Hay obras que pertenecen a nuestra cultura colectiva y son conocidas en mayor o menor grado por todos. De alguna forma pasan a formar parte de cada uno de nosotros.
La Quinta o la Novena Sinfonía, El Mesías, Las Cuatro estaciones, La Pasión según San Mateo, La traviata, El barbero de Sevilla, La valquiria o Las bodas de Fígaro , por citar algunas, son obras musicales de las que casi no es necesario nombrar a su autor, que prácticamente todos hemos oído en parte y somos capaces de reconocer e incluso tararear alguno de sus pasajes.
A este grupo podemos añadir piezas extraídas de otras obras y que, podríamos decir, se han independizado de aquellas a las que pertenecen originalmente: El brindis de La traviata, La donna é mobile, Una furtiva lagrima, Nessum dorma, O mio babbino caro o la Habanera de Carmen pertenecientes al mundo de la ópera, o El vals de las flores o la Danza del Hada de Azúcar de El Cascanueces de Tchaikovsky o algunas momentos de La consagración de la primavera que surgen de los ballets.
Entre estos compositores cuyas obras han pasado a formar parte de nuestra cultura de encuentra Vivaldi, un compositor veneciano del que cada verano se recuerda el día de su fallecimiento el 28 de julio de 1741, fecha que se va aproximando ya a casi tres siglos. El paso del tiempo no ha hecho olvidar obras como la citada Las cuatro estaciones, una de las composiciones más grabadas en toda la historia de la música. ¿Qué hace que un compositor fallecido hace casi tres siglos tenga una de las obras musicales más escuchadas a lo largo de los siglos XX y XXI?.
Te propongo recordar la figura de Vivaldi al cumplirse el aniversario de su fallecimiento con una intersección a tres bandas: El escritor Alejo Carpentier, el propio compositor veneciano y el emperador mexicano Moctezuma, todos unidos por la obra Concierto barroco. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!
Nacido en la suiza Lausanna y fallecido en París, hijo de un arquitecto francés y una profesora rusa, Alejo Carpentier y Valmont vivió desde su infancia en Cuba, donde comenzó a trabajar como periodista para pasar más adelante al mundo de la creación literaria y contribuir con sus obras a la renovación del lenguaje literario hispanoamericano. Su vida se desarrolló entre Cuba, Francia y Venezuela, aunque con estancias esporádicas en Haití, México o España.
Fruto de estos viajes tuvo experiencias con el movimiento surrealista francés que acababa de comenzar y conoció el mestizaje americano, que desembocaron en un estilo que el propio Carpentier bautizó como Lo real maravilloso que, en el fondo, es radicalmente diferente de lo que se llamó el Realismo mágico durante el boom de la literatura latinoamericana.
Su primera obra, publicada en 1933, fue ¡Ecué-yamba-ó! un relato en que ya se aprecia su estilo alternando las descripciones naturalistas con metáforas del Futurismo más vanguardista.
En El reino de este mundo Carpentier se centró en el tema de la revolución de Haití, aunque describiendo en su prólogo el concepto de Lo real maravilloso, un recurso híbrido entre su fascinación por el barroco, sus relaciones con el surrealismo y sus experiencias con lo más profundo de la cultura americana. Así, Lo real maravilloso supone para Carpentier una sensación de sorpresa frente a lo inesperado, lo inusual o, incluso, lo improbable, situaciones que surgen con una manipulación consciente de la realidad, la propia percepción del escritor o por intenciones sobrenaturales que provocan el surgimiento de situaciones diferentes a lo que podríamos denominar lo normal.
La obra que nos acerca hoy a Vivaldi es Concierto barroco, un novela publicada en 1974 y que bebe de Lo real maravilloso de una forma magistralmente inigualable.
Un indiano mexicano de pleno siglo XVIII, a quien se llama el Amo, y su negro criado Filomeno emprenden viaje a la austera España para luego dirigirse a Venecia en busca de los carnavales. Allí coinciden con el mismísimo Antonio Vivaldi a quien acompañan en un primer momento Jorge Federico (Händel) y Scarlatti siendo testigos y partícipes de uno de los más singulares, delirantes y rocambolescos conciertos barrocos de la historia de la ciudad italiana, y al que pudimos asistir sobrecogidos en este blog en Una góndola en Venecia.
Una vez finalizado tan singular concierto, los protagonistas acaban, entre etílicas libaciones, tratando sobre el personaje del que el indiano está disfrazado para el carnaval: Moctezuma, el gobernante de los mexicas cuando llegó Hernán Cortés al país.
Allí se plantea el pelirrojo Vivaldi llevar el personaje a la escena operística, introduciendo un cambio en los temas y protagonistas habituales, mientras el sajón Händel o Filomeno meten baza en la conversación.
Antonio Lucio Vivaldi nació y vivió en Venecia, posiblemente el 4 de marzo de 1678. Estudió con su padre que era violinista de la catedral. En 1703 se ordenó sacerdote, lo que hizo que, siendo pelirrojo, lo llamaran Il petre rosso (el cura pelirrojo).
Llegó a componer alrededor de ochocientas obras entre las que destacan más de cuatrocientos conciertos, entre los que se encuentra su celebérrima Las cuatro estaciones y medio centenar de óperas.
Pese a ser ordenado sacerdote, Vivaldi apenas si ofició misas. En ocasiones hubo de abandonarlas debido a problemas de asma, por lo que hubo de justificar su actitud, llegando a escribir en una carta dirigida a Bentivoglio tras ser acusado de no oficiarlas siendo sacerdote: «No he dicho misa por espacio de veinticinco años y no tengo intención de volver a hacerlo, no por causa de prohibición u ordenanza alguna, sino por mi propia voluntad, a causa de una enfermedad que he sufrido desde la infancia y que todavía me atormenta.
Después de haber sido ordenado sacerdote, dije misa durante un año, pero posteriormente decidí no volver a decirla por haber tenido en tres ocasiones que abandonar el altar antes de concluir el sacrificio a causa de mi enfermedad.»
Siguiendo el relato de Carpentier, Vivaldi compuso la ópera Motezuma como un Dramma per musica in tre atti (Drama para música en tres actos) que se estrenó en el Teatro Sant'Angelo de Venecia en noviembre de 1773, perdiéndose las partituras y quedando solo el texto poético.
Fue en 2002 cuando se descubrieron más de cincuenta y cinco mil páginas de partituras inéditas que formaban parte de los archivos que Adolf Hitler atesoraba en la Sing-Akademie zu Berlin y que fueron saqueados por el Ejército Rojo y trasladados a la biblioteca del Conservatorio de Kiev, donde fueron sacados a la luz. Allí se encontraron más de quinientas partituras de la familia Bach y obras e Telemann, Händel y Vivaldi entre otros compositores, además de otras obras literarias de Schiller o Goethe, según recoge Laura Elizabeth Espíndola Mata en Motezuma, la ópera mexica de Antonio Vivaldi y Girolamo Giusti. Entre esas obras se encontraron las partituras perdidas de esta ópera.
El estilo de Motezuma es habitual en la época, combinando de forma principal cierto gusto por lo histórico con el tema heroico, aunque sin buscar un realismo histórico y presentando en un segundo plano el desarrollo de un relato amoroso entre los protagonistas.
Nos acercamos a la ópera Motezuma de Vivaldi con su Sinfonía de inicio -aún no la llamaba el compositor obertura-, dividida en tres partes:
Sinfonía I: Allegro.
Sinfonía II: Andante molto.
Sinfonía III: Allegro.
Se trata de una grabación de Il Complesso Barocco dirigido por Alan Curtis y la imagen que la acompaña es Asia, un detalle de Apolo y los Continentes de Giovanni Battista Tiepolo.
Alejo Carpentier se inculcó de un mestizaje complejo que se deja traslucir en su obra. En América Latina se relacionó con los campesinos, blancos y negros, recogiendo algunas costumbres y modos de vida de sus habitantes, además de participar en grupos relacionados con actividades artísticas que tenían algunos fines políticos por lo que estuvo en prisión por oponerse al gobierno cubano y hubo de exiliarse a Venezuela.
Su estancia en Francia le llevó a relacionarse con los surrealistas, entablando amistad con los escritores Louis Aragon, Tristan Tzara o Paul Eluard, los pintores Picasso, Chirico o Tanguy o los músicos Darius Milhaud o el brasileño Heitor de Villa-Lobos. Así, Carpentier llegó a escribir tanto en español como en francés, además de realizar trabajos relacionados con la crítica musical.
En Concierto barroco, Carpentier lleva a un grado de virtuosismo su estilo de Lo real maravilloso. Las exuberantes y recargadamente barrocas descripciones de ambientes, sensaciones, alimentos o aromas del caribe mexicano o la carnavalesca Venecia frente al austero y castellano Madrid; las prolijas descripciones relacionadas con la música, los saltos adelante y atrás en un tiempo tan maleable como el autor desee a la vez que anacrónico en el que aparecen los personajes reseñados que se acercan, por ejemplo a las tumbas de dos enterrados en Venecia como Wagner y Stravinsky para comentar sus obras y sus opiniones sobre la música en general y la de Vivaldi en particular.
Tras la conversación anterior el tiempo se comprime y desaparece. Al despertarse, el indiano, ya sin su disfraz de Montezuma, y arreglarse se dirige al Teatro de Sant'Angelo donde asiste a un ensayo de la ópera ya finalizada. Aquí Carpentier imagina y describe el ensayo de una ópera que estaba desaparecida en el momento de escribir la novela y de la que sólo se conocía el libreto con el texto. La presencia de Vivaldi dirigiendo e interpretando el violín, el decorado de un teatro veneciano que pretende representar una obra desarrollada en México, algunas incongruencias históricas que el crítico ojo del indiano observa o el aria con que el jefe de los mexicanos entra en escena tras la sinfonía inicial, centran el texto que nos acompaña.
Una vez que el cardenal veneciano lo excusó de oficiar misas, Vivaldi se centró en su trabajo como director musical del Ospedale della Pietá de Venecia, un convento, hospicio y orfanato donde enseñó a las huérfanas y compuso conciertos y oratorios para los conciertos semanales que le dieron notabilidad durante los más de treinta años que colaboró con la institución. Allí Vivaldi componía sus obras en función de los instrumentos que tocaban las alumnas, cuyas aptitudes las llevaron a ganarse la vida como intérpretes en distintos lugares gracias a la experiencia adquirida.
A partir de 1713 comenzó a alternar este trabajo con el de empresario y compositor de óperas desplazándose de Venecia a Roma, Mantua y otras ciudades para supervisar sus obras.
Al parecer tuvo algunos amoríos, especialmente con la contralto Anna Giraud o Giró que solía protagonizar sus obras.
Entre conciertos y óperas, su fama fue creciendo hasta llegar a oídos del Emperador Carlos VI de Austria o el Papa Benedicto XIII para quien actuó en Roma y que lo elogió personalmente, quizás desconociendo la relación con la cantante.
Su primera ópera, Ottone in villa la estrenó en 1713 en un teatro de Vicenza para evitar que un fracaso le perjudicara. Sin embargo la obra alcanzó un gran éxito que hizo que llegara a componer casi medio centenar de óperas.
Sus obras se asemejaban en gran medida a sus conciertos, por lo que sus esquemas eran similares: una sinfonía a modo de obertura y una sucesión de recitativos y arias que recordaban sus conciertos y en la que la voz era el instrumento solista que establece el juego musical con la orquesta.
Sus óperas fueron apreciadas en su tiempo, con personalidades que la apreciaban como el rey Carlos VI de Austria, aunque no dejó de tener voces críticas que se oponían a su forma de plantear estas obras.
El enlace nos ofrece una muestra de algunas arias de Motezuma en una producción de Stefano Vizioli para Il Complesso Barocco bajo la dirección musical de Alan Curtis y que fue representada en el Teatro Comunale di Ferrara en enero de 2008.
En el epílogo de Concierto barroco, Carpentier agradece a Roland de Candé, musicólogo y admirador de la obra de Vivaldi su colaboración para conocer detalles del compositor y de la ópera en unos años en que aún estaba desaparecida la partitura. Aún se pensaba que el libreto era de Alvise Giusti y no de su tío Girolamo y se sabía que el éxito de la ópera la obra serviría de inspiración para que Rameau compusiera en Francia dos años más tarde Las Indias galantes en la que reflejaría un ambiente exótico americano, en este caso sobre los incas.
Centrándonos en el libro, Alejo Carpentier concluye el relato del ensayo de Motezuma con el tercer acto que transcurre de nuevo en Tenochtitlitán, una ciudad con puentes y canales que se asemejan en el decorado a Venecia, y el final de la ópera que molesta al indiano al comprobar que falta al rigor histórico. La ocasión sirve para tratar este tema y el de algunos personajes como La Malinche, la mexicana amante de Hernán Cortés, cuyo papel ha ido cambiando a lo largo del tiempo, siendo considerada en la actualidad el prototipo de traidora por sus paisanos, y la difícil incorporación a una ópera de un personaje con tal perfil, difícil de aceptar por parte de los cantantes. También el rigor histórico de obras como las óperas, que son aplicables a otras artes como la literatura o, de manera especial, el cine y las series de televisión, donde es más importante lo que, en palabras del Vivaldi de Concierto barroco, llama la Ilusión poética.
Compositores contemporáneos aunque algo más jóvenes como Händel o Bach estudiaron sus obras, realizando este último algunas transcripciones para clavecín, aunque con el paso del tiempo su producción cayó en el olvido del que fue rescatado por los estudiosos a mitad del siglo XIX cuando comenzaron a sacar a la luz la obra de Bach.
Como muchas óperas de Vivaldi y algunos de sus contemporáneos, Motezuma dejó de representarse tras los años de su estreno veneciano. En esta ocasión, además del cambio del gusto de los espectadores, por la desaparición de las partituras.
Pocos años antes del estreno, Vivaldi había regresado al Ospedale della Pietà, dejando de lado su obra operística y centrándose de nuevo en sus conciertos, quedando sus obras escénicas como simples menciones en los diccionarios especializados, hasta que en 1939 comenzaron a reponerse algunas de ellas gracias al impulso del musicólogo vivaldiano Marc Pincherle que inició la reposición de sus óperas en el siglo XX.
A partir del descubrimiento de la partitura incompleta, Alessandro Cicccolini completó los recitativos que faltaban y volvió a estrenarse de nuevo en diciembre de 2006 en el Castillo Schwetzingen de Heidelberg (Alemania), llevándose a los escenarios con cierta regularidad desde entonces, tanto en la versión de concierto como en la escenificada.
Para Motezuma Vivaldi siguió con sus estilos operísticos habituales, aplicando los esquemas de sus conciertos a las arias, que semejan este tipo de obras, en los que la voz aparece como un instrumento solita.
La última de las piezas que enlazamos es el aria de Asprano D'ira e furor armato (Lleno de orgullo y rabia) en que el la voz de soprano actúa junto al metal de la trompeta como en un concierto para estos dos instrumentos, representando esta unión el violento alegato del aria que es introducido por el recitativo Mi deride, mi sprezza.
La soprano Gemma Bertagnolli en el papel del general azteca Asprano en la citada producción de Il Complesso Barocco para el Teatro Comunale di Ferrara dirigido por Alan Curtis interpreta este aria acompañada del solo de trompeta, cuyo intérprete se haya situado en uno de los palcos situados sobre el escenario.
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CONTENIDO EXTRA:
Si deseas seguir en otro momento la ópera completa con subtítulos en castellano, enlazo con la misma producción de Il Complesso Barroco y la dirección de Alan Curtis para el Teatro Comunale di Ferrara de 2008.
En este primer vídeo se desarrollan el Acto I y parte del II.
El segundo enlace recoge la conclusión del Acto II y el III y último de Motezuma.
Bibliografía y webgrafía consultadas:
- Espíndola Mata, Laura Elizabeth. Motezuma, la ópera mexica de Antonio Vivaldi y Girolamo Giusti. Investigación Teatral. Revista de artes escénicas y performatividad. Volumen 11, número 18. Octubre 2020 - marzo 2021. Universidad veracruzana. PDF
- Carpentier, Alejo. Concierto barroco. Alianza Editorial, 2002.