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El placer de pasear

La historia de los hombres es un momento entre los pasos de un caminante.
Franz Kafka

Inmersos en una vida ajetreada que nos zarandea continuamente y nos lleva a medir el tiempo con una minuciosidad terrible, nos encontramos con la necesidad de realizar alguna actividad que nos haga olvidar por momentos ese estrés y sirva de contrapeso.
Así, paulatinamente se ha ido incorporando a nuestra vida y a la cultura occidental el hecho de pasear, una actividad que une lo físico con lo mental, que sirve tanto para ayudarnos a compensar una actividad laboral cada vez más sedentaria, con la necesidad de dejar que nuestros pensamientos vaguen a su libre albedrío durante un tiempo.
Acompañados de un libro y algunas músicas, te propongo dar un paseo sin más pretensiones alrededor del hecho de caminar. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!



Hace poco más de cien años, en 1917, Robert Walser publica Des Spaziergang (El paseo), una pequeña obra en la que el escritor nos muestra cómo sale a caminar y va dejando pasar y pasear por su mirada, a la que desea que se una también la nuestra, lo que observa a su alrededor: la vida con su belleza y lo absurdo de algunas convenciones sociales, un recóndito sendero, una voz que canta desde una ventana o unos niños con sus maestros. 
En El paseo Walser traza un símil entre la persona que sale a caminar con su propia visión del mundo, poniéndola en una especie de espejo donde la una refleja a la otra. Así, como a muchos, tras horas de trabajo profundo y concentrado, desea olvidar "toda la tristeza, todo el dolor y todos los graves pensamientos" y respirar un poco de aire fresco. Con esa intención, Walser se presta a mostrar al lector su paseo, sus pensamientos y sentimientos de la misma forma que otros enseñan su casa a quienes la visitan. 



Así, de esta manera comienza Walser el paseo al que nos invita, una actividad de dilettante, de aficionado, ya que para pasear no hay que ser estrictos ni profesionales, aunque algunos lo pretendan.
Baudelaire es uno de los primeros autores que dedican su interés a reflexionar sobre la afición a pasear. A partir de él se acuño el término flâneurs (paseante, callejero) para aquellos que viven, sobre todo las ciudades, de un modo singular y novedoso desde aquella época: experimentan el paseo, olvidan las prisas y el destino concreto, practican un caminar atento, dirigiendo la mirada sobre lo que va surgiendo en el recorrido, advirtiendo las mezclas entre pasado y presente, comprobando y comparando detalles; en definitiva, practicando un viaje sin destino concreto, con el único objetivo de obtener placer al caminar por caminar.
Poco después surgirían también las figuras de las flâneuses, aquellas mujeres que, con sus paseos, adoptaron también las calles y se apropiaron de la ciudad con la misma pasión y derechos que los hombres.
Pero varias generaciones antes, el caminante tenía, en pleno romanticismo un sentido diferente. El caminante es el personaje que vaga por el mundo en busca de su esencia, es quien mejor representa el espíritu romántico en un insatisfecho e incansable deambular en busca de lo que no puede encontrar.
Desde los lieder de Schubert e incluso de Haydn antes aún, hasta el personaje de El Caminante, el trasunto del dios Wotan de Wagner, la literatura y la música están pobladas de personajes que siguen el arquetipo de caminante.



Franz Schubert lo reflejó en múltiples composiciones. Es protagonista fundamental en El viaje de invierno, en La bella molinera o El canto del cisne, además de varios lieder independientes.
Es precisamente en Die schöne Müllerin (La bella molinera), catalogada como D795 donde encontramos, aún en un comienzo alegre y distinto a la tristeza con que la enfermedad invadirá a Schubert, al personaje del incansable viajero. Escrito a partir de poemas de Wilheilm Müller, el ciclo refleja un estilo de vagabundeo ocioso, la descripción de un amor que comienza, con su esperanzas y engaños, con sus alegrías y sus tristezas. Das Wandern (El caminar) es el primero de los lieder que forman este primer ciclo de Schubert, donde quien canta lo hace con la alegría de la ilusión, comparando el interés del molinero por caminar con los elementos que le acompañan en su trabajo: el agua, las ruedas y las piedras.
La versión de Das Wandern que nos acompaña es todo un lujo, una grabación histórica con el más grande compositor inglés del siglo XX, uno de los gigantes de la música. Benjamin Britten está al piano, mientras su compañero sentimental de toda su vida, el tenor Peter Pears se pone en el papel del caminante.



Como actividad, caminar lleva implícito un ejercicio físico a la vez que una actividad sensorial para observar todo lo que nos rodea mientras transitamos, además de ejercitar una de las actividades que más relajan la mente como es la facultad de dejar moverse los pensamientos a su antojo, centrando la atención donde nos interese o cambiándola cuando los estímulos la llevan por otros lugares.



Robert Walser, con quien seguimos paseando, practica la mirada atenta de un hombre que se mueve entre dos deseos contrapuestos como ser amado por el mundo y vivir alejado de él, una persona que conserva la facilidad del asombro de los niños y que siempre hablaba de sí mismo. Su discurso es una prolongada conversación consigo mismo, una escritura que se aparta de las demás. Cuando los escritores lo hacen para denunciar situaciones injustas o para mejorar a la humanidad, Walser charla sin ningún motivo, como quien pasea, no habla ni elabora discursos, practicando lo que él mismo llamó la imposibilidad de la escritura. Transcribe lo que pasa por su mente, lo que observa con cada uno de sus sentidos y estos le evocan, todo matizado por un estilo de diálogo transcrito con un lenguaje muy llano y particular.
Así, caminando, una voz proveniente  de una ventana le hace fijar su atención.




Pasear es una actividad animal y genuinamente humana, un acto que es a la vez instintivo y de observación, de encuentro y recogimiento. Hay un momento en que quien pasea deja de recorrer el paisaje, siendo este el que recorre al paseante. Dejar vagar los pensamientos durante el transcurso del trayecto, acomodar el paso a un ritmo distinto de las prisas que nos acompañan a diario o combinar unos trabajos que cada vez son más sedentarios con la realización de alguna actividad hacen que esta actividad sea un complemento indispensable a la vida que llevamos. 
Robert L. Stevenson, un incansable trotamundos escribía: "No controlar el paso de las horas durante toda una vida es vivir para siempre."
Acompañando el paseo de Walser acaso nos haya ocurrido que una música haya solicitado nuestra atención distrayéndonos por unos momentos de los pensamientos. Puestos a desviar nuestra atención, podríamos dejarnos seducir por una de las melodías más subyugantes, la que la sacerdotisa Norma canta a la luna esa Casta diva en la nocturnidad del bosque.
Nos acompaña, asomada a la ventana de nuestro dispositivo electrónico, la presencia de la soprano rusa Aida Garifullina en el Second Peace Concert "Arirang" celebrado en 2014 en Seoul Art Center Concert Hall de la capital surcoreana.



Antes de publicar El paseo, Robert Walser había escrito tres novelas: Los hermanos Tanner, El ayudante y, la que se considera su mejor obra, Jakob von Gunten, todas en la primera década del siglo XX, mientras pasó de Suiza a vivir en Berlín con su hermano mayor, que era pintor. Tras la última novela regresó a Beil, su ciudad natal, donde redactó la obra que nos acompaña y otros relatos y poemas. A partir de esa época comenzó a sufrir una inmensa depresión que se acompañaba de alucinaciones. Después de varios tratamientos infructuosos, en 1930 fue internado en una clínica psiquiátrica en Herisau donde permaneció décadas ingresado. Aparte de sus cada vez más escasos microgramas, pequeños textos que anotaba a lápiz en papelitos, Walser dejó de escribir. "Yo no he venido aquí a escribir, sino a volverme loco".
Como él quería, su persona fue desapareciendo, de la misma forma que su obra, hasta quedar relegada al olvido. Aún siguió dando paseos por los alrededores. La víspera de Navidad de 1956 su cuerpo fue encontrado inerte en la nieve a más de veinte kilómetros del sanatorio. Casi treinta años después de haber desaparecido para los lectores, la persona de Robert Walser se fue también.
Tras ser admirado por autores de la talla de Kafka, Thomas Mann, Walter Benjamin, Elias Canetti o Claudio Magris, sólo el paso del tiempo ha puesto sus libros de nuevo en el lugar que le corresponden.

Publicada póstumamente, Schwanengesang (El canto del cisne) es el último de los ciclos de lieder compuesto por Franz Schubert a partir de poemas de Ludwig Rellstab y Heinrich Heine. En él se recogen una serie de canciones con menos unidad temática que los anteriores La bella molinera El viaje de invierno, pero que no desdicen cuando se interpretan juntas, y cuya agrupación fue determinada finalmente por el editor de la obra que buscaba, además, un título que reflejara que se trataban de las últimas obras del compositor.



Se acerca el final de nuestro paseo con el cuarto lied de El canto del cisne, Ständchen (Serenata), uno de los poemas de Rellstab que guarda un tono semejante al que nos deja el texto de Walser.
La interpretación también es un lujo al que sabremos ser indulgentes con alguna errata en los subtítulos. El mayor de todos cuantos han interpretado a Schubert, el barítono alemán Dieter Fischer Dieskau nos ofrece esta Serenata con la que finalizamos nuestro paseo literario y musical, una invitación a cuantos podamos realizar, tanto como caminantes en la naturaleza como flâneurs y flâneuses en la ciudad.  



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Bibliografía y webgrafía consultadas:
  • Walser, Robert, El paseo. Editorial Siruela, 2005

3 comentarios:

  1. ♪♪ Caminar es el gozo del molinero! ♪♪ Claro que sí! jejeje Por otro lado desconocía el final de Walser, terrible morir dos veces.

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    1. El agua, las ruedas, las piedras de moler. Todo lleva al molinero al movimiento, y seguirlo con Schubert es siempre un placer al que se añade la presencia de uno de los grandes músicos del XX, Benjamin Britten interpretándolo.
      El final de Walser, con su enfermedad hereditaria es penoso. Pese a que se movió entre la notoriedad y su necesidad de discreción, es lamentable cómo fue desapareciendo hasta morir.
      Un fuerte abrazo, Rosa :-)

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  2. Schubert, tiene un dramatismo especial y cuando leí lo del pobre Walser con la música en contraste de fondo, se me encogió el corazón... ser olvidado, dos veces: su obra y luego como persona... terrible🐾

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