Para celebrar el #2022AñoInternacionalDel Vidrio.
Pocos materiales llevan tanto tiempo entre nosotros como el vidrio. Este componente inorgánico es simultáneamente duro y frágil, sin forma definida, se adapta a la forma de cualquier molde o a la que se le desee dar cuando se manipula y nos permite jugar con el paso de la luz.
La Asamblea General de las Naciones Unidas eligió en una resolución del 21 de mayo de 2021 el año 2022 con el International Year of Glass o Año Internacional del Vidrio. También se decidió dedicar 2022 a las Ciencias Básicas para el Desarrollo Sostenible, La Pesca y la Acuicultura Artesanales y el Desarrollo Sostenible de las Montañas.
Si en un primer momento se utilizaba para reemplazar las piedras preciosas, al mejorar las técnicas de fabricación y ganar en transparencia y calidad, se comenzó a emplear en las ventanas, inicialmente de palacios y templos, para llegar a los hogares con el paso del tiempo. Hoy en día, el vidrio se halla presente en nuestras vidas a través de múltiples utilidades, desde decoración, hasta la construcción, pasando por accesorios, envases y utensilios de uso diario o como componentes de aparatos de óptica e investigación.
Además, en un mundo donde nos hemos acostumbrado a usar y tirar el vidrio tiene una enorme ventaja frente a otros recipientes: su reutilización y reciclaje. Podemos afirmar que La Tierra es nuestro inmenso jardín de vidrio y cualquier momento es bueno para celebrar la presencia del vidrio en nuestras vidas.
Celebramos el #2022AñoInternacionalDelVidrio con unas reflexiones sobre este material fundamental en el desarrollo humano, un interesante libro de Tatiana Tîbuleac y músicas para armónica de cristal de Mozart, Tchaikovsky y Donizetti. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!
Tenemos constancia de que hace más de 5.000 años se utilizaban recipientes de vidrio para el almacenamiento y conservación de distintos productos. Plinio el Viejo narra en su Historia Natural que el descubrimiento del vidrio se produjo en Siria cuando los mercaderes que comerciaban con natrón, material de sosa, buscaron preparar comida. Al necesitar rocas para apoyar las ollas cogieron el natrón que tenían a mano, descubriendo al día siguiente que se había fundido con el calor y la arena del suelo, transformándose en una materia brillante y de consistencia similar a una piedra.
Tras este descubrimiento, egipcios, fenicios y romanos continuaron mejorando su producción, abriendo fábricas en distintos lugares. Los fenicios consiguieron el vidrio transparente gracias a las finas arenas de su río Belo; en Tirón, en el Mediterráneo oriental, se descubrió en el siglo I a. C. la técnica del vidrio soplado.
Como el propio vidrio que está volviéndose más discreto en su utilización frente a materiales como el plástico, en esta publicación nos acompaña una novela que nos remite a uno de esos países que apenas son visibles desde nuestro entorno, un lugar que pasa desapercibido salvo cuando aparece en algún mapa junto a otros lugares en las noticias. Antigua república socialista que formó parte del área de influencia rusa y de la extinta URSS, Moldavia es más conocida entre nosotros por estar situada entre Ucrania y Rumanía.
El único contacto que he tenido con ella fue la interpretación de dos óperas en el Teatro España de mi localidad, La Palma del Condado, en 2008 por la Orquesta y Coro del Teatro Nacional de ópera y ballet de Moldavia que pusieron en escena Il Trovatore y Lucia di Lammermoor y que tuve la fortuna de subtitular para el público, mostrando desde el director hasta la prima donna y todos los intérpretes una capacidad artística excelentes.
Después de estudiar Periodismo y Comunicación, Tatiana Tîbuleac trabajó como periodista en el periódico FLUX de Chisináu, la capital moldava, para continuar como reportera y presentadora en la televisión estatal de su país. Instalada en París trabajando como periodista, comenzó también una carrera literaria con la publicación en 2014 del libro de relatos Fábulas modernas al que siguieron El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes y la novela que nos acompaña en esta publicación.
Publicada en 2018, El jardín de vidrio es un relato duro que transcurre en la República Socialista Soviética de Moldavia en pleno periodo comunista. Tamara Pavlovna acude al orfanato para sacar de allí a la pequeña Lastotchka. No se trata de un acto bondadoso o compasivo, sino de una acción cruel y terrorífica, pues ha sido comparada para ser explotada como esclava recolectando botellas por las calles. La pequeña, que es quien escribe como narrando a unos padres ausentes, debe aprender a sobrevivir robando, mendigando y rechazando lo que buscan en ella los hombres que se le acercan en un medio mísero y violento en una suerte de memoria que comienza con un inquietante: «Nazco de noche, tengo siete años. Me llevaría en brazos, dice, pero tiene las manos ocupadas».
El primero de los textos seleccionados nos muestra a Lastotchka esperando que se duerma Tamara Pavlovna mientras recuerda las últimas palabras de la directora del orfanato, antes de narrar cómo se desarrollaban los interminables días recogiendo botellas por las calles.
En la producción del vidrio se emplean el sílice de la arena junto a otras sustancias como la caliza y el carbonato de sodio. En su elaboración, se funden en un horno a unas temperaturas elevadas, entre 1.400 y 1.600º C, hasta que se convierten en una pasta vítrea que se moldea en caliente con diversas técnicas que van desde la introducción en moldes hasta el soplado, dejándoles enfriar posteriormente.
Asociar el sonido con el color es propio de la sinestesia, esa figura retórica que mezcla las sensaciones captadas por distintos sentidos, además de generalizarse como la cualidad que tienen algunas personas de experimentar sensaciones procedentes de un sentido a partir de otro distinto.
También nos sirve, en cierto modo, para crear imágenes como el sonido y el cristal. Hablamos de sonido cristalino al referirnos a un sonido que es claro, limpio, delicado y casi transparente.
Uno de los ejemplos más claros y diáfanos de este sonido es precisamente el producido por las copas de cristal. Para producirlo y crear melodías basta disponer de copas de distintos tamaños y con diversa cantidad de líquido en su interior. Frotándolas con los dedos humedecidos se obtienen los sonidos deseados.
Estos objetos se transformaron en instrumentos con los que compositores de mediados del XVIII y XIX idearon composiciones musicales. Denominados Glass Harmonica o Armónica de cristal, Mozart, Beethoven o Schubert compusieron obras para ellos. El propio Gluck, uno de los compositores más afamados de su época interpretó un concierto en el Haymarket Theatre de Londres el 23 de abril de 1846 con «26 vasos afinados con agua de manantial».
En otros casos, fueron distintos intérpretes los que configuraron las copas para realizar adaptaciones de obras obras musicales caracterizadas por poseer melodías claras y etéreas.
Nos acompaña una interpretación del primer movimiento la Sonata nº 11 para piano de Mozart, conocido como Rondó alla Turca o Marcha Turca en una versión para copas de cristal que corre a cargo de Robert Tiso.
Aunque se suelen utilizar como sinónimos en determinadas ocasiones, el vidrio y el cristal como al que acabamos de oír son materiales distintos, aunque no esencialmente diferentes. Su composición esencial es similar y la mayor diferencia surge en el proceso de tratamiento de los materiales.
El cristal es un sólido con una estructura atómica regular, mientras el vidrio no posee esta regularidad, por lo que en ocasiones se le considera un cristal falto de terminación, provocada fundamentalmente por el tiempo de enfriamiento que se la da al material.
En su obra, Tamara Pavlovna trata también sobre la identidad lingüística. En Moldavia se creó una lengua generada a partir del ruso y algunas palabras rumanas que los habitantes de Besarabia hablaron durante medio siglo, antes de comenzar a desaparecer. Muchos la hablaron, pocos llegaron a escribirla y aparece en la obra de la escritora moldava como un símbolo de la falta de arraigo. La lengua en la que crecieron, con la que aprendieron a contar cuentos y a cantar, con la que se atrevieron a moldear sus sueños les ha dejado huérfanos con una mezcla de nostalgia, curiosidad o deseos de venganza o de olvido.
Basada en sus recuerdos y su historia familiar El jardín de vidrio es un crudo retrato de una época oscura, una suerte de exorcismo social y familiar, un escrito de una niña hacia unos padres a los que no conoce y en el que abandono, la ausencia de cariño y de empatía generan un dolor que se vuelve tan insoportable como inevitable provocando heridas que difícilmente llegan a cauterizar. Los personajes se hayan inmersos en un mundo que les es cruel y en el que no tienen posibilidades de desenvolverse, crecer y tener un futuro distinto del presente en el que se encuentran, viviendo en una suerte de universo dickensiano sin la piedad, el cariño y la compasión que el escritor inglés imprimía a los protagonistas de sus obras.
La pequeña Lastotchka nos narra, en su deseo de explicarse ante sus desconocidos e inabarcables padres cómo limpiaban las botellas, desviándose con algunas consideraciones hacia sus vecinos y cuánto valdría la vida de cada uno de ellos, mientras expone ante nuestras miradas el modo con el que era tratada.
De forma más especifica, se llama cristal al mineral con características vítreas que se origina de forma natural sin manipulación de los seres humanos, como son los casos del rubí, el cuarzo o la fluorita. En la fabricación, la diferencia en los materiales que lo componen estriba en la adicción de óxido de plomo para la creación del cristal.
Aunque en general se denominan con este sustantivo objetos como vasos o copas, e incluso a los que nos protegen desde las ventanas o forman nuestras gafas, no siempre se trata de objetos realizados con cristal, aunque los denominemos así por extensión.
El tratamiento que se da a vidrio y cristal provoca otra diferencia entre ambos: en caso de rotura, el cristal y el vidrio común se rompen en trozos con aristas definidas y cortantes, mientras el vidrio templado es más seguro y se fractura en pequeños trozos no cortantes, como los que se utilizan en la fabricación de las cocinas de vitrocerámica o los paneles solares.
Siguiendo más cercanos al cristal, no pasó mucho tiempo hasta que los vasos de cristal acabaron convertidos en un nuevo instrumento, la citada Glass Harmonica que inventó el polifacético Benjamin Franklin en el otoño de 1761. En lugar de las copas, el instrumento original estaba compuesto por una 37 vasos semiesféricos de diferentes superpuestos alrededor de un eje horizontal de acero al que se le imprime un movimiento rotatorio gracias a un pedal. Los vasos hacen la función de resonadores gracias a un sistema que humedece automáticamente los bordes y generando el sonido de las copas. Una vez ideado el instrumento, Charles James, un constructor de Londres lo comercializó con un precio inicial de 40 guineas.
Posteriormente, en 1839 se le introduciría un teclado con el que golpeaban los cristales en lugar de frotarlos por las manos, aunque se perdía el sonido etéreo, por lo que dejó de fabricarse.
Nos acompaña una de las piezas compuestas para ser interpretada por la Glass Harmonica, Sugar Plum Fairy (La danza del Hada de Azúcar) perteneciente al ballet El Cascanueces de Tchaikovsky. ¿Qué mejor instrumento para un personaje que se mueve delicadamente entre hilos de azúcar y caramelos? William Zaitler nos seduce con su interpretación de esta pieza tan clásica.
El vidrio, que en las últimas décadas ha sido desplazado en su función como contenedor de líquidos por los distintos tipos de envases de plástico o los tetrabriks, continúa teniendo unas propiedades, utilidades y aplicaciones que lo hacen cada vez más apreciable.
El vidrio no altera el aroma ni el sabor de las bebidas, alimentos y productos que contiene en sus envases. También es hermético, impermeable, no se degrada y no precisa capas internas de protección como otros envases. También posee propiedades químicas esenciales para el almacenamiento de vacunas, fármacos y productos de biomedicina.
En las últimas décadas se ha manifestado como materia prima indispensable para las tecnologías de la información y la comunicación, como algunas pantallas táctiles; es parte fundamental en las células fotovoltaicas que se están utilizando cada vez más en la producción de energías limpias.
Tras dejar el periódico FLUX, Tatiana Tîbuleac comenzó a trabajar en la televisión Pro TV Chisináu como reportera y, más adelante, presentadora. Buscaba más indagar y trabajar conociendo a personas diferentes de los famosos habituales en el medio por parecerles mas interesantes. Ciudadanos pobres, con problemas sociales o enfermos eran los protagonistas de sus reportajes, no dudando en estar varios días con ellos para conocerlos más profundamente y presentar sus historias.
En El jardín de vidrio, Tîbuleac nos ofrece una doble lectura: por un lado la historia de Lastochka y quienes pasan junto a ella en su vida, con una violencia que se deja ver entre líneas, y por otro la historia de la propia Moldavia durante los años que permaneció bajo el yugo de la URSS. Aquí aparecen la disolución del país, la pérdida de identidad y el sentimiento de desarraigo, la sensación de no pertenecer a ninguna parte, la privación de su cultura y su lengua. La protagonista está abocada a aprender el ruso, aunque elija, pese a todas las presiones, el moldavo, una lengua que le haría estar en inferioridad, puesto que «los moldavos son despojos».
Así, la escritora plantea su duda vital, la importancia de conocer el pasado para comprender el presente, frente a quienes solo viven en el pasado.
Continúa la joven Lastochka narrando su vida alrededor de las botellas: la habitación que compartía con Tamara Pavlovna, la recolección, los borrachos que vivían alrededor de ellas, los policías del barrio o el valor que alcanzaban las botellas en su intercambio y venta.
Pese a que las asociemos de modo especial con las catedrales góticas, las vidrieras son una de las formas con que el arte ha utilizado el cristal para transformar un lugar arquitectónico en un espacio cambiante y vivo gracias a los efectos producidos por la luz en el color.
Lugares como la Sainte-Chapelle de París, la del King College de Cambridge, el Grossmunster de Zurich constan de vidrieras que han llevado el arte del color y la luz durante siglos, igual que las del Art Institute de Chicago o las de las catedrales católicas de Reims o Metz que elaboró el artista de origen judío Marc Chagall o las de la inconclusa Sagrada Familia de Barcelona, además de otras como la Mezquita Nasir-Ol-Molk en Irán, cuya fachada está decorada con vidrieras que ofrecen a los fieles, no imágenes, sino un espectáculo de luces en el exterior cada amanecer y otro en el interior al iluminar los azulejos rosas y la alfombra estampada.
Además de la Danza del Hada de Azúcar, posiblemente la más popular de las piezas escénicas para la Armónica de cristal sea la llamada Escena de locura de Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti. Se trata de una escena que suele hacerse con el protagonismo de la flauta cuando no se dispone de este instrumento musical, que es el que le da el auténtico colorido etéreo, alejado del mundo asfixiante en el que vive la protagonista, que creó el compositor de Bérgamo.
La soprano de coloratura alemana Diana Damrau nos ofrece una interpretación de concierto con esta Escena de locura que se grabó en julio de 2013 con la Münchener Opernchor & Orchestra dirigidos por el desaparecido Jesús López Cobos para el disco Donizetti, Lucia di Lammermoor de Warner Classics en el que la acompañaron el tenor Joseph Calleja y el bajo Ludovic Tézier. Una ocasión excepcional para recrearnos en la audición y visión de este instrumento, en esta ocasión en su versión a base de tubos y copas.
El vidrio es un material cien por cien reciclable, sin tener desperdicio durante ese proceso, además de admitir un número infinito de procesos de reciclado generando un impacto mínimo en el medio ambiente. Para aprovechar esta gran ventaja es imprescindible la colaboración de todos, puesto que se pueden fundir para crear nuevos objetos solo aquellos que lleguen a los lugares en que se debe realizar esta transformación. Si no llevamos el vidrio a sus contenedores correspondientes, no llegarán a su destino.
Antes de la generalización del uso del plástico había una costumbre, entre los años '60 y '70 del pasado siglo, similar a la de la novela que nos acompaña, que consistía en que al utilizar un recipiente de vidrio y devolverlo a la tienda donde se adquirió, el siguiente producto de ese tipo tenía un precio más rebajado que si no se devolvía. Todos entregaban los recipientes utilizados para su reutilización posterior.
Con el vidrio el reciclaje es posiblemente el más efectivo de todos. Con una tonelada de vidrio se produce la misma cantidad de vidrio tras fundirlo y se ahorran 1'2 toneladas de materia prima. Estos envases tienen una denominación según su forma y el contenido que albergan: los tarros son para alimentos, las botellas para líquidos y los frascos para contenidos más pequeños (perfumes, cosmética o farmacia).
El jardín de vidrio de Tîbuleac nos lleva a un lugar repleto de miserias y carente de alegrías, un mundo en que los pocos instantes de felicidad surgían de lo más pequeño e inimaginable. Días austeros repletos de un esfuerzo físico inacabable, falto de cariño, con golpes y pellizcos como forma de educación y aprendizaje, respirando el hedor del alcohol y los vómitos, aprendiendo en el colegio el idioma desahuciado, el de los que no tenían futuro, dejando transcurrir el tiempo en forma de bucle interminable.
Tîbuleac plantea la narración alterando el orden cronológico, a base de pinceladas que van de los recuerdos del pasado a un presente inimaginado, en 167 capítulos cortos, apenas de dos o tres páginas cada uno, que se hacen fáciles y ágiles a la lectura y que obligan al lector a recomponer la historia. La angustia existencial, la violencia soterrada y el dolor constante están presentes en todo momento, asistiendo al desenlace de la historia de algunos personajes, sin conocer cómo llegaron al mismo, pero sí conociendo las cicatrices que dejaron sus heridas y el vacío en que se desenvolvieron.
El último de los capítulos que nos acompañan en este homenaje y reflexión sobre el vidrio nos muestra uno de esos momentos nimios y breves, la primera vez inesperado, que se convierten en íntimos y reveladores, que son lo único en el mundo que sabes que sólo te pertenecen a ti.
Pese a la gran degradación que estamos produciendo en nuestro planeta por el uso abusivo de plásticos, tetrabriks y derivados, es importante y, hasta cierto punto trascendental, que seamos conscientes de la importancia de utilizar materiales que nos ayuden a conservar nuestro planeta en el mejor de los estados posibles. Como en otros asuntos, es importante que este caso colaboremos aportando nuestro granito... de sílice.
Lámpara de cristal de Murano |
Terminamos esta publicación sobre el vidrio, sus características, uso y reciclaje con una pieza musical compuesta expresamente por Wolfgang Amadeus Mozart para la armónica de cristal, su Adagio für Glasharmonika KV 617a, una obra que, según parece, fue escrita en 1791 para ser interpretada por la virtuosa del instrumento Marianne Kirchgessner.
En el enlace que nos acompaña es Crhista Schönfeldinger, miembro del Wiener Glasharmonika Duo quien interpreta este adagio poco conocido de Mozart.
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- Tîbuleac, Tatiana. El jardín de vidrio, traducción de Marian Ochoa de Eribe. Impedimenta Editorial S. L., 2021.
- Damrau, Diana. Donizetti. Lucia di Lammermoor. Decca Classics
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