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Luchando contra la fuerza del destino

Me apoderaré del destino agarrándolo por el cuello. No me dominará
Ludwig van Beethoven

En ocasiones sentimos que los planes que realizamos y nuestras decisiones vitales se encuentran con casualidades, obstáculos o detalles inesperados que nos parecen insalvables y que podemos pensar que vienen determinados por fuerzas superiores a nosotros. Lo conocemos como Phatos, Fatum, Hado o sino. Si creemos en el destino, podemos llegar a asumir que lo que nos ocurre está marcado por designios desconocidos para nosotros.
Aprovechar las oportunidades que nos ofrece, luchar por aquellas que nos parecen injustas y que se alejan de cuanto pensamos está en nuestras manos.
Desde que nacemos, vamos recibiendo una educación que nos marca unas normas de conducta, unos usos sociales o, incluso, la asunción de una serie de ideas. Tomarlas o no, decidir cuáles nos aportan valor a nuestra vida, evitar las que supongan llevar la contraria a nuestras ideas, forman parte de la creación de nuestra personalidad y nos hacen más fuertes y valiosos.
Te propongo una reflexión sobre la fuerza del destino y nuestra capacidad para adaptarnos o luchar contra él con la compañía de Gabriel Celaya y Verdi. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!



Gabriel Celaya vivió entre dos mundos: el que se esperaba de él y el que él mismo deseó y buscó. Nacido en 1911 en Hernani, su destino era estudiar ingeniería para hacerse cargo de la empresa familiar. Tras caer enfermo con doce años sin encontrar las causas y verse obligado a vivir con su madre alejado del resto de la familia alrededor de dos años para recuperar su salud, volvió a los estudios como alumno de libre matrícula para recuperar los cursos perdidos.
Obtuvo el título de ingeniero industrial mientras dedicaba su verdadero interés a la pintura y la literatura, comenzando a escribir, aunque sin publicar en esta última desde su formación autodidacta. Finalizados los estudios regresó a la empresa familiar de San Sebastián donde comenzó a ejercer como ingeniero gerente.
Poco a poco comenzó a publicar, desde sus inicios en la colección de poesía Norte y la traducción de la obra de Rilke, Paul Elouard o Rimbaud, gracias al apoyo de su novia y esposa Amparitxu.
Poco a poco fue abandonando su profesión para dedicarse a su pasión, dejando de lado su destino frente a su verdadera vocación, la poesía.



Rafael Gabriel Juan Múgica Celaya Leceta aprovechó su largo nombre para utilizar diversos seudónimos como Rafael Múgica o Juan de Leceta para publicar algunos de sus primeros escritos, hasta que en 1946 utilizó el definitivo de Gabriel Celaya para dar a conocer Tentativas, un ensayo que se mueve entre el simbolismo y el existencialismo. Su obra se adscribe a la poesía social en la que apunta a un propósito de denuncia en su casi medio centenar de libros entre los que destacan Movimientos elementales, Tranquilamente hablando y Las cosas como son.
Algunos de sus poemas, como La poesía es un arma cargada de futuro ha sido llevado a la canción, ese mundo paralelo al de la poesía, por autores como Paco Ibáñez o Joan Manuel Serrat.
Inmerso en esa lucha entre el destino y el deseo, la imposición de costumbres y usos y la libre elección, nos acompaña Biografía, un poema en el que resume las etapas de su vida, que bien podría ser la de muchos.



Una vez que Verdi alcanzó el triunfo y se consagró como el gran compositor de ópera que conocemos después de estrenar su trilogía formada por Rigoletto, Il Trovatore y La Traviata, decidió abandonar que lo que él llamo sus anni di galera (años de galera). Este fue un periodo de tiempo agotador en que se obligó, como si fuera un condenado, a componer, elegir los intérpretes, poner sus condiciones a los empresarios, ensayar para que sus obras resultaran según su visión. A partir del momento en que vio que su carrera se mantenía firme, amainó su ritmo de trabajo espaciando la composición de nuevas obras hasta que en 1859, tras el estreno de Un ballo in maschera, decidió que iba a dejar su carrera operística y pasar el resto de su vida a su villa de Sant'Agata
Pero el destino lo tentó en forma de una oferta exótica que, tras varios intentos, decidió aceptar. El teatro Bolshói Kámenny, el actual Teatro Mariinski, de San Petersburgo, a la sazón capital del Imperio Ruso, encargó al compositor una obra nueva para estrenar en la temporada de 1861. Entre emisarios, amigos y la mediación de su esposa Giuseppina Strepponi, Verdi quedó convencido y buscó inspiración en la obra teatral Don Álvaro o la fuerza del sino del Duque de Rivas, encargando el libreto a Francesco María Piave, su colaborador habitual.
La forza del destino es una obra complicada por la abundancia de escenas que surgen de la trama principal, llegando a despistar a algunos espectadores. Aunque Verdi proporcionó detalladas exigencias a su libretista, no dejó de trabajar con el material que éste le entregó.



Tras unos pocos meses de preparación el matrimonio Verdi puso rumbo a San Petersburgo para comenzar los ensayos. Pero ese destino comenzó a querer decidir cuando la soprano protagonista, Emma La Grua enfermó y Verdi decidió suspender el estreno, aplazándolo hasta la temporada siguiente. En noviembre de 1862 se estrenó la ópera con un gran éxito, pese a la disconformidad de algunos artistas rusos que reivindicaban sus raíces musicales frente a los extranjeros. Verdi, a quien condecoró el zar Alejandro II, permaneció un mes más en Rusia, asistiendo a cenas, recepciones y realizando vida social en contra de su costumbre.
Tras el estreno en San Petersburgo Verdi viajó hasta Madrid en enero de 1863 para estrenar en España la ópera, teniendo lugar un encuentro entre el compositor y el autor de la obra teatral, el Duque de Rivas.
La obertura de La forza del destino es una introducción dramática y larga, una interesante pieza de concierto que, como tal, suele interpretarse frecuentemente. El destino está representado por los potentes toques de las trompetas a los que siguen varios temas que vienen a representar los caracteres de los protagonistas de la ópera.

Finalizamos esta reflexión sobre el destino, su fuerza y la capacidad que poseemos de dejarnos llevar o luchar contra él, según las circunstancias con una interpretación de la obertura de La forza del destino dirigida por el mítico Herbert von Karajan con la Berliner Philharmoniker.


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