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Oberturas y Prólogos: El arte de comenzar

Una novela, un ensayo, una ópera o una pieza teatral son obras completas que su autor ha desarrollado a partir de sus ideas. Nos pueden interesar y gustar más o menos, emocionar o hacernos reflexionar, pero el autor la creó como una obra completa en todas sus dimensiones. 
Es cierto que en determinados casos han tenido una continuación porque el autor consideraba que aún tenía algo más que decir, aunque generalmente se ha debido al éxito alcanzado por esa obra. Basta pensar en series de libros o de televisión que acumulan una temporada tras otra, hasta terminar de exprimir el éxito original.
Pero en muchas ocasiones estas obras no sólo se han dado a conocer tal como fueron pensadas, sino que se presentaron con una parte que servía para introducir a los lectores o espectadores en el desarrollo de la obra. Surgieron así los prólogos en algunas obras teatrales que pasaron después a los libros y, con otro origen y sentido, las oberturas de las óperas. 
Personalmente soy un gran adicto a los prólogos, ya que suelo encontrar más argumentos para leer la obra, aunque, como veremos, en ocasiones pueden llegar a ser prescindibles según el tipo al que pertenezcan. 
Te propongo unas reflexiones sobre los prólogos de libros y las oberturas de óperas con algunos ejemplos. Nos acompañan obras de Borges, Monteverdi, Shakespeare, Mozart, Javier Escudero y Wagner. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!



Aunque en libros es prescindible el hecho de contar con un prólogo, en obras como las óperas es habitual que comiencen con una obertura. Este elemento viene determinado por la relación entre los intérpretes y los espectadores como forma de inicio del espectáculo, una forma de abrir simultáneamente la obra y el telón que separa el espacio de los artistas del de los asistentes. Aunque la función y el estilo de las oberturas, su intención y su forma son muy diferentes a lo largo del tiempo, entre distintos autores y épocas, te propongo acercarte a algunos de los tipos más significativos.
Siguiendo los principios de la Camerata Fiorentina, un grupo reunido alrededor del conde Giovanni de Bardi con compositores como Vincenzo Galilei (padre de Galileo), Jacopo Corsi, Giulio Caccini, Ottavio Rinuccini, Jacopo Peri, Luca Marencio o Battista Strozzi, se estrenaron en la capital toscana varias obras con el nombre de Ópera, como Dafne (1598) y Eurídice (1600), obras de Jacopo Peri y libreto de Rinuccini.
Aunque de estas obras sólo quedan el recuerdo y algunos insignificantes fragmentos, sus principios estéticos y formales sirvieron para el nacimiento de un arte que ha deslumbrado desde entonces.
Vicenzo I de Gonzaga, duque de Mantua había asistido a esas representaciones y anhelaba hacer algo similar en su ciudad. La ocasión se le presentó con la celebración de la boda de su pariente María de Medici, para la que contrató a uno de los mayores compositores del momento, Claudio Monteverdi, a quien le indicó el tema a tratar (de nuevo la historia de Euridice y Orfeo), le pagó para que contratara a los mejores cantantes e intérpretes de forma que la obra deslumbrara a los asistentes. 
Así se fraguó La favola d'Orfeo (La fábula de Orfeo), una favola in musica, como se calificó su publicación años después, que contaba con un libreto de Alessandro Striggio el joven y se estrenó en el teatro de la corte de Mantua el 24 de febrero de 1607. Todos los asistentes a la representación fueron invitados por el duque mecenas, pues no se había pensado en ningún momento en vender entradas a ningún público.


Después de haber construido los días previos un escenario para que los personajes, unos simbólicos como la Música, otros míticos como Orfeo y su amada Euridice, la obra comenzó con una Toccata. ¿Qué función tenía esta pieza?
La tocata inicial de Orfeo es en realidad la Marcha militar de los Gonzaga, una pieza que tenía dos características: por un lado es una pieza de carácter militar propia de la dignidad del mecenas, mientras que por otra parte es una fanfarria, un tipo de composición que muestra la nobleza del anfitrión. Esta característica se muestra en el ritmo de puntillo que aparece en la partitura a imitación del golpe que daba el chambelán con su bastón en el suelo para anunciar los nombres de los invitados que entraban en el salón.
Además, y sobre todo, la tocata servía de obertura con otras dos finalidades: por un lado indicaba a los asistentes que se iniciaba la representación y, fundamentalmente, pedía respeto para los duques y el espectáculo que había organizado, aunque no para la obra en sí.
La obra comienza según las indicaciones siguientes del compositor: «Toccata che si suona avanti il levar da la tela tre volte con tutti li insttrumenti, si fa un Tuono piú alto volendo sonar le trombe con le sordine». Así, la melodía de la fanfarria debía sonar tres veces antes de levantarse el telón, momento en el que el compositor entraba con su indumentaria negra para dirigir a los instrumentistas que entonaban la melodía un tono más alto de lo escrito en Do, es decir en Re.
Nos acompaña una grabación realizada en el Teatro del Liceu de Barcelona en la temporada 2000/2001 con Le Concert des Nations y La Capella Reial dirigidos por Jordi Savall. Podemos observar un homenaje al compositor en la forma en que Savall entra a dirigir con la presencia y atuendo similares a Monteverdi en aquella ocasión y algunos de los músicos repartidos por los palcos


El origen del término prólogo lo podemos encontrar en la palabra del griego clásico πρόλογος (prólogos) formada por πρό (pró, delante) y λογος (lógos, palabra, discurso, texto), ofreciendo el significado de «antes de la palabra o del texto». De allí pasó al latín prologus y de éste a las lenguas romances en las que tiene una forma y pronunciación similar.
El primer significado de prólogo se refiere, pues, a ese texto preliminar de un libro, que puede ser escrito por el propio autor o por otra persona y que sirve de introducción a su lectura.
Todavía recuerdo las novelas que leía de pequeño, libros de tipo popular que no tenían nunca prólogos, hasta que adquirí uno de ellos que tenía no sólo el prólogo, sino también un estudio preliminar sobre la obra en cuestión que disfruté como ninguno antes. Aún tengo por casa ese ejemplar, gastado de tanto leerlo, de Los papeles póstumos del Club Pickwick de Dickens, que complementa el nombre de este blog. 
Dentro de este primer significado para un prólogo podemos encontrarnos una gran variedad de ellos y me gusta tener en cuenta algunos aspectos para disfrutarlos o dejarlos de lado si no tienen mucho interés. Por un lado, debe ser una referencia de la obra a la que precede, pero que no haga alusión continua a lo que ésta muestra, ya que la leeremos después. Tampoco debe ser excesivamente técnico o desvelar la trama o argumentación ulterior y suelen ser de dudosa cordialidad cuando están escritos por algún amigo del autor.
En ocasiones, hay prólogos más que interesantes que están escritos por otra persona mucho después de haberse publicado el libro en atención a los méritos propios del libro o del autor, más que por alguna celebración emotiva o sentimental.


A muchos nos gustan por el interés que nos abren hacia el libro en cuestión, hasta el punto que hay autores, ellos mismos lectores irredentos, que son expertos en prólogos. Jorge Luis Borges es uno de esos autores que tiene en su haber multitud de prólogos de muy diversa índole.
Dos ejemplos nos sirven para comenzar a admirar al escritor argentino como prologuista: La biblioteca de Babel es una colección de textos de diversos autores que surgió como colaboración con el editor Franco María Ricci a partir del relato homónimo borgiano. Prólogos de la Biblioteca de Babel recoge los memorables prólogos que Borges escribió para cada uno de los relatos seleccionados, mostrando en ellos tanto interés y creatividad como en cualquiera de sus relatos propios.
El otro ejemplo muestra aún más la creatividad del escritor argentino. Publicado en 1975, Prólogos, con un prólogo de prólogos es una recopilación de este tipo de introducciones de libros que escribió a lo largo de su vida. Allí encontramos desde los dedicados a Cervantes, Kafka o Lewis Carroll a los de Paul Valèry, Carlyle, Bioy Casares hasta alcanzar la cuarentena de piezas.
Como es lógico por las características del autor y por el título, este libro comienza con un prólogo que antecede a todos los demás y que muestra, una vez más, la capacidad creativa y de razonamiento del escritor argentino. 
Tras  unas reflexiones sobre la idea de una literatura sudamericana y sobre algunos de los autores prologados, el escritor argentino se aventura hacia una inexpresada teoría del prólogo con algunos ejemplos significativos de los mismos. Te dejo con este prólogo de prólogos, una joya borgiana. 


La palabra Obertura procede del francés Ouverture (apertura) y se define como la música instrumental que sirve de introducción a obras dramáticas o a obras cantadas dramatizadas. Como has podido observar en el caso del Orfeo de Monteverdi, al comienzo eran muy breves y se solían denominar Sinfonías
Esta forma de concebir la obertura de las óperas se desarrolló también durante la corte de Luis XIV de Francia en la que muchas obras comenzaban con una marcha de tipo regio en su honor. 
En el siglo XVIII comenzaron a popularizarse en Nápoles y Venecia las oberturas en tres movimientos o partes que solían comenzar con uno en Allegro, otro lento para finalizar de nuevo con una parte alegre, aunque sin relación aparente con la obra.
En las óperas de madurez de Mozart esta obertura se transformó en una introducción relacionada con la partitura con una música que captaba la atmósfera e incluso algunos de los temas que se desarrollarían en la obra. A comienzos del XIX el estilo italiano de Rossini, Bellini o Donizetti siguió en la línea de un tipo de sinfonía como obertura, mientras que otras lo hacían en el sentido de introducción dramática, como en  el caso de Beethoven, que llegó a componer hasta cuatro oberturas distintas para Fidelio.



Un ejemplo significativo es la Obertura de Don Giovanni de Mozart, una pieza que se inicia con un tono oscuro y pausado que anuncia la dramática escena final de la obra, cuando la estatua de El Comendador acude a la invitación a cenar que le hizo Don Giovanni.  
El primer tema lo presentan las cuerdas a las que contestan los vientos que entablan un diálogo que va creciendo y muestra una línea humorística donde intuimos las carcajadas del protagonista, un diálogo entre éste y Leporello, transformándose en un allegro compacto, aunque conservando la expresión dramática que impregna la pieza.
El enlace pertenece a una versión de la Orquesta del Royal Opera House de Londres dirigida por Constantin Trinks que se representó en julio de 2021.


Los prólogos tienen ese carácter de llave que te ayudan a abrir una casa, facilitándote la entrada, pero a la que podrías entrar simplemente abriendo la puerta y prescindiendo de ella. Te facilita el acceso al mundo interior del libro, allanando el camino, especialmente si conoces poco sobre el contexto de la obra o del autor.
También posee la capacidad de sorprender, pues cuando piensas que no tiene nada significativo que contarte, hay ocasiones en que se produce una revelación que engrandece la obra a tus ojos y aumentas la capacidad para disfrutarla. Descubres que has encontrado un lugar desde donde vislumbrar el resto de la obra, donde aprecias la totalidad del libro antes de leerlo.
Otra cualidad del prólogo que lo hace interesante es que, en realidad no pertenece a la obra, aunque depende de ella, ya que no suele existir un prólogo sin su obra. Si en el caso de Borges, sus prólogos de prólogos se referían a libros concretos y reputados, hay algún caso particular como el de Nicolaus Notabene, uno de los seudónimo elegidos por Søren Kierkegaard. Escrito con un buen sentido del humor, Prefacios muestra a un hombre que ha renunciado a su vida como escritor por las responsabilidades que le acarrea su matrimonio, teniendo que conformarse con escribir los prólogos de los libros que hubiera escrito si hubiera tenido la posibilidad de escribirlos. El bromista Notabene propone la idea de que «escribir un prólogo es como tocar el timbre de una casa y echar a correr» para que cuando el lector acuda no haya nadie.


El origen etimológico del término griego clásico πρόλογος nos remite a su significado más antiguo. En el teatro griego y latino era un discurso que precedía al texto dramático y su desarrollo. Era el momento en el que el coro situaba a los espectadores en el tema o el argumento que se iba a desarrollar en la obra.
Este tipo de prólogo no ha dejado de utilizarse cuando los autores lo han considerado necesario como forma de hacer entrar a los espectadores directamente en la obra.
Uno de los ejemplos de este uso lo podemos encontrar en el Romeo y Julieta de Shakespeare. Se trata de un prólogo, no para ser leído por quienes se acerquen a la obra del escritor, sino para ser declamado en el inicio de la obra y situar a los espectadores en la historia de los amantes de Verona.
Comienza, pues, Romeo y Julieta con un coro que entra en escena y recita como prólogo un soneto isabelino.


Las oberturas de la primera mitad del XIX fueron derivando con compositores como Verdi o Wagner. Así, surge el Preludio, una pieza que representa a la vez que simboliza la idea fundamental de toda la ópera y no tiene, como la obertura, un carácter cerrado y conclusivo, ya que no busca el aplauso del público, sino que da pie al inicio de una obra que fluye desde desde la primera nota musical. Muchos críticos consideran que el primer preludio con ese carácter fue compuesto por Wagner para su ópera Lohengrin.
Los preludios e interludios (al comienzo de un acto) de Verdi en La Traviata o de Bizet en Carmen, por ejemplo, pertenecen a este tipo.
Con Wagner adquiere también un nuevo sentido el término prólogo. Según el Diccionario de la R.A.E., se refiere de la «primera parte de una obra en la que se refieren hechos anteriores a los recogidos en ellas o reflexiones relacionadas con su tema central». Wagner lleva al extremo este significado al componer su tetralogía El anillo del Nibelungo en tres jornadas (La Valquiria, Sigfrid y El ocaso de los dioses) precedidas de un prólogo, El oro del Rhin. Aquí el compositor alemán creó un prólogo que servía de introducción a la historia de más de dos horas de duración y que ha servido como fuente de inspiración para la creación de multitud de obras, muchas de ellas películas, en las que se profundizaba en los orígenes de la historia original. Las famosas precuelas.

Wagner compuso Lohengrin en su etapa como segundo Kapellmeister en Dresde mientras trabajaba para el rey de Sajonia. Adjudicó una tonalidad a cada uno de los personajes principales de este relato medieval donde confluyen la caballerosidad frente a la traición, la pureza espiritual y la lucha contra el mal frente a la conspiración. El protagonista, uno de los míticos caballeros aparece en el preludio con una visión del Grial descendiendo a la tierra sonando las cuerdas de modo brillante, estáticas al comienzo que van creciendo hasta alcanzar el clímax orquestal.
Como el compositor hubo de huir de la capital de Sajonia  al haberse puesto de parte de los revolucionarios republicanos en 1848, la obra fue estrenada en Weimar en 1850 por Franz Liszt a quien estaba dedicada.
El preludio de Lohengrin que nos acompaña está interpretado por la hr-Sinfonieorchester de la Frankfurt Radio Symphony dirigida por Andrés Orozco-Estrada que se grabó en el Rheingau Musik Festival de 2017 en Lloster Eberbach.


Además de los prólogos que hemos visto, también están los que realizan un estudio de la obra sobre la que escriben. Son más extensos y rigurosos y tienen la virtud de ahondar más en la obra y el riesgo de ser excesivamente técnicos y llegar a aburrir al lector.
Como norma general, me gustan los prólogos cuando son interesantes y aportan al libro al que acompañan y suele ser un elemento fundamental para elegir la versión del libro que deseo leer.
Los prólogos tienen también una ventaja adicional: Si te cansan o aburren puedes dejar de leerlo inmediatamente, ya que no te afectarán a la lectura del libro que tienes entre las manos.

El último ejemplo de prólogo es el que ha servido de inspiración para esta entrada del blog. 
En Las otras vidas de Don Quijote, Javier Escudero realiza una investigación sobre los personajes que pueblan la novela más famosa de Cervantes y en su prólogo reflexiona, analiza, desvela y nos muestra el camino que recorrió para escribir su libro. Dividido en varios apartados distintos entre sí, Escudero nos invita e incita a leer su trabajo mostrándonos todo lo que podemos encontrar en su interior. Es uno de esos prólogos escritos por el autor que nos abren el camino del libro.




Y tú, ¿hay algún prólogo que te haya margado o llamado la atención? De todas las oberturas de ópera, ¿con cuál te quedas?

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Bibliografía y webgrafía consultadas: