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De Rossini a Goytisolo: Palabras para Julia y Rosina

Hay caracteres, personas y personajes que tienen bien marcada su personalidad. En otros, en cambio, es precisamente la falta de esa definición la que les caracteriza.
En esta entrada traigo a dos personalidades femeninas de las que se muestra un acercamiento al mundo al que desean pertenecer, que no aún no conocen y al que se enfrentan con mayor o menor determinación.





El primer personaje, real como todos nosotros, es la hija del poeta José Agustín Goytisolo, a quien su padre dedicó estas Palabras para Julia. La trágica muerte de la madre en plena contienda civil marcó la vida de los hermanos Goytisolo, especialmente José Agustín, quien puso a su hija el nombre materno. El poema ha sido incluido en el repertorio de distintos cantantes de la envergadura de Paco Ibáñez o Mercedes Sosa.

Son las palabras del propio poeta, del propio padre, las que dirigen y señalan el temor, la indecisión, el valor o los sentimientos encontrados que marcan el abrirse hacia el mundo, hacia la vida.
Es el mismo Goytisolo quien recita, con una naturalidad que sólo quien compone sabe decir, sus Palabras para Julia.




Nuestro segundo personaje, también una mujer, es la protagonista femenina de la ópera El barbero de Sevilla de Gioacchino Rossini. En el post Viaje de otoño. Nos mueven los tópicos, Sevilla ya pudimos disfrutar del Largo al factotum, la entrada de Figaro en la ópera y algunas vicisitudes de su estreno romano.
Si a Julia la vemos desde el punto de vista de su padre, a Rosina no la presentaremos bajo la visión de su protector, pacato e interesado tutor, que busca más manejar la hacienda y preparar un futuro casorio con su tutelada.



 
La muchacha se nos presenta en esta cavatina llena de gracia y malicia. Rossini retrata en la partitura el carácter de la joven tutelada a la vez que su madurez en la que Rosina planea cómo burlar a su tutor Don Bartolo, mientras afirma que puede llegar a ser una víbora y tender cien trampas antes de llegar a ceder. La pieza se divide en dos partes bien marcadas, la primera un aria y la segunda una cabaletta que el compositor cogió de una obra anterior y en la que dejó señalados varios ejemplos de ornamentación de cara a las cantantes.

La versión pertenece a un interesante montaje que se llevó a cabo en el Schwetzinger Festspiele en 1988 con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Stuttgart y el Coro de la Ópera de Colonia y la diección de Gabriele Ferro. La interpretación corresponde a Cecilia Bartoli que nos recrea el personaje de Rosina con el estilo y los adornos vocales tan característicos del estilo compositivo de Rossini y la particular voz de la mezzosoprano romana.



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Luna, nos hemos robado nuestros sueños

Nos hemos robado nuestros sueños. El sueño nos ha robado los sueños.
Nos encontramos en un mundo intenso, asfixiante, veloz, que nos controla el tiempo, lo que hacemos o incluso hasta lo que debemos pensar.



No solo nos maneja de esta forma, sino que le permitimos que nos robe los momentos que tenemos para nosotros, esos que pertenecen a nuestra más íntima persona. Este sueño, el que nos hace dormir, en el que nos envuelve, a la búsqueda de las grandes audiencias vacías mediante el espectáculo televisivo, los multitudinarios acontecimientos deportivos o las grandes producciones cinematográficas que nos ocupan todo el tiempo del que disponemos para nosotros mismos, nos quitan nuestros sueños y los momentos para encontrarnos con nosotros mismos, con quienes compartimos nuestra vida, para acercarnos a la reflexión, a la contemplación y confrontación de otros pensamientos a través de la lectura o la búsqueda de nuestra propia interiorización. 
Parafraseando a Murakami, si sólo ves lo mismo que ven los demás, sólo puedes pensar lo mismo que los demás.



El crepúsculo y la noche son momentos oportunos en los que buscar nuestros sueños y no dejarnos arrastrar por esta sociedad del espectáculo, aunque todos necesitemos el merecido descanso a las jornadas interminables. Los sueños, nuestros sueños, los alimentamos en los momentos de reflexión.
Después de dedicarle una entrada en este blog en Luna llena, esa Casta Diva vuelvo a fijar la atención en nuestro satélite en estos momentos en que se muestra ante nosotros en su plenitud luminosa.





José Asunción Silva es un poeta colombiano de la segunda mitad del XIX adscrito al estilo modernista, que se movió entre la escritura poética, la ocupación diplomática y algunas extravagantes iniciativas industriales antes de finalizar su vida bruscamente en los últimos años del citado siglo. El poema que sigue, Crepúsculo, con el mismo título que otro conocido poema suyo, apareció, pleno de melancolía, en Lecturas dominicales, el suplemento literario del diario El tiempo



Rusalka es la ópera más conocida de Antonín Dvorák, el autor de la Sinfonía del Nuevo Mundo. Es ópera, escrita en checo, presenta la dificultad del idioma tanto para intérpretes como para público. Destaca su emocionante aria Canción de la Lunauna cautivadora melodía que se ha convertido en pieza clave del repertorio de recitales de las grandes sopranos.
Rusalka, una ninfa acuática confía a su padre que se ha enamorado de un príncipe y que desea convertirse en humana para abrazarlo. Tras advertirle que si lo hace se hará mortal, la dirige a Jezibaba. Rusalka canta en ese momento Mesicku na nebi hlubokem (Canción de la Luna) pidiéndole a ésta que le cuente al príncipe su amor.

La soprano americana Renée Fleming es de las cantantes que tiene en su repertorio, no ya el aria, sino esta y otras óperas en checo, un idioma poco habitual en el repertorio internacional. 
El enlace pertenece a una interpretación extraída de la producción que dirigió James Conlon en 2002 con la Orquesta y Coros de la Ópera Nacional de París y de la que existe un registro en Youtube con la obra completa subtitulada.


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La muerte de Virgina Woolf y Lucia de Lammermoor

La literatura y la música, como manifestaciones artísticas inciden en lo humano, las situaciones, los sentimientos, las historias que desarrollan y tratan de reflejarlo cada autor y cada época a su manera. Cuando se entrecruzan realidad y ficción, la distancia entre ambas se alarga. El sufrimiento, la agonía, la locura, el dolor insuperable de la realidad no es comparable con los mismos sentimientos en una obra de ficción, especialmente si esta los presenta como espectáculo.



Tras los sufrimientos que soportamos, cada uno tenemos una historia distinta. Hay momentos en los que éstos son soportables y otros en los que sólo la fe en nuestras creencias y el acompañamiento de quienes nos rodean hacen que podamos sobrellevarlos. 
También el amor, o su falta, puede llevarnos a extremos sin salida como en los dos dolorosos finales que vienen a esta entrada. El impacto que producen en nosotros depende no sólo de la forma en que se nos muestra, sino en el conocimiento que tenemos de su condición o no de ficción. No hay en esta entrada dos obras de ficción, una literaria y otra musical como habitualmente, sino sólo ésta última es ficticia y se presenta como espectáculo. La otra obra es cruelmente real. 


La primera pertenece a la escritora inglesa Virginia Woolf, una voz que indagó en el interior de sus personajes sobre los que volcaba sus propias experiencias hasta convertirlas en literatura. Su imperiosa necesidad de escribir y las crisis nerviosas, que acababan por coincidir con los momentos en que estaba terminando alguna de sus obras fueron minando su salud. En sus libros abrió caminos antes no explorados en la forma de narrar y de vernos a nosotros mismos.
El texto, escrito por su convulsa mano, es una ya conocida carta que no pertenece a ninguna de sus publicaciones, sino que son las palabras con las que se despidió de su esposo antes de su decidido final.













Hace pocas semanas traje a este blog el sexteto de Lucia de Lammermoor de Gaetano Donizetti en Dos retratos de mujer, Lucia y Eszter. Lucia es la primera personificación de la enamorada romántica que lucha por su amor contra todas las adversidades en una ópera que es la culminación del denominado estilo belcantista, el estilo que combina la belleza del sonido con el protagonismo de los solistas, quienes disponían de la licencia del compositor para el virtuosismo improvisado sobre la melodía.



La escena más conocida de la obra es la llamada Escena de la locura, un tipo de escenas muy del gusto de la época y en la que la protagonista tiene una interpretación estelar. Cuando la vemos y oímos quedamos impresionados, pero la experiencia de presenciarla en directo nos llega a sobrecoger de una manera especial. 
El argumento, como la mayoría de este tipo de obras, es enrevesado. Lucia, enamorada de Edgardo, es inducida por su hermano a casarse contra su voluntad con Arturo. En un rapto de locura lo mata en el lecho nupcial. La propia Lucía aparece pocos segundos después en la escalinata con un camisón manchado de sangre y un puñal en la mano.
En plena escena de locura se cree ante el altar con su querido Edgardo y luego regresa a la consciencia desesperada de verse abandonada . La constante alteración del espíritu de la pobre demente concluye cuando se desploma, agonizante. En un primer momento Donizetti pensó en que el acompañamiento de la parte final de la escena, a partir del Ardon gli incensi... splendon, fuera con una armónica de cristal, ese instrumento que imita el delicado sonido de las copas de cristal, pero finalmente, aunque lo utilizó, se decidió que fuera una flauta la que acompañara a Lucia en el dúo porque le prestaba una mayor sonoridad y equilibrio.



De las muchas versiones existentes traigo un enlace a la grabada en 1986 por Joan Sutherland, a quien desde que interpretó el papel protagonista de Alcine de Haëndel en 1960 en el teatro de La Fenice se la conoce como La Stupenda.
Junto con María Callas, ambas lanzaron el resurgimiento de las óperas belcantistas con el redescubrimiento de títulos olvidados.
El triunfo que marcó para siempre la trayectoria de La Stupenda ocurrió en febrero de 1959 con esta Lucia di Lammermoor que llevó a escena, de forma hasta ahora no superada a lo largo de los treinta años siguientes.
Con una agilidad vocal casi inexplicable, aunque una pronunciación que a veces no era la más perfecta, la Sutherland triunfó en los escenarios hasta que en 1990 se retiró de forma discreta cuando consideró que ya lo había dado todo en escena y no tenía más que añadir. 
En el momento de esta actuación, que se desarrolló en la Sydney Opera House en 1986 contaba con ¡sesenta años! de edad.


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John Huston, Joyce y Bellini se encuentran en Dublin

"La belleza de la música hay que escucharla dos veces".

"La voz humana, dos minúsculas cuerdas sedosas, maravillosas, más que todo lo demás".
James Joyce

Un relato, una película y una canción nos acercan a Dublín donde confluyen de la mano del escritor James Joyce, el cineasta John Huston y el compositor Vincenzo Bellini.


Como todos los años, después de la Navidad, el día de la Epifanía de 1904, las señoritas Morkan, Miss Julia y Miss Kate celebran el baile anual, seguido de una cena al que acuden sus familiares, los viejos amigos de la familia y algunas alumnas e integrantes del coro. En este escenario se desarrolla Los muertos, último de los relatos que James Joyce incluyó en Dublineses, obra en la que recrea episodios de su infancia y adolescencia, así como de la vida del Dublín que cabalgaba entre los dos siglos.



El relato de Joyce fue dirigido por John Huston en la que sería su última película, el consciente testamento de un hombre que se sabía irremediablemente enfermo sin solución. La idea original de rodar en Dublín hubo que cambiarse debido a la mala salud del director que, con 81 años, estaba conectado a un pulmón de acero y una máquina de oxígeno. Dublineses es una mirada atrás a toda la vida de los protagonistas corrompida por el engaño y la nostalgia.



Uno de los momentos cruciales del relato es la patética interpretación que Miss Julia hace de Ataviada para la boda. John Huston presenta a la decrépita anciana interpretando la versión que George Linley hizo de Son vergin vezzosa de I Puritani de Vincenzo Bellini. La cámara se centra en un primer plano de la cantante, hace un movimiento circular y asciende por la escalera deteniéndose en algunos objetos que sólo sirven para dar muestra de un tiempo pasado que las señoritas Morkan ven como algo ideal y perfecto.



El título de la canción no puede ser más irónico, pues Miss Julia está ataviada para una boda que nunca tuvo. Sí hay diferencias entre el relato y la escena cinematográfica. Joyce nos la presenta con "su voz clara y sonora, atacó los gorgoritos que adornaban la tonada", mientras Huston nos muestra el rostro envejecido con una voz débil, temblorosa y desafinada en distintos planos cercanos hasta descubrirnos a Miss Julia en su verdadero ser, un personaje decrépito en una época y una sociedad irlandesa donde las personas como ella, las solteronas eran seres marginados. 



La canción es una versión compuesta por George Linley titulada Arrayed for the Bridal extraída de I Puritani di Escozia, más conocida simplemente como I Puritani, una de las tres grandes óperas de Vincenzo Bellini, junto con La Sonnambula y Norma y la última que compuso antes de su prematura muerte a los treinta y cuatro años.
La pieza original en la que está basada, Son vergin vezzosa in vesta di sposa (Soy una doncella graciosa vestida de novia) pertenece al primer acto de la obra. Elvira, que va a casarse con Lord Arturo Talbot, se presenta con el velo blanco que éste le ha regalado.
Para probar su efecto lo coloca sobre la cabeza de una desconocida, que en realidad es la reina Enrichetta. Se trata de un aria alla polacca en la que es acompañada por las voces de la desconocida reina, su novio y su tío Giorgio.






La versión que sigue está interpretada por Anna Netrebko, una de las divas de la ópera actual en una cuidada puesta en escena del Metropolitan Opera House de New York en enero de 2007.

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Año nuevo con los mejores deseos

Tenemos asociadas las entradas de los años nuevos con la formulación de deseos y propuestas de cambios en nuestra vida. Son momentos en los que se instala en cada uno de nosotros una alegría, en unos más natural y en otros más artificial, con la que recibimos el preciso instante en el que cambiamos de año, haciendo que se convierta en una situación de balance en que a veces pesan más las frustraciones de lo que no hemos conseguido que los logros alcanzados.



Desde dos puntos de vista distintos, texto y música coinciden en los momentos citados, aunque pueden descontextualizarse de los mismos.
Desiderata es una suerte de poema escrito por el abogado estadounidense Max Ehrmann al final de los años '20 del pasado siglo y publicado póstumamente por su viuda en 1945. 



Palabra de origen latino, Desiderata viene a referirse a un listado o enunciado de cosas deseadas. Tras una confusión que hizo creer que se compuso a finales del siglo XVII, pasó a ser un documento de culto en los movimientos culturales de los '60. Si tienes interés, es fácil seguir con más detalles la evolución del texto en el siguiente enlace: Desiderata.




Compositores de reconocida fama universal nos acompañan a celebrar la entrada del año. En esta ocasión la música no es vocal, aunque está basada en una melodía con un reconocimiento universal. El músico alemán Peter Heidrich realizó una versión para cuarteto de cuerda en su obra Happy Birthday Variations, en la que recrea la conocida pieza con el estilo de diferentes compositores. La obra tuvo un gran éxito entre profesionales y existen multitud de adaptaciones en las que se ofrecen aportaciones de otros autores que no aparecían en las variaciones de Heidrich.
El primer enlace pertenece a un concierto dirigido por el afamado Zubin Mehta, quien va nombrando a los autores y estilos que presentan sus variaciones, de las cuales selecciona algunas de las que aparecen en la obra original del autor alemán. 



El último enlace pertenece a la obra original para cuarteto de cuerda. Las variaciones creadas por Peter Heidrich no están aquí indicadas y son, por este orden: Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Schumann, Brahms, Wagner, Dvorak, Reger, músicas vienesa, de cine, jazz, tango y húngara.


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