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Noches de difuntos

El final de octubre y el comienzo de noviembre viene marcado desde hace siglos por la mirada hacia los santos y los difuntos en una mezcla que ha evolucionado desde distintas culturas hasta llegar a nuestros días.
En su origen cristiano, fue el papa Gregorio III quien en el siglo VIII consagró una capilla en la antigua Basílica de San Pedro a todos los santos, desde los más conocidos por la Iglesia hasta los apenas conocidos. Ya en el 835 fue Gregorio IV quien instauró a celebración de Todos los Santos el 1 de noviembre.
Con esta festividad se aprovechaba la celebración de algunos pueblos del norte, especialmente germanos y celtas, una forma de adaptar a los cultos algunas costumbres paganas.
Los celtas observaban entre sus creencias un recuerdo especial a los difuntos. El ciclo anual se dividía entre el periodo claro que iba desde el comienzo de mayo al final de octubre, un tiempo marcado por el renacer de la naturaleza y la salida de los rebaños a pacer al aire libre, y el periodo oscuro que comenzaba el 1 de noviembre marcado por los días más cortos, la llegada del tiempo más crudo y el encierro del ganado, un periodo que comenzaba con la fiesta del Samhain, una de las fiestas principales para los gaélicos junto con las de Imbolc, Beltane y Lughnasa, y que se celebraba la tarde del 31 de octubre con hogueras y sacrificios de ganado como símbolos de purificación, siendo parte importante de la misma el recuerdo a los difuntos. Además, el Samhain es una fiesta denominada liminal o de umbral, en la que se encuentra en la frontera entre este mundo y el de los espíritus.
Con este cruce entre estos tipos de celebraciones, surge la festiva celebración de Halloween, un festejo sincrético entre ambos, el cristiano y el celta, cuyo nombre deriva de All Hallow's Eve (La víspera de Todos los Santos) que se celebra al día siguiente. Con seguridad, la infantilización y los disfraces que se utilizan se acercan más al objetivo de asustar a esos fantasmas y evitar el miedo a ellos.
Por el contrario, la celebración de Todos los Santos y su continuación en el Día de los Difuntos está más cerca de nuestra cultura, siendo una jornada más familiar en la que se continúa la costumbre de acudir a los cementerios para dedicar la memoria a los familiares que nos han dejado.
En esta publicación te invito a acercarte a textos y músicas que nos evocan, desde distintos puntos de vista, tanto desde sus orígenes como desde sus intenciones, al grupo de festividades que se realizan alrededor de la noche de difuntos. Nos acompañan obras de Cunqueiro, Washington Irving, Rulfo, Haydn y Strauss. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!

Imagen extraída de la portada de Pedro Páramo y El llano en llamas de Planeta Editorial (2008)
Comenzamos con un texto de Álvaro Cunqueiro (1911-1981), un autor que escribió en gallego y castellano y dirigió durante años el periódico El faro de Vigo, además de colaboras con artículos de una temática variada en diarios de difusión nacional. Entre sus novelas se encuentran Las crónicas del sochantre, Merlín y familia, Las mocedades de Ulises, Un hombre que se parecía a Orestes, con el que obtuvo el Premio Nadal en 1968, o La vida y las fugas de Fanto Fantini.
Nos acompaña un extracto de A crónicas do sochantre (1956) (Las crónicas del sochantre), una novela con la que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica en 1959. En la Bretaña de finales del XVIII, Charles Anne De Crozon, un sochantre -director de un coro para los oficios religiosos- es cogido por un grupo de seres fantasmales, que de día semejan las personas que fueron, mientras que de noche son esqueletos, para que amenice un entierro. El susto lo acompañará durante parte del relato,  mientras el viaje en carroza se prolonga durante tres intensos años, un tiempo en el que los propios fantasmas van contando sus historias que se desenvuelven simultáneamente entre lo terrorífico y lo sereno.

José de Ribera, Hombre con calavera (1640), Shefield Art Galery (Reino Unido)
Mientras se dirige a un entierro con su bombardino preparado, De Crozon es interpelado por un personaje que le invita a entrar en una carroza con sus señores que lo acercará al acto. Allí, en la oscuridad, el sochantre irá conociendo a sus acompañantes. 


La música que nos acompaña tiene una procedencia particular, así como su autor de quien, aparentemente, no podríamos esperar encontrar este título.
Compositores como Beethoven o Haydn realizaron versiones de canciones para música de cámara, el primero alrededor de dos centenares, mientras que el segundo sobrepasó las cuatrocientas canciones.
Franz Joseph Haydn músico al que asociamos con la familia Esterházy, la casi invención de la sinfonía o sus cuartetos de cuerda, compuso multitud de canciones, en un primer momento, incorporando melodías y danzas campesinas, varias docenas de lieder para uso doméstico que tuvieron aceptación en su tiempo y hoy apenas se interpretan pese a ser agudos y con profundidad en los sentimientos.
Más adelante arregló para una agrupación pequeña sus Canciones escocesas y galesas, varias decenas de ellas que surgieron como un favor hacia un amigo, el editor musical William Napier, que se había arruinado. Así, Haydn adaptó canciones populares para trío de piano, violín, violonchelo y voz que salvaron el negocio de su amigo.


Más adelante, en 1799 fue George Thomson, editor de Edimburgo quien le ofreció una suma considerable para nuevos arreglos, llegando a arreglar casi doscientas canciones en los siguientes cuatro años. A partir de 1802 trabajó también con William Whyte, otro editor escocés, aunque al decaer su salud, confió algunos arreglos a sus alumnos. 
Nos quedamos con una de estas canciones escocesas de Haydn editadas por George Thomson, la catalogada como Hoboken XXXIa, 63 bis, que lleva el explícito título de Halloween, aunque muestra una expresión de sentimientos más hacia la pérdida del ser amado en esta fecha, el día de difuntos por la evocación, que hacia el festejo que se celebra en la actualidad.


Tanto al inicio como entre las estrofas, Haydn desarrolla el material melódico a cargo del violín, cello y piano otorgándole a la pieza una sensible caracterización que acentúa su tono sentimental.
La interpretación de esta canción corresponde al tenor Jamie MacDougall acompañado por el Haydn Trio Eisenstadt en una grabación que pertenece al volumen 3 de las Haydn Scottish and Welsh Songs publicada por Brilliant Classics.


Pese a que realizó estudios de Derecho, Washington Irving (1783-1859) vertió su vocación hacia el periodismo y la escritura. Desde los primeros años del XIX comenzó a escribir artículos en los periódicos de su Nueva York natal, hasta que decidió vivir en Liverpool donde entabló amistad con escritores como Walter Scott o Thomas Moore. Vivió en Madrid como miembro del cuerpo diplomático, escribiendo uno de los libros que se centran en nuestro país, sus famosos Cuentos de la Alhambra.
Entre 1819 y 1920 publicó por entregas una serie de relatos bajo el titulo de El cuaderno de apuntes del Sr. Geoffrey Crayon, que vieron a la luz en un solo volumen en 1848, siendo la mayoría de los relatos una recopilación de cuentos populares que conoció durante su estancia en el viejo continente, especialmente en Inglaterra, conformando una mezcla heterogénea donde los relatos fantásticos se alternan con otros de sentido cómico o romántico. Entre estos relatos se encuentra uno de los que más fama le dieron, La leyenda de Sleepy Hollow, un relato que nos evoca la fecha de Halloween, ya que Irving la sitúa semanas después de comenzado el otoño y tiene el contenido de las narraciones de esta temática.

Sleepy Hollow, localidad del Condado de Westchester, Nueva York

El relato aparece en la colección con el indicativo siguiente:

Hallado entre los papeles del difunto Diedrich Knickerbocker

El famélico maestro Ichabod Crane imparte clases entre los alumnos de la localidad de Sleepy Hollow con la esperanza de encontrar alimentos que sacien su hambre y de alguna joven que le ayude más a llenar su despensa que a formar una nueva familia. Así, corteja a una dama de la localidad, mientras otros pretendientes hacen lo propio. En esta situación es invitado a pasar una fiesta campestre o «velada de costura» que se iba a celebrar esa noche en casa de la señorita Van Tassel.
Tras la velada, comienzan a regresar a sus domicilios los invitados, quedándose algunos aún en la fiesta. Este es el momento en que comienza el texto que nos acompaña.


Si la música de Haydn nos acercaba más a la evocación de la pérdida del ser querido que a la festividad de alguna de estas celebraciones, la pieza que nos acompaña a continuación persiste en este tipo de evocación.
Richard Strauss cultivó también el género de la canción con sus más de doscientos lieder, entre las que podemos recordar sus inolvidables Vier letzte Lieder (Cuatro últimas canciones) la obra con que se despedía de la música antes de fallecer en 1949 con 85 años.
Su primera incursión en este tipo de obras se produjo en más de sesenta años antes, en 1885 con su Opus 10, sus 8 Gedichte aus "Letzte Blätter" (8 poemas sobre "Hojas de hierba"), un grupo de lieder que musicó a partir de poemas del escritor austriaco Hermann von Gilm zu Rosenegg. Estas fueron las primeras canciones con que el compositor de Múnich se sintió con la confianza de publicar, un paso que siguió alternando con sus poemas sinfónicos, su óperas y otras obras a lo largo de toda su vida.

Pieter Claesz, Vanitas Still life (1630)
De estas ocho canciones, la que nos acerca a esta mezcolanza de celebraciones es la última de ellas, Allerseelen (Día de Todos los difuntos), una de las más conocidas no sólo de la colección sino de toda su producción. La canción fue estrenada por su esposa, la soprano Pauline de Ahna, evoca un recuerdo de amor juvenil, una invitación a la memoria, además de un regreso a esa época de la vida. En este lied, Strauss diseña en el piano una melodía entrañable, casi religiosa, mientras a la voz le concede una melodía repleta de tonos nostálgicos, uniéndose ambos en el momento álgido final, antes de que una coda del piano concluya la pieza.


La interpretación corre a cargo de la soprano Diana Damrau en un registro perteneciente al Festival Enescu de 2021 celebrado en la capital de Rumanía.


Si hay un país donde la celebración del Día de los Muertos sigue estando presente desde hace siglos ese es México. La costumbre mexicana se sigue apoyando en la tradición que une los usos católicos con los de los indígenas, con el uso de calaveras, un término que se asocia tanto a las rimas -epitafios cargados de humor en los que la muerte bromea con los vivos- a grabados y a dulces de azúcar, como a diversos tipos de ofrendas a los muertos, tanto de tipo gastronómico, como de decoración floral de las tumbas, así como de cruces, fotografías de los fallecidos o cirios entre otros.
Si hay una obra donde esa presencia de los muertos tenga una carga tan persistente y contumaz, aunque no trate de estas fechas y celebraciones es la novela Pedro Páramo.
Guionista y fotógrafo, Juan Rulfo (1917-1986) apenas llegó a publicar tres obras, entre las que se encuentran dos libros cumbres de la narrativa hispanoamericana: El llano en llamasPedro Páramo (1955). Esta última narra la historia de un pueblo sometido al despótico protagonista que le da nombre a la novela y que ha dejado reducido a la nada, debiendo Juan Preciado -su hijo- reconstruir la historia de un padre al que no conoce y en la que se cruza con otros muchos Páramo -hermanos suyos-, conoce que su padre está muerto y que irá tejiendo la historia de Comala y sus habitantes a través de relatos que se cruzan, confundiendo la realidad con la alucinación, la violencia con el lirismo y los espectros que se desvelan.
El texto con el que finalizamos este paseo ecléctico por las noches de difuntos los muestra más vivos y presentes que muchos personajes con vida. Juan Preciado, que acaba de recibir el encargo de su moribunda madre de buscar a un padre al que le pide que «el olvido en que nos tuvo, cóbraselo caro», parte en su búsqueda hacia Comala, situando a continuación Rulfo la escena en que encuentra un acompañante por el camino que le llevará a la citada ciudad, la verdadera protagonista de esta historia.


Diego Rivera, Día de difuntos (1944) Museo de Arte Moderno, México D.F.

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Bibliografía y webgrafía consultadas:

La muerte de Tchaikovsky

Pocos compositores hay cuyas obras han pasado a formar parte de la cultura colectiva y sean conocidas por una inmensa mayoría de personas. Es el caso de autores como Bach, Beethoven, Mozart, Verdi, Wagner, Händel y un puñado de escogidos cuyas obras traspasaron las salas de concierto o los escenarios de ópera y llegaron a un público más amplio. 
Uno de estos compositores es Tchaikovsky, un autor cuyas obras trascendieron de su Rusia natal para convertirse en el más internacional de los compositores eslavos. Muchas de sus obras continúan interpretándose y representándose después de más de un siglo de su creación. Adaptado incluso para películas infantiles, quién no ha oído algunos compases de su ballet El Cascanueces o de El lago de los Cisnes. Seguro que muchos hemos disfrutado de las románticas melodías de su primer concierto para piano o el de violín de forma consciente o a través de su inserción en algunas películas u otras obras.
Aprovechando que en estos días se cumplen años del extraño e inesperado fallecimiento de Tchaikovsky el 25 de octubre (6 de noviembre según el calendario juliano) de 1893 te invito a pasear por algunas de sus obras y cómo fue su muerte. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!

Nikolai Kuznetsoy, Retrato de Tchaikovsky. Óleo sobre lienzo, 1893
Piotr Ilich Tchaikovsky (su nombre lo podemos encontrar con distintas grafías, respetando en los textos de esta publicación las originales), nació en la zona de los Urales, en Votkinsk el 7 de mayo de 1840, procedente de una familia de hidalgos sin tierra, aunque su padre llegó a ocupar el cargo de director de una fábrica en su localidad natal, lo que sacó a la familia de la pobreza. Al enviudar, se casó con Aleksandra Andreyevna Assiyer que sería la madre del compositor con la que tuvo seis hijos, entre ellos el Piotr, que la adoraba.
El joven mostró desde pequeño grandes dotes para la música, comenzando a estudiar piano a los cinco años. Entre los 10 y los 19 años estudió en el internado de la Escuela de Jurisprudencia, realizando algunos intentos de composición. En 1854 falleció su madre por cólera, una situación que afectó intensamente a una persona tan sensible como Piotr.
Tras graduarse en mayo de 1859 comenzó a trabajar en el Ministerio de Justicia donde estuvo cuatro años hasta que decidió que no era su vocación. Mientras dedicó su tiempo e interés en la búsqueda del placer, especialmente en aventuras amorosas con miembros de su grupo, comenzando sus relaciones homosexuales. Fue la intervención de su hermano Modest quien le hizo volver a la sobriedad y a que recapacitara sobre su futuro.
En 1861 comenzó a dar clases de armonía y dos años después pidió la excedencia en el ministerio para dedicarse a la música.
En 1865 se graduó en el Conservatorio de Moscú con una cantata que ponía música a la Oda a la alegría de Schiller, la misma que utilizó Beethoven en su 9ª Sinfonía, una obra aconsejada por su profesor y mentor, Anton Rubinstein
A partir de ese momento, Tchaikovsky comenzó a dar clases en el conservatorio mientras componía sus primeras obras. En aquella época conoció a la Kuchka, el Grupo de los Cinco, formado por Balákirev, Cesar Cui, Musorgski, Borodin y Rimsky-Korsakov, con quienes creó ciertos lazos de amistad, aunque sus postulados eran más amplios y cosmopolitas que los del grupo que buscaba crear la música rusa.

Fotografía de Tchaikovsky,1874. Library of Congress, Washington, D.C. (archivo nº LC-USZ62-128254)
Británico nacionalizado alemán, Orlando Figes se graduó en Historia en la Universidad de Canbridge, impartiendo clases en el Trinity College entre 1984 y finales del pasado siglo. Actualmente es profesor de Historia en el Birkbeck College londinense.
Apasionado investigador, muchos de sus libros muestran su interés por la historia de Rusia desde el siglo XVIII y la Unión Soviética, como A people tragedy: the Russian Revolucion, 1891-16624 (La tragedia de un pueblo: La revolución rusa, 1996), Natasha's dance: A cultural history of Russia (La danza de Natasha: Una historia cultural de Rusia, 2002), The whisperers: Private life in Stalin's Russia (Los susurradores: La vida privada en la Rusia de Stalin, 2007) o The europeans (2022).
En este último, publicado en nuestro país como Los europeos. Tres vidas y el nacimiento de la cultura cosmopolita, Figes traza un mosaico deslumbrante que refleja el origen de la cultura europea a partir de la investigación de documentos, cartas y materiales de archivo que muestran cómo se produjo la unificación de la cultura del continente a partir del desarrollo del ferrocarril y los intercambios culturales que este propició.
Centrado en tres figuras singulares que contribuyeron a esta reunificación de la amalgama cultural, el director de teatro, experto en arte y activista político Louis Viardot, su esposa, Pauline Viardot, cantante, compositora y profesora de canto, una de las hijas del famoso cantante sevillano Manuel García y el escritor ruso Ivan Turgenev, están en el centro del relato histórico creado por Figes.
En sus páginas encontramos al joven Tchaikovsky en varias ocasiones, la primera de las cuales nos acerca al momento en que Turgenev busca compositores rusos para darlos a conocer en el centro cultural europeo: el París de la segunda mitad del XIX.
El escritor ruso promocionó a Tchaikovsky, hizo circular sus primeras partituras y propició que Pauline Viardot, ya retirada de los escenarios operísticos, interpretara algunas de las obras del compositor ruso, dándolo a conocer entre sus amistades.


Continuamos con esta canción a la que se refiere el texto, la sexta canción de su Opus 6, Net, tol’ko tot, kto basada en el poema Nur wer die Sehnsucht de Goethe. De esta obra temprana de Tchaikovsky se han hecho adaptaciones orquestales y para instrumentos solistas y traducciones a idiomas como el inglés con el título de None But the lonely heart, siendo interpretadas por cantantes como Frank Sinatra.


La interpretación que nos acompaña, en la que podemos intuir e imaginar la que la propia Pauline Viardot realizó en la velada recogida en el texto anterior corresponde a la soprano Olga Borodina acompañada al piano por Larissa Gergieva en una grabación de Universal International Music B. V. de 1994.


La carrera compositiva de Tchaikovsky adquirió una nueva dimensión con la aparición de Nadezhda von Meck, viuda de un próspero empresario de ferrocarril que se convirtió en su mecenas después de oír algunas obras de la joven promesa de la música. Así, Tchaikovsky pudo dejar su puesto en el Conservatorio de Moscú y dedicarse por completo a la composición al recibir un subsidio anual de 6000 rublos desde 1878. Como condición, Nadezhda impuso que la relación entre ambos sería meramente epistolar, por lo que llegaron a intercambiar alrededor de un millar de cartas en las que Piotr fue más comunicativo sobre su vida y su proceso compositivo que con cualquier otra persona.
Esta situación propicio que música de Tchaikovsky se encuentre entre la más interpretada, grabada y oída del repertorio. Así surgieron obras como su Concierto nº 1 para piano y orquesta, dedicado a Nikolai Rubinstein, hermano pequeño de Anton quien iba a estrenarlo y renunció a ello por considerarlo "intocable", algo de lo que luego se arrepentiría y lo llevó a las salas de concierto en multitud de ocasiones. 
También están entre sus grandes obras su Concierto para violín, la impresionante Obertura 1812, el poema sinfónico Francesca da Rimini, las Variaciones sobre un tema rococó, su evocador Capricho italiano o sus ballets El lago de los cisnes, La bella durmiente o El cascanueces, que muestran la fuerza y la vigencia que tienen hoy en día sus composiciones.


Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Sevilla, donde desempeñó diversos cargos académicos, astrónomo aficionado y escritor, José Luis Comellas (Ferrol, 1932 - Sevilla, 2021) publicó diversos libros de investigación y divulgativos sobre diversos temas. 
En Historia sencilla de la música (2010) Comellas realiza un recorrido desde lo que titula como Los tiempos antiguos hasta la compuesta en los últimos años del siglo pasado. Nos acompaña la reseña que muestra la importancia de la figura y obra de Tchaikovsky, un compositor en el que destaca el sentido de lo trágico a la vez de la consideración de ser el más europeo de los compositores rusos y el último de los románticos. Un creador cargado de una enorme sensibilidad que la transmitía a quienes escuchaban sus obras o presenciaban las interpretaciones de las mismas, tanto en sus destacados ballets como en sus óperas inigualables.


Fotografía de Tchaikovsky por Alfred Fedecki, realizada en Jarkov el 14 de marzo de 1893 mientras componía su Sinfonía Patética


Tchaikovsky llevó al escenarios una serie de óperas que trataban, como las del Grupo de los Cinco de temas relacionados con la literatura y la cultura rusas, aunque sin despreciar tratar historias y personajes ajenos a su país. Además, su tratamiento musical se acerca a los planteamientos que se desarrollaban en el continente, por lo que se le ha considerado siempre el más europeo de los compositores rusos.
Compuso una docena de óperas, aunque las primeras de ellas fueron destruidas por el propio autor, pudiéndose reconstruir algunos pasajes incompletos. La primera que estrenó fue El oprichnik (1874) a la que siguieron Vakula el herrero del mismo año y su primer gran éxito, Eugene Onegin (1878), a la que siguieron entre otras La doncella de Orleans (1879) en la que abandona la temática rusa, Mazzepa (1883), La dama de picas (1890) y la última, Iolanta (1891) en la que depositó grandes esperanzas y que se estrenó en la misma velada que su ballet El cascanueces. Algunas de ellas todavía se representan con frecuencia en el repertorio de los grandes escenarios operísticos.
Tras la frustrada relación con la cantante belga Désírée Artôt a la que se hacía referencia en el primero de los textos, Tchaikovsky contrajo matrimonio en unas circunstancias singulares relacionadas, por una parte con la necesidad que el compositor veía en no mostrar su sexualidad; por otro lado, con su capacidad de empatía que establecía entre él y los personajes de sus obras. 
Mientras trabajaba en la composición de Eugene Onegin, recibió una carta de amor de una antigua alumna, Antonina Miljukova. La escena de la carta de Tatiana se muestra similar a esta situación en la que el compositor estaba enamorado del personaje. Al recibir una segunda carta, Tchaikovsky, que detestaba la negativa de Onegin ante la proposición de Tatiana, no quería actuar como él, por lo que escribió a Antonina pidiéndole que se casara con él. Se casaron en julio de 1877 y fue un matrimonio infeliz y breve, en el que el compositor intentó dar normalidad a la situación reprimiendo sus impulsos sexuales y que finalizó con un intento de suicidio tras la luna de miel, antes de dar por finalizado el vínculo. 

Fotografía de boda, 18 de julio de 1893
Пиковая Дама (Píkovaya dama, La dama de picas, Op. 68), ópera en tres actos con libreto de Modest Tchaikovsky basado en el cuento homónimo de Pushkin se estrenó en diciembre de 1890 en el Teatro Mariinski de San Petersburgo.
Tchaikovsky lleva la acción a esta ciudad en tiempos de Catalina la Grande, cuando era una ciudad plenamente europea, llenando la ópera de elementos barrocos con los que evocaba un mundo de ensueño ya desaparecido.
En sus cartas y diarios se aprecia que se inmiscuyó en este mundo mientras compuso La dama de picas. Así, al componer el aria de Lisa en el Acto III que él mismo había escrito, el compositor afirmó que él mismo lloró. «No sé si es porque estoy muy cansado, o porque es una pieza realmente brillante», dejó escrito en su diario.
La misma noche del estreno salió del teatro caminando solo por las calles de San Petersburgo convencido de que la obra había fracasado. A lo lejos escuchó a un grupo de personas que se acercaban a él cantando uno de los dúos de la ópera. Les preguntó de qué conocían la música a los tres jóvenes que se acercaron y desde aquel momento se unieron en su adoración a la música de Tchaikovsky. Eran el futuro director de teatro Benois, el crítico literario Filosófov y el creador de los Ballets Rusos, Diaghilev, los fundadores de la corriente El Mundo del Arte. Benois escribió muchos años después: «La música de Tchaikovsky era lo que yo creía estar esperando desde mi niñez».


Nos quedamos con este aria de Lisa del Acto III que tanto impresionó a Tchaikovsky mientras la componía en la interpretación de Galina Gorchakova en una interpretación que se realizó en el Metropolitan Opera House de Nueva York bajo la dirección de Valery Gergiev en 1999.


A comienzos de la década de 1890 Tchaikovsky triunfó arrolladoramente como una figura mundial de la música. En Estados Unidos realizó una gira triunfal en la que se le proclamó uno de los grandes músicos vivos, mientras era admirado como un señor de la música contemporánea. 
Además, en su país llegó a ser considerado como un tesoro nacional, cuya música era admirada y querida por toda la sociedad, llegando a contar también con el favor de la corte imperial.
En 1893, su último año de vida, cuando contaba cincuenta y tres años, fue nombrado Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cambridge en mayo, dirigió un concierto con sus obras, entre ellas la Cuarta Sinfonía, unos días más tarde en la Sociedad Filarmónica de Londres donde obtuvo un gran éxito.
En octubre, con un calendario repleto de compromisos para los próximos meses, Tchaikovsky llega a San Petersburgo donde el día 16 (o 28 según el calendario juliano o gregoriano) estrena su Sexta Sinfonía, la Patética, de la que trataremos más adelante.  
Algo más de una semana después fallecerá. 

Tchaikovsky investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Cambridge, mayo de 1893.

Poco más tarde del juicio que llevó a prisión a Oscar Wilde en 1895 que creó tendencias negativas hacia la homosexualidad, algunos medios de habla inglesa comenzaron a crear una imagen de los artistas homosexuales a los que se valoraba no por sus actos, sino por su carácter que consideraban en aquella época como de enfermos y, en consecuencia, ajenos a las personas que consideraban normales, lo que hacía que sus obras tuvieran un valor asociado a esta condición. De esta forma, la consideración de su obra pasó a ser tratada durante décadas bajo el prisma de su condición sexual, no por su valor intrínseco.
Además, a partir de 1979, al huir desde la Unión Soviética a occidente, a musicóloga Aleksandra Orlova enunció una teoría de un posible suicidio del compositor que ha tenido cierta relevancia desde entonces, aunque no se hayan encontrado más pruebas que algunas referencias a comentarios oídos y de los que se puede encontrar información en Internet. 
De todas formas, nos acercamos a la narración de los hechos objetivos sobre el fallecimiento del compositor a partir del estudio publicado por Alexander Poznansky para la página web Tchaikovsky Research.


Tchaikovsky en su lecho de muerte

Nos retrotraemos a unos meses antes para centrarnos en su última obra.
En marzo de 1893, Tchaikovsky había llegado a Jarkov donde continuó el trabajo con su nueva sinfonía, la sexta, que había comenzado el 16 de febrero. Primero terminó el final y después volvió al segundo movimiento. En solo cinco días completó el boceto de toda la obra.
A finales de agosto 1893 terminó la partitura completa y escribió a su editor Pyotr Jurgenson«Le doy mi palabra de honor. ¡Nunca me he sentido tan satisfecho conmigo, tan orgulloso y feliz al saber que he hecho algo tan bueno!». En esa misma carta le informaba que había decidido llamar, posiblemente aconsejado por su hermano Modest, a su sinfonía Патетическая симфония (Pateticheskaya simfoniya), un título que se acerca más al de la Sonata op. 57 de Beethoven, Apassionata que a la traducción del francés con la que la conocemos, Symphonie pathétique, que pierde matices al traducir del ruso al francés, ya que hace referencia en su idioma original a sentimientos apasionados y emotivos, más que a las connotaciones de sufrimiento y pesadumbre que indica el Pathos del francés. Aún así, es más acertado el título en francés que en español, donde patético alude en uno de sus significados a algo penoso, lamentoso o ridículo, algo totalmente alejado del contenido de la obra. 


Pese a que Tchaikovsky daba con frecuencia indicaciones sobre sus obras, apenas conocemos algunas sobre esta obra, quizás por lo precipitado de su muerte. Llamó la atención el subtítulo con que se estrenó: Sinfonía de Programa y el hecho de que estuviera dedicada a su anteriormente citado sobrino Bob Davydov, del que al parecer estaba enamorado.
En esta sinfonía, la más conocida del compositor ruso, invierte el orden habitual de los dos últimos movimientos. Después del Adagio y Allegro de los dos primeros movimientos, Tchaikovsky escribe el tercer movimiento como un Allegro molto vivace y un cuatro movimiento con la indicación de Finale. Adagio lamentoso. Si hubiera seguido el orden lógico, habría seguido el modelo optimista y heroico de Beethoven en el que la luz triunfa sobre la oscuridad.
Al trastocar el orden, la sinfonía concluye con una caída mortecina y nihilista que finaliza con un acorde se Si menor que abre un enfoque nuevo que servirá de patrón para obras posteriores. 
El hecho de que a los pocos días del estreno de esta obra falleciera el compositor aportó unas connotaciones que acentúan su carácter trágico y un aspecto premonitorio que no estaba en la mente del compositor.  

Finaliza esta publicación sobre la muerte de Beethoven con el último movimiento de la Sexta Sinfonía, Patética de Tchaikovsky, el Finale. Adagio lamentoso en la interpretación de la Orchestre Philharmonique de Radio France dirigida por Myung-Whun Chung en la Salle Pleyes de París, en un concierto grabado el 18 de julio de 2010.

Cualquier momento es bueno para escuchar obras de un compositor tan variado e interesante como Tchaikovsky.

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Dedicatorias con arte

A ti, que lees esta publicación

Cuando disfrutamos una obra de arte nos acercamos a lo que nos dice, a su mensaje, a la forma en que se comunica, en ese estilo que nos atrae y nos llama la atención.
En ocasiones, obras como un poema o una canción han surgido alentadas por una persona amada o un ser admirado. En otras, son las personas cercanas las que colaboran para que el autor exprese en sus obras todo cuanto tiene en su interior, o se inspire en otros autores o en sus obras para nuevas creaciones.
De estas y otras situaciones han surgido, como una muestra de agradecimiento y reconocimiento, las dedicatorias en muchas obras, especialmente en la literatura, el cine o la música. De algunas de ellas trataremos en esta publicación.
Te invito a pasear por algunas dedicatorias que inician algunas obras literarias y musicales. Nos acompañan Cervantes, Beethoven, C. S. Lewis, Shostakóvich y Saint-Exupéry. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!


El oficio de escritor participaba en sus inicios de unas connotaciones diferentes a las que ha adquirido en épocas posteriores. En la antigüedad clásica griega y romana, escribir se circunscribía a unos círculos reducidos en los que los autores solían crear obras por encargo de mecenas poderosos en detrimento de aquellas que escribían por iniciativa propia.
Una vez generalizada la edición de libros con la llegada de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg, se comenzó a regularizar la publicación de autores con cierta independencia, aunque en muchas ocasiones publicaban bajo el amparo de nobles poderosos que podían facilitar su acceso al reconocimiento del público lector.
Así, muchos libros publicados a partir de los siglos XV o XVI comenzaban con una dedicatoria laudatoria con la idea de que estos personajes protegieran a los autores. Como muestra de este tipo de dedicatorias, nos quedamos con la que Miguel de Cervantes dedica en la novela más universal a don Alonso Diego López de Zúñiga Sotomayor y Guzmán, Duque de Béjar y Marqués de Gibraleón entre otros muchos títulos, un noble que acogió también a autores como Góngora
En el inicio de El Quijote encontramos en primer lugar el texto que indica el pago de la tasa correspondiente para su publicación al que sigue un testimonio que descarta las erratas y que, por mera curiosidad, nos acompaña a continuación.


Tras estos dos pequeños y protocolarios textos aparece otro en el que se autoriza la publicación en nombre del rey Felipe III por un tal Juan de Amézqueta. Una vez finalizados estos escritos encontramos la dedicatoria que es nuestro objetivo y que nos acompaña a continuación.


En el mundo de la música, el inicio a partir de los mismos siglos es similar, con obras que se publican en ediciones para profesionales y aficionados a la música que las adquieren para su utilización. Hasta los tiempos de Beethoven y más adelante, los compositores y músicos en general eran asalariados de los aristócratas que tenían la misma condición que los sirvientes.
Basta recordar que compositores tan fundamentales como los siguientes vivieron durante gran parte de su vida con esta condición. Bach no dejó de ser el cantor de la Iglesia de Santo Tomás de Leipzig, teniendo entre sus obligaciones la composición, ensayos e interpretación de piezas para el repertorio litúrgico durante todos los cultos de la iglesia, además de dar clases de música a los alumnos del coro. Que Haydn estuvo durante la mayor parte de su vida al servicio de los condes Esterházy, trasladándose donde sus señores se desplazaban, vistiendo la librea de sus criados con los que compartía mesa a diario, además de componer e interpretar las obras que se le pedían con rigurosa regularidad. Mozart estuvo, igual que su padre, al servicio del arzobispo Colloredo de Salzburgo hasta que obtuvo la liberación de su compromiso, con la conocida expulsión que fue precedida de una denigrante patada en el trasero, mientras buscaba la libertad para sus composiciones e interpretaciones. Estos y otros autores de sus épocas dedicaron algunas de sus obras a sus patronos. 
Y llegamos a Beethoven, un compositor que estuvo durante una gran parte de su vida bajo el mecenazgo de diversos aristócratas a los que dedicó algunas de sus obras, además de a diversos amigos y conocidos. Podemos afirmar que Beethoven es uno de los compositores que más obras dedicó, aunque la dedicatoria más conocida está relacionada con su Tercera Sinfonía y Napoleón.


En Beethoven, Maynard Solomon realiza una amplia y detallada biografía del compositor de Bonn, un genio libre que transformó la música del clasicismo, viviendo desde el Antiguo Régimen, pasando por las consecuencias de la Revolución Francesa, el imperio de Napoleón, el Congreso de Viena y todos los movimientos sociales, políticos y culturales de las primeras décadas del siglo XIX.
A partir de la dedicatoria de su Tercera Sinfonía a Bonaparte, Solomon reconstruye a partir de testimonios y otras fuentes esta dedicatoria que finalizó con la denominación de esta obra con el nombre con el que la conocemos ahora: Sinfonía Heroica.


La imagen nos muestra la primera página original de esta Tercera Sinfonía de Beethoven con las inscripciones y correcciones indicadas. Más adelante aparecería con la frase italiana Intitulara Bonaparte (Titulada Bonaparte) y la frase en alemán Geschriben auf Bonaparte (Escrito para Bonaparte), indicando a su editor que se retractaba de haber eliminado la dedicatoria inicial y que el título de la sinfonía es realmente Bonaparte, apareciendo en la edición de 1806 con el título italiano de Sinfonia Eroica, composta per festegiare il sovenire di un grande Uomo (Sinfonía herioca, compuesta para celebrar la memoria de un gran hombre).

 
Nos acompaña el tercer movimiento de esta sinfonía. En lugar del Minuetto habitual, Beethoven lo sustituyó por un Scherzo, Allegro vivace, una broma (que es su significado literal), un movimiento ligero y alegre que desafiaba las convenciones de las sinfonías. 
Tras las cuerdas entran el oboe y las flautas para dar paso a la orquesta que contrasta con la marcha fúnebre del segundo movimiento, y donde se puede apreciar que Beethoven utiliza las sorpresas y los cambios de acento para mantener al oyente en una escucha atenta y desenfadada.
El estonio Paavo Järvi dirigió esta interpretación de la Deutsche Kammerphilharmonie de Bremen en el Beethovenfest de Bonn de 2019, un año antes del doscientos cincuenta aniversario del nacimiento del compositor.


Con el paso del tiempo las dedicatorias de los libros pasaron de estar destinadas a los protectores a ampliar el abanico de destinatarios, en la mayoría de las ocasiones quedando reducidas a una frase de agradecimiento.
De todas formas, se trata de un inicio de libro poco llamativo, puesto que cuando el lector va a adentrarse en la aventura de involucrarse en una creación que desconoce o de la que tiene solo referencias, bien de críticas o comentarios, bien por seguir la obra del autor, esa dedicatoria suele pasar desapercibida.
La mayor parte agradecen a personas cercanas el haber facilitado, de una u otra forma la escritura y publicación del libro. Algunas son ingeniosas y muestran la agudeza del autor, como:

Dedico esta edición a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera.

Camilo José Cela en la edición de 1973 de La familia de Pascual Duarte.

O bien señalan alguna evocación o recuerdo:

A la memoria de Aguedilla, la pobre loca de la calle del sol, que me mandaba moras y claveles.

Juan Ramón Jiménez en Platero y yo.

De todas estas dedicatorias que deambulan entre lo original, lo anecdótico, lo ingenioso y lo sentimental se pueden encontrar publicaciones en la red que sacien la curiosidad de los lectores.


En un libro tan épico como Moby Dick, en el que no se muestra solo la lucha del hombre contra la naturaleza, sino, sobre todo, las obsesiones y la lucha consigo mismo, su autor, Hermann Melville lo dedicaba de manera anodina. En este caso, lo que lo trae a esta publicación no es la dedicatoria en sí, sino el escrito con que el autor (des)animaba a una de sus conocidas para su lectura.

En este tipo de dedicatorias, algunas muestran más de una mera alusión a alguna persona. Es el caso de C.(Clive) S. (Staapes) Lewis, el autor de Las crónicas de Narnia, quien dedica el primero de los volúmenes, El león, la bruja y el armario a su ahijada en estos términos, más que apropiados para una historia juvenil.


En la música es menos práctico y conocido el tema de las dedicatorias por una razón práctica: los libros de canciones, libretos o partituras en general no son adquiridos por un público mayoritario, sino por profesionales de la música o, en el caso de adaptaciones de obras, por aficionados capaces de interpretarlas.
Así, además de una dedicatoria al comienzo de la obra, se suelen utilizar otros medios para que quienes escuchan las obras reconozcan la admiración que tienen por determinado compositor. El más conocido es utilizar un trozo de una composición de ese autor e insertarlo en la propia obra como forma de homenaje.
En este sentido nos acercamos al libro El ruido eterno, subtitulado Escuchar el siglo XX a través de su música del crítico musical de The New Yorker Alex Ross en el que realiza un recorrido por los estilos, modas, innovaciones y músicas enfrentadas del pasado siglo.


Así, Ross nos muestra cómo Dmitri Shostakóvich dedicó su 14ª Sinfonía a Benjamin Britten, un compositor con el que tenía una relación de amistad. En ella, el compositor ruso estampó el nombre del inglés en la portada de su sinfonía, además de utilizar algunas citas de sus obras y su estilo en la sinfonía.
Alex Ross nos detalla la historia acompañada de una extraña y en un principio inquietante anécdota ocurrida el día del estreno de su decimocuarta sinfonía.


La música que nos acompaña es precisamente el extracto de esa Decimocuarta Sinfonía de Dmitri Shostakóvich en el que se emplean los versos ¡Oh, Delvig, Delvig! a los que hace referencia Alex Ross.
La grabación de este fragmento con el poema de Kochelbecker interpretado por el bajo Félix Flores está dirigida por Migran Agadzhanian.


Pero quizás, de todas las dedicatorias de libros la más conocida, emotiva y en consonancia con el contenido de la obra sea la que Antoine de Saint-Exupéry escribió para agradecer a Leon Werth su amistad incondicional. Escritor de origen judío, pacifista y antimilitarista confeso, Werth era una persona servicial y generosa, que prefirió una vida humilde y digna para no renunciar a sus principios. Como queda de manifiesto en la correspondencia entre ambos, Saint-Exupéry lo consideraba -pese a sus diferencias- no sólo el más querido de sus amigos, sino su conciencia, su «moral».


Con la dedicatoria de Le petit prince (El principito) concluye esta publicación en la que ponemos la mirada en una parte de las obras que pasa desapercibida en muchas ocasiones.


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Bibliografía y webgrafía consultadas: