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Danzad, danzad, benditos. El ballet dentro de la ópera


La danza es casi tan antigua como la música. "Desde que existe la vida hay sonido, por lo tanto algún tipo de música", dirá John Cage pionero de la música electrónica y aleatoria y del uso no convencional de los instrumentos como el piano. En nosotros habitan continuamente dos sonidos: el más agudo producido por el sistema nervioso en funcionamiento; el más grave y sordo generado por el discurrir de la sangre por venas y arterias. Aprovechar esos ritmos y sus aceleraciones nos llevó a dominarlos, domesticarlos y producirlos a nuestro antojo, en muchas ocasiones acompañados por el baile. Desde los ritmos tribales de caza o guerra a los frenéticos de las celebraciones, pasando por los cadenciosos rituales de cortejo hasta los amorosos, el baile siempre nos acompaña.
Parafraseando la película They Shoot Bordes, Don't They? de Sydney Pollack, que se tituló entre nosotros Danzad, danzad, malditos, te propongo unas reflexiones sobre la danza y algunos momentos en los que el ballet se desarrolla dentro de las óperas. Nos acompañan textos de Homero y Nietzsche entre otros y música de Rameau, Gluck y Ponchielli. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!


La danse de Henri Matisse

Íntima y esencialmente unido a la música, el baile es motivo de práctica desde la más remota antigüedad, además de ser motivo de reflexión filosófica.
La primera parada en la danza proviene de uno de los relatos épicos más fundamentales de nuestra civilización. En La Odisea Homero relata el primer gran viaje de retorno de la historia de la humanidad. En su canto VIII, el ingenioso Ulises, tras la descripción de unos juegos en el país de los feacios asiste a la representación de una danza.



Una vez asentada la ópera en Italia con su fogosidad mediterránea y el uso de aquellas arias que emocionaban desde un virtuosismo sobrecogedor, el acercamiento a este arte en Francia fue cuestionado. Surgieron adeptos a este tipo de música frente a los que abogaron por la creación de una ópera francesa más cercana a la sonoridad del idioma galo y unos textos donde fueran más trascendentes la historia y la profundidad de música que la explosión de fuegos artificiales vocales. A la sazón surgió una ópera auspiciada por la figura regia. Con Luis XIV se empieza a dar forma y se incorporan a las óperas además del texto y la música el ballet. Lo que se llamó la Grand Òpera comienza a reinar en Francia con sus partes cantadas y la inclusión de partes bailadas.
En su ópera-ballet Les Indes galantes (Las Indias Galantes) Jean-Philippe Rameau narra cuatro historias de amor al estilo galante en lugares lejanos a la realidad francesa, exóticos por tanto y recogidos bajo la denominación genérica de Las Indias: Turquía, Perú, Persia y Norteamérica. El enlace nos presenta una de los clásicos bailes barrocos recogidos en esta ópera-ballet con un muy reconocible estilo francés.


En Historia de la danza desde sus orígenes Artemis Markessinis relata que en su obra Simposium o Banquete, Jenofonte detalla una serie de conversaciones de Sócrates con otros contertulios, de algunas de las cuales se duda su autenticidad histórica. Con independencia de si el relato es histórico o no, sirve de muestra para volvernos hacer que caigamos en la cuenta de la importancia que los griegos daban a la danza.
En uno de estos relatos de conversaciones el filósofo asiste a una comida y una vez finalizada indica que entró un músico con una hija tocando la flauta, otra que bailaba y un hijo que bailaba y tañía un instrumento. La bailarina sale tras un primer baile y vuelve con unos platillos en las manos. 


En Orpheus and Eurydice (Orfeo y Eurídice) Christoph Willibard Gluck, introduce algunas escenas de baile en la obra. En la Danza de los espíritus benditos, en el acto segundo, Orfeo llega al Hades, el infierno de los griegos, en busca de su amada Eurídice. En sus profundidades, en una de sus estancias, contempla las almas de los espíritus bienaventurados o benditos.
El enlace nos muestra esta Danza de los espíritus benditos de Orfeo y Eurídice en una producción que se llevó a cabo en el Palais Garnier parisino en 2008. La música es indiscutiblemente del período clásico, con esas estructuras melódicas y finales de frase tan típicos de este estilo musical.



Tras el sorprendente descubrimiento de la pasión que Sócrates mostraba por la danza al advertir que un cuerpo en movimiento se vuelve más hermoso y bello que en reposo, otro filósofo se nos muestra también como un apasionado de la expresión a través de la danza. Friedrich Nietchze utiliza la danza como un recurso estético en su obra, como resultado de su gran afición a este arte. Lo dionisíaco, la ligereza que otorga al cuerpo, la libertad que le imprime sirven al filósofo alemán para dar pie a reflexiones sobre la danza en la que participan sátiros danzantes, hombres y mujeres que bailan sin pausa o personajes que serían impensables como el propio Zaratustra sin la connotación del baile.

Trois danseuses de Pablo Picasso

La danza para Nietchze es signo de libertad, es la capacidad de poder fluir fundiéndose con el movimiento del mundo y al hacerlo entrar en el ritmo de la vida, de la naturaleza o del viento, luchando contra la fuerza de la gravedad. Ahí radica su belleza, en la elección del ritmo al acercarnos al flujo de la naturaleza, al unir la participación del cuerpo con la conciencia del ego.
Tema recurrente a lo largo de su obra, en Ditirambos dionisíacos Nietzsche plasma esta visión del baile.



Gibrán Jalil Gibrán (o Khalil en la transcripción fonética inglesa) fue un poeta, pintor y novelista libanés que vivió entre 1883 y 1931. Emigrado a Estados Unidos, su huella ha traspasado la frontera de la cultura de Oriente Próximo llegando a traducirse su producción literaria a más de una veintena de idiomas y sus pinturas expuestas en diversas ciudades.
En su libro El vagabundo Jalil Gibrán se sirve de la figura de un hombre "con apenas un bastón, que cubría sus ropajes con una capa y su rostro con un velo de tristeza" encontrado por el narrador en una encrucijada de caminos para transcribir una treintena de historias narradas por él y que, según sus palabras, "son fruto de la amargura de sus días, aunque él nunca se mostró amargado." 
De estas historias "escritas con el polvo del camino" nos servimos de La bailarina para incidir en la continua emoción que nos transmite la danza.




De cuantas óperas han utilizado el ballet como una forma más de narración musical, posiblemente la que más pronto se nos acerque a la memoria se una de las danzas incluidas en la ópera La Gioconda de Amilcare Ponchielli. Estrenada en abril de 1876 en el Teatro Alla Scala de Milán con el tenor español Julián Gayarre en el elenco, hubo de competir con las obras de un Verdi que se encontraba en su momento más creativo. Basado en el drama Ángelo tirano de Padua de Víctor Hugo y con libreto de Arrigo Boito, aunque utilizando como pseudónimo el anagrama Tobia Gorrio, Ponchielli acometió la composición honrado a la vez que perplejo al no confiar en estar a la altura de la situación. 

Ensayo de ballet, de Edgar Degas
El príncipe Enzo hubo de renunciar a su amor por Laura por razones políticas y ahora está prometido con la cantante Gioconda, aunque aún quiere a Laura que va a casarse con Alvise. La fuga que ambos traman fracasa y Gioconda, celosa reconoce en Laura a quien salvó a su madre. En este entramado de pasiones se desarrolla la obra cumbre de Ponchielli una de las obras post-verdianas que aún siguen teniendo hueco en el repertorio operístico.
En la segunda escena del tercer acto los invitados celebran en la Ca' d'oro un baile de máscaras en el que se inserta la famosa Danza de las horas. Aquí el ballet no es un fragmento suelto añadido a la acción, sino que constituye una acción bailable inserta dentro del drama escénico. El enlace pertenece a una representación llevada a cabo en el Teatro dell'Opera di Roma en 1992 en la que actuaron Plácido Domingo y Violeta Urmana entre otros con la dirección musical de Marcello Viotti.
Los distintos temas que forman esta Danza delle ore y sus coreografías se van sucediendo finalizando con el más majestuoso de todos y en el que la prima ballerina llega a realizar nada menos que 27 giros sobre sí misma. Todo un regalo apreciar la belleza que el movimiento otorga a los cuerpos.



Y lo que son las cosas, nuestros esquemas mentales y recuerdos. Viendo esta danza no dejamos de tener en la imaginación gráciles hipopótamos y cocodrilos con tutús.


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2 comentarios:

  1. Los 32 fouettes de toda variación son un dolor de cabeza para las estudiantes y tema de examen (se supone que no debes desplazarte en los giros) pero una vez controlados son un vicio jejejeje. Muy buena tu entrada! como siempre 🐾

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  2. Gracias, Rosa. Alcanzar esa perfección técnica debe ser muy complicado, pero expresarse y transmitir emociones con la danza debe ser un placer único.

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