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Palabras congeladas

En tiempos convulsos, de crisis existencial y continua agitación todo se vuelve frágil y delicado, desde las situaciones a las que la sociedad se enfrenta hasta las respuestas a las percepciones vitales y los cambios en usos y costumbres que se cuestionan y generan.
En estas ocasiones, hay obras que identifican, sacuden y reflejan ese tiempo, en ocasiones desde la crítica más dura, otras desde la creación de obras que lo reflejan y en otras ocasiones desde la sátira y el humor más corrosivo.
En este último caso, nos encontramos con autores y obras que han logrado unir el humor con la ironía, la sátira y un vértigo que representan, critican y contribuyen a reflejar el mundo, el tiempo y la sociedad sobre los que trabajan.
En ocasiones hay, incluso, momentos o detalles de esas obras que alcanzan tal punto de originalidad, brillantez o repercusión que llegan a destacar sobre las obras a las que pertenecen.
Es el caso de una serie de libros, hoy poco leídos, que fueron muy populares en su tiempo, cuyos desmedidos protagonistas llenaron con sus alocadas aventuras, repletas de un sentido del humor y bromas de grueso calibre, las lecturas de la primera mitad del siglo XVI. 
De sus libros de aventuras nos quedamos hoy con una imagen muy original que nos subyuga y hace pensar en inventos ulteriores. Se trata de las palabras congeladas con que los protagonistas se encuentran en una de sus aventuras por el mar helado y que nos puede evocar inventos tan habituales en nuestra vida como los discos o los vídeos, sean en el formato que sean, e incluso el lenguaje escrito, aunque la imagen creada tenga connotaciones distintas.
Te propongo acercarnos a una de las imágenes más bellas y poderosas salidas de la mente de Rabelais: las palabras congeladas. Nos acompañan músicas gélidas de Purcell, Händel y Vivaldi. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere! 

Caspar David Friedrich. Das Eismeer (El mar de hielo) (1823-1824) Hunsthalle de Hamburgo 
La primera imagen que nos acompaña es musical y proviene de una de las obras escénicas más celebradas de Henry Purcell: King Arthur of The British Worthy, conocida simplemente como El rey Arturo. Se trata de una de esas obras de teatro con música que denominaron Semióperas y de las que llegó a componer varias. 
Se trata de una obra que recrea de forma mítica la creación de Gran Bretaña desde las luchas entre sajones y británicos centrados en la figura del rey Arturo, con personajes que oscilan entre quienes no tienen una entidad definida y los espíritus del aire, Philidel y de la tierra, Grimbald.
Dividida en seis escenas, King Arthur sigue todos los requisitos de las semióperas que Betterton ideó para el Duke's Theatre: una puesta en escena espectacular, con personajes que encarnan a seres sobrenaturales, criados o admiradores y una acción dramática que se recitaba y que iba salpicada con números musicales grandiosos que no hacían avanzar la acción. Una adaptación al carácter y los escenarios ingleses de la ópera italiana y la Gran Ópera francesa de Lully.
Nos acercamos a esa imagen en la que el frío congela hasta las palabras con una de las escenas más conocidas de esta obra de Purcell que se representó, casi sin interrupciones entre su estreno en 1691 hasta mediados del XIX. En el acto VI, el compositor hace aparecer al Cold Genius, el Espíritu del Frío, que se queja de que la han hecho despertar de su letargo en el fondo de la tierra y suplica que lo dejen volver al lugar y estado en que se encontraba. Para ello, Purcell utiliza la repetición de acordes con trémolos como efecto para representar ese frío que hace anhelar al Cold Genius su regreso al estado de hibernación en que se encuentra: «Dejadme, dejadme morir de frío».
Así, con esta conocida aria, en que el propio genio no es capaz de pronunciar las palabras seguidas y tartamudea aterido, nos adentramos en esa imagen que nos acompaña en esta publicación.
El contratenor Andreas Scholl interpreta el aria Wath power art thou (¿Qué poder tienes?) acompañado por la Accademia Bizantina dirigidos por Stefano Montanari en una actuación de 2010 y con subtítulos en el inglés original y castellano.


Las palabras congeladas que centran esta publicación provienen de uno de los autores más particulares del siglo XVI, un humanista francés que une la sátira con la erudición y la broma de grueso calibre con la erudición de los autores clásicos.
François Rabelais (1494-1553) fue una persona de una vitalidad, inteligencia y talentos propios de la época renacentista. Por indicación familiar cursó estudios eclesiásticos y se ordenó sacerdote, aprendió a leer griego a partir de los libros de medicina que tenía a su disposición en los monasterios en que residió, antes de que la universidad de la Sorbona prohibiera el estudio de este idioma hereje. Estudió en Mazellais Botánica, Literatura griega, Filosofía y Poesía, mientras fue nombrado secretario del abad. Más adelante, abandonó el sacerdocio sin permiso de sus superiores para estudiar Medicina, una ciencia que ejerció en diversos hospitales, de forma crítica respecto a los usos de la época. 
Nombrado años más tarde médico personal del obispo en París, un antiguo amigos y compañero de estudios, viajó a Roma para desempeñar funciones diplomáticas, abandonando la práctica médica.
Persona de fuertes contrastes y crítico con cuanto observaba y veía, Rabelais fue eclesiástico y anticlerical, un librepensador sensible a las cuestiones del tiempo en que vivió, con fama de vividor cuyo abandono de las órdenes le convertía en apóstata, fue padre de dos hijos y un escritor inquieto que publicó algunos de los libros más originales y extraordinarios de su tiempo.
Inspirado en el gigante Gargalatúa creado por Jean Thenau y La nave de los necios de Sebastian Brand, un libro ilustrado por Alberto Durero que describe cómo se comportan en un barco una serie de individuos locos, realizando una sátira de diversos personajes, Rabelais dejó de lado sus primera publicaciones eruditas como Epistolarum medicinalium(Carta médicas) para publicar en 1532 su primer gran éxito: Los horribles y espantosos hechos y proezas del famoso Pantagruel, Rey de los Dsipsodas, hijo del gran gigante Gargantúa, un título al estilo de los libros populares y conocido simplemente como Pantagruel. El éxito hizo que escribiera dos años más tarde una continuación que en realidad era un precedente, La muy horrífica vida del gran Gargantúa, padre de Pantagruel. Diez años más tardó en volver a publicar libros de la serie, saliendo a la imprenta el Tercer y Cuarto libros de los hechos y dichos heroicos de Pantagruel, finalizando de forma póstuma con un Quinto libro de Pantagruel, un intento editorial de finalizar la saga con un final basado en borradores del autor y, posiblemente, algunos textos apócrifos. 
De esta forma se cerraba editorialmente un ciclo de obras que suponen las más desconcertantes, enigmáticas y complejas de leer de toda la literatura francesa e incluso mundial. 


El Cuarto libro de los hehos y dichos heroicos de Pantagruel nos ofrece en su Capitulo LV un encuentro en el que el protagonista descubre mientras navegan por los confines del mar glacial unos extraños sonidos en el aire, voces de hombres y mujeres a los que no se divisan por ninguna parte. Uno de sus acompañantes, Panurgo, prototipo del hombre común se asusta ante el hecho, mientras alude y cita a personajes como el emperador Antonino, Bruto, Demóstenes, el filósofo Petro, Antífanes y su idea de las palabras congeladas en el invierno, Aristófanes, Orfeo o Platón.

Del mismo modo que el Cold Genius se lamentaba por perturbarlo y sacarle de su estado de hibernación, nos acercamos en la búsqueda de las palabras heladas que nos acompañan a una de las óperas inglesas en italiano de Händel.

Gustave Doré. Ilustración de Pantagruel luchando contra el monstruo marino (1873)
Compuesta en 1728, Georg Friedrich Händel estrenó en el King's Theatre de Londres su ópera Siroe, rey de Persia (HWV 24) a partir de un libreto de Nicola Francesco Haym, a partir de una ópera homónima anterior con libreto de Pietro Metastasio.
El argumento se desarrolla en Clesifonte, capital del Imperio Sasánida. El rey Cosroes y su primogénito Siroe sufren una serie de intrigas que, tras el desarrollo de la obra, finalizan de modo feliz, siendo el trasfondo real histórico irrelevante. En el estreno, el papel de Siroe lo interpretó el más afamado cantante de la época, el castrato Francesco Berdardi, Il Senesino, llamado así por ser originario de Siena.
El aria Gelido in ogni vena está interpretada en el Acto II por Cosroe en el momento en que el anciano rey, que ha ordenado matar a su hijo pequeño, se da cuenta de que este era inocente. El horror de este pensamiento le hace quedar sobrecogido y helado en su cruel remordimiento.


La interpretación corresponde al bajo italiano Ildebrando D'Arcangelo acompañado de Modo Auntiquo y dirigido por Federico Maria Sardelli incluido en el disco Händel Arias de la Deutsche Grammophon de 2009.


El ciclo de Gargantúa y Pantagruel forma una serie de obras que se mueven entre lo grotesco y lo tierno, lo desmesurado y las referencias cultas; entre los golpes, mandobles y excesos con la comida y la bebida y la sátira a la sociedad de su tiempo. Los personajes protagonistas no fueron creados de la nada por Rabelais, sino que eran personajes reconocibles cuando el escritor francés los hizo padre e hijo en sus historias. Así, Gargantúa provenía de la degeneración de la tradición artúrica, mientras su hijo era el demonio de la sed para los numerosos borrachos, un personaje de un gaznate siempre ansioso de atiborrarse.
En la literatura popular eran frecuentes las historias de aventuras de héroes desmesurados, inscritas en tierras y acontecimientos maravillosos que salían triunfantes de forma inverosímil de conflictos extraordinarios. Rabelais escribe en esa misma senda, pero se distingue de ella, pese a su procacidad, gusto por lo escatológico y las bromas de sal gruesa, en su interés por la humanidad y su profunda intención intelectual. 
Estas obras admiten varios niveles de lectura: Por un lado, el entretenimiento y la diversión con unos personajes y situaciones excesivos y delirantes; por otro, la temática intelectual y filosófica que surge al final del medievo y comienzo del tiempo moderno, con una crisis existencial que trastornaba todo, desde la política a la religión y la ciencia, pasando por el auge del comercio, las comunicaciones o la aparición de nuevas costumbres y usos en la vida cotidiana. Esta multiplicidad de niveles en la obra de Rabelais es imposible disociarla y las historias se suceden unas a otras, casi se superponen a una velocidad que refleja el desorden que acarrea la vida y que impide cualquier intento de entendimiento.
Su primer libro fue publicado con el pseudónimo de Alcofribas Nasier, formado por un anagrama de su nombre. Aunque consiguió un considerable éxito de público, la propia Universidad de la Sorbonne no llegó a condenarlo, pero sí lo desacreditó. 


Tras la intriga que Rabelais deja en el capítulo precedente con los extraños sonidos de voces que alcanzan a oír los navegantes, el capítulo LVI alcanza una de las imágenes literarias más originales y bellas surgidas de la pluma del escritor. Es aquí donde debemos detenernos y recrearnos en tal descubrimiento, intentando disociar, ahora sí, los detalles y adornos de la imagen creada.


Quizás nos puedan recordar estas palabras congeladas las que atesoramos en nuestras vidas: aquellas que aparecen para siempre en los libros que podemos leer tanto nosotros como otras generaciones, o las músicas que quedan grabadas para siempre en los discos y podemos retomar cuando deseemos, e incluso las historias que se inmortalizan en cualquiera de los formatos de vídeos que perpetúan películas o recuerdos de amigos y familiares. 
Sea cual sea el estilo o el formato, van más allá que las efímeras palabras descongeladas que un día imaginó y con las que deleitó a sus lectores ese enigmático, misterioso y desbordante escritor.

Gustave Doré. Ilustración para Pantagruel (1854)
Nos despedimos con una música que surge como las anteriores del frío, interior o exterior y el sobrecogimiento y que tiene, curiosamente, el mismo título que el aria de Händel.
Estrenada en 1727, un año antes de Siroe, el Teatro Sant' Angelo de VeneciaIl Farnace (RV711) se basa en la vida de Pharnaces II, rey del Ponto, un monarca derrotado que ordena a su esposa que mate a su hijo y se suicide para no caer en manos enemigas. Se trata de un argumento que, como en aquellos años, no tenía intención de mostrar verosimilitud, sino crear historias que pudieran llenar los teatros de ópera que se iban construyendo por diversas ciudades.
Gelido in ogni vena (Frío en cada vena) es un aria del Acto II de Il Farnace perturbadora y dolorosa. El terror, ese dolor en su límite extremo, se mezcla con el delirio e incluso el éxtasis alcanzando una belleza sobrecogedora al transformarlo Vivaldi en música.


La interpretación corresponde a una de las grandes mezzosopranos de nuestro tiempo, Cecilia Bartoli, en una interpretación dentro de su producción Viva Vivaldi con Il Giardino Armonico y la dirección de Giovanni Antonini en un recital celebrado en el Théâtre 
des Champs Elysées de Paris en 2000.
La calidez y matización de la personalísima voz de la Bartoli y su exquisita expresividad, nos transmiten la intensidad de una música fascinante y un texto en que cada verso se repite en varias ocasiones, generando una pieza de un innegable valor.

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Bibliografía y webgrafía consultadas:

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