Ni en la más pesimista de nuestras pesadillas habíamos imaginado que el año 2020 se desarrollaría de esta manera.
No pensábamos que una epidemia de dimensiones bíblicas azotara a todo el planeta. No pasaba por nuestra mente que estaríamos semanas sin poder salir de casa. Nunca creíamos que se necesitarían salvoconductos como los que leíamos en las novelas decimonónicas para desplazarnos de un lugar a otro. Nunca llegamos a pensar que tantas, demasiadas personas, fallecieran o sufrieran las consecuencias de un nuevo virus. Aún no logramos comprender cómo una globalización que ya está presente en una gran cantidad de ámbitos de nuestra vida ha sorprendido a la comunidad científica y, de un modo muy especial, a los gobernantes para implementar una respuesta rápida y común a tan gran desafío.
En un año tan difícil y trágico como ninguno otro no podemos pretender que la Navidad tenga las mismas circunstancias que la acompañan habitualmente: grandes celebraciones, reuniones familiares con muchas personas o la unión de varias generaciones con la presencia de abuelos y mayores.
El respeto debe comenzar por no poner en riesgo y cuidar la salud de aquellos a quienes queremos, de manera especial a los mayores.
En esta publicación nos acercamos a ellos en la figura de los abuelos, unas personas que aúnan la sabiduría de la experiencia con el cariño y la ternura que aportan los años, la esperanza frente a situaciones complicadas, ofrecen apoyo y generosidad sin pedir nada a cambio y se muestran cercanos desde cualquier distancia y situación.
Un annus horribilis como este no podría finalizar sino con un paseo literario y musical que abarca uno de los cuentos de Navidad ruso más triste y desesperanzado y una danza popular con la entrañable figura del abuelo en ambos. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!
Antón Pávlovich Chéjov tuvo una infancia dura. Su abuelo fue un siervo que ahorró cada cópec para poder comprar su libertad y la de sus cuatro hijos. Su padre abrió un pequeño comercio, fue director del coro parroquial, y terminó alcoholizado, maltratando a sus hijos, mientras de su madre los entretenía narrándoles historias de los viajes que hacía con su padre, un vendedor de telas. Tercero de seis hermanos, mientras fue estudiante de medicina en Moscú, compaginó sus estudios con la literatura, comenzando a escribir lo que llamó "cuadros humorísticos" en algunas revistas para mantener a su familia que se había trasladado a la capital.
Una vez terminada la carrera, continuó compaginando ambas actividades. "La medicina es mi esposa legal; la literatura, sólo mi amante", solía decir.
Liberal, pragmático, altruista y agnóstico, Chéjov quizás sea el más occidental de los escritores rusos de su época, un partidario del progreso frente a las ideas del omnipresente Tolstoi. Dos frases suyas lo muestran: "Pienso que hay más amor a la humanidad en la máquina de vapor y la electricidad que en la castidad o el ser vegetariano." y "Comencé a creer en el progreso cuando era pequeño; no podía dejar de creer en él, porque la diferencia entre el tiempo en que me daban palizas y el momento en que dejaron de hacerlo era enorme".
En un tiempo de Navidad tan extraño como el de 2020, el más distinto de cuantos podemos recordar, nos acompaña uno de los relatos de Chéjov, Vanka, centrado en un niño de apenas 9 años y la carta que escribe a su abuelo en la Nochebuena.
Esa evocación que Vanka tiene nos acerca a la figura del abuelo.
Desde el siglo XVII existe en Alemania una melodía folclórica llamada Grossvatertanz (Danza de abuelo), un baile que ha sufrido todos los cambios propios de este tipo de tradición, con la incorporación de textos que han ido cambiando con el transcurrir de los años.
La música se presenta en un modo tripartito con
-8 compases en tiempo de Andante.
-4 compases con otro tema en compás de 2/4 en Allegro con repetición.
-4 compases con un nuevo tema también en compás de 2/4 en Allegro con su repetición.
La más popular y tradicional de las letras fue escrita por Klamer Schmidt en 1794 y se imprimió en el Musenalmanach de Berlín de 1802, comenzando con estos versos:
Und als der Grosswater die Grossmutter nahm,
Da war der Grosswater ein Bräutigam
und die Grossmutter war die Braut
da wurden sie beide zusammen getraut
Wer weiss, wie das noch werden mag
wer weiss wie das noch kommt
(Y cuando el abuelo se llevó a la abuela,
el abuelo era el novio
y la abuela era la novia
pues ya ambos estaban casados.
Quién sabe cómo puede ser esto todavía,
quien sabe cómo llegará)
Desde su creación en el XVII, tanto la melodía como la letra sufrieron los cambios propios de este tipo de canciones y bailes populares, siendo incorporados a algunas obras musicales. Robert Schumann la incorporó a su obra Papillons, Op. 2 en el último de los números que la forman, el nº 12, Finale.
En el enlace podemos seguir esta versión del pianista y compositor alemán en una versión que incluye la partitura.
Chéjov se abrió un nombre en la literatura con sus relatos cortos y algunas obras de teatro que triunfaron en los escenarios. A su primer gran éxito, Ivanov, le siguieron obras como La gaviota (que fracasó en su estreno, pero triunfó años más tarde), Tío Vania, Las tres hermanas o El jardín de los cerezos.
Pero donde realmente Chéjov desarrolla su creatividad de forma más contundente es en los relatos cortos, en los que introduce el monólogo de los personajes principales, una técnica que desarrollaría más adelante Joyce con el uso del monólogo interior en obras como Ulysses.
El final de la década de 1880 fue crucial en su vida. Además de su éxito con Ivanov en 1887, recibió el premio Pushkin con el que se consagraba en la literatura rusa. Su labor en favor de los necesitados no era solo una pose literaria. Durante una epidemia de cólera demostró su lucha a favor de los más desfavorecidos y miserables. Instalado en su dasha en las afueras de Moscú atendió a una veintena de aldeas próximas y, al llegar a casa, izaba una bandera roja para que los necesitados de cuidados supieran que había regresado y estaba disponible para atenderlos. En ese tiempo se contagió de tuberculosis, una enfermedad que padeció durante dos décadas y que provocó su fallecimiento a los cuarenta y cuatro años de edad.
Quizás evocando su propia infancia en el relato de Vanka, éste continúa su carta hacia su figura de referencia, su abuelo.
Una música popular como la Grosswatertanz, esta Danza del abuelo se llegó a cantar con sus varias letras y bailar al final de las celebraciones de bodas, llegando a conocerse como Kehraus o Barrido.
Además de Schumann en su Papillons, el violinista y compositor Louis Spohr llegó a utilizarla en una marcha para la boda de su mecenas el Duque de Sajonia-Meinningen.
Al comienzo de este siglo, en 2003, el clarinetista y compositor Jörg Widmann la citó al comienzo de su Cuarteto de cuerda nº 3, Jagdquartett (Cuarteto de caza), en esta ocasión trastocando su sentido original y evocando la cacería que indica el título.
El enlace nos muestra este cuarteto de Widmann interpretado por The Hieronymus Quartet formado por Clémence de Forceville y Matia Gotman como violines I y II, Jenny Lewisohn con la viola y Vladimir Waltham al cello en una grabación que se realizó en febrero de 2017 en la Barenboim Said Academy de Berlín.
La obra de Chéjov no busca el fondo moral que preconizaba Tolstoi en sus obras ni la angustia que recorre cada libro de Dostoievski. No pretendía se un moralista ni el narrador se se haya por encima de su relato. "Un artista no debe ser un juez de sus personajes, sino que debe ser un testigo imparcial".
Pese al valor de sus relatos cortos, no les dedicaba mucho tiempo, a lo sumo un día, trabajando de forma más cercana a la crónica periodística que a la literatura, aunque su obra no está exenta de una carga lírica. Sus relatos, distintos y dispersos, son como teselas de un enorme mosaico que nos permiten vislumbrar la época y la sociedad en que vivió, con sus cambios, sus injusticias, sus incoherencias y sus frustraciones, situaciones que desembocarán en un siglo XX que, en cierto modo, aparecía ya en la obra de Chéjov mirándolas desde una óptica tolerante, humorística y tierna.
La tuberculosis que le acompañó durante dos décadas le ofreció la perspectiva de la muerte como un tema recurrente, no de manera trágica y cruel, sino con la visión de quien ha meditado sobre ella y la comprende, aprendiendo del valor de cada día y cada momento, sin recurrir a algo tan habitual como el "carpe diem", ese vivir el momento, sin pensar en el mañana en la búsqueda del placer momentáneo. Con serenidad Chéjov afrontaba cada momento, buscando el sentido de cada uno de ellos.
No sólo utilizó Schumann la melodía de Der Grossvatertanz en el número final de Papillons, sino que también la citó en otra de sus obras, Carnaval, Op. 9, una obra para piano en que se representaba a sí mismo, algunos amigos y compositores y a algunos personajes de la Commedia dell'arte como Arlequín o Colombina.
La última de las piezas, Marche dels Davidsbündler contre les Philistins (Marcha de la liga de David contra los filisteos) recoge algunas de las melodías previas de la obra junto con lo que él llama en su partitura un "tema del siglo XVII" que es de nuevo la Grossvatertanz con que representa a aquellos que apoyan las ideas antiguas que han quedado caducas, denominados por el autor como filisteos.
La gran pianista japonesa especializada en Mozart, Mitsuko Uchida interpreta esta marcha final del Carnaval recogida en su disco Schumann: Carnival/Kreisleriana de 1995.
Vanka se publicó en La Gaceta de San Petersburgo el día de Navidad de 1886 y quizás sea el cuento de esta época más triste y doloroso que exista. En primer lugar por la dureza del relato, pero de modo especial, por el mensaje que transmite y que va contra la tradición de tratar situaciones que se resuelven con una gran dosis de ternura y un final que se desencadena milagrosamente feliz.
Hay en Vanka una mezcla de la inocencia con la esperanza que se tropieza con lo imposible, mientras el espíritu navideño que suele animar estos relatos se encuentra aquí con una sutil crítica a su razón de ser.
Duele leer la historia de Vanka, aunque nos transmite un indudable deseo de ayudarlo.
Su carta no tiene nada que ver con las miles que se envían en estas fechas, pero la mayor de las enseñanzas que podemos obtener de este particular relato navideño es la esperanza que se tiene con los abuelos, una relación distinta a la que se desarrolla con los padres, más alejada del día a día, propiciada desde la distancia y a la vez la cercanía que dan la experiencia, con más sabiduría y de una riqueza especial.
Pero la más conocida de cuantas versiones se han realizado de la Grossvatertanz pertenece a Peter Ilich Tchaikovsky que la introduce en el más famoso de sus ballets que transcurre precisamente durante una celebración de la Nochebuena. En su ballet El cascanueces, estrenado en 1892, el compositor ruso transcribe esta danza tras la cena familiar.
El enlace nos muestra una versión de El cascanueces perteneciente a una de las versiones que The New York City Ballet llevó al escenario hace unos años con la estética de la época en que se estrenó, llevada al territorio americano del fin del siglo XIX.
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