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Cuando Dickens inventó la Navidad


La Navidad es un tiempo distinto, un tiempo especial que se aleja de las rutinas que dominan nuestras vidas.
Es un tiempo que se remonta a tradiciones de raíz cristiana que ha evolucionado mucho con el paso de los tiempos, desdibujándose y perdiendo su sentido primitivo en poco más de un siglo. A este sentido, se le añade también el de la propia evolución de nuestras vidas personales. La visión, los sentimientos y las percepciones que tenemos desde pequeños evolucionan con la edad, perdiendo esa inocencia y candidez iniciales, que se van transformando con el paso de nuestra propia maduración.
Así, hemos llegado a un punto en que la Navidad tiene un sentido ecléctico en el que confluyen los creyentes y los escépticos, los encuentros familiares, la memoria y el dolor de los ausentes o la evocación de un tiempo pasado.
Quizás, los autores que más han escrito e influido en las celebraciones familiares de la Navidad hayan sido, desde puntos de vista diversos, dos ingleses, Dickens y Chesterton. En el primero de ellos nos centraremos en esta publicación, con apenas algunas escasas referencias del segundo.
Te propongo adentrarte en textos relacionados con la Navidad con obras poco conocidas de Charles Dickens, el autor que más tenemos asociado con esta época. Nos acompaña música de Tchaikovsky y de Navidad. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!


Pocos escritores están más asociados a la Navidad como Charles Dickens. Gilbert Keith Chesterton, el incansable escritor experto en el arte de la paradoja y creador de personajes como el Padre Brown, -ese inocente sacerdote católico que escondía una enorme capacidad de deducción y que le llevó al éxito gracias a la publicación de sus historias-, fue un gran seguidor del autor de Oliver Twist.
En uno de sus artículos periodísticos, Chesterton llegó a afirmar que «Dickens fue el inventor de la Navidad tal como la conocemos hoy.» Ningún escritor logró reflejar en sus obras el espíritu alegre, jubiloso, melancólico y lírico que nos ofrece este tiempo final del año.
Relatos que iba publicando cada año desde el inicial Christmas Festivities -que más adelante tituló A Christmas Dinner-, hasta obras como la celebérrima e infinitamente adaptada Canción de Navidad, pasando por el episodio Un bienhumorado capítulo navideño que en su primera novela por entregas, Los papeles póstumos del Club Pickwick aparece y da entidad a esta celebración, hacen de Dickens el autor navideño por excelencia.
Una anécdota recoge esta afinidad entre escritor y celebración. El día de su fallecimiento, el 9 de junio de 1870, el crítico y poeta Theodore Watts-Dunton relata que oyó a una niña de un puesto ambulante preguntando «¿Dickens ha muerto? Entonces, ¿Papá Noel también morirá?».
Esta simbiosis entre escritor y celebración hace que el autor de David Copperfield se haya convertido para los ingleses en un elemento más de la Navidad, como las felicitaciones navideñas, el árbol, el acebo o el muérdago.


Después de estas primeras publicaciones en las que Dickens muestra el sentido navideño que le ha dado fama, siguieron cada año unas publicaciones más o menos desarrolladas en cualquiera de los estilos que trabajaba, desde la novela al relato más o menos extenso, pasando por el artículo periodístico y las reflexiones sobre la temática.
No nos vamos a detener en esta publicación en las obras más conocidas, algunas de las cuales han sido tratadas en otras ocasiones, como la citada Canción de Navidad. En prosa. Cuento navideño de espectros, su título original, publicado el 17 de diciembre de 1843 y que vendió cinco mil ejemplares antes de Navidad y que desde entonces no ha dejado de publicarse. Aún hoy se nos presenta inolvidable el relato del avaro Scrooge y los espíritus de las Navidades pasadas, presentes y futuras.
Incluido en el volumen Cuentos de Navidad, el primero de los textos que nos acompaña es una publicación de 1850, un año en que ya era seguido en todos los rincones de las Islas Británicas. La revista Household words (Palabras del Hogar) en la que escribía Dickens publicó ese diciembre un número especial dedicado a la Navidad que incluía A Christmas tree (Un árbol de Navidad), un artículo en el que describía los objetos que pueblan estos árboles y que servían para deleitar los sueños de tantos niños que no tenían muchas distracciones, aparte de mirarlos.
Quizás no muy implantado aún en el Reino Unido, Dickens habla de un juguete alemán, en el que todos los objetos que nombra los convierte en amuletos o talismanes que pueblan los sueños de quienes los admiran.
En la segunda parte, el escritor inglés se desliza por el territorio del recuerdo y la evocación, la memoria de tiempos pasados en los momentos de niñez cargados con sus alegrías y algunos temores.




Con ese principio de globalización que supone la entrada de un elemento de origen germano en la tradición de otros países, parece que fue alrededor de 1829 cuando se comenzó a utilizarse en Inglaterra este elemento que adorna los hogares, lo que propició la publicación de Dickens unos años más tarde.
Una obra que también está ligada a las fechas navideñas, el ballet El Cascanueces de Tchaikovsky no deja de representarse también en estas fechas en los grandes recintos musicales. The Royal Ballet, el cuerpo de baile titular del Royal Opera House londinense tiene la costumbre de representar cada año este ballet, modificando las versiones, puestas en escena y decorados para no hacer repetitiva la misma producción en cada temporada.


De las distintas versiones que se suelen intercalar regularmente hay algunas en las que el vestuario y decorado homenajean a la estética y personajes dickensianos.
En las imágenes que nos acompañan se unen ambos mundos, el universo de Tchaikovsky y el árbol de Navidad importado de Alemania en ese momento mágico en que ante los ojos emocionados de la joven Clara, su padrino Drosselmeyer hace crecer hasta límites inimaginables el árbol familiar.


 La publicación especial de Navidad de aquel año 1850 supuso el inicio y posterior consolidación de una serie de números especiales navideños, distintos de las publicaciones regulares. Poco a poco entre la editorial y, sobre todo, Dickens buscaron que estas ediciones extraordinarias -nunca mejor empleado el término- se convirtiesen en un verdadero árbol de Navidad, una publicación en la que otros escritores colgasen también sus objetos y adornos en forma de relatos, poemas y reflexiones. Por allí pasaron diversos autores, siendo Wilkie Collins uno de sus más estrechos colaboradores, pese a que en algunos escritos no se distinguen si fueron realizados por invitados o por el propio anfitrión. Al menos tuvieron entidad y presencia estos relatos hasta 1867.
El texto que nos acompaña fue publicado en 1851 con el título original de What Christmas is, as we grow older y vertidos a nuestro idioma en diversas traducciones más o menos literales como Lo que es la Navidad a medida que avanzamos en años o la que nos acompaña: La Navidad cuando dejamos de ser niños.


Se trata de unos pensamientos sobre cómo el paso del tiempo afecta a nuestra percepción de la Navidad. Desde la madurez, Dickens reflexiona sobre las celebraciones de la infancia, el tiempo de disfrute de las cosas que iban a ser y nunca fueron o como nos afecta este paso del tiempo. Se trata de un texto que, aunque en algunos momentos toma un cariz sentimentaloide, nos acerca a reflexionar sobre nuestros propios sentimientos y actitudes frente a estas fiestas.


Finalizamos este paseo por la influencia de Charles Dickens en la Navidad con una mirada que nos acerca de nuevo a ese sentido ecléctico de globalización que hace que las ideas, gustos o costumbres se compartan y vayan de un lugar a otro, adaptándose a sus gustos y circunstancias. 
La música que nos sirve de despedida nos muestra como uno de esas canciones de Navidad que asociamos a la cultura anglosajona proviene de tierras lejanas. Se trata de Carol of the Bells, cuyo origen es la canción ucraniana Shchedryk, cuya traducción literal es Abundante y que se basa en una melodía popular infantil. La canción fue compuesta por Mykola Leontovich en 1906, pero no alcanzó su popularidad hasta que en 1936 Peter J. Wilhousky la publicó en inglés en Estados Unidos.


El HTHS Chamber Choir de la Hewitt Trussville High School de Alabama interpreta la versión popularizada en inglés de Carol of the bells.

Sin que llegue a convertirse en una celebración empalagosa, ¡Feliz Navidad!

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Bibliografía y webgrafía consultadas:
  • Dickens, Charles. Cuentos de Navidad, Espasa Libros, ebook, 2017. Traducción de Manuel Ortega y Gasset y C. Axenfeld.

Cumplieron 150 años.


Hay obras que consolidan una estética o un estilo, que reflejan una época o que suponen un salto en la creación. Son obras que sirven de referencia para conocer más sobre épocas determinadas, entender la sociedad de su tiempo y los cambios que se estaban gestando. También los autores de esas obras -o los intérpretes en el caso de la música- nos sirven de referencia por esas obras y las decisiones de que fueran precisamente esas y de la forma en que fueron creadas.
Son obras que consideramos imprescindibles en algunos casos; en otros, encontramos que tratan de temas atemporales, inherentes a la naturaleza humana y siempre tienen qué comunicarnos en el momento en que nos acercamos a ellas; y otras, en fin, que forman parte o han contribuido a nuestros conocimientos.
Así, se han creado los homenajes, las recopilaciones y antologías y las efemérides en los que se hace memoria de obras, autores, hechos y celebraciones.
En muchas ocasiones nos dejamos guiar por los números redondos, esos dígitos que fijándose en fechas más o menos lejanas -50, 100, 150, 200... años- nos las acercan a nuestros días, como si fueran ellos los protagonistas de la mirada retrospectiva y no las obras o los autores.
En esta publicación te propongo acercarnos a algunas obras, autores o intérpretes que celebraron sus aniversarios musicales o literarios en 2023 cumpliendo los 150 años. Nos acompañan obras de Julio Verne, Rimbaud y música con Lalo Caruso. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!


A lo largo de 2023 se han celebrado distintas efemérides relacionadas con la música y la literatura, algunas de las cuales han tenido reflejo en este blog. Son obras y autores de referencia en sus ámbitos y es importante considerar que, se lea cuando se lea esta publicación, la importancia está en ellos, no en la fecha más o menos redonda que se celebra en esta ocasión. Siempre podemos acercarnos a ellas.
En el apartado literario, hemos traído a este blog algunas efemérides celebradas en este tiempo. En La música y la muerte de Molière recordamos el 350 aniversario del fallecimiento del dramaturgo francés, centrándonos en su faceta de creador de las Comédie-ballets.
También nos acercamos a la figura de varios escritores del Siglo de Oro en Quevedo en nuestro tiempo al celebrar en septiembre los aniversarios de su nacimiento y muerte; también nos acercamos a Lope de Vega y el Siglo de Oro con motivo del aniversario de su fallecimiento a finales de octubre. La última de las publicaciones sobre este tipo de homenajes literarios fue 100 años de Ítalo Calvino con motivo del centenario de su nacimiento. 

Grabado de Alphonse de Neuville y Léon Bennet para La vuelta al mundo en 80 días
La primera mirada sobre aniversarios literarios hace referencia a una obra que muchos de nosotros habrá leído en su juventud, o al menos, otras del autor. 
Julio Verne (1828-1905) es el prototipo de escritor de novelas de aventuras, al tiempo que se le considera junto a H. G. Wells -el autor de La máquina del tiempo, El hombre invisible o La guerra de los mundos- uno de los padres de la ciencia ficción.
De esta manera, en algunas de sus obras, Julio Verne se anticipó a la aparición de algunos inventos tecnológicos como la televisión, los helicópteros, los submarinos e incluso las naves espaciales. 
Verne es el segundo autor más traducido de todos los tiempos detrás de Agatha Christie y antes que Shakespeare, según el Index Translationum de la Unesco.
Sus obras, que en las últimas décadas han pasado a quedar encasilladas dentro de  la literatura juvenil, han tenido desde su publicación un gran éxito de publico y de muchas de ellas se han realizado adaptaciones cinematográficas.
Esa fascinación juvenil por la que muchos hemos pasado - no sé cuántas veces habré leído Miguel Strogoff, el primer libro del autor que me regalaron para Reyes- la consolidamos con obras como Viaje al centro de la Tierra, De la Tierra a la Luna, Veinte mil leguas de viaje submarino, La vuelta al mundo en 80 días, Un capitán de quince años o Los piratas de Halifax, hasta superar la cincuentena de títulos de aventura y ciencia ficción que llegó a publicar en vida. Una lista a la que hay que añadir las obras que dejó escritas y editó su hijo póstumamente, unas publicaciones que mueven a los lectores por todo el planeta y más allá, impensables si tenemos en cuenta que el escritor no salió de viaje en su vida.
De sus obras, en 2023 se cumplen nada menos que 150 años de la publicación de Le Tour du monde en quatre-vingts jours (La vuelta al mundo en 80 días), una de las obras más conocidas del autor.
Por haberla leído o por referencias, todos conocemos la historia del flemático Phileas Fogg que deja su estricta rutina para cumplir una apuesta realizada con sus colegas del Reform Club en compañía de su recién contratado Picaporte (Jean Passepartout en el original).
El texto que nos acompaña recoge la escena en que se produce la apuesta entre el protagonista y sus compañeros del club. A partir de la lectura en la prensa de la noticia de un robo en el Banco de Inglaterra, que tendrá repercusiones argumentales, Phileas Fogg plantea la cuestión de que nuestro planeta ha encogido, no en el sentido literal del término, sino en el avance de los medios de transporte que lo hacen cada vez más cercano, lo que genera, de un modo particular, la conversación en la que se materializa la apuesta.
Siglo y medio después es interesante plantearnos la misma reflexión. En qué sentido se ha hecho la Tierra más pequeña no tiene duda alguna, pero... ciento cincuenta años después, ¿se puede viajar con seguridad  por todo nuestro planeta? ¿Existe un respeto en todos los lugares para poder moverse por ellos?


También pusimos en el blog la mirada en aniversarios relacionados con la música. Así, nos acercamos a La soledad de Dora Pejacevic al cumplirse el siglo del fallecimiento de la compositora croata. 
A finales de octubre nos centramos en La muerte de Tchaikovsky para homenajear a uno de los más grandes compositores rusos de todos los tiempos, para finalizar el año con el homenaje al centenario del nacimiento de la Eterna María Callas

El siglo XIX fue el tiempo de las sopranos, las primas donnas que dominaban los escenarios de ópera y los grandes salones de la sociedad, unas cantantes que eran las divas absolutas, algunas de las cuales llegaron a cosechar grandes fortunas.
Nacido en Nápoles en febrero de 1873, se cumplen también 150 años de su nacimiento, Enrico Caruso fue el primer gran tenor, el Tenor con mayúsculas, que desbancó a las sopranos del lugar que ocupaban. Se convirtió en un fenómeno que se fue gestando muy poco a poco, mientras dudaba entre el registro de barítono y el de tenor hasta que sus maestros lo llevaron por este último. Entonces comenzó a preparar y afianzar su repertorio por modestos teatros de provincias italianos hasta llegar a los sesenta roles.

Caruso en el rol del Duque de Mantua de Rigoletto
Su debut en el Metropolitan Opera House de Nueva York en la temporada 1903/1904 supuso el comienzo de su consagración, un teatro en el que actuó todas las temporadas hasta su fallecimiento. Ningún cantante tuvo tanto éxito ni ganó tanto dinero como él, especialmente por un motivo novedoso para la época: la aparición de la industria discográfica, a la que se sumó como uno de sus grandes estrellas. Se calcula que recaudó alrededor de dos millones de dólares con las ventas de sus discos, al cobrar una cantidad fija y además de un porcentaje sobre las recaudaciones en las cuarenta grabaciones que realizó.
Estos registros que comenzaron en un temprano 1902 le permitieron llegar a hogar de muchas personas que no podían escucharle en una ópera y les permitió apreciar su técnica que mostraba su frescura, naturalidad y expresividad, con la que alcanzaba a emitir unos colores delicados o fuertes, según lo requiriera la obra.
Fumador impenitente, Enrico Caruso murió con sólo 48 años de edad el 2 de agosto de 1921 después de alcanzar la gloria como el gran tenor de su época.

Nos acompaña uno de sus primeros registros del aria de Paggliacci de Leoncavallo, Vesti la giubba grabada en tres momentos diferentes que se han unido en esta grabación: La primera del 30 de noviembre de 1902, una posterior del primero de febrero de 1904 y una última del 17 de marzo de 1907, acompañadas por imágenes del cantante italiano.


En el año que nos ocupa se celebran distintas efemérides. A los ciento cincuenta años de la publicación de la obra de Julio Verne, podemos añadirle una obra de la misma fecha, Una temporada en el infierno de Rimbaud. También se cumple el siglo desde la publicación de dos obras tan distintas como Fervor de Buenos Aires de Borges y Elegías de Duino de Rilke. A estas publicaciones podemos agregar el centenario del nacimiento del citado ítalo Calvino y del fallecimiento de la narradora neozelandesa Katherine Mansfield, o el cincuentenario del fallecimiento de Pablo Neruda y los veinticinco años desde que Octavio Paz dejó este mundo. Todos cifras redondas que dejarán de serlo en poco tiempo pero que seguirán teniendo la misma importancia.

La única fotografía de Paul Verlaine y Arthur Rimbaud juntos, de 1873.
El caso de Arthur Rimbaud es uno de los más atípicos y particulares en la historia de la literatura. Cómo un joven de aspecto angelical llegó a convertirse en una persona depravada sin perder la inocencia, cómo un joven y prodigioso poeta que creó el simbolismo dejó la literatura con diecinueve años es una cuestión que aún intriga a sus estudiosos.
Hijo de un capitán condecorado con la Legión de Honor que conoció a una rica heredera en Charleville, una localidad en Las Ardenas con la que se casó y a la que abandonó tras tener con ella cinco hijos. La madre se convirtió en una figura autoritaria que dominó a cuatro de sus hijos. El joven Arthur se escapó en varias ocasiones, recibiendo las correspondientes reprimendas y palizas a su regreso, hasta que con dieciséis años se fugó a París, antes de que le cambiara la voz, aunque ya componía poemas violentos y obscenos, reflejando una lucha violenta entre su apariencia angelical y el demonio que tenía en su interior.
Tras escribir una carta a Paul Verlaine en la que adjuntó algunos de sus poemas, recibió en la respuesta un billete a París donde ambos se vieron. El encuentro entre ambos fue tremendo: Verlaine abandonó a su esposa y su hijo recién nacido para enredarse en una tempestuosa aventura con el joven de rostro angelical y alma negra, donde viajaron por varios países, viviendo como vagabundos, pelándose en las tabernas, amándose en sucios cuartos y escribiendo poemas visionarios. En una de sus peleas de celos en Bruselas, Verlaine disparó a Rimbaud quien avisó a la policía. Pese a que se trataba de una herida en la muñeca, Verlaine fue condenado a dos años de prisión. A la salida, siguieron juntos hasta que fue el joven quien hirió a su amante con una navaja. En este tiempo escribió Una temporada en el infierno e Iluminaciones, obras que llevaron la poesía a la modernidad. Fueron sus últimas obras.
Después, un Rimbaud de 19 años sentó la cabeza. Se convirtió al catolicismo, dejó la poesía, de la que renegó, tras varias peripecias acabó en Adén (Yemen) como empleado de la Agencia Bardey, donde convivió con varias amantes nativas, se convirtió después en mercader de camellos en Etiopía y, más adelante, en traficante de armas entre los distintos grupos rivales.
Al desarrollar un carcinoma en su pierna derecha regresó a Francia donde se la amputaron, falleciendo unos meses después en Marsella con tan solo treinta y siete años de edad.

Fotografía de Arthur Rimbaud, c. 1873. Autor Etienne Carjat
Publicado en 1873 igual que La vuelta al mundo en ochenta días, Une saison en enfer (Una temporada en el infierno) es una obra que no tiene nada con la de Verne ni con ninguna otra. Pocos autores se atreven a traspasar la frontera entre la cordura y el lado salvaje y oscuro de la creación. En esta obra la imagen del joven poeta se mezcla con el furioso transgresor, una suerte de ángel exterminador. Es una obra de ruptura total del adolescente incomprendido que se mueve entre la conciencia de su educación y su desmedida pasión, convirtiéndose en un marginal, un exiliado que sabe que ha llegado a un punto sin retorno.
Es la única obra que publicó personalmente. Con dinero que había obtenido de su madre mandó imprimir quinientos ejemplares de cincuenta páginas en la imprenta Jacques Poot de Bruselas. Al no tener más dinero sólo pudo retirar varios ejemplares que repartió entre sus conocidos, entre ellos Verlaine, que se fueron pasando de mano en mano hasta ser conocido por algunos lectores que lo difundieron. El resto de libros fueron encontrados apilados en el sótano de la editorial en 1901.
Dividido en ocho partes, Una temporada en el infierno está unido por el Yo poético de Rimbaud, a veces críptico, en otras luminoso que revela sus inquietudes y sus experiencias intelectuales y sensoriales en una posa poética. Nos quedamos con un texto que nos remite a la primera parte de la obra. 


En el apartado musical, además de las efemérides citadas, se celebran los aniversarios de Edouard Lalo, de quien se cumplen dos siglos de su nacimiento, el siglo y medio de Serguéi Rachmaninov o el siglo del nacimiento de György Ligeti. En nuestro país, se cumple el bicentenario del nacimiento del compositor e investigador Asenjo Barbieri, el centenario del fallecimiento de Tomás Bretón y los cien años del nacimiento de dos grandes intérpretes: la pianista Alicia de Larrocha y la soprano Victoria de los Ángeles.


Nacido en la ciudad francesa de Lille en enero de 1823, hace doscientos años, Edouard Lalo procedía de una familia de militares que tenía origen español. Estudió en el conservatorio de su ciudad natal donde obtuvo los premios de solfeo y violín, hasta que recaló en el Conservatorio de París en contra de los deseos familiares.
Dedicado a la composición de música de cámara, frente a la moda del momento, varias obras incumplen este gusto del autor: la ópera Le roi d'Ys (El rey de Ys), a partir de una sugerencia de su esposa, una antigua alumna suya, su Sinfonía en sol menor y, sobre todo, la obra que supuso su consagración, su Sinfonía Española para violín y orquesta, Opus 21, una obra que también fue compuesta en 1873, hace también ciento cincuenta años, y estrenada en febrero de 1875 en los Conciertos Populares de París por su dedicatario, el violinista Pablo Sarasate.
Dividida en cinco movimientos, el tercero de ellos, el Intermezzo, escrito en forma ternaria se inicia con la orquesta en ritmo de bolero, entrando a continuación el violín con una suerte de habanera que pasa a la orquesta. Una variación del violín da paso al tema central, para pasar de nuevo el inicial con distintas variaciones, mientras el violín se eleva a los sonidos agudos antes de finalizar.
La interpretación, impecable, sensible y de una emoción contenida, se debe a una de las jóvenes violinistas de nuestro panorama, la granadina María Dueñas que contaba con tan solo diecisiete años cuando tuvo lugar este concierto con la Estonian National Orchestra y la dirección de Mihhail Gerts en abril de 2020. Una figura emergente a seguir.
Aunque el enlace muestra la obra completa, que apenas dura unos veinte minutos, en el minuto 13'30'' comienza el citado tercer movimiento.

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Bibliografía y webgrafía consultadas:

Eterna María Callas

Hay ocasiones en que un artista, un creador o cualquier otra persona rompen los límites de su ámbito y llevan sus obras y acciones más allá de los seguidores habituales de su especialidad. Así, podemos pensar en escritores, compositores, intérpretes, e incluso deportistas, por citar alguna disciplina distinta, que han abierto caminos a otros públicos, abriéndolos a un grupo distinto de seguidores.
Es el caso de una cantante como María Callas, de la que el 2 de diciembre de ha cumplido el centenario de su nacimiento, una voz que en unos pocos años revolucionó el mundo de la ópera con sus interpretaciones, su fuerte carácter y el rescate de obras que habían desaparecido del repertorio.
En varias ocasiones hemos tratado de ella en este blog, aunque merece recordar la publicación María Callas, mirada de diva donde nos centramos en el año 1959 en el que comenzó su conocida relación con Aristóteles Onassis.
Te propongo acercarte a la figura de María Callas, la gran cantante del siglo XX cuando se cumplen 100 años de su nacimiento, el 2 de diciembre de 1923. Nos acompañan obras de Cristina Morató, Andrés Amorós, Marguerite Duras, Puccini, Bellini y Verdi. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!

María Callas como Tosca
Ana María Cecilia Sofía Kalogeropoulos nació en Nueva York el 2 de diciembre de 1923, hija de un matrimonio de origen griego. Su padre George regentaba una farmacia en el barrio griego de Manhattan. La mala relación entre sus padres la condicionó desde pequeña, sintiendo el abandono de su padre y las malas relaciones con su madre Evangelia, lo que la llevó a buscar de forma incansable e infructuosa una felicidad que nunca tuvo.
En 1937 Evangelia dejó a su marido y se marchó a Grecia con María y su hermana Yakinthy (Jackie) donde volvieron a tomar el apellido que en Estados Unidos habían cambiado por Callas, más asequible a la pronunciación del país.
Allí, entró en el Conservatorio Nacional de Atenas, una ciudad que, al comenzar la II Guerra Mundial estaría ocupada por los alemanes. Mientras su madre la obligaba a alternar con los invasores, ella conseguía algo de dinero cantando para ellos.
En el conservatorio fue alumna de la prestigiosa profesora española Elvira de Hidalgo. Allí, la joven y regordeta muchacha era la primera que llegaba y la última que se iba cada día, quizás por no aparecer por casa sino lo estrictamente necesario. De todas formas, en una ocasión en que Elvira le preguntó la razón de su actitud, le confesó: «Siempre tengo algo que aprender, incluso de un mal alumno. Hasta los que tienen menos talento pueden tener una idea que nunca se le hubiera ocurrido al más capacitado. En nuestro arte nunca se deja de aprender».
Allí, en Atenas fueron sus primeras interpretaciones. En 1938 interpretó de forma amateur el rol de Santuzza de Cavalleria rusticana. Profesionalmente debutó cantando la opereta Boccaccio en el Teatro Lírico Nacional de Atenas en febrero de 1942, mientras su primer papel protagonista fue en agosto de ese año en la Ópera de Atenas donde interpretó nada menos que el papel de Tosca.
Tras la llegada de las topas británicas en 1944 María decide volver a Estados Unidos, regresar con su padre e intentar triunfar en el país de las oportunidades.
Pero antes hubo de ir a Italia, debutar en la Arena de Verona, conocer a quien sería su esposo de 1949 a 1959, el empresario Giovanni Battista Meneghini, un hombre que le llevaba casi treinta años de edad y que evocaba la ausente figura paterna,

María Callas como Violeta en La Traviata, 1952-53.
Formada académicamente en la Universidad de Ciencias de la Información de Bellaterra donde se licenció en Periodismo, Cristina Morató es miembro de la Royal Geographical Society de Londres, además de ser socia fundadora de la homónima Sociedad Geográfica Española. Hasta el año 2000 estuvo dirigiendo programas en Televisión Española para dedicarse a viajar y a escribir libros en los que dar a conocer y profundizar en las figuras de grandes exploradoras o mujeres que lucharon por su independencia y por conseguir sus propósitos.
Así, desde 2001 ha publicado Viajeras intrépidas y aventureras, Las Reinas de África, Las Damas de Oriente, Cautiva en Arabia, Divas rebeldes, Reinas malditas, Divina Lola o Diosas de Hollywood
En Divas rebeldes nos presenta las vidas de siete mujeres del pasado siglo que tuvieron que luchar para alcanzar sus objetivos frente a todo tipo de dificultades. Por el libro, Morató trata, además de María Callas, de Coco Chanel, Wallis Simpson, Barbara Hutton, Audrey Hepburn y Jackie Kennedy.
En el texto que nos acompaña, la escritora se centra en algunos detalles de sus comienzos: La figura del cineasta Luchino Visconti como director de escena, sus debuts consecutivos en los teatro La Scala de Milán y Covent Garden de Londres, su gran transformación física al pasar de los casi cien kilos que llegó a tener a los menos de sesenta. También trata de su regreso y triunfo en los Estados Unidos donde comenzó a dar más verosimilitud a los personajes y, por último, su debut en la sala más prestigiosa del país, el Metropolitan Opera House donde Evangelia, su madre, estuvo a punto de echar por tierra su nombre.


Tres figuras femeninas de la ópera alcanzaron la cumbre en la mitad del pasado siglo, cada una de ellas con un apelativo que iba más allá de su nombre: Si la australiana Johann Sutherland era conocida como La Stupenda y Montserrat Caballé como La Superba -la soberbia, en el sentido de excelente, no como el pecado capital-, María Callas era conocida antes de ellas como La Divina.
De nuevo unas palabras suyas nos acercan al sentido de una expresión utilizada en el mundo de la ópera: «Una vez terminada la formación, que es el primer paso de un largo proceso, el cantante debe convertirse en músico y pasar a ser el primer instrumento de la orquesta. Este es el significado del término Prima donna
Durante las dos décadas en las que brilló y deslumbró en los escenarios, María Callas adquirió su inigualable maestría profundizando más allá de las notas, buscando transmitir la emoción que el compositor debía sentir al escribirlas: «El único director de escena debe ser el compositor. Cuando escuchas la música, debes descubrir todo lo necesario para su interpretación escénica y vocal. A eso me dedico, a encontrar la verdad y a darla a conocer al público con toda la honestidad que pueda.» 
Lo que hizo grande en su momento a la Callas fue esa búsqueda consciente de la verdad en lo musical, lo dramático y lo emocional, creando unos personajes que se muestran vivos y apasionados. El secreto de su arte es «mucha verdad, mucha sinceridad, mucha ciencia y mucha improvisación. Hay que comenzar preparando mentalmente cada frase, buscar la expresión correcta en el rostro y transmitirla al público.» Sin embargo, esa búsqueda salía también del profundo dolor de su vida, de la constante búsqueda de la felicidad y del amor que le negó la ausencia de su padre, la difícil relación de una madre que la atacaba constantemente y a la que mantuvo durante toda su vida pese a lo que ella dijera; de las relaciones con Meneghini y Onassis que acabaron traicionándola.
Así, era, por un lado la María tímida y sencilla, la enamorada de la música; por otro, la Callas, la cantante elegante y temperamental, capaz de discutir con quien fuera necesario en cualquier momento. Una mujer fuerte y rota en pedazos a la vez, una mujer y un mito, una persona que acabaría siendo devorada por su personaje.


Pocas son las imágenes con cierta calidad que nos quedan de María Callas y sus actuaciones, aunque afortunadamente nos acompañarán siempre sus grabaciones de disco, en las que la calidad que alcanzan es difícilmente superable por otros cantantes.
Nos acompaña una grabación de una de las arias más famosas de Puccini, Vissi d'arte de Tosca, la primera ópera que protagonizó en 1942 en Atenas. Evidentemente no es aquella versión, sino la que protagonizó en 1964, ya en sus últimos años en activo en el Covent Garden londinense con Tito Gobbi en el papel de Scarpia
El enlace, en blanco y negro y con subtítulos en castellano muestra la interpretación sublime y única que era capaz de imprimir a sus personajes.


María Callas revolucionó el mundo de la ópera, dando mayor credibilidad a los personajes que interpretaba. La nueva apariencia de la soprano confirmaba su concepción que tenía de su arte, uniendo la unidad musical con la dramática en sus papeles. Sus colaboraciones con los directores musicales más conocidos y directores escénicos como el citado Visconti contribuyeron a dar a la ópera unos criterios de credibilidad dramática que se presentían indispensables con el desarrollo del cine y la televisión y en el que la música escénica se había quedado anquilosada.

Vestuario de María Callas para el acto II de Norma con dirección escénica de Zefirelli


Doctor en Filología Románica y catedrático de Literatura Española por la Universidad Complutense, Andrés Amorós desarrolla su vida como escritor, ensayista y crítico literario, además de ejercer como miembro del Consejo Asesor del Centro Dramático Nacional y otros organismos relacionados con el mundo del teatro. Su ámbito de trabajos abarcan también la crítica musical, la dirección de programas de radio o el comisariado de diversas exposiciones. También ha sido galardonado con los Premios Nacionales de Ensayo y Crítica Literaria, el Premio José María de Cossío -como comentarista taurino- o el Premio de las Letras Valencianas, entre otros.
Entre sus publicaciones encontramos Introducción a la novela contemporánea, Antología comentada de la literatura española, así como monografías sobre Ramón Pérez de Ayala o Leopoldo Alas Clarín.
En este recuerdo a María Callas nos acompaña con La vuelta al mundo en 80 músicas, un libro que nos acerca, desde el aficionado que es, tanto al mundo musical de Bach como a la música flamenca, las bandas sonoras de cine, a la zarzuela, el jazz o la ópera. Se trata, en esencia, de una excusa para leer y escuchar música para emocionar, acompañar, alegrar o consolar, en el fondo, para hacernos más humanos y felices.
En el extracto del capítulo que nos acompaña, La gran trágica (María Callas), nos habla de su carácter, de la opinión que tenían algunos de los que la conocieron, de su versatilidad para cantar personajes para voces tan dispares que otras cantantes no piensan siquiera en hacer, y de algunos de sus grandes papeles. 


La Callas fue como un cometa que deslumbró fugazmente en el mundo de la ópera. Por un lado, no le gustaba la música contemporánea; por otra parte, rescató, como hemos leído, obras que permanecían en el olvido. Así, Ana Bolena o Lucia de Lammermoor de Donizetti, El turco en Italia de Rossini o El Pirata, La sonambula o la Norma de Bellini volvieron a tener vida en los escenarios gracias a ella, que no se limitó a triunfar con las óperas que estaban en el repertorio de su época.
La versatilidad de su voz le permitía cantar roles que iban desde una soprano ligera a una dramática, e incluso papeles para mezzosoprano como Carmen, e incluso atreverse con heroínas de Wagner, en las antípodas del belcanto.
Con la confluencia de todos estos elementos, María Callas llegó a encarnar unos personajes inolvidables que quienes los presenciaron no podían pensar en otra cantante más que en ella para esos roles. Incluso cuando se escucha un disco suyo se puede sentir el personaje que está interpretando como si estuviera en nuestra presencia.

Como Medea, Covent Garden, 1959
Otro de los personajes fundamentales en su carrera fue la Norma de Bellini, la sacerdotisa gala que cuando la escuchamos no podemos ponerle otro rostro que el de la Callas, un personaje que interpretó en noventa ocasiones.
Escuchar los discos con este rol, inolvidable en la interpretación del Casta Diva, de forma especial en la versión que dirigió Tullio Serafin en La Escala en 1961 con Franco Corelli, Corista Ludwig y Nicola Zaccaria es una experiencia inolvidable.
El enlace que nos acompaña es también una grabación de vídeo en versión concierto de este Casta Diva realizada la noche de fin de año de 1957 por la televisión estatal italiana con la Orchestra della RAI de Roma. Es fascinante la atracción que la cantante ejerce y el recogimiento con que interpreta a Norma.


Así, con María Callas la ópera pasó de ser una representación artística basada casi exclusivamente en el aspecto vocal a mostrar unos personajes que se encarnaban en escena, identificándose los cantantes con ellos, dándoles la verosimilitud que los espectadores de cine y televisión estaban apreciando en estos medios. 
La soprano Ermolena Jaho, una de las grandes Butterfly o Violeta Valèry de la actualidad, habla de esta identificación que la Callas trajo con las heroínas que interpretaba: «Era la primera vez que oía una voz identificada con la profundidad de las notas y yendo más allá de lo que estaba escrito en la partitura.»

Vestuario para el acto I de Norma en la producción de Zefirelli. 
Nacida en Vietnam en 1914 y fallecida en París en 1995, Marguerite Duras tuvo una vida inseparable de su producción literaria. Desde su residencia en el país asiático hasta su vida en el París de la postguerra, pasando por su colaboración con la Resistencia francesa que la llevó a ser deportada a Alemania, Duras ejerció el periodismo, la novela, el teatro y el cine, donde realizó el guion de películas como Hiroshima, mon amour, pasando del neorrealismo al existencialismo de Sartre y Camus.
El amor, el sexo, la muerte y la soledad son los temas que atraviesan sus obras, entre las que destacan Destruir, dice, El amor, El amante, El dolor o Una lluvia de verano, su última novela.
Nos acompaña en este homenaje a la Callas con Outside, un libro que recoge medio centenar de artículos periodísticos escritos entre 1957 y 1959 sobre diversos personajes que llamaron su atención por su profesión, vida interior, marginación o cualquier otra razón.
En esta recopilación encontramos un artículo cuyo original se ha perdido y que muestra la traducción de Adrienne Foulke que se publicó el 1 de octubre de 1965 en la revista Vogue norteamericana, el único texto que nos acompaña que es contemporáneo de la cantante.


En el momento más álgido de la carrera operística de María Callas, ese tiempo en el que sus apariciones eran en los grandes templos de la ópera y en los periódicos de la prensa rosa, entró en escena el naviero griego Aristóteles Onassis, provocando la ruptura de un matrimonio que ya estaba roto con Meneghini. De ese sonado romance tratamos en María Callas, mirada de diva donde nos centramos en el año 1959 en el que comenzó su conocida relación que fue comentada en todo el planeta. También esos años supusieron el declive de su voz.
María Callas y Alfredo Kraus en La Traviata, Lisboa, 1958.

El final del romance supuso del final de La Divina Callas. El director de cine Franco Zefirelli, con quien también trabajó lo comentó: 
«Había perdido todo el interés por su carrera. Lo único que quería era que Onassis se casara con ella, y cuando él lo hizo con Jackie Kennedy, sintió que todo el mundo que había construido se venía abajo. Después se encerró durante nueve años en su apartamento de París
Allí veía la televisión y oía sus discos una y otra vez. Uno de los pocos amigos que la visitaban le comentó en una ocasión: «¡Qué canto tan maravilloso!», a lo que la diva respondió: «Es un auténtico milagro, y renuncié a él. Toda una carrera desperdiciada... ¡A cambio de nada!»
María Callas falleció en 1977 con sólo 53 años, sola en su casa parisina, oficialmente por un fallo cardiaco. Fue incinerada en el cementerio Père Lachaise, aunque su urna fue robada y se publicó que habían arrojado sus cenizas el mar Egeo, según su última voluntad.



Nos despedimos de María Callas y su legado con una de las interpretaciones que comenta Andrés Amorós en su libro, la mítica Traviata de 1958 con el joven debutante Alfredo Kraus. De estas representaciones quedan unas imágenes desdibujadas por la mala calidad de la grabación, aunque el disco se ha editado en mono, no en estéreo, suponiendo una de las grandes interpretaciones de La Divina y uno de los tesoros imprescindibles para los aficionados.
Nos despedimos con uno de los momentos más impactantes de La traviata, el aria Addio del passato bei sogni ridenti (Adiós, hermosos recuerdos del pasado), el verdadero testamento de Violeta cuando siente que su futuro está cerca y que impresionan más cantadas por la eterna soprano.
La acompaña la Orquesta Sinfónica del Teatro Nacional de San Carlos de Lisboa en un montaje en el que disco se acompaña de fotografías de esa producción y una pobre grabación que nos acercan a lo que fue aquella representación. 

María Callas caracterizada como Violeta Valèry en La Traviata

Unas palabras suyas nos sobrecogen a día de hoy: «La felicidad no es para mí, no debo hacerme ilusiones. Hay personas que han nacido para ser felices y otras para ser desgraciadas. No tengo suerte. A veces me pregunto. ¿Por qué debe ser así? ¿En qué me equivoco? ¿Es demasiado pedir a las personas que están a mi lado que me quieran?»

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La mayoría de fotografías de María Callas y sus vestuarios han sido tomadas en la exposición que el Teatro Maestranza de Sevilla ha realizado en noviembre de 2023 para celebrar el centenario de su nacimiento.

Bibliografía y webgrafía consultadas: