Muchas miradas hemos presenciado en nuestra vida, o mejor, en nuestras vidas, la que vivimos y las que presenciamos con mayor o menor intensidad desde nuestra experiencia como seres pensantes.
Las primeras miradas tienen una forma de hacerlo cargada de inocencia, asombro y naturalidad. Son miradas espontáneas que se sorprenden de ver el mundo, de conocer y descubrir de un modo sano y noble. Pero esas miradas llanas y sinceras van acostumbrándose a hacerse de soslayo, fugaces a otras miradas, furtivas cuando comienzan a descubrir la forma en que son recibidas.
Cuando esa mirada se mantiene sencilla e inocente con el paso del tiempo, quien la posee puede estar en uno de los extremos: o es una personalidad sencilla, simple, que no va a evolucionar, o es una personalidad con una grandeza en su interior, con un estado de ánimo que no se deja retorcer. En ambos casos, la mirada puede ser objeto de burla, menosprecio o desdén por parte de quienes han perdido esa condición en su propia mirada.
Dos historias cargadas de luchas y esfuerzos y que mantienen una mirada sencilla e inocente pese al paso del tiempo vienen al blog. Una proviene de un autor al comienzo de su carrera, otra de un músico al final de la misma, incluso después de su vida. Dickens, Offenbach y Hoffman nos acompañan. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!
Todos conocemos obras de Charles Dickens que han pasado a formar parte de la cultura colectiva de nuestra civilización. Novelas como las de David Copperfield, Oliver Twist, Historia de dos ciudades o Grandes esperanzas y cuentos como A Crhistmas Carol (Una canción de Navidad), el más navideño de todos los cuentos con el redomado tacaño Ebenezer Scrooge y la presencia de los tres fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuros.
Pero, como todos los escritores, o todos los creadores, o si queremos, como todos nosotros, todo tuvo un comienzo, unos inicios en los que se estaba formando el estilo, la capacidad creativa y la carrera literaria de un autor que reflejó como nadie la vida del siglo XIX de Inglaterra e influyó en su país, extendiendo su mirada y su influencia a toda Europa y América.
Nacido en 1812 cerca de Porstmouth, su padre era pagador de la Marina, un cargo sujeto a cambios de residencia. A los dos años va a vivir a Londres con sus siete hermanos, pero la situación económica familiar hace que su padre contraiga deudas y acabe en la cárcel, lo que marcaría definitivamente la vida del escritor. Tras recibir una herencia, mejora la situación económica y el joven Charles se va convirtiendo en un lector empedernido de obras como El Quijote, Las mil y una noches o Gil Blas de Santillana. Tras trabajar como ayudante en un bufete de abogados, con 22 años trabaja como reportero en el Morning Chronicle. Allí le llega el éxito con los Sketches of London, una serie de retratos entre reales y ficticios sobre escenas y personajes de la capital inglesa que publicó con el pseudónimo de Boz. Los editores Chapman & Halle le proponen escribir una novela por entrega que se basaría, en esencia, en poner texto a las caricaturas que Robert Seymour le iría enviando y que deberían servir para construir un relato que ridiculizara a los miembros de un club que se dedicaban al deporte, algo que se había puesto de moda y entraba, por tanto, en el interés popular.
El primero de los grabados que el dibujante envió a Dickens presentaba a trece caballeros, uno de los cuales estaba subido a una mesa pronunciando unas palabras, mientras en la zona baja aparecen cañas de pescar preparadas para ser utilizadas en las salidas.
De ellos, el escritor debía elegir los que iban a protagonizar la historia. Así nacieron Los Papeles póstumos del Club Pickwick que debían inscribirse dentro de una narración por entregas de los viajes por Inglaterra de una delegación de cuatro caballeros de una sociedad diletante típicamente inglesa.
No sólo aceptó, aunque de mala gana, el encargo, sino que de las 400 copias de la primera entrega, por las que recibió 14 libras, se pasó a las 40.000. Esperar y comentar en las tertulias cada entrega en las ciudades, atender impacientes la llegada del correo o del barco que las traía a los más remotos lugares hizo que la figura de Dickens se convirtiera en un personaje querido por el público inglés.
El escritor aceptó que el protagonista no fuese un apuesto joven, un galán al uso, sino un anciano, un observador de la realidad, una persona con una mirada sencilla e inocente que llega a ser burlado en ocasiones y rozar el ridículo, pero que, poco a poco, va convirtiéndose en un viejo de buenos principios, como un padre para todos.
La primera mirada que nos acompaña refleja cómo, con qué indulgencia, pero a la vez ironía y sarcasmo Dickens presenta al protagonista, no en el primer capítulo cuando se funda el club, sino presto para la primera salida, como si de un nuevo Quijote se tratara.
Cuando esa mirada se mantiene sencilla e inocente con el paso del tiempo, quien la posee puede estar en uno de los extremos: o es una personalidad sencilla, simple, que no va a evolucionar, o es una personalidad con una grandeza en su interior, con un estado de ánimo que no se deja retorcer. En ambos casos, la mirada puede ser objeto de burla, menosprecio o desdén por parte de quienes han perdido esa condición en su propia mirada.
Dos historias cargadas de luchas y esfuerzos y que mantienen una mirada sencilla e inocente pese al paso del tiempo vienen al blog. Una proviene de un autor al comienzo de su carrera, otra de un músico al final de la misma, incluso después de su vida. Dickens, Offenbach y Hoffman nos acompañan. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!
Todos conocemos obras de Charles Dickens que han pasado a formar parte de la cultura colectiva de nuestra civilización. Novelas como las de David Copperfield, Oliver Twist, Historia de dos ciudades o Grandes esperanzas y cuentos como A Crhistmas Carol (Una canción de Navidad), el más navideño de todos los cuentos con el redomado tacaño Ebenezer Scrooge y la presencia de los tres fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuros.
Pero, como todos los escritores, o todos los creadores, o si queremos, como todos nosotros, todo tuvo un comienzo, unos inicios en los que se estaba formando el estilo, la capacidad creativa y la carrera literaria de un autor que reflejó como nadie la vida del siglo XIX de Inglaterra e influyó en su país, extendiendo su mirada y su influencia a toda Europa y América.
Nacido en 1812 cerca de Porstmouth, su padre era pagador de la Marina, un cargo sujeto a cambios de residencia. A los dos años va a vivir a Londres con sus siete hermanos, pero la situación económica familiar hace que su padre contraiga deudas y acabe en la cárcel, lo que marcaría definitivamente la vida del escritor. Tras recibir una herencia, mejora la situación económica y el joven Charles se va convirtiendo en un lector empedernido de obras como El Quijote, Las mil y una noches o Gil Blas de Santillana. Tras trabajar como ayudante en un bufete de abogados, con 22 años trabaja como reportero en el Morning Chronicle. Allí le llega el éxito con los Sketches of London, una serie de retratos entre reales y ficticios sobre escenas y personajes de la capital inglesa que publicó con el pseudónimo de Boz. Los editores Chapman & Halle le proponen escribir una novela por entrega que se basaría, en esencia, en poner texto a las caricaturas que Robert Seymour le iría enviando y que deberían servir para construir un relato que ridiculizara a los miembros de un club que se dedicaban al deporte, algo que se había puesto de moda y entraba, por tanto, en el interés popular.
El primero de los grabados que el dibujante envió a Dickens presentaba a trece caballeros, uno de los cuales estaba subido a una mesa pronunciando unas palabras, mientras en la zona baja aparecen cañas de pescar preparadas para ser utilizadas en las salidas.
Primer grabado original de Seymour |
De ellos, el escritor debía elegir los que iban a protagonizar la historia. Así nacieron Los Papeles póstumos del Club Pickwick que debían inscribirse dentro de una narración por entregas de los viajes por Inglaterra de una delegación de cuatro caballeros de una sociedad diletante típicamente inglesa.
No sólo aceptó, aunque de mala gana, el encargo, sino que de las 400 copias de la primera entrega, por las que recibió 14 libras, se pasó a las 40.000. Esperar y comentar en las tertulias cada entrega en las ciudades, atender impacientes la llegada del correo o del barco que las traía a los más remotos lugares hizo que la figura de Dickens se convirtiera en un personaje querido por el público inglés.
El escritor aceptó que el protagonista no fuese un apuesto joven, un galán al uso, sino un anciano, un observador de la realidad, una persona con una mirada sencilla e inocente que llega a ser burlado en ocasiones y rozar el ridículo, pero que, poco a poco, va convirtiéndose en un viejo de buenos principios, como un padre para todos.
La primera mirada que nos acompaña refleja cómo, con qué indulgencia, pero a la vez ironía y sarcasmo Dickens presenta al protagonista, no en el primer capítulo cuando se funda el club, sino presto para la primera salida, como si de un nuevo Quijote se tratara.
La segunda mirada nos ocupa más de ciento cincuenta años. Se centra en la figura de Jakob Eberst, quien nació en una localidad cercana de Colonia donde su padre ejercía de encuadernador a la par que era cantor de la sinagoga. Allí comenzó a estudiar violín y más adelante violonchelo hasta que su familia se trasladó a París. Allí siguió con el cello gracias a Cherubini, que logró su ingreso pese a que los extranjeros no podían entrar en el conservatorio y lo compaginó con estudios de composición.
Más adelante intentó formar parte de la Opéra Comique parisina, pero hubo de conformarse con tocar "música de relleno" para acompañar las obras teatrales que se representaban en la Comédie Française. Con una gran facilidad para componer en pocos minutos melodías que se iban a tararear por toda Europa, en la Exposición Universal de París se hizo popular con las comedias musicales que compuso, entre las que se encuentran Orfeo en los infiernos, La Bella Helena o La Gran Duquesa de Gerolstein, todas ellas con música muy popular, una crítica feroz a los gobernantes franceses, especialmente al emperador Napoleón III, y una frivolidad y diversión que anticipaban las operetas de Strauss o Lehár en Viena o Gilbert & Sullivan en Inglaterra.
Conocido desde que comenzó a componer con el nombre de Jacques Offenbach, afrancesando el nombre y tomando el apellido de su localidad de origen, la obra que le ha dado renombre en la historia musical es Les contes d'Hoffmann (Los cuentos de Hoffman). Se trata de una ópera que comenzó a gestarse en 1851 por Michel Carré y Jules Barbier a partir de tres cuentos de E. T. A. Hoffmann, el conocido autor de cuentos de quien tratamos en el blog en Palabra de gato.
Estos cuentos narran tres historias, cada una de las cuales presenta una faceta de su ideal de mujer amada, en las que Hoffmann se convierte en protagonista a la búsqueda del amor perdido con la cantante Stella. Der Sandmann (El hombre de arena) se corresponde con la historia de Olympia, Rat Krespel (El consejero Krespel) con el episodio de Antonia y Der Geschichte von verlorenen Spiegelbilde (La historia de la imagen del espejo perdida) con el episodio de Giulietta.
La mirada sencilla e inocente pertenece, cómo no, al atribulado Hoffmann que ha sucumbido al amor de Olympia, una muñeca mecánica que el inventor Spalanzani presenta entre bromas como su hija. Enamorado de ella, y gracias a unas gafas especiales que le ha vendido el diabólico doctor Coppelius, Hoffmann está presente en la escena en que Olympia canta una virtuosa canción de coloratura, Les oiseaux dans la charmille.
La soprano Rachele Gilmore interpreta el aria de Olympia en el Metropolitan Opera House de New York en 2009. Las anécdotas de esta interpretación son, por un lado que quien iba a cantar el papel era Katheleen Kim, pero Gilmore fue avisada para sustituirla por una indisposición tres horas antes de comenzar la función, que se retrasó un tiempo para que pudiera aprenderse los movimientos por el escenario. Además, en este aria, la Gilmore llega a un La sobreagudo, una nota que se discutió por un tiempo si era la más alta cantada jamás en el MET, como podéis comprobar en esta reseña publicada días después del evento por Neil Kurtzman.
Más adelante intentó formar parte de la Opéra Comique parisina, pero hubo de conformarse con tocar "música de relleno" para acompañar las obras teatrales que se representaban en la Comédie Française. Con una gran facilidad para componer en pocos minutos melodías que se iban a tararear por toda Europa, en la Exposición Universal de París se hizo popular con las comedias musicales que compuso, entre las que se encuentran Orfeo en los infiernos, La Bella Helena o La Gran Duquesa de Gerolstein, todas ellas con música muy popular, una crítica feroz a los gobernantes franceses, especialmente al emperador Napoleón III, y una frivolidad y diversión que anticipaban las operetas de Strauss o Lehár en Viena o Gilbert & Sullivan en Inglaterra.
Conocido desde que comenzó a componer con el nombre de Jacques Offenbach, afrancesando el nombre y tomando el apellido de su localidad de origen, la obra que le ha dado renombre en la historia musical es Les contes d'Hoffmann (Los cuentos de Hoffman). Se trata de una ópera que comenzó a gestarse en 1851 por Michel Carré y Jules Barbier a partir de tres cuentos de E. T. A. Hoffmann, el conocido autor de cuentos de quien tratamos en el blog en Palabra de gato.
Estos cuentos narran tres historias, cada una de las cuales presenta una faceta de su ideal de mujer amada, en las que Hoffmann se convierte en protagonista a la búsqueda del amor perdido con la cantante Stella. Der Sandmann (El hombre de arena) se corresponde con la historia de Olympia, Rat Krespel (El consejero Krespel) con el episodio de Antonia y Der Geschichte von verlorenen Spiegelbilde (La historia de la imagen del espejo perdida) con el episodio de Giulietta.
La mirada sencilla e inocente pertenece, cómo no, al atribulado Hoffmann que ha sucumbido al amor de Olympia, una muñeca mecánica que el inventor Spalanzani presenta entre bromas como su hija. Enamorado de ella, y gracias a unas gafas especiales que le ha vendido el diabólico doctor Coppelius, Hoffmann está presente en la escena en que Olympia canta una virtuosa canción de coloratura, Les oiseaux dans la charmille.
El jardín de la Armonía con los compositores del XVIII y XIX |
La soprano Rachele Gilmore interpreta el aria de Olympia en el Metropolitan Opera House de New York en 2009. Las anécdotas de esta interpretación son, por un lado que quien iba a cantar el papel era Katheleen Kim, pero Gilmore fue avisada para sustituirla por una indisposición tres horas antes de comenzar la función, que se retrasó un tiempo para que pudiera aprenderse los movimientos por el escenario. Además, en este aria, la Gilmore llega a un La sobreagudo, una nota que se discutió por un tiempo si era la más alta cantada jamás en el MET, como podéis comprobar en esta reseña publicada días después del evento por Neil Kurtzman.
Dickens se rebeló contra la idea de tener que seguir los dictámenes del ilustrador, exigiendo que la literatura debía ir por delante de los grabados, lo que ocasionó una seria disputa entre editores, escritor y dibujante. El caso es que, una vez ilustrados los tres primeros capítulos, Seymour, por no se sabe qué motivos, terminó con su vida y hubo de buscarse un nuevo dibujante que, ahora sí, se adaptara a los textos, Hablot K. Browne, bajo el pseudónimo de Phiz, quien ilustraría gran parte de la obra literaria de Dickens.
La idea inicial de ridiculizar a los miembros del club se fue trastocando con el paso de los capítulos. Poco a poco los protagonistas se convierten en una asociación de viajeros con un sólo deportista, Mr. Winkle (¡y vaya desastre de deportista!) y con la finalidad de conocer mundo.
Pickwick se hace popular en Inglaterra. En el libro, todos les invitan y donde va junto con los miembros del club los reciben con alegría y cordialidad. Los personajes están siempre en vilo y son los primeros en sorprenderse de sus acciones. Mr. Pickwick, un personaje honesto y honorable como nadie, no deja de padecer aventuras impensables y, tanto él como sus amigos se convierten en un espectáculo de sí mismos.
En una época que comienza a desarrollarse el ferrocarril, los protagonistas viajan por toda Inglaterra en diligencias "con el único fin de observar el mundo humano, simplemente".
El cariño con que Dickens lo describe de un modo sutil e indirecto le hace escribir frases como las siguientes: "Mr. Pickwick y sus compañeros consiguieron llegar hasta las primeras filas de aquel gentío bullicioso. La dignidad de Mr. Pickwick no tardó en verse turbada por un brusco empujón que lo impulsó unas yardas hacia adelante volando con una ligereza nada propia de su edad, porte y desarrollo físico".
Con Dickens, los personajes van progresando desde las meras caricaturas a tener una vida independiente del autor. Con toda seguridad el escritor no tenía una idea general de la evolución de la obra, sino que ésta iba avanzando conforme debía entregar a la imprenta cada capítulo. Además tenía la referencia de lo que los amigos y conocidos le iban comentando sobre la historia, de las cartas que lectores agradecidos le indicaban, de lo que oía a su alrededor, lo que hacía que las entregas fueran cambiando las ideas iniciales y adaptándose a los gustos de los lectores.
La entrada en escena de Sam Weller, el nuevo criado de Mr. Pickwick abrió un nuevo camino en la obra al tratarse de un personaje de extracción popular que contrastaba con el estilo más aristocrático del protagonista y un lenguaje fresco, típico de la clase baja urbana, un personaje que utilizaba las comparaciones y los ejemplos con una agudeza tal que la venta de la publicación se multiplicó.
La entrada en escena de Sam Weller, el nuevo criado de Mr. Pickwick abrió un nuevo camino en la obra al tratarse de un personaje de extracción popular que contrastaba con el estilo más aristocrático del protagonista y un lenguaje fresco, típico de la clase baja urbana, un personaje que utilizaba las comparaciones y los ejemplos con una agudeza tal que la venta de la publicación se multiplicó.
Dickens publicó una novela por entregas que podía haberse quedado como uno de los folletines de la época, pero que llegó a alcanzar una gran difusión entre lectores de todas las clases sociales, con un gran dominio de la lengua inglesa, una variedad de historias y aventuras entre las que se intercalan distintas historias o narraciones y un sentido de la observación en el que incluye experiencias personales como las de la prisión, que vivió cuando era pequeño, o las duras críticas a quienes trabajaban con las leyes.
Es esta última mirada, la de los abogados Dodson & Fogg, una mirada rebuscada, casi vil, a base de argumentos retorcidos con la que crean de la nada la querella entre Bardell y Pickwick, entre la casera viuda y el inquilino y que acabará, por dignidad de éste último con él en la prisión la que marca un contraste con la inocente del protagonista.
La popularidad de "El Mozart de los Campos Elíseos" como le llamó el gran Giocacchino Rossini se basó en que sus operetas no buscaban más que ser como las hermanas pequeñas de las grandes óperas. Si en la obra de Wagner, en la Tetralogía pronostica que el egoísmo y la ambición humana desembocarán en El crepúsculo de los dioses, en las operetas de Offenbach los propios dioses se divierten mientras bailan sobre los volcanes, en una particular forma de señalar su ocaso.Es esta última mirada, la de los abogados Dodson & Fogg, una mirada rebuscada, casi vil, a base de argumentos retorcidos con la que crean de la nada la querella entre Bardell y Pickwick, entre la casera viuda y el inquilino y que acabará, por dignidad de éste último con él en la prisión la que marca un contraste con la inocente del protagonista.
El testamento definitivo del compositor, Los cuentos de Hoffman, tiene una gestación y publicación cuanto menos curiosas. El libreto de 1851 lo comenzó a trabajar Offenbach en 1877 cuando no estaba en sus mejores momentos: en plena guerra franco-prusiana, los poderosos entre los franceses a los que tanto criticó recordaron su origen alemán, pese a llevar varias décadas en el país. Por otro lado, era una persona llena de achaques. Sintiendo que este sería su gran legado, se dedicó intensamente a la composición, pero falleció en octubre de 1880 con la obra casi terminada y con la instrumentación apenas iniciada. La expectación era tal que Ernest Guiraud la terminó y se estrenó cuatro meses después en el lugar en el que tanto soñó triunfar, La Opéra-Comique.
La ópera cuenta con un prólogo, tres actos y un epílogo. A consecuencia de un incendio en la Ópera de Viena en el año del estreno y otro en La Opéra-Comique en 1887 se perdieron las partituras originales y no se ha sabido con exactitud el orden de las tres historias. En la década de 1890 se conocía de forma fragmentaria y, a partir de 1905, la famosa Barcarola (de la que se trató en el blog en Perspectivas y sensaciones con Offenbach y Savatini) pasa al acto de Antonia. Durante el siglo XX la obra ha alcanzado una gran popularidad, aunque con la representación de distintas versiones debido a la precariedad del material fragmentario disponible. Offenbach, un compositor que hasta que no veía varias representaciones de sus obras no fijaba la versión definitiva, se fue sin dejar la de esta obra.
O al menos eso parecía. En 1992 se halló el libreto original en el Archivo Nacional de París. Y el año siguiente se encontraron un centenar de páginas con los manuscritos originales en un castillo de La Borgoña, en el que apareció el final original que da la forma definitiva a la obra. El estreno se llevó a cabo en Hamburgo en enero de 1999 con dificultades que se relacionaban con los derechos de publicación.
Tras esta historia que abarca casi un siglo y medio es el momento de volver a la mirada de Hoffmann, esa mirada sencilla e inocente con la que cree encontrar el amor de su vida en la muñeca Olympia.
La versión está interpretada de forma muy particular y con un dominio vocal exquisito por la soprano Natalie Dessay en una producción de Chorégies d'Orange en el Festival de Arte Lírico de julio de 2000.
Los papeles póstumos del Club Pickwick cayeron en mis manos buscando un libro de algún autor conocido a los quince, en el primer año que salía de casa por motivos de estudio. Era la primera ocasión en que tenía en mis manos un libro con un estudio preliminar, un análisis de la obra al que no estaba acostumbrado. Fue una experiencia singular, haciendo que su lectura fuera de las que te marcan la vida. El blog, el usuario de twitter (@Club_Pickwick) y la página de Facebook tienen en parte el nombre, ya que existen otros con el mismo. En el fondo, uno se siente pickwiniano.
No sé cuántas veces he leído el libro, en cuántas ocasiones me he sorprendido riendo en voz alta, en cuántos momentos he recordado un personaje o una de historia. La última vez que lo leí, hace ya varios años lo hice consciente de que era la última vez que lo hacía. No sé si será cierto.
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Fantástico trabajo. Es un enorme esfuerzo divulgador muy interesante. Repasa el alegato del abogado.
ResponderEliminarGracias, Miguel Ángel.
Hola Urbano
EliminarGracias por tu comentario y el aviso. Siempre tan atento a los detalles. Solventado el alegato.
Un abrazo :-)
Un trabajo excelente, Miguel, en le que no sólo has invertido tiempo, sino también pasión, una pasión que nos transmites fácilmente cuando te leemos.
ResponderEliminarLa explicación final nos ayuda a entender aún más cosas de tu blog y de ti mismo.
Gracias por tu mucha constancia y tu mucho empeño en abrirnos tantas puertas a unos universos que algunos desconocíamos totalmente.
Un fuerte abrazo
Hola Estrella
EliminarMuchas gracias por tu comentario. Llevo mucho tiempo sin decidirme a escribir sobre Los papeles póstumos del club Pickwick por distintas razones que van desde que lo leí en plena adolescencia, que no goza de tanto nombre como otros de Dickens o que hoy sólo puede gustar a verdaderos aficionados a la literatura. Me sigue pareciendo un libro comparable al Quijote en muchos aspectos. En algún momento volverá al blog. Se ha quedado mucho por decir.
Un fuerte abrazo :-)
Hola Miguel:
ResponderEliminarUn fantástico trabajo que transmite conocimiento y pasión. ¡Te felicito!
Un abrazo :-)
Gracias Javier
EliminarLo realmente importante y complicado es conseguir que se disfrute con los libros y la música. Es apasionante hacerlo.
Un abrazo :-)
Excelente artículo Miguel. The Posthumous Papers of the Pickwick Club está considerada como una de las obras maestras de la literatura inglesa. Veo que sientes la obra profundamente ya que le has dado el nombre al Blog. Saludos
ResponderEliminarGracias Hugo.
ResponderEliminarEs una de las grandes novelas inglesas y, desgraciadamente poco conocida en nuestra cultura. Una obra con mucha influencia de El Quijote.
Un abrazo :-)