Cuando se acercan los primeros días de noviembre nos acompañan dos celebraciones en las que se mezclan las costumbres tradicionales con las que nos llegan de otros lugares y que cada vez alcanzan más fuerza. Son los días en que celebramos Todos los Santos y el Día de los difuntos frente a la cada vez más pujante e internacional Halloween.
Esa internacionalización y globalización que sucede en este y en la mayoría de ámbitos de nuestra existencia, desde la alimentación hasta la música, pasando por la literatura, la pintura o el cine, comenzó a gestarse a mitad del siglo XIX. El nacimiento y desarrollo del ferrocarril que comenzó a traspasar y abrir las fronteras propició que tanto los artistas como sus obras pudieran moverse por toda Europa con mayor facilidad. Así, compositores e intérpretes, compañías de ópera y de teatro, escritores que hacían giras de lectura de sus libros y exposiciones de obras de arte itinerante comenzaron a configurar una cultura cosmopolita gracias a ese intercambio de músicas, libros, cuadros o guías de viaje que propiciaron un mayor conocimiento y difusión de lo que se hacía y creaba en otros lugares.
De esta forma, muchas obras influyeron en otros artistas, generando un intercambio, enriquecimiento e interacción con la creación de obras nuevas que se adaptaron a esta visión supranacional, permitiendo que muchos reconocieran e identificaran sus rasgos comunes, su europeidad por encima de su propia nacionalidad.
Con las nuevas técnicas de impresión, se abría un nuevo escenario para las reproducciones a precios asequibles de cuadros, libros -y sus traducciones- y partituras. Los pintores acomodaron los tamaños de sus cuadros, sus temáticas y estilos para un nuevo escenario: la creación de reproducciones para colocar en casas de la burguesía emergente. Quien más, quien menor, quería tener en el salón un cuadro del tamaño del original, con una escena que le resultara grata y apetecible.
En esta publicación nos acercaremos a uno de los cuadros, La isla de los muertos de Arnold Böcklin, que tuvo una rápida difusión y sirvió de fuente de inspiración para obras literarias y musicales. Nos acompañan obras de Rachmaninov, Max Reger, Felix Woyrsh, Paul Celan, Rubén Darío y Roger Zelazny. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!
Entre los cuadros que fascinaron y se popularizaron en los salones de muchos hogares de finales del siglo XIX destaca Die Toteninsel (La isla de los muertos), una obra del pintor Arnold Böcklin que le obsesionó hasta el punto de llegar a realizar varias versiones. En Suiza eran multitud de hogares los que acogían alguna reproducción de esta obra, mientras que Vladimir Nabokov relata en Desesperación, novela de 1934 que estas podrían «hallarse en todos los hogares de Berlín.»
Personajes tan variopintos como Hitler, que llegó a tener una de estas pinturas, o Lenin, el presidente francés Clemenceau o Freud con reproducciones en sus despachos de esta obra, mostraron su obsesión e interés por ella.
Antes de entrar con más detalle en la pintura que protagoniza esta publicación voy a centrarme en algunas de las obras que surgieron a partir de ella y que diversos autores crearon a partir de las impresiones que le causaron, mostrando ese cosmopolitismo y la interacción entre autores, obras e intenciones.
Quizás la más más conocida de todas y que mejor refleja el cuadro original sea la obra de Sergei Rachmaninoff. El compositor ruso había visto una reproducción en blanco y negro durante su estancia en París en mayo de 1907. Pese a la fuerte impresión que le dejó, no fue hasta dos años después que escribió un poema sinfónico con el mismo título mientras residía en Dresde. Durante esa estancia en la capital de Sajonia había visto una de las versiones del cuadro en Leipzig, comentando que si hubiera conocido esta versión antes que la monocroma quizás no habría compuesto la obra. La terminó en abril de 1909 y fue estrenada en Moscú dos semanas más tarde. En diciembre de ese año se puso frente a la Sinfónica de Chicago para dirigir su estreno americano, donde recibió también una entusiasta acogida.
La isla de los muertos comienza con el susurrante movimiento irregular de los remos en el agua de un lago, con un sonido oscuro y misterioso a cargo de chelos, contrabajos, timbal y arpa que sugieren una barcaza fúnebre implacable, mas no grotesca o macabra.
La música va mostrando fragmentos melódicos como dejando entrever en la niebla el destino cercano. Al aparecer la isla, la música a crecer hasta sonar el Dies Irae gregoriano de la misa de difuntos -uno de sus recursos más utilizados para referirse a la mortalidad-, momento en que toma un cariz más apasionado y alegre hasta que vuelve a oscurecerse por las sombras. Finalmente retoma el sonido de los remos inicial.
En este poema sinfónico Rachmaninoff utiliza una paleta de colores sombríos, aunque salpicados de una singular gama de colores cálidos con una graduación de tempos e intensidades que van cambiando casi sin apreciar los contornos, como en el cuadro original.
La versión de La isla de los muertos que nos acompaña está interpretada por la Netherlands Philharmonic Occhestra en un concierto celebrado en el Tivoli Vredenburg de Utrech celebrado el 20 de octubre de 2023. La dirección corre a cargo de Lorenzo Viotti, a quien tuve el enorme placer de escuchar dirigiendo esta misma pieza en el Teatro Maestranza de Sevilla con la Orquesta Filarmónica de Viena unos meses antes.
Es el momento de utilizar unos auriculares para apreciar la sutil paleta de colores y dejarte llevar por la música.
Otra obra basada en este cuadro procede de un poema en alemán. Paul Celan (Chernivtsi, 1920 - París, 1970) está considerado como el más grande de los poetas líricos en lengua alemana de la posguerra. De origen judío rumano, llegó a escribir unos ochocientos poemas influidos por la estética del surrealismo, cargados de imágenes bíblicas de compleja traducción. Estos poemas muestran la existencia absurda de la vida moderna, la imposibilidad de la comunicación, unida a la insufrible paradoja de mostrar la agonía de la lengua judía en el idioma que la extermina, lo que da a sus versos un carácter cada vez más críptico y escueto.
El lenguaje poético de Celan, flexible y virtuoso no encontró editoriales que quisieran llevarlo al papel, por lo que hubo de comenzar a publicar con editoriales marginales hasta que se reconoció su valor, donde se observa estilo, mezcla de sus conocimientos filosóficos, teológicos o históricos.
Publicado en 1955, Von Schwelle zu Schwelle (De umbral en umbral) es el segundo libro de poemas en el que cristaliza una poética, una forma de establecer un diálogo sin trascendencia, una forma de entender ese umbral por donde entran y salen por ese resquicio los sentidos que damos a nuestras palabras, como una forma de conocimiento.
Uno de sus apartados lo titula Hacia la isla, en el que el último de los poemas evoca el cuadro de Böcklin. No es una descripción del cuadro, sino todo cuanto el lienzo provoca en el escritor, qué surge en él después de haberse impresionado al contemplarlo.
Arnold Böcklin nació en Basilea en 1827, estudió arte en Dusseldorf y desarrolló su vida como pintor desde 1840 hasta su fallecimiento en 1901. Tras impartir clases de pintura en la Kunstschule de Weimar, vivió en diversas ciudades como Roma, París, Basilea o Múnich, hasta que se instaló en Florencia en 1874.
Persona de una vasta cultura, se relacionó con personajes influyentes del arte como el escritor Adolf von Hildebrand, el historiador Burckhardt o el pinto Hans von Marées. Como muchos artistas, su inicios fueron complicados por su rechazo a seguir las escuelas y normas predominantes.
Su estilo funde elementos románticos y realistas que desembocarán en el naturalismo y destaca en sus principales obras por su inmersión en el simbolismo como reacción al impresionismo.
En 1880 ya era un pintor de éxito, colaborando con el marchante Fritz Gurlitt con numerosas obras que habían tenido mucho éxito, especialmente en Berlín y Dresde. Con referencias a la cultura clásica, tienen especial fuerza sus paisajes, recónditos, inaccesibles y sublimes, con una naturaleza silvestre y peligrosa, atravesada por luces cambiantes que le confieren un color dramático y agitado donde se vislumbran la luna, el cielo y misteriosas ruinas.
Poca información proporcionó Böcklin sobre esta obra, llegando a expresar tan sólo que su pintura «representa una imagen de ensueño que debe producir tal inquietud que cualquiera se asombraría si llamaran a la puerta». De hecho, no le otorgó ni título y el que conocemos fue puesto por su marchante Gurlitt a partir de una carta que el pintor le envió tras realizar la primera versión, en la que encajaba esas palabras hablando del cuadro.
El alemán Felix Woyrsch (1860-1960), procedente de una familia de escasos recursos económicos recibió influencias de autores como Brahms, de compositores anteriores como Bach, Palestrina, Lassus o Schütz, además de sus contemporáneos Stravinsky, Hindemith o Schoenberg. Aún así, dada su formación autodidacta, su obra posee un estilo personal encuadrada más en la tradición clásica y romántica que en la innovación musical que aportaban estos últimos compositores.
Compuesta en 1910, un año después que la obra de Rachmaninoff, sus 3 Böcklin-Pantassien, Op. 53 se centra, como indica su título, en sendas obras pictóricas del artista: Die Toteninsel (La isla de los muertos), Der Eremit (El ermitaño) e In Spiel der Wellen (En el juego de las olas).
La isla de los muertos, el primero de los movimientos del tríptico posee un gran poder evocador, inscrito en esa tradición post-romántica, con contornos poco definidos que sugieren ese carácter que muestra la pintura. Aunque tuvo un gran éxito en las salas de concierto, a partir de la Gran Guerra y con los cambios en los gustos estéticos y culturales que le sucedieron, el tríptico comenzó a caer en el olvido hasta que ha comenzado a volver a resurgir en la segunda década de este siglo.
Nos acompaña una versión solo de audio de esta primera obra del tríptico de Woyrsch interpretada por la Oldenburgisches Staatscorchester dirigida por Thomas Dorsch en una grabación del disco Woyrsch: Symphony nº 3 &3 Böcklin -Phantasien publicado en 2015 por Naxos of America.
Los paisajes de Böcklin se fueron convirtiendo paulatinamente en escenarios donde aparecían temas mitológicos con personajes misteriosos que parecían representar las fuerzas de la naturaleza.
Lo que se intuye el La isla de los muertos es un alma moribunda que está siendo transportada por Caronte hacia una isla dominada por unos cipreses espigados y melancólicos, referencia inequívoca a la muerte y unas villas misteriosas que bien pueden estar inspiradas en el cementerio inglés de la zona de Florencia, con elementos funerarios.
El siguiente texto inspirado en esta obra proviene de uno de los grandes escritores de nuestro idioma.
Los modernistas consideraban que el arte debería formar parte fundamental de la vida cotidiana, encontrando en el Poema en prosa un vehículo para la exploración del lenguaje poético que le aleje del literario convencional.
Surgen así textos cargados de figuraciones e imágenes sensoriales que le imprimen ese lenguaje lírico que muestra, además, un arte en el que se conjugan una pluralidad de tiempos históricos donde confluyen lo nuevo con lo antiguo, donde se multiplican diversas imágenes que se encuentran en el momento preciso y en la experiencia estética.
En las Obras completas de Rubén Darío se recogen en el volumen 14 Cuentos y crónicas, en una obra compilada por la Editorial Mundo Latino en 1917. Dividido en los dos grandes bloques que indica el título, en Crónicas se recogen nueve obras de distintos momentos, pero cargadas de ese lenguaje poético inserto en la prosa rica y fecunda del escritor nicaragüense.
El octavo de estos textos se titula Poemas de arte: Böecklin y se compone de cinco textos dedicados a otros tantos cuadros y temas del pintor de origen suizo: La isla de los muertos, Idilio marino, Sirenas y tritones, Día de primavera y Pescadores de sirenas.
En ellos, Rubén Darío desarrolla imágenes con continuas alusiones a la cultura clásica que muestran esa unión entre los presupuestos del modernismo y las obras de Böcklin.
En 1880 Böcklin recibió el encargo de Marie Berna, condesa de Oriola de una pintura que le permitiese soñar y recordar a su esposo recientemente fallecido. La pintura le gustó al autor y decidió quedarse con ella. Desde 1920 se encuentra en el Kunstmusseum de Basilea.
Ese mismo año realizó una segunda versión que entregó a la condesa que se encuentra, a través de la Reiseinger Fundation en el Museo Metropolitano de Arte (MoMA) de Nueva York. Desde esta versión, Böcklin introdujo un ataúd y una figura femenina en el bote, detalles que pidió Marie Berna para recordar a su esposo fallecido por difteria.
Por indicación de su galerista realiza una tercera versión en 1883 que fue la que se utilizó para los grabados que se vendieron y distribuyeron con gran éxito. Es la versión que llegó a la Cancillería del III Reich en Berlín para el despacho de Adolf Hitler y que actualmente se encuentra en la Alte Nationalgalerie (Antigua Galería Nacional) en la Isla de los museos de la capital alemana.
Las dos últimas versiones, realizadas en 1884 y 1886 las llevó a cabo con la idea de recuperar parte de su patrimonio, perdido por la inestabilidad de su economía. La cuarta versión fue destruida en Rotterdam durante la Segunda Guerra Mundial y tan sólo se conserva una fotografía en blanco y negro de la misma, mientras que la última se haya en Leipzig en el Museum der bildenden Künste. Una sexta versión la realizó su hijo Carlo con su ayuda el año de su fallecimiento.
La última obra musical que nos acompaña vuelve a la obra pictórica. También Max Reger, pianista, organista, director de orquesta y compositor alemán (1873-1916) creó una obra a partir de lo que diversas pinturas del artista suizo le sugerían. Vier Tondichtungen nach Arnold Böcklin (Cuatro poemas sinfónicos según Böcklin), su Op. 128 está formada por El ermitaño que toca el violín, En el juego de las olas, La isla de los muertos y Báquico, piezas compuestas en 1913 y que guarda un evidente paralelismo en los títulos respecto a la obra anterior.
Este tercer poema sinfónico de Reger muestra un sonido que va cambiando sutilmente en unas sonoridades que hacen hablar a la orquesta como si fuera el instrumento que más dominaba, el órgano. Setenta años después, Max Beckschäfer realizó un arreglo para órgano de esta pieza.
La interpretación que nos acompaña, también de audio solo, está interpretada por la London Philharmonic Orchestra dirigida por Leon Botstein para el disco Max Reger: Reger & Romanticism editado en 2002 por Telarc. International Corp.
Tras vivir varios años en Basilea y Zurich, y aumentar su prestigio gracias a apoyos como Ludwig I de Baviera, Böcklin regresó a Italia donde se instaló en 1894 en Villa Bellagio en las cercanías de Fiesole, donde falleció en 1901.
Pese a su éxito en la pintura, su vida tuvo momentos dramáticos, ya que fallecieron ocho de sus catorce hijos. Quizás ese tinte dramático le acercó más a ese tipo de obras en que hay una presencia de la muerte que se mueve entre lo simbólico, un romanticismo tardío y referencias mitológicas.
Quizás como una forma de afrontar esta obra que nos ha acompañado a lo largo de esta publicación, Arnold Böcklin pintó en 1888 La isla de la vida, en la que deja de lado los elementos fúnebres para tratar el tema de la alegría de estar vivos. Todo tiene su contrapeso.
La última obra que nos acompaña, de las muchas que han surgido a partir de este cuadro, es una novela de ciencia ficción, en la que nos interesa más el homenaje a la pintura que el argumento en sí.
Escrita en 1972 por Roger Zelazny (1937-1995), un poeta y novelista que triunfó en la ciencia ficción, donde dejó obras como Las crónicas de Ámbar o El señor de la luz, La isla de los muertos, muestra, hasta en el título la influencia que la obra tuvo en el escritor.
Finaliza esta publicación que ha girado alrededor de obras que han surgido desde La isla de los muertos de Arnold Böcklin con esta escena en la que el protagonista, Sandow recrea la construcción de la isla a partir del cuadro.
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Bibliografía y webgrafía consultadas:
- Celan, Paul. De umbral en umbral. Editorial Hiperión, colección Poesía Hiperión, traducción de Jesús Munárriz (2005), ISBN: 9788475171500.
- Darío, Rubén. Cuentos y crónicas, Obras completas, volumen XIV. Editorial Good Press, Ebook (2019), ISBN: 4057664176301.
- Zelazny, Roger. La isla de los muertos, Editorial Dronte (1977. ISBN: 8436601041.
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