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Noches de difuntos

El final de octubre y el comienzo de noviembre viene marcado desde hace siglos por la mirada hacia los santos y los difuntos en una mezcla que ha evolucionado desde distintas culturas hasta llegar a nuestros días.
En su origen cristiano, fue el papa Gregorio III quien en el siglo VIII consagró una capilla en la antigua Basílica de San Pedro a todos los santos, desde los más conocidos por la Iglesia hasta los apenas conocidos. Ya en el 835 fue Gregorio IV quien instauró a celebración de Todos los Santos el 1 de noviembre.
Con esta festividad se aprovechaba la celebración de algunos pueblos del norte, especialmente germanos y celtas, una forma de adaptar a los cultos algunas costumbres paganas.
Los celtas observaban entre sus creencias un recuerdo especial a los difuntos. El ciclo anual se dividía entre el periodo claro que iba desde el comienzo de mayo al final de octubre, un tiempo marcado por el renacer de la naturaleza y la salida de los rebaños a pacer al aire libre, y el periodo oscuro que comenzaba el 1 de noviembre marcado por los días más cortos, la llegada del tiempo más crudo y el encierro del ganado, un periodo que comenzaba con la fiesta del Samhain, una de las fiestas principales para los gaélicos junto con las de Imbolc, Beltane y Lughnasa, y que se celebraba la tarde del 31 de octubre con hogueras y sacrificios de ganado como símbolos de purificación, siendo parte importante de la misma el recuerdo a los difuntos. Además, el Samhain es una fiesta denominada liminal o de umbral, en la que se encuentra en la frontera entre este mundo y el de los espíritus.
Con este cruce entre estos tipos de celebraciones, surge la festiva celebración de Halloween, un festejo sincrético entre ambos, el cristiano y el celta, cuyo nombre deriva de All Hallow's Eve (La víspera de Todos los Santos) que se celebra al día siguiente. Con seguridad, la infantilización y los disfraces que se utilizan se acercan más al objetivo de asustar a esos fantasmas y evitar el miedo a ellos.
Por el contrario, la celebración de Todos los Santos y su continuación en el Día de los Difuntos está más cerca de nuestra cultura, siendo una jornada más familiar en la que se continúa la costumbre de acudir a los cementerios para dedicar la memoria a los familiares que nos han dejado.
En esta publicación te invito a acercarte a textos y músicas que nos evocan, desde distintos puntos de vista, tanto desde sus orígenes como desde sus intenciones, al grupo de festividades que se realizan alrededor de la noche de difuntos. Nos acompañan obras de Cunqueiro, Washington Irving, Rulfo, Haydn y Strauss. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!

Imagen extraída de la portada de Pedro Páramo y El llano en llamas de Planeta Editorial (2008)
Comenzamos con un texto de Álvaro Cunqueiro (1911-1981), un autor que escribió en gallego y castellano y dirigió durante años el periódico El faro de Vigo, además de colaboras con artículos de una temática variada en diarios de difusión nacional. Entre sus novelas se encuentran Las crónicas del sochantre, Merlín y familia, Las mocedades de Ulises, Un hombre que se parecía a Orestes, con el que obtuvo el Premio Nadal en 1968, o La vida y las fugas de Fanto Fantini.
Nos acompaña un extracto de A crónicas do sochantre (1956) (Las crónicas del sochantre), una novela con la que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica en 1959. En la Bretaña de finales del XVIII, Charles Anne De Crozon, un sochantre -director de un coro para los oficios religiosos- es cogido por un grupo de seres fantasmales, que de día semejan las personas que fueron, mientras que de noche son esqueletos, para que amenice un entierro. El susto lo acompañará durante parte del relato,  mientras el viaje en carroza se prolonga durante tres intensos años, un tiempo en el que los propios fantasmas van contando sus historias que se desenvuelven simultáneamente entre lo terrorífico y lo sereno.

José de Ribera, Hombre con calavera (1640), Shefield Art Galery (Reino Unido)
Mientras se dirige a un entierro con su bombardino preparado, De Crozon es interpelado por un personaje que le invita a entrar en una carroza con sus señores que lo acercará al acto. Allí, en la oscuridad, el sochantre irá conociendo a sus acompañantes. 


La música que nos acompaña tiene una procedencia particular, así como su autor de quien, aparentemente, no podríamos esperar encontrar este título.
Compositores como Beethoven o Haydn realizaron versiones de canciones para música de cámara, el primero alrededor de dos centenares, mientras que el segundo sobrepasó las cuatrocientas canciones.
Franz Joseph Haydn músico al que asociamos con la familia Esterházy, la casi invención de la sinfonía o sus cuartetos de cuerda, compuso multitud de canciones, en un primer momento, incorporando melodías y danzas campesinas, varias docenas de lieder para uso doméstico que tuvieron aceptación en su tiempo y hoy apenas se interpretan pese a ser agudos y con profundidad en los sentimientos.
Más adelante arregló para una agrupación pequeña sus Canciones escocesas y galesas, varias decenas de ellas que surgieron como un favor hacia un amigo, el editor musical William Napier, que se había arruinado. Así, Haydn adaptó canciones populares para trío de piano, violín, violonchelo y voz que salvaron el negocio de su amigo.


Más adelante, en 1799 fue George Thomson, editor de Edimburgo quien le ofreció una suma considerable para nuevos arreglos, llegando a arreglar casi doscientas canciones en los siguientes cuatro años. A partir de 1802 trabajó también con William Whyte, otro editor escocés, aunque al decaer su salud, confió algunos arreglos a sus alumnos. 
Nos quedamos con una de estas canciones escocesas de Haydn editadas por George Thomson, la catalogada como Hoboken XXXIa, 63 bis, que lleva el explícito título de Halloween, aunque muestra una expresión de sentimientos más hacia la pérdida del ser amado en esta fecha, el día de difuntos por la evocación, que hacia el festejo que se celebra en la actualidad.


Tanto al inicio como entre las estrofas, Haydn desarrolla el material melódico a cargo del violín, cello y piano otorgándole a la pieza una sensible caracterización que acentúa su tono sentimental.
La interpretación de esta canción corresponde al tenor Jamie MacDougall acompañado por el Haydn Trio Eisenstadt en una grabación que pertenece al volumen 3 de las Haydn Scottish and Welsh Songs publicada por Brilliant Classics.


Pese a que realizó estudios de Derecho, Washington Irving (1783-1859) vertió su vocación hacia el periodismo y la escritura. Desde los primeros años del XIX comenzó a escribir artículos en los periódicos de su Nueva York natal, hasta que decidió vivir en Liverpool donde entabló amistad con escritores como Walter Scott o Thomas Moore. Vivió en Madrid como miembro del cuerpo diplomático, escribiendo uno de los libros que se centran en nuestro país, sus famosos Cuentos de la Alhambra.
Entre 1819 y 1920 publicó por entregas una serie de relatos bajo el titulo de El cuaderno de apuntes del Sr. Geoffrey Crayon, que vieron a la luz en un solo volumen en 1848, siendo la mayoría de los relatos una recopilación de cuentos populares que conoció durante su estancia en el viejo continente, especialmente en Inglaterra, conformando una mezcla heterogénea donde los relatos fantásticos se alternan con otros de sentido cómico o romántico. Entre estos relatos se encuentra uno de los que más fama le dieron, La leyenda de Sleepy Hollow, un relato que nos evoca la fecha de Halloween, ya que Irving la sitúa semanas después de comenzado el otoño y tiene el contenido de las narraciones de esta temática.

Sleepy Hollow, localidad del Condado de Westchester, Nueva York

El relato aparece en la colección con el indicativo siguiente:

Hallado entre los papeles del difunto Diedrich Knickerbocker

El famélico maestro Ichabod Crane imparte clases entre los alumnos de la localidad de Sleepy Hollow con la esperanza de encontrar alimentos que sacien su hambre y de alguna joven que le ayude más a llenar su despensa que a formar una nueva familia. Así, corteja a una dama de la localidad, mientras otros pretendientes hacen lo propio. En esta situación es invitado a pasar una fiesta campestre o «velada de costura» que se iba a celebrar esa noche en casa de la señorita Van Tassel.
Tras la velada, comienzan a regresar a sus domicilios los invitados, quedándose algunos aún en la fiesta. Este es el momento en que comienza el texto que nos acompaña.


Si la música de Haydn nos acercaba más a la evocación de la pérdida del ser querido que a la festividad de alguna de estas celebraciones, la pieza que nos acompaña a continuación persiste en este tipo de evocación.
Richard Strauss cultivó también el género de la canción con sus más de doscientos lieder, entre las que podemos recordar sus inolvidables Vier letzte Lieder (Cuatro últimas canciones) la obra con que se despedía de la música antes de fallecer en 1949 con 85 años.
Su primera incursión en este tipo de obras se produjo en más de sesenta años antes, en 1885 con su Opus 10, sus 8 Gedichte aus "Letzte Blätter" (8 poemas sobre "Hojas de hierba"), un grupo de lieder que musicó a partir de poemas del escritor austriaco Hermann von Gilm zu Rosenegg. Estas fueron las primeras canciones con que el compositor de Múnich se sintió con la confianza de publicar, un paso que siguió alternando con sus poemas sinfónicos, su óperas y otras obras a lo largo de toda su vida.

Pieter Claesz, Vanitas Still life (1630)
De estas ocho canciones, la que nos acerca a esta mezcolanza de celebraciones es la última de ellas, Allerseelen (Día de Todos los difuntos), una de las más conocidas no sólo de la colección sino de toda su producción. La canción fue estrenada por su esposa, la soprano Pauline de Ahna, evoca un recuerdo de amor juvenil, una invitación a la memoria, además de un regreso a esa época de la vida. En este lied, Strauss diseña en el piano una melodía entrañable, casi religiosa, mientras a la voz le concede una melodía repleta de tonos nostálgicos, uniéndose ambos en el momento álgido final, antes de que una coda del piano concluya la pieza.


La interpretación corre a cargo de la soprano Diana Damrau en un registro perteneciente al Festival Enescu de 2021 celebrado en la capital de Rumanía.


Si hay un país donde la celebración del Día de los Muertos sigue estando presente desde hace siglos ese es México. La costumbre mexicana se sigue apoyando en la tradición que une los usos católicos con los de los indígenas, con el uso de calaveras, un término que se asocia tanto a las rimas -epitafios cargados de humor en los que la muerte bromea con los vivos- a grabados y a dulces de azúcar, como a diversos tipos de ofrendas a los muertos, tanto de tipo gastronómico, como de decoración floral de las tumbas, así como de cruces, fotografías de los fallecidos o cirios entre otros.
Si hay una obra donde esa presencia de los muertos tenga una carga tan persistente y contumaz, aunque no trate de estas fechas y celebraciones es la novela Pedro Páramo.
Guionista y fotógrafo, Juan Rulfo (1917-1986) apenas llegó a publicar tres obras, entre las que se encuentran dos libros cumbres de la narrativa hispanoamericana: El llano en llamasPedro Páramo (1955). Esta última narra la historia de un pueblo sometido al despótico protagonista que le da nombre a la novela y que ha dejado reducido a la nada, debiendo Juan Preciado -su hijo- reconstruir la historia de un padre al que no conoce y en la que se cruza con otros muchos Páramo -hermanos suyos-, conoce que su padre está muerto y que irá tejiendo la historia de Comala y sus habitantes a través de relatos que se cruzan, confundiendo la realidad con la alucinación, la violencia con el lirismo y los espectros que se desvelan.
El texto con el que finalizamos este paseo ecléctico por las noches de difuntos los muestra más vivos y presentes que muchos personajes con vida. Juan Preciado, que acaba de recibir el encargo de su moribunda madre de buscar a un padre al que le pide que «el olvido en que nos tuvo, cóbraselo caro», parte en su búsqueda hacia Comala, situando a continuación Rulfo la escena en que encuentra un acompañante por el camino que le llevará a la citada ciudad, la verdadera protagonista de esta historia.


Diego Rivera, Día de difuntos (1944) Museo de Arte Moderno, México D.F.

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Bibliografía y webgrafía consultadas: