felicidad surgían de lo más pequeño e inimaginable. Días austeros repletos de un esfuerzo físico inacabable, falto de cariño, con golpes y pellizcos como forma de educación y aprendizaje, respirando el hedor del alcohol y los vómitos, aprendiendo en el colegio el idioma desahuciado, el de los que no tenían futuro, dejando transcurrir el tiempo en forma de bucle interminable.
Tîbuleac plantea la narración alterando el orden cronológico, a base de pinceladas que van de los recuerdos del pasado a un presente inimaginado, en 167 capítulos cortos, apenas de dos o tres páginas cada uno, que se hacen fáciles y ágiles a la lectura y que obligan al lector a recomponer la historia. La angustia existencial, la violencia soterrada y el dolor constante están presentes en todo momento, asistiendo al desenlace de la historia de algunos personajes, sin conocer cómo llegaron al mismo, pero sí conociendo las cicatrices que dejaron sus heridas y el vacío en que se desenvolvieron.
El último de los capítulos que nos acompañan en este homenaje y reflexión sobre el vidrio nos muestra uno de esos momentos nimios y breves, la primera vez inesperado, que se convierten en íntimos y reveladores, que son lo único en el mundo que sabes que sólo te pertenecen a ti. 


Pese a la gran degradación que estamos produciendo en nuestro planeta por el uso abusivo de plásticos, tetrabriks y derivados, es importante y, hasta cierto punto trascendental, que seamos conscientes de la importancia de utilizar materiales que nos ayuden a conservar nuestro planeta en el mejor de los estados posibles. Como en otros asuntos, es importante que este caso colaboremos aportando nuestro granito... de sílice.

Lámpara de cristal de Murano
Terminamos esta publicación sobre el vidrio, sus características, uso y reciclaje con una pieza musical compuesta expresamente por Wolfgang Amadeus Mozart para la armónica de cristal, su Adagio für Glasharmonika KV 617a, una obra que, según parece, fue escrita en 1791 para ser interpretada por la virtuosa del instrumento Marianne Kirchgessner.
En el enlace que nos acompaña es Crhista Schönfeldinger, miembro del Wiener Glasharmonika Duo quien interpreta este adagio poco conocido de Mozart.

Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!


Bibliografía y webgrafía consultadas:

El arte de escribir cartas

Escribir en una hoja de papel, doblarla, introducirla en un sobre, cerrarlo, ponerle un sello y depositarlo en un buzón con destino a una persona concreta es un acto que ha pasado a la historia como tantos otros en la existencia humana.
Enviar cartas como medio de comunicación puede llegar a ser uno de los actos más íntimos que realizamos las personas.
Durante varios siglos fue una actividad habitual, intensa e íntima entre personas, que comenzó con envíos a los destinatarios llevados a través de personas del entorno doméstico y que generó la formación y un aumento sin precedentes de los servicios de correos en todos los países.
Las cartas nos remiten a un tiempo distinto en el que la inmediatez que nos abruma no existía. Enviar una carta, llegar a su destino, ser leía, contestada y devuelta la respuesta al escritor original suponía días e incluso semanas de espera que en nuestras vidas actuales se han solventado con la rotunda inmediatez que nos proporcionan los medios digitales. ¿Cómo esperar la respuesta a una carta postal teniendo los correos electrónicos al alcance de las yemas de nuestros dedos y su respuesta en el preciso momento en que nos la escriban?
Miles, e incluso millones de cartas, se escribieron y guardaron durante el transcurso de varios siglos, desde los antiguos imperios hasta nuestros días. Escritores, políticos, pensadores, artistas, comerciantes, amigos o enamorados se cartearon durante todo ese tiempo. Muchas cartas llegaron a sus destinos, fueron leídas -en ocasiones no-, destruidas, olvidadas en armarios o escondidas entre libros. Algunas fueron leías y rotas, otras releídas con sorpresa, cariño o amorosamente, guardadas con esmero en la memoria y en cajones, atadas en cuidadosamente en fajos con cintas de colores.
De estas que quedaron surgió un género asociado a la curiosidad por conocer los entresijos de quienes las escribieron: la literatura epistolar. Colecciones de cartas entre distintas personas se han publicado por parecer interesantes sus contenidos y desveladores de la personalidad de quienes las enviaron o recibieron.
Te propongo acercarnos a algunas de las miles de cartas de escritores conocidos que han sido publicadas acompañadas de obras musicales en algunas de cuyas escenas las cartas se presentan como elementos esenciales. Nos acompañan Cortázar, Kafka, Rilke, Mozart, Puccini y Massenet Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!


Las cartas en su versión de envío postal han ido perdiendo fuerza hasta casi desaparecer, de la misma forma que los descubrimientos e inventos han ido cambiando los hábitos cotidianos de todos nosotros. Hacer copias con papel carbón o un cliché para fotocopiar en la máquina de escribir, realizar la colada a mano, ir a la barbería a afeitarse, cocinar en hornillas alimentadas por carbón o utilizar el teléfono -con cable- única y exclusivamente para hablar son costumbres que hemos ido abandonando con el paso del tiempo y que no tienen vuelta atrás.
Pensamos que las cartas han perdido su tradicional uso por la incorporación de las tecnologías digitales en nuestra vida, pero ya, en los albores del siglo pasado, se culpaba al telégrafo o al teléfono, entre otros nuevos inventos de comenzar el fin de las cartas escritas a mano y la necesidad de su empleo.
Hace poco más de cien años, en enero de 1919, la Yale Review estadounidense publicaba: 

Algunos culpan a la máquina de escribir, al teléfono, al telégrafo o al ferrocarril. Otros dicen que el arte de escribir cartas se perdió con la pluma de ganso. Pero la mayoría achaca la pérdida al moderno arte del ocio.

En un declive que se prolonga desde hace tanto tiempo, no todo es achacable a los últimos y revolucionarios inventos, sino a un cúmulo de factores entre los que encontramos los arriba indicados y algunos más que cada uno de nosotros tengamos en consideración.



No hay material escrito tan abundante como las cartas. De amor, amistad, de negocios, de tema político o filosófico, las cartas que se han cruzado entre personajes nos han llamado la atención cuando han salido a la luz y han sido publicadas. Qué escritor, científico, pensador, político, artista o personaje conocido no ha escrito estas misivas y han sido publicadas años después despertando el interés del público lector. Algunas de estas cartas son las protagonistas de esta publicación.
Más de mil cartas inéditas escritas por Julio Cortázar entre 1937 y 1984 forman la extensa colección que se publicó con el explícito título de Julio Cortázar. Cartas y que por su abundancia ha sido publicada en cinco volúmenes en una edición que ha corrido a cargo de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga.
Incansable escritor epistolar para sus amigos y familiares, sus cartas pueden leerse como esa colección de cartas que es o servirnos para conocer a la persona, como si se tratara de un diario personal, una autobiografía o cuaderno de anotaciones sobre sus obras. Nos acercamos al quinto y último volumen, Julio Cortázar. Cartas (1977-1984) y una carta dirigida a María Luisa Perdomo, profesora en la Universidad de Bonn y la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, donde ha mostrado su interés por la crítica literaria y su admiración por escritores como el propio Cortázar.
Escrita en enero de 1977, la carta que nos acompaña refleja el poco interés y capacidad del escritor argentino hacia la crítica, tanto de sus obras como de las ajenas y la admiración hacia Perdomo, a la que no conoce personalmente, por cómo se adentra en esa faceta.


Con esta paulatina desaparición del género epistolar hemos ganado en inmediatez y agilidad, aunque también hemos perdido en otros aspectos.
El tiempo que transcurre entre el envío de una carta y la llegada de su respuesta genera una evocación y un deseo de recibirla, mientras la mente va generando expectativas y posibles respuestas. 
Además, escribir una carta supone un proceso complejo en el que la voz interior de quien escribe entra en diálogo con su interlocutor. Sus pensamientos, ideas y sueños, además de sus ilusiones, dudas o emociones se convierten en palabras que se mueven entre lo público y la intimidad, entre lo que se pude contar a otros y lo que entra en el ámbito de lo privado. 
En el fondo, todos hemos participado de estos sentimientos al escribir cartas, pero también al ilusionarlos cuando las recibíamos, al descubrir que el cartero nos las entregaba, observando los sobres: si tenían ribetes del correo aéreo porque venían del extranjero, si nos habían puesto algún detalle personal escrito o dibujado en el exterior, una clave de complicidad para con nosotros. Considerar, antes de abrirla, que alguien había dedicado unos minutos a pensar en nosotros, que había buscado papel y bolígrafo, se había sentado ante una mesa, había buscado sobre y sello y la había llevado a un buzón, ya significaba que le importábamos y teníamos importancia en su vida.


También en la música encontramos tanto alusiones a las cartas como presenciamos escenas en la ópera en las que estas son protagonistas o, cuanto menos, realizan una función en el desarrollo de la historia.
La primera de las escenas que nos acompaña, y que nos sirve como preludio, pertenece a La nozze di Figaro (literalmente Las nupcias de Fígaro o, como aquí la conocemos Las bodas de Fígaro), una de las obras maestras de Mozart.
Quizás aquí es más una nota para una cita que una carta, aunque cumple la misma función que esta y es un delicioso dúo en el que la Condesa de Almaviva dicta la nota, mientras su criada Susana escribe de su propia letra. La cita es para un encuentro con el propio Conde que, supuestamente será con la criada, en el jardín de la casa, aunque quien acudirá será la condesa. Un genial juego de engaños y enredos en el que Mozart nos sumerge. 
Este duettino (un dúo breve) Che soave zeffiretto (Qué suave céfiro), alude a la brisa del atardecer y pertenece al Acto III de la ópera. Está escrito para dos sopranos con acompañamiento de cuerdas, oboe y fagot y se desarrolla en Tempo Allegreto y en él Mozart nos muestra su dominio del estilo de conversación.
El duettino comienza con la condesa dictando el título y el mensaje de la nota, mientras Susana va intercalando a ese dictado la repetición de cada palabra, como si fuera un eco, hasta que cantan al unísono separadas en terceras y continúan como al inicio.
La interpretación, que hemos insertado en el blog en una ocasión anterior, corresponde a Renee Fleming como la Condesa y Cecilia Bartoli como Susana y pertenece a una representación que se grabó en el Metropolitan Opera House de New York en 1998 con la dirección del entonces imprescindible James Levine. Una delicia.



Coger el bolígrafo, tocar y rasgar con nuestra escritura el papel y dedicar por un tiempo el pensamiento al destinatario genera una energía especial que se transmite en cada carta que se escribe. Personalizarla con una elección concreta de papel o un sobre especial, añadir algún detalle en el margen de la escritura o introducir algún pequeño objeto personal con significado sentimental convierten una carta en algo muy especial, que la convierte, además de un mensaje personal, en un objeto físico que ha sido configurado por la mente y las manos de una persona y que llega a las de otra con la que se consolida una relación especial.
De esta manera, en To the letter, Simon Garfield afirma que «existe una integridad en las cartas que no existe en ninguna otra forma de comunicación escrita», mientras Virginia Woolf cree rotundamente que escribir cartas «es el arte más humano, puesto que hunde sus raíces en el amor a los amigos».



Si la primera carta que nos acompaña trataba sobre la crítica, esta segunda está escrita con el fin de mostrar el camino que un escritor debe seguir, buscando en sí mismo, para alcanzar su propia voz, aquella que le dé personalidad y lo diferencie de otros escritores.
Rainer María Rilke está considerado uno de los poetas más importantes e influyentes de comienzos del siglo XX por su estilo preciso, su imágenes simbólicas y unas reflexiones que se acercan a lo espiritual.
Publicado pocos años después de la muerte de su autor, Cartas a un joven poeta tuvo durante dos décadas un único lector, el escritor Franz Xaver Kappus, que las recibió entre 1903 y 1908, desde los diversos lugares donde el escritor praguense vivió su vida itinerante tras distintos mecenas que lo acogieron.
Escritas en un momento en que Rilke se acercaba una poesía cercana al mundo de la materia y las formas frente al anterior más ensoñador e íntimo, las diez cartas que conforman este volumen nos muestran las ideas del escritor, sus fuentes de inspiración o sus meditaciones sobre la soledad en la que debe sumirse la creación literaria.
Publicada por el propio Kappus tres años después de la muerte del poeta, a la que aludimos en Las rosas de Rilke. Dirait-onBriefe an einen junge Dichter (Cartas a un joven poeta) es un libro cuyo título podría haber sido Cartas al aprendiz de hombre, porque ese es el tema que trata en sus reflexiones: Cómo ser lo que estamos llamados a ser, cómo entrar en contacto con la energía que tenemos en nuestro inconsciente, o cómo transformar esta conciencia en una conciencia poética y creadora que nos permita captar la grandeza y la belleza de lo que nos rodea, para que los términos «hombre» y «poeta» sean un solo término.
Nos adentramos en las reflexiones que Rilke dirige a su joven aprendiz de hombre con la primera de las cartas que le dirigió, una invitación a que mire hacia su interior.




Con el paso del tiempo, esas cartas escritas y guardadas con pasión y deleite por quienes las recibían, han dejado de ser privadas entre quienes las escribían y las leían y han llegado a publicarse. De esta manera surgió la literatura epistolar, ese tipo de publicaciones que, por un lado recogen las cartas que se cruzaron entre distintos personajes dignos de interés, mientras en otra opción, conforman una trama novelesca a partir de la sustitución del narrador convencional por cartas que ayudan a formar la historia. En la primera de estas opciones nos estamos centrando en esta publicación, mientras, la última tendrá otro momento en el blog. 
En esta literatura epistolar, como algunas muestras que estamos leyendo en esta publicación, mostramos esa capacidad que poseemos para curiosear en las vidas ajenas, para escrudiñar en la voz interior de una persona que dialoga con otra, adentrarnos en un rincón de su ser que se mueve entre la privacidad y la discreción, pero nos muestra algunos indicios de un pensamiento que hemos apreciado en algunas de sus obras y creaciones por las que los admiramos.
A través de estas cartas tenemos acceso a un espacio íntimo, personal, a un lugar y una mente reservados a la privacidad del autor, sobre el que podemos llegar a pensar que estamos invadiendo un ámbito que no se estaba abriendo para nosotros, sino para otro destinatario. No obstante, poseen el atractivo de acercarnos la comprensión de la persona que hay detrás del personaje y sus acciones.


Si la primera de las músicas que nos acompañan tiene ese aire desenfadado que le otorga Mozart, en la segunda, nos centramos más en la profundidad que transmiten los mensajes plasmados en las cartas y en los sentimientos que provocan en sus destinatarios.
Basada en Las desventuras del joven Werther de Goethe, Jules Massenet estrenó en la Staatsoper de Viena su ópera Werther en febrero de 1892. Con un libreto de Édouard Blau, Paul Milliert y Georges Hartmann y dividida en cuatro actos, esta ópera supuso la consagración del sentimiento romántico que se estaba gestando en Alemania.
En el inicio del Acto III, Charlotte relee en su casa en la tarde de Nochebuena las cartas que Werther le escribió, interrogándose sobre cómo se encontrará el joven poeta y cómo ella tuvo la fuerza necesaria para alejarlo y seguir el noviazgo que le fue impuesto con Albert. Es el conocido Aria de las cartas o Aria de las lágrimas: Ces larmes! Ces lettres! (¡Esas lágrimas! ¡Esas cartas!).
La mezzosoprano letona Elina Garança, una de las voces más consolidadas en nuestros días, interpreta esta versión del Aria de las cartas del Werther de Massenet en una versión con subtítulos en castellano publicada por la televisión austriaca ORF 2.


Las cartas que encontramos en la literatura epistolar muestran el atrevimiento y la sinceridad de quien escribe única y exclusivamente para una persona, lejos de miradas extrañas e indiscretas, una idea radicalmente distinta que cuando se escribe una obra para un gran público.
Los libros epistolares tienen en nuestros días un gran aceptación, puesto que muestran el discurrir y, en algunos casos, la evolución del pensamiento y la relación entre quienes escribieron esas misivas y sus destinatarios. Para los lectores son fáciles de leer, ya que se pude interrumpir la lectura al finalizar cualesquiera de las cartas sin perder el hilo de una narración por capítulos y nos permite entrar como privilegiados espectadores en la intimidad de los personajes y las relaciones que han entablado 



La última de las cartas nos acerca a un universo onírico, aunque en forma de pesadilla, casi como el de toda la obra de su autor, uno de los más emblemáticos del siglo XX y uno de los escasos que han incorporado su nombre a nuestro vocabulario con el adjetivo kafkiano como símbolo de una situación que es absurda y angustiosa.
Kafka conoció a la periodista Milena Jesenská en un viaje que ella realizó a su Praga natal desde Viena, donde residía con su esposo en un matrimonio que se estaba que se estaba disolviendo lentamente. Durante ese encuentro, que se produjo en un café, Milena le propuso al escritor traducir al checo algunos de sus relatos. Así comenzó una relación que se desarrolló entre dos ciudades, algunos encuentros esporádicos y una correspondencia que ayudó a mitigar las distancias que los separaba, convirtiéndose en documentos que atestiguaron el desarrollo de una relación tan particular. 
Pocas veces se vieron hasta que Kafka viajó a Viena donde pasó cuatro días con Milena, unos días que el escritor contaba entre los más felices de su vida y que supusieron el cénit de la relación entre ambos. De la misma manera que los amores entre Werther y Charlotte, el de Kafka y Milena fue eminentemente epistolar.
La correspondencia entre ambos se desarrolló entre abril de 1920 y diciembre de 1923, pocos meses antes del fallecimiento del escritor. Milena, falleció veinte años más tarde en el campo de concentración de Ravensbrück.
Editadas por primera vez en 1952 por Willy Hass con el título de Briefe an Milena. Franz Kafka (Cartas a Milena. Franz Kafka), se recogen las misivas que el escritor dirigió a su traductora y amiga. En la edición definitiva de 1983 de estas Cartas a Milena se añaden las ocho cartas que Milena dirigió a Max Brod, el amigo y albacea de la obra de Kafka, aquel que la publicó desoyendo la orden de destruirla; además de la necrológica que Milena publicó a la muerte del escritor. Todas las cartas de Milena a Kafka han desaparecido, por lo que esta colección se muestra en una única dirección, sin conocer las respuestas y reacciones que las cartas del escritor provocaron en su amiga.
Leídas todas, tienen el aire de una novela, un relato de amor apasionado a la vez que desesperado, donde se trasluce una relación que comenzó por intereses literarios y poco a poco se fue convirtiendo en sentimental.
La carta que nos acompaña fue escrita en junio de 1920 y muestran el miedo cerval que Kafka tenía hacia ese viaje a Viena que se citaba anteriormente, que supuso el punto álgido en la relación y marcó un enfriamiento y distanciamiento tras el regreso. Como si de uno de sus kafkianos relatos se tratara, la carta narra una pesadilla que el escritor tuvo en aquellos inquietos días.




En ocasiones nos gusta asomarnos al pasado y contemplarlo con ojos benévolos, como si se tratara de un lugar mejor que el presente. Lo decía Jorge Manrique en las coplas que escribió a la muerte de su padre: «Cómo a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor», una frase en la que, con cierta frecuencia, olvidamos su primera parte y nos aferramos a la segunda.
Así, si nos lo llegamos a plantear, nos debatimos entre la profundidad de dedicar un tiempo al otro o la espera de las cartas por envío postal y los rápidos y eficientes envíos por correo electrónico. ¿Podemos llegar a añorar las cartas porque han desaparecido y sólo pertenecen a un pasado nostálgico? 
Cuando tenemos a nuestro alcance la posibilidad de personalizar nuestras comunicaciones con la eficacia de los mensajes de voz, fotografías, vídeos o conexiones con imágenes desde cualquier lugar del mundo, ¿podemos anhelar buscar una mayor complicidad con quienes nos comunicamos, dedicarles más tiempo en nuestros pensamientos y discursos?
Quizás la carta postal haya muerto, igual que los libros epistolares y pronto nos encontremos con libros que se basen en correos electrónicos, mensajes de WhatsApp u otro tipo, pero en nuestras manos se haya el poder profundizar más con las personas con las que nos relacionamos, sea cual sea el medio que utilicemos.
En nuestras manos está que las comunicaciones con aquellos a los que queremos, quienes nos importan como personas sean fluidas, ricas e intensas, evitando los formulismos impersonales, sean cuales sean los medios por los que las llevemos a cabo.



Del delicioso duettino de Mozart  y el Aria de las cartas del Werther de Massenet pasamos a una escena con cartas mucho más dramática, un aria que, en ocasiones, escuchamos fuera del contexto en que está escrita.
Una de las obras maestras de Giacomo Puccini, Tosca, muestra en su último acto cómo la protagonista ha logrado del despreciable Scarpia la promesa de una falsa ejecución de su amado Cavaradossi. Éste, que no sabe nada, encerrado en el romano Castel Sant'Angelo, pide papel y pluma para despedirse definitivamente de su amante Tosca. La escena comienza con la pregunta Mario Cavaradossi? en boca del carcelero y continúa con el inolvidable aria E lucevan le stelle (Y brillaban las estrellas), una dramática y desconsolada despedida de la vida escrita en una agónica carta.


La interpretación corresponde al tenor alemán Jonas Kaufmann, uno de las grandes voces del momento en una representación que se realizó en la Bayerische Staatsoper de Munich en julio de 2010.

Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!


Bibliografía y webgrafía consultadas:

El vuelo de las aves migratorias

Coincidiendo con las dos grandes migraciones anuales, el segundo sábado de mayo y octubre se celebra un acontecimiento de ida y vuelta, el Día Mundial de las Aves Migratorias, instaurado por la ONU en 2018.
Las aves migratorias tienen un rol fundamental en el medio ambiente, ya que gracias a ellas nuestro planeta puede alcanzar un equilibrio ecológico e incluso evitar que se propaguen plagas que acaben afectando a los seres vivos, incluidos la especie humana.
Han sido, fundamentalmente, las actividades realizadas por los seres humanos las que han causado un mayor desequilibrio en los ecosistemas tanto terrestres como marinos que han acabado produciendo una alteración en los mismos, afectando a los movimientos migratorios. La deforestación, la caza, la ganadería o la agricultura intensivas, o la contaminación tanto lumínica como la producida por desechos tóxicos han modificado o destruido estos ecosistemas, originando una paulatina desaparición de las aves migratorias.
Aunque estas migraciones son en su mayor parte de aves, no podemos dejar de lado las de otros animales como ñus, cebras, antílopes, caribús o elefantes entre los terrestres; ballenas, delfines o salmones en el medio acuático, o libélulas, algunos murciélagos o las  incansables mariposas monarca a través del aire.
Así, todos estos animales siguen desde hace miles de años unos ciclos anuales precisos y exactos que les llevan de un lugar a otro de nuestro globo terráqueo por diversos motivos.
Además, no podemos dejar de lado las migraciones que llevamos a cabo los seres humanos. No ha habido civilización, imperio o cultura que no haya tenido, en su origen o transcurso, migraciones o cambios del lugar del hábitat por distintas razones: hambrunas, guerras, persecuciones o deseos de mejora social o económica.
Esta publicación, basada en un llamamiento a la reflexión, concienciación y descubrimiento de los animales de nuestro entorno más cercano, no está basada en textos eminentemente literarios (narrativos o líricos) como suele ser habitual, ya que incluye algunos textos divulgativos.
En un comunicado emitido en Bonn el 9 de mayo de 2020, el año en que los seres humanos nos recluimos por la pandemia mientras las aves seguían moviéndose, titulado Las aves conectan nuestro mundo, se manifestaba, entre otras cosas:

Las aves migratorias se encuentran en todas partes: en las ciudades y en el campo, en parques y en nuestros patios, en bosques y montañas, en desiertos y humedales, y a lo largo de las costas. Ellas conectan todos estos hábitats, y nos conectan a nosotros y a los lugares donde vivimos con la gente y los lugares de todo el mundo. Sin embargo, las aves migratorias están amenazadas por la pérdida de su hábitat, el cambio climático, el envenenamiento, los cables de electricidad y la cacería ilegal. Debemos intensificar nuestras acciones en todo el mundo para proteger mejor a las aves migratorias y los hábitats que ellas necesitan para sobrevivir y prosperar.

Te propongo celebrar el Día Internacional de las Aves Migratorias con algunas reflexiones sobre estos movimientos anuales y una selección de textos y músicas que nos ayuden a tenerlos presentes y cercanos en nuestras vidas. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!


Nos encontramos con diversos ejemplos en la literatura en los que se se trata, habitualmente de modo indirecto, sobre aves que emigran. En unos casos son protagonistas o personajes de historias, en ocasiones, los hallamos en poemas o canciones, aunque generalmente no como surgen como protagonistas del hecho de la emigración.
En El Conde Lucanor, su autor, Don Juan Manuel, realiza una loa sobre las golondrinas, las mismas aves a las que Gustavo Adolfo Bécquer hace volver a anidar en nuestros balcones. Neruda las trata en algunos de sus poemas como El vuelo, Arte de pájaros -que nos ha acompañado en algunas publicaciones de este blog- o uno de los textos que están en esta ocasión con nosotros. Juan Ramón Jiménez dedicó un poema al Pájaro del agua, mientras Luis Goytisolo publicó en 1987 su novela La paradoja del ave migratoria, una obra que, según el autor, está escrita con «una lógica más onírica que real» y surge puesto que «las aves migratorias siempre me han interesado mucho y constituyen un misterio que los científicos confiesan no comprender.»
Dejando de lado estos acercamientos literarios, nuestro primer acercamiento al mundo de los libros proviene de una publicación de la Pontificia Universidad Javierana de Cali (Colombia) publicado en 2010 por la ecóloga Natalia Ocampo-Peñuela titulado El fenómeno de la migración en aves: una mirada desde la Orinoquia. En el extracto que nos acompaña, la ecóloga colombiana nos acerca al concepto y las características de la migración de aves.


De forma parecida a lo ocurrido con la literatura, la música también se ha acercado al mundo de las aves, ya sea como fuente de observación e imitación del canto de las aves -como se ha publicado en varias ocasiones en este blog-, como en la evocación de los mismos o bajo cualquier otro aspecto.
La primera música que nos acompaña pertenece a un lied de Félix Mendelssohn-Bartholdy.
Publicada como su Op. 63 consta de seis dúos para voces femeninas y piano compuestos entre 1836 y 1844. La segunda de estas canciones, Abschiedslied der Zunvögel (Canción de despedida de las aves migratorias) está basada en un poema de August Heinrich Hoffmann von Fallersleben. En esta canción, son las propias aves migrantes las que añoran la estación pasada y sufren ante el hecho de enfrentarse a un nuevo y desconocido destino. 


La interpretación corre a cargo de las hermanas Felicitas y Judit Erb acompañadas al piano por Doriana Tchakarova, en una grabación para el disco Mendelsshon & Hensel: Duette para  Ars Produktion de 2017.


Publicado para la celebración del Día Internacional de las Aves Migratorias de 2020, el año que las aves siguieron sus viajes mientras los humanos quedábamos en nuestros hogares, un artículo de la página web Planeta 2030 nos remite a los problemas a las que se enfrentan estas aves en nuestro tiempo. En Día de las aves migratorias: conocer sus amenazas para protegerlas nos quedamos con un extracto que nos remite a la destrucción de su hábitat y al envenenamiento que sufren, además de mostrarnos algunas de las especies que comparten distintos espacios, con una atención especial al espacio urbano en el que podemos encontrarlas y que, en muchas ocasiones, pasan desapercibidas para nuestros ojos y oídos. No dejemos de localizarlas, conocerlas y sentirlas como compañeras de nuestras ajetreadas vidas. 



De la larga tradición en la música relacionada con las aves, los periodos del barroco, clasicismo e, incluso, romanticismo son fecundos en la mirada hacia las aves, de modo especial hacia su canto, aunque también en la utilización de algunas de los caracteres que les atribuimos o nos inspiran en distintas obras. Basta recordar las publicaciones citadas anteriormente en este blog, las alusiones en algunas obras de Vivaldi, especialmente en Las Cuatro Estaciones o de Beethoven, como su Sexta Sinfonía.


Nos quedamos a continuación con una deliciosa obra del compositor inglés Henry Purcell, The mavis, dedicada al Turdis Philomelos, el ave que en nuestro idioma conocemos como zorzal común. Se trata de un ave pequeña de la familia de los tordos que pasa los inviernos en nuestro país, tras venir en su migración de los territorios del norte de Europa y cuyo canto, que repite diversas frases musicales ha llamado con frecuencia la atención a diversos compositores y poetas.
The mavis es una composición sencilla y delicada compuesta para ser interpretada a capella por un coro a cuatro voces.


La interpretación de esta sencilla y agradable melodía corresponde a la agrupación checa Cum decore y está dedicada, como no podía ser menos, al canto de los pájaros migratorios.
Cum decore es un coro de la escuela secundaria F. X. Salda de Liberec formado por una treintena de estudiantes universitarios y de secundaria y especializado en programas y conciertos del repertorio del Renacimiento y Barroco.


Dejando de lado los textos anteriores, relacionados más con la divulgación que con la literatura, como suele ser habitual en este blog, nos acercamos a un poema del universal Pablo Neruda.
En Migración, el poeta chileno nos acerca su atenta mirada al rectilíneo camino, al geométrico movimiento que se pierde en el horizonte celeste, batiendo las alas en un coordinado latido cuando las aves se dirigen su movimientos en busca de otras latitudes.




Finés de nacimiento y educado en la Juilliard School neoyorkina, Einojuhani Rautavaara compuso en 1972 su obra Cantus Articus para la inauguración de la Universidad de Oulu situada en las inmediaciones del Círculo Polar. Pese a que el encargo consistía en la composición de una cantata, el músico consideró que este tipo de obras no se adaptaba a la naturaleza del encargo y se embarcó en una tarea experimental. 
De este modo surgió su Cantus Articus, denominado Concierto para pájaros y orquesta, su Op. 61, una obra en la que no se imita el sonido de los pájaros con los instrumentos de la orquesta, sino que es el canto de las propias aves el que está incluido en la obra, gracias a las grabaciones que el compositor realizó recorriendo los humedales de su país cinta magnetofónica en mano, en busca de las bandadas de aves migratorias cercanas ala Círculo Polar y los embalses del norte de Finlandia
De esta manera, Rautavaara logra que las aves adquieran la misma condición e importancia que los violines o demás instrumentos de la orquesta, creando un ambiente sonoro, una atmósfera que sirva de fondo en el que se desarrolla la simbiosis entre aves y orquesta, entre los sonidos naturales del canto de esas aves y el murmullo del viento en los bosques y la partitura orquestal.  


Dividida en tres movimientos, Suo (El pantano), se inicia con un dúo de flautas al que suceden los clarinetes que imitan a los pájaros, que son seguidos por los trombones en sordina y en staccato imitando el sonido de las grullas. La entrada de las cuerdas lleva a una melodía que viene a reflejar la voz interior de un caminante por este desierto helado.
El segundo movimiento, Melankolia, muestra una grabación del canto de la alondra cornuda que se ha ralentizado, mezclándose en una simbiosis con las cuerdas que evocan la melodía una octava más baja.
El último movimiento Joutsenet muttavat (Migración de los cisnes) tiene forma de un crescendo con los sonidos grabados de estas elegantes aves antes de que desaparezcan en la lejanía. Rautavaara muestra a la orquesta dividida en cuatro grupos en lo que él mismo llamó "sincronización mutua resumida". Las grabaciones de las voces de los cisnes se superponen dando la impresión de que su número aumenta significativamente antes de desaparezcan.
El enlace que nos acompaña pertenece a una grabación de Cantus Ariticus de Einojuhani Rautavvvara de la Helsinki Filharmonijus Zenekar dirigida por Leif Segerstam para Naxos Dital Services US y sus movimientos se pueden seguir en el siguiente minutaje: El pantano (0:00), Melankolia (06:54) y Migración de los cisnes (11:12).


El último de los textos sobre las migraciones de las aves procede de un libro que ya nos ha acompañado en alguna ocasión.
En 1941, una revista científica publicó en Viena el ensayo Beobachtungen über die Vogelwelt von Auschwitz (Observaciones acerca de la avifauna de Auschwitz) de Günther Niethammer, un biólogo que había servido como guardia de las SS en el campo de concentración entre 1940 y 1941, en el que mostraba sus investigaciones sobre la fauna ornitológica de la zona.
Partiendo de este hecho, el escritor alemán Arno Surminski publicó en 2008 la novela Die Vogelwelt von Auschwitz (Los pájaros de Auschwitz), una desconcertante historia que se centra en el dilema de oponer la lealtad hacia uno mismo, con el respeto de los pensamientos e ideas propios frente a la lealtad hacia el sistema que nos ampara y conforma nuestra identidad personal y social.


El argumento presenta al joven polaco estudiante de arte Marek Ropalski y experto dibujante, deportado en el campo de concentración, a quien el guarda y ornitólogo Hans Grote elige como asistente para documentar la población de aves en Auschwitz, un punto de encuentro de aves migratorias. La relación que se establece entre ambos mientras realizan las excursiones fuera del campo y registran los datos de la avifauna encontrada, se confronta con el abismo que les separa en los roles que desarrollan como víctima y verdugo, pese a las confidencias que se intercambian sobre sus familias, interrogándose el primero sobre si podrá esperar que el ornitólogo sea para él una tabla de salvación o un simple guardián que acate ciegamente las órdenes.
El texto que nos acompaña se inicia con una conversación entre Marek y un preso polaco, para pasar a continuación a la búsqueda y catalogación de aves, mientras el autor nos hace asistir al tipo de  conversación que desvela cómo se desarrolla la relación entre ambas personas.
Pese a los datos que indican el decrecimiento de las migraciones por los diversos motivos, en este relato podemos entrever, de la misma manera que la pandemia nos dejó en los hogares mientras las migraciones seguían desarrollándose, que incluso cuando la vida queda paralizada por la estupidez y la sinrazón de las guerras, la vida continúa, a su manera, para otros seres vivos.


Nos despedimos con esta publicación centrada en la doble celebración del Día Internacional de las Aves Migratorias con una breve canción dedicada a las mismas.
Se trata del lied Zugvogel (Ave migratoria, Op. 6.3) de Hans Erichh Pfitzner, compuesto en 1888 a partir de un poema de James Grun.

La interpretación Zugvogel corre a cargo del tenor Colin Balzer acompañado el piano por Klaus Simon en una grabación perteneciente al disco Pfitznet. Complete Lieder, volumen 2 editado por Naxos of America en 2019.

Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!


Bibliografía y webgrafía consultadas: