expr:class='"loading" + data:blog.mobileClass'>

La muerte de Virgina Woolf y Lucia de Lammermoor

La literatura y la música, como manifestaciones artísticas inciden en lo humano, las situaciones, los sentimientos, las historias que desarrollan y tratan de reflejarlo cada autor y cada época a su manera. Cuando se entrecruzan realidad y ficción, la distancia entre ambas se alarga. El sufrimiento, la agonía, la locura, el dolor insuperable de la realidad no es comparable con los mismos sentimientos en una obra de ficción, especialmente si esta los presenta como espectáculo.



Tras los sufrimientos que soportamos, cada uno tenemos una historia distinta. Hay momentos en los que éstos son soportables y otros en los que sólo la fe en nuestras creencias y el acompañamiento de quienes nos rodean hacen que podamos sobrellevarlos. 
También el amor, o su falta, puede llevarnos a extremos sin salida como en los dos dolorosos finales que vienen a esta entrada. El impacto que producen en nosotros depende no sólo de la forma en que se nos muestra, sino en el conocimiento que tenemos de su condición o no de ficción. No hay en esta entrada dos obras de ficción, una literaria y otra musical como habitualmente, sino sólo ésta última es ficticia y se presenta como espectáculo. La otra obra es cruelmente real. 


La primera pertenece a la escritora inglesa Virginia Woolf, una voz que indagó en el interior de sus personajes sobre los que volcaba sus propias experiencias hasta convertirlas en literatura. Su imperiosa necesidad de escribir y las crisis nerviosas, que acababan por coincidir con los momentos en que estaba terminando alguna de sus obras fueron minando su salud. En sus libros abrió caminos antes no explorados en la forma de narrar y de vernos a nosotros mismos.
El texto, escrito por su convulsa mano, es una ya conocida carta que no pertenece a ninguna de sus publicaciones, sino que son las palabras con las que se despidió de su esposo antes de su decidido final.













Hace pocas semanas traje a este blog el sexteto de Lucia de Lammermoor de Gaetano Donizetti en Dos retratos de mujer, Lucia y Eszter. Lucia es la primera personificación de la enamorada romántica que lucha por su amor contra todas las adversidades en una ópera que es la culminación del denominado estilo belcantista, el estilo que combina la belleza del sonido con el protagonismo de los solistas, quienes disponían de la licencia del compositor para el virtuosismo improvisado sobre la melodía.



La escena más conocida de la obra es la llamada Escena de la locura, un tipo de escenas muy del gusto de la época y en la que la protagonista tiene una interpretación estelar. Cuando la vemos y oímos quedamos impresionados, pero la experiencia de presenciarla en directo nos llega a sobrecoger de una manera especial. 
El argumento, como la mayoría de este tipo de obras, es enrevesado. Lucia, enamorada de Edgardo, es inducida por su hermano a casarse contra su voluntad con Arturo. En un rapto de locura lo mata en el lecho nupcial. La propia Lucía aparece pocos segundos después en la escalinata con un camisón manchado de sangre y un puñal en la mano.
En plena escena de locura se cree ante el altar con su querido Edgardo y luego regresa a la consciencia desesperada de verse abandonada . La constante alteración del espíritu de la pobre demente concluye cuando se desploma, agonizante. En un primer momento Donizetti pensó en que el acompañamiento de la parte final de la escena, a partir del Ardon gli incensi... splendon, fuera con una armónica de cristal, ese instrumento que imita el delicado sonido de las copas de cristal, pero finalmente, aunque lo utilizó, se decidió que fuera una flauta la que acompañara a Lucia en el dúo porque le prestaba una mayor sonoridad y equilibrio.



De las muchas versiones existentes traigo un enlace a la grabada en 1986 por Joan Sutherland, a quien desde que interpretó el papel protagonista de Alcine de Haëndel en 1960 en el teatro de La Fenice se la conoce como La Stupenda.
Junto con María Callas, ambas lanzaron el resurgimiento de las óperas belcantistas con el redescubrimiento de títulos olvidados.
El triunfo que marcó para siempre la trayectoria de La Stupenda ocurrió en febrero de 1959 con esta Lucia di Lammermoor que llevó a escena, de forma hasta ahora no superada a lo largo de los treinta años siguientes.
Con una agilidad vocal casi inexplicable, aunque una pronunciación que a veces no era la más perfecta, la Sutherland triunfó en los escenarios hasta que en 1990 se retiró de forma discreta cuando consideró que ya lo había dado todo en escena y no tenía más que añadir. 
En el momento de esta actuación, que se desarrolló en la Sydney Opera House en 1986 contaba con ¡sesenta años! de edad.


Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!

No hay comentarios:

Publicar un comentario