Sumergirnos en un viaje o en otra cultura no siempre nos lleva al corazón o al alma del lugar visitado. Tras el término Lejano Oriente, un poco por la distancia, otro tanto por la diferencia cultural, escondemos otros tópicos que nos alejan de la mirada con que captamos realidades más cercanas.
Viajamos a Japón de la mano de dos visiones, una de un escritor del país, Haruki Murakami, otra de un compositor que ayuda a la consolidación del tópico extranjero, el italiano Giacomo Puccini y su obra Madame Buterfly. Ambas miradas aportan el terrible dolor de la soledad, ese desesperanzado sentimiento que nos aparta de los demás incluso rodeado de personas.
Haruki Murakami, sempiterno candidato al Nobel, uno de los escritores actuales con un estilo más personal, presenta en sus obras unos personajes alejados de la tradición japonesa y más cercanos a los gustos occidentales, enredados en su mundo interior. La relación entre sus protagonistas, los libros o las bibliotecas y la música hacen que sus obras tengan una estructura única y personal.
Después de acompañarnos en este blog en Tres miradas a una biblioteca y una doble canción renacentista, nos esboza un paisaje fundamental y básico, determinante en el desarrollo de su libro Tokio Blues, una obra en la que nos relata las pérdidas y renuncias que implican el proceso de maduración que vive el protagonista.
Cuando a comienzos del siglo XX Giacomo Puccini estrenó Madama Butterfly se convirtió en el único fracaso que tuvo en su carrera. Basada en una obra teatral de David Belasco, sin diálogos, de un cuarto de hora de duración y que causó sensación en su época, Puccini quiso plasmar en su ópera la vigilia de Cio-Cio-San (Mma. Butterfly), una escena que narra musicalmente la espera durante toda la noche de su amado Pinkerton, un americano que se encaprichó de ella y que se ha casado en Estados Unidos. Después de unos arreglos entre el segundo y tercer acto, la obra se consolidó como una de las más exitosas de su carrera.
Puccini mostró siempre interés en recrear los ambientes de sus obras. Para Madama Butterfly realizó un profundo trabajo de investigación. Estudió la música japonesa, de la que incorporó a la obra varios fragmentos genuinos, entre ellos el himno imperial, además de costumbres, arquitectura y ritos del país.
El aria Un bel di vedremo (Un bello día veremos) transmite un dramatismo inmenso. Butterfly acaba de enterarse por carta que Pinkerton se ha casado con una americana y viaja a Japón. Al oír el cañonazo en el puerto anunciando la llegada de un barco, Cio-Cio-San está segura de que su amado dejará a su esposa y regresará a su lado. Cuenta a su acompañante Suzuki cómo lo recibirá.
Lo tremendo de la situación, y Puccini nos lo hace saber, es que todos, Butterfly, su sirvienta, nosotros, sabemos que no hay esperanza, que está sola. Una pieza que no se puede oír sin dejarnos un nudo en la garganta.
Tras esta versión interpretada por Florencia Fabris en Buenos Aires en 2010, una recreación del aria y el personaje extraída de la película de animación L'Opera Imaginaire.
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Para terminar, una versión de audio con interpretación de la soprano neozelandesa Kiri Te Kanawa, una de las voces más limpias y con mejor dicción de las últimas décadas.
No se trata de Japón sólo lo que une las obras de esta entrada
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Maravilloso cuento de otoño, donde languidece el amor de "Cio-Cio-San" en tan dulce y trágico canto, uno de los más bellos que recuerdo. En la voz de la increíble Kiri te Kanava resulta arrebatador.
ResponderEliminarBellísimo relato.
Hola U.M.
EliminarKiri te Kanawa sabe transmitir la delicadeza melodramática de Puccini como pocas cantantes. Siempre es un placer oírla.
Gracias por tu comentario.
Un abrazo :-)