Pocas manifestaciones culturales tienen tanta presencia, importancia e influencia en nosotros como la música.
Íntimamente unida a nuestras emociones, la música nos ayuda a equilibrar y mejorar nuestros estados de ánimo generando relajación y felicidad en nuestra vida y mejorando la confianza y autoestima en nosotros. Nos sirve tanto para mejorar nuestra actividad física con ritmos fuertes y marcados a través del baile o cuando nos acompaña al realizar ejercicio, como para reducir nuestro estrés al escuchar una música relajante cuando surge entre el silencio y la intimidad.
No hay ninguna manifestación artística que nos permita evocar con tanta profundidad y nitidez nuestros recuerdos, emociones y sentimientos como la música y nos permita meditar y acercarnos más a nosotros mismos.
También nos ayuda a relacionarnos con otras personas en cuanto que nos convoca para oírla y participar de ella de forma apasionada.
Cada uno de nosotros busca el tipo de música que le aporte estas características según sus gustos y aficiones. Afortunadamente hay música de todos los estilos y condiciones para que nos acerquemos a ella y nos sirva y acompañe en nuestra vida diaria.
Te propongo reflexionar sobre la música que nos gusta, las condiciones y convenciones que solemos llevar a cabo para escucharla y nuestra actitud ante las mismas. Nos acompañan textos de Ramón Gómez de la Serna, Wislawa Szymborska y músicas de Bach, Victor Borge y Smetana. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!
La música es un lenguaje universal y cuando llega a entrar en nosotros tiene la facultad de despertar sensaciones, emociones y recuerdos con mayor fuerza que cualquier otro arte.
Este lenguaje universal está repleto de códigos y características que los oyentes comparten y respetan.
En mi caso, los que soléis leer este blog conocéis cuáles son mis gustos musicales que se mueven de manera única y exclusiva entre la música que (mal) llamamos clásica y la ópera. Nunca un nombre estuvo tan mal puesto para referirse a un entorno musical, aunque hay otros nombres que le encajan peor.
En esta publicación te invito a acercarte a dos miradas divergentes sobre esta música, con la idea de que puedas convertirlas y trasladarlas al tipo de música que más te gusta y que sueles escuchar.
El primer texto proviene de uno de los escritores más originales -y poco leídos aún- de comienzos del pasado siglo.
Ramón Gómez de la Serna es inclasificable, una genial mezcla de novelista, ensayista, poeta, conocedor de todos los -ismos que circularon por los primeros años del siglo XX e incansable buscador de nuevas formas de expresión, hasta el punto de titular un libro y describir su propia obra como Ramonismo. Es el infatigable buscador que rehúye las normas y cánones para entrar en un género literario y salir de él en dirección a otro diametralmente opuesto en una suerte de juego que abraza, abarca y deshace todos los estilos. Ramón es el escritor por excelencia, el tipo de persona que encuentra su función en la vida única y exclusivamente en la escritura.
Aún así, su creación que ha llegado más lejos es la greguería, la captura de lo instantáneo, la captación de lo pasajero, la concisión en la definición de lo que no es y puede ser.
Entre sus muchos libros nos acercamos a Gollerías, una obra que como Variaciones, Virguerías, Disparates, Ramonismo o Trampantojos, es un conjunto de textos variados y surtidos en la que encontramos un poco de todo cuando abarca su mirada y pensamiento, especialmente imágenes que, según sus propias palabras «cada cosa recogida tuvo suficiente propensión a ser dicha y manifestó sed de perpetuidad o viabilidad».
Gollerías apareció en la Colección Los Guasones de la Editorial Sempere de Valencia en 1926 con 230 textos, de los que solo la décima parte pasarán a la edición de la Biblioteca Contemporánea de la Editorial Losada de Buenos Aires en 1946, a la que el escritor añadió textos de Ramonismo y Variaciones, por lo que el propio autor confesaba al publicarlo que tres libros caducaron al nacer esta edición.
La afición a la música tiene unas ceremonias, rituales y normas que la costumbre y el hábito ha ido dando forma en cualquiera de esos estilos. En el texto que nos acompaña, Posturas musicales, Ramón hace gala de su mirada crítica para acercarse a esas normas que se utilizan en la música de las salas de concierto en las que el silencio más absoluto permite seguir la música con mayor deleite para los asistentes. Quienes no están acostumbrados a ellos los verán más desde el punto de vista del escritor; los habituales, ni los observamos, pendientes de la música. El ojo del escritor se fija en esas posturas con su agudo sentido del humor.
Más acerada que esta mirada es la que nos propone otro artista dotado de una magnética personalidad. Nacido como Borge Rosenbaum (Copenhague, 1909- Greenwich, Connecticut, 2000), hijo de un violinista de la Orquesta Real Danesa y de madre pianista, demostró desde los dos años que era un niño prodigio del piano, dando su primer recital público a los 8 años, siendo becado para seguir sus estudios. Tras unos años como concertista clásico comenzó a realizar giras humorístico-pianísticas por Europa hasta que con la guerra emigró a Estados Unidos. Ya con el nombre artístico de Victor Borge y conocido también como El Gran Danés, comenzó a trabajar en shows de radio y más adelante con Bing Crosby, protagonizando desde 1946 su propio programa en la NBC, El Show de Victor Borge, alternándolo con giras por todo el planeta, llegando a realizar nonagenario un promedio de sesenta actuaciones anuales.
Ilustración de Ramón Gómez de la Serna |
En el enlace que te acompaña, Victor Borge va más allá de Ramón, rompiendo, casi destrozando todas las convenciones que un concierto lleva consigo.
Perteneciente a su espectáculo Then and Now III Special (1966), Borge incumple todos los rituales y protocolos para interpretar la Danza de los Comediantes de la ópera La Novia Vendida de Smetana: La forma de subir al podio, el descalabro de las partituras, la forma de jugar con la atención de los músicos, incluso la expulsión de uno de ellos, son un despropósito que finaliza con la pérdida de la partitura del final de la obra.
Debido a lo antiguo de la grabación te recomiendo utilizar unos auriculares para poder disfrutar mejor de este desatino.
Como la música puede llegar a formar una parte tan íntima de nosotros tenemos tendencia a dejar que forme parte de nuestra vida. Esa actitud, asociada a los recuerdos y sentimientos, a nuevos conocimientos y experiencias, nos lleva a desear que esté presente en nosotros. Hasta hace unos años se traducía en adquirir los discos de nuestros intérpretes y autores favoritos, álbumes acompañados de textos, libros de o sobre ellos, vídeos con actuaciones e interpretaciones. El giro de los últimos años nos acerca más hacia la suscripción a distintas plataformas de audio y vídeo para disfrutarlas. Esta situación nos lleva a la siguiente reflexión: ¿Qué será de esas músicas cuando hayamos muerto? ¿Qué será de aquello que hemos ido guardando porque nos apasionaba? Seguro que no habrá quien lo quiera como nosotros.
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Wislawa Szymborska es una de las grandes poetas polacas por la que tengo un gran interés y que ha aparecido con cierta frecuencia en este blog. Superviviente de la catástrofe de la II Guerra Mundial y de la dictadura estalinista en su país no se quedó, junto con sus compañeros de profesión, en la simplificación de esos hechos, sino que reconoció que ese bárbaro genocidio se estaba fraguando desde hacía siglos en lo más profundo de la cultura del continente.
Quizás por estas razones su poesía está cargada de filosofía o, quizás podría afirmar que es una filósofa que escribe poesía. En un tiempo en que predomina el culto a la ciencia, volver la vista hacia el pensamiento y el humanismo es un acto de fe que Szymborska desarrolla desde su obra crítica, paseando su inquieta mirada por todo lo que le ocupa y le preocupa.
Recogido en Acaso (1972) y recopilado, junto con otros poemarios en Paisaje con grano de arena, El clásico es un poema que va mucho más allá de la reflexión anterior. En su calculada ambigüedad nos puede llevar desde la figura de Johann Sebastian Bach hasta la de cualquier compositor o a cada uno de nosotros con nuestros gustos. Es el mérito que se arrogan los grandes autores.
La enorme variedad y cantidad de música que podemos escuchar es fascinante. Nunca antes en toda la historia había habido tal cantidad de obras, versiones e intérpretes para escuchar, ni el acceso a la música había sido tan fácil y asequible.
Es cierto que no tiene nada que ver escuchar una grabación con asistir en directo a una interpretación. Al basarse en el sonido, la música es efímera, se desarrolla en un tiempo y en un espacio determinados y ese sonido físico se llena de emociones cuando parte de los intérpretes y llega a los oyentes. Ese sentido efímero se pierde con las grabaciones en las que nos debemos conformar con sentir ese momento en el que interpretó y acudir a nuestras emociones, buscando la ocasión en que podamos volver a sentirlas en directo.
Hace poco tiempo vi unas camisetas que definían la música que suelo escuchar, y que tienen un texto I listen to dead people que va acompañado por las imágenes de algunos de los muchos compositores que suelo escuchar: Beethoven, Bach, Mozart, Liszt, Wagner o Chopin, aunque suelen variar según el modelo y el diseño. Surgida posiblemente como parodia de los amantes de esta música, ese Escucho a los muertos nos identifica a muchos oyentes apasionados.
De toda la inmensa variedad de música que se interpreta y se publica, muchos escuchamos obras de compositores que vivieron hace muchos años, pero cuyas obras han pasado el filtro del tiempo y tienen su espacio en la actualidad. No está mal compaginarlos con quienes crean música en la actualidad, pues siempre tienen algo nuevo que ofrecernos. Además, la variedad de obras es tan enorme que siempre se descubren autores y obras nuevos que acaban incorporándose a las que conocemos.
Un ejemplo de estos autores y obras es una pieza que seguro que has escuchado en alguna ocasión, quizás sin saber su nombre.
Johann Sebastian Bach compuso cuatro piezas a las que denominó Ouvertures en Leipzig entre 1725 y 1739 que se catalogaron dentro de su obra como BWV 1066 a 1069. Actualmente las conocemos como Suites para orquesta y de ellas nos acercamos a la nº 2 en sí menor, BWV 1067.
La obra, de la que se conserva una parte autógrafa del compositor, está compuesta para flauta solista, violines I y II, viola y bajo continuo y se divide en siete movimientos del que te invito a escuchar el último de ellos.
La Badinerie que denomina este movimiento toma su nombre de una danza breve, alegre y muy viva, llamada también Badinage que a su vez toma su nombre del francés badiner (bromear) y se ha hecho popular gracias a esta obra.
Este tipo de obras suele tener una estructura con dos secciones que se repiten en forma A-A-B-B.
Esta Badinerie se ha independizado de su obra original, convertida en una de esas piezas para solistas de flauta debido a su dificultad y espectacularidad.
La interpretación corre a cargo de Mimi Stilliman con la flauta y Dolce Suono Ensemble durante el concierto Bach's birthday celebrado en marzo de 2017.
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CONTENIDO EXTRA:
Si lo deseas, comparto el enlace a la Suite Orquestal en si menor, BWV 1067 formada por los siguientes movimientos:
I- Overture
II- Rondeau
III- Sarabande
IV- Bourrée I y II
V- Polonaise (lentement) - Double
VI- Minuet
VII- Badinerie
La interpretación corre a cargo de The Netherlands Bach Society dentro del proyecto All of Bach grabado el 30 de noviembre de 2014 en el Tivoli Viedenburg de Utrecht con Shunske Sato al violín y la dirección y Marten Root con la flauta travesera.
- Gómez de la Serna, Ramón. Gollerías. Ilustraciones del autor. Editorial Losada, Buenos Aires, 1946. mkt0005351739.
- Szymborska, Wislawa. Paisaje con grano de arena. Traducción de Ana María Moix. Editorial Lumen. ISBN: 9788426428953.
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