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Mujeres épicas

Cada año, el 8 de marzo, el Día internacional de la mujer, nos recuerda, insistente, que no vivimos en un mundo igualitario. Que detrás de las leyes, normas, costumbres y usos de nuestra sociedad hay personas que tienen unos derechos que no se cumplen.
Es cierto que vivimos en una sociedad poliédrica, con muchas facetas y caras; que en algunas de éstas, sí hay una cierta igualdad en cuando a oportunidades, posibilidades de acceso y trato similar. Pero en modo alguno se ha generalizado. Aún hay mucha diferencia que se proyecta en la sociedad, con estereotipos en la publicidad e imágenes denigrantes o en el mismo reparto de cargas y tareas domésticas. En casos tremendos que no debería existir y debemos rebelarnos ante ellos, nos topamos con el acoso, la violencia sexista o las muertes de mujeres a cargo de quienes deberían haber sido sus compañeros por la vida.
El mundo en que vivimos nunca estará completo si no permitimos que la mitad de sus habitantes pueda tener acceso a los mismos derechos y oportunidades, a aportar sus ideas, su pasión, sus puntos de vista y sus opiniones acerca de cuanto sus miradas alcanzan a ver más allá de nuestros ojos para mejorar nuestra sociedad.
Antes de que existiera el feminismo como movimiento que reivindica la igualdad efectiva de derechos, muchas mujeres vieron cómo sus anhelos, sus deseos y sueños se encontraban con el muro de la intolerancia en un mundo donde eran impensables sus proyectos. Fueron mujeres épicas que, con su esfuerzo y su talento llegaron a abrir un hueco y dejaron su nombre en la historia a costa de renuncias, la incomprensión de muchos y una lucha mucho más intensa y a contra corriente que si hubieran sido hombres. En esta entrada traigo a dos de estas mujeres pioneras que abrieron un hueco al mundo de las pasiones y los afectos: la escritora Charlotte Brontë y la compositora Barbara Strozzi.



En ocasiones hay poca distancia entre un autor y sus personajes, entre lo que se escribe y quien lo escribe. Hay escritores a quienes los temas que abordan, las circunstancias de sus personajes y los lugares y ambientes de sus obras vienen determinados por sus propias vidas, sus pensamientos, su filosofía existencial y su cultura y educación.




Cuando Charlotte Brontë quiso comenzar a publicar presentó algunos escritos al poeta Robert Southey quien le respondió: "La literatura no es asunto de mujeres y no debería serlo nunca".
Hijas de un pastor anglicano, las hermanas Brontë, Charlotte, Emily y Anne forman uno de los más curiosos grupos familiares relacionados con la literatura. Aunque publicaron con el nombre ficticio de hermanos Bell, Charlotte ha pasado a la historia por ser la autora de Jane Eyre, Anne por Agnes Grey y Emily por dejarnos Cumbres borrascosas.


Las hermanas Brontë. En el centro, difuminado, el autor, su hermano Branwell


Jane Eyre es una novela con muchos apuntes biográficos en la que la protagonista narra su propia vida. Huérfana, Jane cuenta sus desgracias, soledades, amores y cómo su voluntad e independencia logran imponerse en una sociedad victoriana en la que la mujer tiene prefijado su papel.



Charlotte Brontë y Jane Eyre, autora y personaje, se funden como feministas en tanto que reivindican un papel nuevo en la sociedad: personas activas, independencia económica incluso después de la boda, expresión de unas convicciones propias aún cuando sean radicales para la época, o franqueza en la exposición de las ideas, buscando hacer su voluntad, imponerse y sobrevivir.
En pocos meses la familia se desmoronó. Branwell, el único hermano, falleció tras ver cómo su vida se destruía entre excesos con el alcohol y el opio tras un desengaño amoroso, Emily y Anne tardaron menos de un año en seguir a su hermano víctimas ambas de la tuberculosis. Charlotte siguió adelante, desveló a la sociedad sus verdaderos nombres y publicó varias obras más, llegando a ser reconocida entre los autores y el público de su época. Con 37 años se casó y pocos meses después falleció a consecuencias de las complicaciones de su embarazo.




No es que el camino fuera difícil de seguir. Lo cierto es que no había camino; era impensable que una mujer se planteara tener acceso a la música de forma profesional. 
Aunque de forma pública estaba limitado el acceso de la mujer a la profesión musical -se pueden recordar las dificultades que éstas tenían para las obras escénicas que, en muchas ocasiones los  "castrati", los grandes divos de la época, representaban los papeles de mujeres heróicas en el barroco-, la música no estaba vedada para las mujeres. De hecho, las damas de la alta sociedad o la burguesía naciente tenían entre su formación la música o la poesía, pero cuidando de que no pasaran de mero entretenimiento y como forma de hacer de anfitrionas y exquisitas representantes de sus familias. 
Pocas mujeres han llegado a pasar a la historia como compositoras, como en el caso de Hildegard von Bingen, una polifacética abadesa filósofa, música, poetisa y física entre otras cosas, que brilló en la Alemania medieval del siglo XII.
La mujer que completa esta entrada del blog es Barbara Strozzi, una veneciana nacida en 1619 en la casa del poeta Giulio Strozzi, hija de Isabel, una de las sirvientas, lo que hace pensar a los historiadores que era hija ilegítima del mismo. Después de comprobar el talento musical de la joven, Giulio la hace estudiar con el cantante y compositor Francesco Cavalli llegando a ser una gran cantante e instrumentista además de compositora, siendo conocida entre los miembros de la Accademia degli Unisoni como la Virtuosissima cantatrice. Más adelante Giulio Strozzi la reconoce en su testamento como "figliuola elettiva" (hija adoptiva), lo que refuerza la idea de que era hija natural suya.

La importancia de la Strozzi se debe a su virtuosismo como cantante e instrumentista unido a la creación de más de un centenar de obras, la mayoría de las cuales son canciones a una o varias voces con el acompañamiento de algún instrumento. Su primera publicación fue un conjunto de madrigales con texto de su padre, al que siguieron en tres años consecutivos Cantata, arie et duette (1651), Cantate, ariete a una, due e tre voce, Sacri musicali affetti.
La importancia de Bárbara Strozzi radica en que supo y pudo introducirse en un mundo cerrado sólo para los hombres gracias a su talento, prescindiendo de las estrictas reglas de la época. Según parece llegó a tener cuatro hijos, aunque nunca llegó a casarse.
Strozzi, que contribuyó al nacimiento de la ópera con su participación en obras de Monteverdi, desarrolló también el tipo de canción del barroco, unas canciones con un recitativo arioso que se prestaban al uso de instrumentos como la tiorba. Se trata de un instrumento de la familia del guitarrone (proviene su nombre de chitarrone, cítara), con un mástil alargado que potencia los graves y se adapta con mucha precisión a los tonos de voz de los cantantes, un instrumento de acompañamiento casi obligado en la época.
La pieza que nos acompaña es una de sus canciones, Chè si può fare (¿Qué se puede hacer?), catalogada como su Opus 8. 



La interpretación corre a cargo de Raquel Andueza, una de las cantantes más brillantes del panorama actual. Con su grupo La Galanía, está especializada en música italiana del siglo XVII. Su voz se adecúa perfectamente a estas composiciones en las que el texto es anterior a la música y ésta se adapta a aquel. Es una música que se basa en los sentimientos, la música de los afectos (affetti) que muestra los estados de ánimo. 
La primera versión es del concierto en directo Yr a oydo y Raquel Andueza está acompañada por flauta, viola de gamba, tiorba y percusión. La calidad de la imagen no es excelente, pero nos da idea de la interpretación.



El segundo enlace permite disfrutar más del sonido con la perfección de la voz de Raquel Andueza y el acompañamiento sólo de la tiorba que tañe Jesús Fernández Baena. Las imágenes son del pintor Edward Hopper, aunque cerrando los ojos se pueden apreciar con mayor intensidad. 


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2 comentarios:

  1. Es innegable que las hermanas Brontë brillaron en una época, la victoriana, de las más difíciles para una mujer. La doble moral existente en aquellos tiempos, un puritanismo exagerado que oprimía a las mujeres regandolasa los lugares privados, con un estatus de sometimiento y del cuidado de sus hijos y del hogar, en la que la insatisfacción femenina, en cualquier ámbito, era tratada como un desorden de ansiedad con pastillas y psicoanálisis y, si la mujer tenía suficientes recursos económicos, lo trataba en manos de un "experto" que las estimulaba sexualmente con sus manos, junto con la doble moral sexual propia de la época en la que paralelamente a las estrictas costumbres, se desarrollaba un mundo sexual subterráneo donde proliferaban el adulterio y la prostitución, dan más valor a su lucha.
    Quizás Barbara Strozzi lo tuviera un poco más fácil, pero indubablemente siempre, aun hoy, el mayor problema con que se enfrenta la sociedad es el de la intolerancia.
    Muy buen post Miguel.
    Un abrazo.

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    1. Gracias por tu comentario, Javier.
      Eran tiempos duros y difíciles en los que era imposible en la práctica que las mujeres pudieran participar de forma activa en la sociedad en la medida de sus posibilidades. Sólo unas pocas, gastando su vida en ello, pudieron aportar su talento y servir de ejemplos a quienes vinieron después.
      Un abrazo :-)

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