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De turistas y viajeros

Los viajeros ven lo que quieren ver. Los turistas ven lo que han venido a ver.
G. K. Chesterton

Viajar nos acerca a nuestras raíces nómadas, a aquellos tiempos que se remontan al comienzo de la humanidad, una condición que hizo que los seres humanos evolucionáramos hasta llegar a ser lo que somos y como somos en la actualidad.
El viaje, y todo lo que supone, forma parte de nuestra forma de ser al propiciar el descubrimiento de lugares lejanos y distintos, el conocimiento de costumbres ajenas, el acercamiento a culturas diversas, tan similares o diferentes de la nuestra.
También supone un tiempo de desconexión de nuestra realidad cotidiana en la que nos hacemos a la idea de romper con ella, aunque sólo sea un tiempo.
Mas nuestra disposición al viaje nos acerca a este periplo de formas diversas, pudiendo actuar como simples turistas o como auténticos viajeros.
En un periodo en que proliferan los viajes, tras la pausa que supuso en las vidas de todos la llegada de Covid-19 a partir de 2020, las distintas modalidades de turismo están volviendo a retomar sus rutinas, desde el turismo de sol y playa al cultural, pasando por el de eventos deportivos o los destinos naturales, sin olvidar aspectos tan comunes a todos ellos como el gastronómico o el ocio.
El viajero, en cambio, busca más la oportunidad de mimetizarse con el paisaje y las condiciones de quienes lo habitan, aprehender su esencia, llevándose para el regreso a casa una piel con la que enriquecer la propia esencia y condición.
Te propongo una reflexión entre libros y músicas sobre turistas y viajeros y la forma en que se afrontan los viajes. Nos acompañan la Premio Nobel Olga Tokarczuk, Robert L. Stevenson y la música de Vaughan Williams. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!


El hecho de viajar no nos convierte en viajeros. Para el polifacético Hugo Claus«los auténticos viajeros se sumergen en el extranjero, se hunden en ello, se igualan a ellos, adquieren el color de lo extranjero», sin importar que se refiera a distintas regiones o a países con este término.
 
Autor de El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hyde, La flecha negra o El señor de Ballantree, la fama le había llegado a Robert Louis Stevenson antes, cuando publicó por entregas su novela La isla del tesoro (1882), una obra que le dio fama universal.
Nacido justo en la mitad del siglo en la escocesa Edimburgo, sus continuas enfermedades, especialmente la tuberculosis, le hicieron abandonar junto a su familia la húmeda Gran Bretaña en busca de lugares con un clima más benigno y saludable.
Además de sus novelas, Stevenson escribió poemas que fueron recopilados en algunos volúmenes como Song of travel (Cantos de viaje), una selección de su faceta poética que recoge una de sus características, el hecho de ser un impenitente e incansable viajero en busca de lugares exóticos.
El poema El vagabundo representa ese espíritu indómito y viajero de quien abandona el hogar de su infancia para adentrarse en un recorrido sin retorno al mismo. En la publicación original de Stevenson aparece bajo la anotación «Para una melodía de Schubert», porque el autor la escribió pensando en algunos de los lieder del compositor austriaco, con certeza, sobre alguna de las melodías de La bella molinera o El viaje de invierno.


Hablar de Ralph Vaughan Williams es hacerlo de uno de los más grandes compositores nacionalistas ingleses, si no el más grande de ellos. Sucesor de Edward Elgar, amigo personal de Bertrand Russell desde que estudiaron en el Trinity College de Cambridge y discípulo de Charles Stanford, Hubert Parry, el alemán Max Bruch o Maurice Ravel, entre otros, creó un lenguaje musical muy personal que se separó del modelo alemán imperante.
Basado en Songs of travel, de Robert L. Stevenson, Vaughan Williams compuso un ciclo de canciones bajo el mismo título que publicó en 1905 y 1907 y recogía en su momento siete de los poemas del escritor de Edimburgo.
El primero de ellos, The vagabond (El vagabundo) aparece bajo la anotación «Para una melodía de Schubert», porque el escritor la escribió pensando en algunos de los lieder del compositor austriaco, con certeza, sobre alguna de las melodías de La bella molinera o El viaje de invierno.
En él se nos presenta el personaje del auténtico viajero, aquel que no tiene en su periplo la intención de regresar a un hogar. Este primer poema está compuesto por Vaughan William como una declaración de intenciones, presentando el constante ritmo del caminar de quien presume de su abandono y soledad, de quien se conforma con buscar «el cielo sobre mi cabeza y un camino para mis pies». Sólo en los últimos versos una cierta melancolía vence al vagabundo que intercala la nostalgia entre su resolutiva arrogancia. 
El barítono John Tomlison es quien interpreta The vagabond en una versión orquestal acompañado por la orquesta de la BBC dirigida por Barry Wordsworth en la tradicional The last night of the Proms que cerró el ciclo anual de 1993. El aspecto físico tan particular del cantante nos ayuda a evocar al vagabundo del poema, al darnos la impresión de que él mismo lo es, acaba de arreglarse para cantarnos y ha recogido de uno de los caminos por los que transita un adorno para su atuendo.


En el fondo, todos somos, en mayor o menor grado, turistas más que viajeros. Visitamos lugares con la intención de encontrar algo distinto a nuestro paisaje exterior e interior cotidianos, algo digno de ser recordado por nosotros. Volviendo al razonamiento de Hugo Claus, en El deseo se refiere también a los turistas en oposición a los viajeros: «Nosotros somos turistas, como máximo buscamos algo raro, algo picante que podamos contar después.»


Premio Nobel de Literatura en 2018, aunque otorgado al año siguiente, Olga Tokarczuk ha ejercido como una auténtica viajera durante su vida. En Los errantes, un libro que nos acompañó en Caminantes y viajeros: Los errantes, la escritora polaca construye un singular retablo de personas, personajes y situaciones que trasladan el sentido del tránsito y del auténtico viajero a los lectores.
Pero antes de sumergirnos en este mundo del continuo movimiento, del renunciar a echar raíces en ningún lugar, Tokarczuk nos presta la imagen de su familia, sus padres, unos auténticos turistas que pasaban cada año un tiempo de movimiento para regresar de nuevo a sus hogares en un tiempo en que se iba convirtiendo en popular moverse en caravanas.


Compositor de música sinfónica, de cámara y vocal, coreógrafo de algunos de sus ballets, organista, director de orquesta, musicólogo o compositor de bandas sonoras para el cine, tanto de ficción como documental, Vaughan Williams mostró su faceta más personal al acercarse, por una parte, al folclore de su patria y coleccionar obras que llevó a sus composiciones instrumentales y, por otro lado, a leer diversos poetas y poner música a algunas de sus obras. Entre ellos, Vaughan Williams admiraba y llevó al pentagrama a partir de obras de Barnes, Tennyson, los hermanos Dante Gabriel y Christina Rossetti, además del citado Stevenson. Años más tarde, gracias a su amistad con Russell descubriría la obra de Walt Whitman, un poeta que le marcaría profundamente y cuyos versos de medida libre, llevaría también al pentagrama.
El sexto de los nueve poemas que configuran Songs of travel, es The infinite shining heavens, en la que escritor y compositor nos muestran su admiración por la serena contemplación del cielo, una mirada que, enfocada hacia las alturas, permite albergar el consuelo de aquello que sirve para relativizar cuanto nos acontece a diario.


El bajo-barítono galés Bryn Terfel, uno de los cantantes triunfadores en los escenarios operísticos de nuestros días, nos acerca a esta contemplación del cielo estrellado en una grabación de audio perteneciente a su disco de 1995 The vagabond para la Deutsche Grammophon de 1995 con la dirección musical de Malcolm Martineau.


La infancia de Robert L. Stevenson en Edimburgo estuvo marcada por las enfermedades, especialmente la tuberculosis, lo que le alejó de cualquier actividad física y propició su afición por la lectura que acrecentó con los largos periodos de convalecencia. Esta afición desembocó en su inclinación por la literatura que, en los primeros años se compaginó con el estudio de Ingeniería Náutica, más por influencia de su padre, que por interés personal. Tras abandonar estos estudios se dedicó al de leyes, comenzando a practicar la abogacía al tiempo que la alternaba con sus primeros escritos más o menos profesionales a partir de los veinticinco años.
Mas su salud exigía un cambio de aires, los síntomas de la tuberculosis se acrecentaron y se dirigió a Francia. Allí conoció a la que sería su esposa, Fanny Osbourne. Ambos se enamoraron y ella, una norteamericana separada, partió para California para tramitar su divorcio. Un año después se casaron, viviendo un tiempo en Calistoga, una ciudad del Lejano Oeste americano.
Tanto las narraciones como los poemas de Stevenson muestran una equilibrada simbiosis entre la vida aventurera y unos personajes cargados de una dualidad moral, como podemos observar en Jekyll y Hide o Long John Silver, el inolvidable John Silver el Largo de La isla del tesoro.
No todos los poemas que Stevenson presenta en Cantos de viaje aluden de forma directa a este tema. En Bright is the ring of words, el escritor escocés evoca el sonido de las palabras, en general, cercándonos no sólo a sus sonidos, sino a las evocaciones que sugieren en tanto poemas y canciones. Algo tan efímero i volátil como la palabra, que finaliza cuando se pronuncia, se escucha y desaparece su sonido, tiene la propiedad de permanecer entre quienes la anhelan y desean incluso cuando el autor o quienes las pronuncian han desaparecido.


Incansable recopilador de canciones del folclore inglés -llegó a transcribir más de ochocientas melodías que fue publicando-, Vaughan Williams participó de ese interés etnográfico que llevó a Leos Jannacek a hacer lo propio con la música popular checa o a Béla Bártok y Zoltan Kodaly con la húngara. Este esfuerzo e interés propició que la música instrumental del compositor inglés se enriqueciera con la inclusión de algunas de estas melodías populares en ellas.


No podía dejar pasar Vaughan Williams un poema como este dedicado al luminoso sonido de las palabras para ponerle música, llegando a ocupar el nº 7 de su ciclo de poemas sobre la obra de Stevenson.
En esta ocasión es el barítono Samuel Kidd quien interpreta el poema de Vaughan Williams acompañado al piano por Michael Delfin en el Junior Recital celebrado en abril de 2017.


Experimentar que cuando viajamos somos más viajeros que turistas es un camino complejo que nos aparta de tópicos y comparaciones a la búsqueda del sentido, el color, la cultura o lo singular del lugar al que nos desplazamos. En tiempos pasados era poco frecuente este deambular de un lugar a otro, al no encontrarse al alcance de muchos económicamente.
Además, los vehículos ayudaban, en cierto modo, a intentar acercarse a los modos de vida, las costumbres y usos de los lugares visitados, en cuanto que los medios de transporte tardaban un tiempo en llegar a su destino, tiempo que el viajero disponía para acercarse mentalmente y asimilar el lugar de visita. Actualmente, primero con los trenes y barcos, más adelante con los aviones, el paso del lugar de residencia al de destino tiene una inmediatez que, por un lado facilita el rápido acercamiento mental, por otro, lo dificulta al pasar, en un mismo día, de un lugar a otro.

 
Buscando climas más sanos, el matrimonio se estableció en Suiza, regresando a Edimburgo, más adelante se instalaron en Nueva York, trasladándose a la costa oeste hasta San Francisco. Tras la estancia en los Estados Unidos, Stevenson y su familia acabaron visitando las islas del Pacífico Sur y estableciéndose en Samoa. Allí se implicó en la vida local estableciendo una relación cordial con los aborígenes que llegaron a bautizarlo como Tusitala (El que cuenta historias). 
De su estancia en las islas publicamos en este blog El regalo de cumpleaños de Robert L. Stevenson, una singular historia entre el escritor y la hija del comisionado de los Estados Unidos en la isla.
Ese amante de los viajes y las aventuras, Robert Louis Stevenson falleció de una hemorragia cerebral en 1894 cuando apenas contaba con cuarenta y cuatro años de edad y se encontraba escribiendo su novela más ambiciosa, Weir of Hermiston.

Nos quedará siempre ese errante deambular de Stevenson y su familia que le llevó a recorrer, amar y transmitirnos las sensaciones y los viajes, ese desplazarse de un lugar a otro, sin intención de retorno, aunque sin abandonar los recuerdos y sentimientos del hogar de los primeros años.
Estas sensaciones las recogió en Whither must I wander?, quizás en los momentos que dejó atrás su hogar en Edimburgo para buscar otros destinos, en el tono evocador y nostálgico de quien emprende un viaje que no tendrá regreso.


De entre los poemas que Vaughan Williams incluyó en su ciclo Songs of travel, originalmente eran siete composiciones las que se publicaron en 1905 y 1907. Más adelante aparecieron dos nuevas. Esta Whither must I wander, que apareció publicada en una revista en 1902, y I have trod the upward and the downward slope que fue encontrado entre sus papeles tras su fallecimiento, una canción cargada de referencias musicales al resto de canciones del ciclo. Así, hasta el 21 de mayo de 1960 no fue interpretado por primera vez el ciclo completo.

Es inevitable que el compositor inglés no evocara el Viaje de invierno de Schubert en su ciclo. En Whither must I Wander?, Vaughan Williams utiliza una de las tonalidades más utilizadas por Schubert en su obra, Do menor, para otorgarle el aire triste y de añoranza que el poema exige, además del uso de una melodía simple pero eficaz, el uso libre de la forma estrófica, el uso del tono declamado y un acompañamiento parco y rico a la vez.
De nuevo es el barítono Bryn Terfel quien interpreta Whither must I Wander? en el disco The vagabond para la Deutsche Grammophon de 1995 con la dirección musical de Malcolm Martineau.

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Bibliografía y webgrafía consultadas: 
  • Stevenson, Robert Louis. Cantos de viaje. Trivillus. Selección de Jacobo Satrústegui y traducción de Txaro Santoro y José María Álvarez. 2017
  • Tokarczuk, Olga. Los errantes, Editorial Anagrama, 2019. 

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