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Nada es más grande que un verdadero médico

Nada es más grande que un verdadero médico
Sinuhé, el egipcio - Mika Waltari

Vivimos días extraños, momentos difíciles y dolorosos. Nos encontramos con una situación que no habíamos podido imaginar como algo real y posible, solo como algo perteneciente a una irreal y lejana ficción literaria o cinematográfica.
Muchas historias con un desarrollo trágico se suceden continuamente. Las situaciones personales y particulares se hallan cargadas de matices que dificultan, en el mejor de los casos, los confinamientos en los hogares. La situación económica a nivel doméstico y como sociedad está sufriendo una crisis que manifestará su lado más trágico y cruel con el paso del tiempo.
Esta situación nos mueve a la reflexión y a un cambio en la escala de valores. Los ídolos, aquellos a quienes los más jóvenes quieren imitar, han sido los deportistas o personajes que aparecen repentinamente en las redes sociales durante un tiempo fugaz. Pocos tienen por modelo a profesionales que dedican con constancia años al estudio de las ciencias o las humanidades y que deberían ser más admirados y mostrarse como ejemplo de constancia y lucha por alcanzar con esfuerzo objetivos a largo plazo.
Estas semanas nos han ayudado a reforzar esa escala de valores dando la importancia que merecen a las labores que desarrollan profesionales del mundo de la sanidad: médicos, enfermeros, cuidadores, analistas clínicos, psicólogos o incluso personal de limpieza y celadores están contribuyendo de modo decisivo a contener una pandemia como la que nos afecta y dar motivos a la esperanza.
A estos trabajos podremos añadir a quienes en estos momentos excepcionales colaboran para que la sociedad continúe su funcionamiento: agricultores y ganaderos, transportistas, comerciantes o distintos tipos de empleados. También podemos agregar a cuantos, desde su papel como artistas (cantantes, escritores...) reflexionan sobre nuestros sentimientos, los comparten y comunican a través de las redes sociales contribuyendo a la sociedad a la que se dedican.
A lo largo de estas extrañas semanas este blog ha dirigido su mirada a reflexionar sobre la situación en que nos encontramos inmersos con las siguientes publicaciones:
Epidemias y pandemias.
La primavera que no comenzó.
1816, el año sin verano.
El confinamiento de Ana Frank.

Aunque dedicada de forma general a todos cuantos han dedicado sus esfuerzos y su trabajo a combatir los males que nos atacan, esta publicación dirige su mirada, de forma más particular, a la figura de los médicos y su presencia en la literatura y la ópera.
Te propongo un paseo acompañado por algunas reflexiones por obras literarias y musicales donde los médicos aparecen como personajes. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!


Vicent van Gogh. Detalle de El retrato del doctor Gadchet (1890)
Partimos de que este blog trata de literatura y música, combinando ambas artes y buscando nexos de unión entre ideas, sentimientos o acontecimientos que relacionen unas obras con otras.
La literatura no ha tratado en general de forma adecuada la labor de los médicos a lo largo de su historia. En determinadas novelas u obras de teatro los médicos han sido protagonistas o personajes importantes de algunas obras, aunque centrando el foco de atención más en cuanto a actores que intervienen en las obras más que en su labor profesional. 
Desde Moliére con El enfermo imaginario o El médico a palos, pasando por Flaubert con el esposo de Madame Bovary hasta obras como Frankesnstein o Drácula con médicos en papeles importantes. Desde novelas como Papá Goriot de Balzac, Viaje al fin de la noche de Céline, El pabellón número 6 de Chéjov o el relato de Kafka Un médico rural, hasta obras más actuales que se centran más en la profesión médica como Las horas subterráneas de Delphine de Vigan o Lágrimas de sal de Pietro Bartolo, que basan su discurso en situaciones médicas en la actualidad, muchas son las obras en las que médico aparece con mayor o menor protagonismo en la literatura.
De tal forma, con la mirada sesgada por la acción de la obra literaria, podemos entrever algunas características de una profesión como la médica y la sanitaria en general.



La primera mirada la dirigimos casi dos milenios y medio más atrás, donde nos encontramos con uno de los primeros médicos que aparecen en el tiempo en la literatura, aparte de chamanes y curanderos.
Sinuhé, el egipcio fue publicada por el finés Mika Waltari basándose en un relato protagonizado por un personaje del mismo nombre que se sitúa varios siglos antes de la novela y del que el protagonista toma el nombre. 
La primera consideración acerca de la profesión médica es la vocación, una cualidad sin la cual esta y algunas otras profesiones no podrían llevarse a cabo.
El texto que nos acompaña se sitúa en el momento en que Ptahor, trepanador real a las órdenes del faraón, el médico más distinguido del país, visita a nuestro protagonista y a su padre, que se hace llamar médico de pobres.





Si la literatura no ha mostrado en su plenitud las características de la profesión médica, peor han sido tratada esta en el mundo de la ópera. Hace algunos meses, Joan B. Soriano, profesor de Medicina en la UAM e investigador del Hospital La Princesa publicó un estudio sobre la presencia de los médicos en las óperas del que se hicieron eco algunos medios de comunicación: Médicos en la ópera: Un estudio sobre imaginarios sociales de la ciencia. Una treintena de óperas acogían a personajes de médicos, aunque con unos roles que no dignifican la profesión, pese a que muestran en cierto modo la evolución que la medicina ha tenido en la sociedad.
En El Barbero de Sevilla, la ópera de Rossini, el Doctor Bartolo es médico y tutor de Rosina con quien desea casarse, pese a que ella está enamorada del Conde de Almaviva. En esta escena interpreta el aria A un dottor della mia sorte (A un doctor de mi condición) en la que reprende a Rosina. Cantada por un bajo bufo, debe dominar el canto silabatto para interpretarla, la grabación muestra a Carlos Feller que alecciona a una joven Cecilia Bartoli, dirigidos por Claus Viller en el Festival de ópera de Schwetzingen en Alemania.


Una de las novelas rusas más monumentales del siglo XX convirtió primera mitad del siglo de su país en un fresco monumental que abarcaba desde la primera Revolución de 1905 contra el zar Nicolás II hasta poco antes de la derrota de la Alemania nazi por las tropas rusas.
Boris Pasternak, poeta admirado y protegido por Stalin según se contaba, publicó Doctor Zhivago en 1957 concediéndosele al año siguiente el Premio Nobel de Literatura que hubo de rechazar por presiones de la clase dirigente en su país.



El ejercicio normal de la medicina como ciencia encaminada a sanar, atender a pacientes o prevenir desvía su sentido cuando se presentan situaciones que modifican las condiciones de vida y sanitarias habituales. En este caso, Pasternak nos describe cómo Zhivago es consciente de los cambios que se van a producir tras la Revolución Rusa y cómo afectarán a la población y a su trabajo en el hospital.


En una profesión tan basada en la ciencia y el humanismo como la que nos ocupa sí ha sabido traer la ópera al personaje del intruso, ese impostor que se hace pasar por médico para ganarse la vida engañando a incautos con recetas mágicas, medicinas, ungüentos o elixires que prometen sanar todos los males milagrosamente. 
Donizetti creó en L'elisir d'amore uno de esos personajes, el doctor Dulcamara, que acaban atrayéndonos por su encanto y vocabulario y porque, en el fondo, sabemos que es más desgraciado que aquellos a los que quiere embaucar. 
Udite, udite, o rustici (Oíd, oíd, campesinos) es el aria de presentación de Dulcamara, la cantinela con que aparece en cada pueblo para vender sus productos, una retahíla que hasta hace menos de medio siglo aún se escuchaba en muchos lugares. 



No es un personaje que haya dejado de existir. Con otras maneras y distintos argumentos abundan por las redes sociales muchos Dulcamara buscando nuevos incautos.


La vocación por la profesión, el trabajo intenso y las cada vez mayores limitaciones relacionadas con los aspectos materiales, de personal y presupuestarios que ordenan las administraciones dificultan la práctica de la medicina. Siempre hay de dónde restar para cuadrar presupuestos.
Esta situación, de por sí difícil, se agrava cuando la situación sanitaria se complica. En El amor en los tiempos del cólera, Gabriel García Márquez nos presenta uno de esos médicos concienzudos, amantes de su profesión, que conocen lo que tienen entre manos y saben cómo desenvolverse en situaciones adversas.
El doctor Juvenal Urbino, hijo de médico, descubre, analiza y comprende cómo su padre se enfrentó a una de las epidemias de peste que afectó a la comarca. La entrega absoluta, la posibilidad cierta de padecer la enfermedad que intentas combatir, el trabajo llevado a la heroicidad con las consecuencias consiguientes aparecen en estas líneas.



Según el estudio del profesor Joan B. Soriano, el personaje del doctor aparece en 34 óperas de casi 500 obras analizadas.
Muchos doctores, llamados en ocasiones físicos, aparecen en esas obras. Además de las citadas, Donizetti también creó al Doctor Malatesta en Don Pasquale y Mozart el falso doctor Despina en Cosí fan tutte. Ya en el siglo XX Puccini presenta al Maestro Spinellochio en Gianni Schicchi y Richard Strauss a un doctor innominado en El caballero de la Rosa.
Surge también un nuevo tipo de personaje de doctor al hilo de ciertos avances en ciencias, estudios o acontecimientos que atemorizaban a los contemporáneos. El caso más cruel aparece en Wozzeck, la ópera de Alban Berg en el que el médico del cuartel, cuyo nombre también desconocemos, utiliza al protagonista, un soldado ingenuo e inculto para realizar sus crueles experimentos. Berg personificó en este médico la ciencia dura e inhumana, creando un científico sin escrúpulos que le recordaba, según una de sus cartas, a un médico militar que conoció durante la I Guerra Mundial y que anticipaba algunos fanáticos criminales como el tristemente real doctor Mengele.


En Los cuentos de Hoffmann, Offenbach introduce también a un médico diabólico que aparece en una de las tres historias que narra la ópera, la de Antonia. La protagonista padece una enfermedad congénita heredada de su madre, una famosa cantante desaparecida misteriosamente, y que le impide cantar. Crespel, su padre, teme que muera si se le despierta la pasión por cantar, igual que Hoffmann quien le pide que abandone sus ambiciones artísticas. El Doctor Miracle dedica sus esfuerzos a convencerla de que no debe abandonar su talento, evoca a la voz de su madre que se aparece tras un espejo, Antonia canta con ella y fallece.
La interpretación corre a cargo del bajo Samuel Ramey como el Doctor Miracle, Cristina Gallardo-Domás como Antonia y Maria Pentcheva como su madre en una representación del Teatro alla Scala de Milán dirigida por Riccardo Chaylly.



La última de nuestras aportaciones literarias proviene de una obra que nos acompañó en la primera de las entregas de este ciclo relacionado con la pandemia. 
La peste de Albert Camus es una reflexión sobre una epidemia además de ser una reflexión sobre los regímenes totalitarios como el nazismo. La actitud que cada uno de los protagonistas toma frente a esta situación, con todos los paralelismos con la situación que vivimos con la pandemia del Covid-19, es el eje central sobre el que se mueve la obra. 
El texto que nos acompaña muestra otra de las facetas que se viven en momentos de epidemias generalizadas. Las acciones y funciones habituales de médicos y personal sanitario, así como otros trabajos si podemos extrapolarlos y generalizarlos, se ven modificadas por las circunstancias. 


Mas aunque el papel de los médicos en la ópera esté, como hemos podido apreciar, tratado poco adecuadamente, hay excepciones. 
Giuseppe Verdi es, con toda seguridad, quien más y mejor ha creado para la escena personajes con esta profesión. 
En Macbeth, un doctor anónimo aparece como testigo cualificado para dar muestra de la locura de la protagonista, Lady Macbeth. En Falstaff, su última obra, el doctor Cajus es el prometido de Nanneta, la hija del protagonista.
Pero la presencia más conocida y en la que el médico ejerce de médico, aunque con apenas protagonismo, es la del doctor Grenvil, el médico que asiste impotente a Violeta en sus últimos momentos.
Con el comienzo el acto III de La traviata finalizamos este recorrido. Ana Netrebko interpreta a Violtea y Luigi Roni al doctor en una producción del Festival de Salzburgo de 2005 dirigida por Carlo Rizzi.


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Bibliografía y webgrafía consultadas:

3 comentarios:

  1. WOW! que completo tu artículo! y recordar a Camus de lo más oportuno 😉 La verdad es que pocas profesiones nos han servido tanto en la literatura como los médicos. Ejemplos de cordura y de locura al mismo tiempo 🐾

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    1. Gracias por tu comentario, Rosa.
      Se ha quedado mucho en el cajón antes de seleccionar, sobre todo en literatura que hay más referencias, especialmente en los últimos años. Además, el tratamiento de la profesión médica es más acorde con el trabajo en sí. Camus y, especialmente La pesta, tiene mucho que decirnos en situaciones como esta.
      Un abrazo :-)

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    2. Sí y tu lo expones muy bien en el artículo 🐾

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