Desde el 12 de enero de 2003 la partitura original de la Novena Sinfonía de Beethoven permanece inscrita de manera oficial como Patrimonio Mundial de la Humanidad de la UNESCO.
Con este nombramiento se reconoce esta composición como una obra maestra de la creación humana, una de las piezas que mejor representan el pensamiento y la cultura de una época, a la vez que otorga a su autor un lugar en el que ya se encontraba como uno de los más grandes genios creativos de cualquier esfera de la cultura humana de todos los tiempos.
Así, una obra que es por su carácter musical inmaterial, se haya junto a otras grandes creaciones artísticas de cualquier tipo, adquiere un carácter universal y atemporal que la hace equiparable a las pirámides de Gizeh en Egipto, la Gran Muralla China, la Alhambra de Granada, o tantas obras materiales.
Aprovechando la celebración del 250 aniversario del nacimiento de Ludwig van Beethoven se nos presenta una ocasión única para recordar su valor, las vicisitudes que tuvo su composición o su estreno, y cómo la obra fue la culminación de una vida musical que tiene los versos de su parte coral en la juventud del compositor y que le fueron acompañando hasta que terminó, como si de una novela se tratara, en la última gran obra del genio de Bonn. #Beethoven250, #Beethoven2020, #Beethoven.
Te invito a recorrer una de las obras que está considerada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, la Novena Sinfonía de Beethoven. Si te gusta... ¡Comparte, comenta, sugiere!
La Novena Sinfonía supone un compromiso de Beethoven con el porvenir, un futuro que va mucho más allá de la Revolución Francesa, un mundo en que los seres humanos sean considerados iguales. Y este futuro lo lleva el compositor desde el presente en el que lo compone, razón por la cual fue incomprendida por muchos esta obra en sus primeros momentos.
Así, esta idea visionaria de Beethoven se expresa en su última sinfonía de manera singular y más precisa que en ninguna de sus obras, finalizando de modo sublime:
"Hermanos, sobre la bóveda estrellada, tiene que habitar un Buen Padre. ¿Os postraréis, millones de seres? ¿Presientes al Creador del mundo? Búscalo por encima de la bóveda estrellada. Sobre las estrellas debe habitar."
Los versos de Schiller, el tema musical que ya tenía en mente desde su Fantasía para piano, coro y orquesta, su Opus 80, la forma en que introduciría el coro en la parte final de la composición, todos estos elementos estaban fluyendo en el interior de Beethoven desde hacía tiempo.
Para acompañar nuestro recorrido en forma de homenaje a esta sinfonía nos basamos en la biografía Ludwig van Beethoven de Jean y Brigitte Massin, una de las más importantes, rigurosas y completas de las que se han escrito sobre el compositor, junto con la de Maynard Solomon, fallecido varios días antes de editarse esta publicación o la de Romain Rolland.
La Novena Sinfonía es una de las grandes obras de la historia de la música, y una de las obras que mejor reflejan el carácter y la evolución de Beethoven.
Si bien Ludwig van Beethoven la compuso en varios años, desde aproximadamente 1817, aunque de modo más intenso entre 1823 y 1824, la obra surge como una consecuencia de su peripecia vital y musical. Hay ideas que germinaron en su etapa juvenil de Bonn que acabarán dando fruto en esta sinfonía, cerrando un ciclo que muestra el carácter de la idea musical y filosófica que desarrolló Beethoven a lo largo de su vida.
El hecho de que transcurrieran una docena de años entre la Octava y la Novena sinfonías no es más achacable a la falta de ideas o motivación que a la crisis económica que desaconsejaba crear obras para grandes agrupaciones musicales, en un momento en que las orquestas de los nobles y grandes fortunas desaparecieron y se cambiaron por pequeños grupos de cámara.
Por una parte, la idea de crear una gran obra con la inclusión de un coro ya estaba en la mente de Beethoven, aunque aún no tenía forma concreta. Por otra, algunos de los motivos musicales que desarrollaría en la sinfonía ya se encontraban en forma de esbozos en algunas obras precedentes.
La obra anterior a esta sinfonía fue la Misa en Re mayor, conocida como Missa solemnis, una composición que le tuvo ocupado varios años por diversos motivos, y del que conocemos que por aquella época tenía en su mente un esbozo de lo que acabaría siendo su última sinfonía, aunque fuera de forma muy diferente a como él la ideó originalmente.
Siguiendo la biografía de Jean y Brigitte Massin podemos encontrar el momento en que el propio compositor toma nota de su idea original.
De entre las obras en que podemos intuir y apreciar las ideas que Beethoven llevaría a que sería su última sinfonía, la Op. 80, su Fantasía para piano, coro y orquesta, una composición de 1808, es una de las muestras más evidentes. Desde el segundo tema que esboza el piano hasta la irrupción de los coros y un final con una estructura e intención similar, esta fantasía es una muestra de que las ideas estaban dentro de él desde hacía mucho tiempo.
El director japonés Seiji Ozawa, con el desaparecido Peter Serkin al piano, el Rundfunkchor Berlin y la Berliner Philharmoniker nos muestran el final de Fantasía para piano, coro y orquesta en Do menor, Opus 80 de Beethoven en una grabación que se llevó a cabo en la sede de la orquesta en Berlín en abril de 2016.
Finalmente la idea de Beethoven fue tomando forma en la Novena Sinfonía, aprovechando el poema de Schiller que conocía desde su estancia en Bonn, quizás a través de Ludwig Fishcneninch, que acababa de ocupar su plaza como profesor de filosofía en la ciudad alemana. Este escribía a Carlota la esposa de Schiller el 26 de febrero de 1793 refiriéndose a Beethoven, según recogen en la biografía los Massin:
Le envío una composición de la Feuerfarbe y desearía saber su opinión
sobre ella. Es de un joven de aquí, cuyos talentos musicales serán
universalmente célebres. Él desea también poner música a Ode An die
Freude (A la Alegría), de Schiller. Espero de él algo perfecto, pues
por lo que sé está llamado a lo más grande y sublime.
Treinta años más tarde, Beethoven se disponía a poner música a una obra que guardaba en su interior durante tanto tiempo y en la que los versos de Schiller sustituirían a ese cántico religioso al modo antiguo con que finalizaría una nueva sinfonía.
Algunos estudiosos han apuntado que Schiller pensó en un primer momento en denominar a su obra Ode an die Freiheit (Oda a la Libertad), con una letra que podría cantarse con la música revolucionaria de La marsellesa, pero que se decidió por el texto y título definitivos para no tener conflictos con la censura. Entrando en el mundo de la especulación, algunos biógrafos de Beethoven apuntan la idea de que el compositor se basó en determinados versos en la letra original, aunque respetando la versión definitiva del poema. Así, en lugar de Todos los hombres serán iguales, quizás pensara en Príncipe y mendigo serán iguales, lo que hace que la música que acompaña ese verso se incline más a expresar la última que la primera idea. Especulaciones sin pruebas por el momento.
Respecto a su texto, el propio Schiller no lo consideraba lo suficientemente bueno para ser publicado, por lo que, además de alguna revisión, no le dio más importancia en relación con otras publicaciones suyas. En una carta a su amigo Körner, Schiller le escribía: "Esta obra quizás tenga valor para nosotros dos, pero no para el mundo."
En enero de 1824, una vez inmerso en la composición de su nueva sinfonía, Beethoven se dirigió a la Sociedad de Amigos de la Música de Viena para sondear si estarían dispuestos a participar en los gastos de una gran academia que acogiera el estreno de sus últimas obras. La respuesta no fue positiva, recordándole que aún no les había entregado algunas obras que ya le habían pagado.
Ante la negativa, Beethoven propuso a los músicos de Berlín que fueran ellos los que estrenaran sus últimas composiciones, siendo acogida con interés la propuesta. También acariciaba su idea tantas veces aplazada de viajar a Londres, donde sus obras triunfaban como en ningún otro sitio, y establecerse allí.
Ante esta situación, la aristocracia y la gran burguesía reaccionaron de la misma manera que lo hicieron con el compositor veinte años atrás, pensando que iban a perder al mejor de sus compositores y uno de sus grandes valores culturales. Le escribieron una carta suplicándole que estrenara en Viena estas últimas obras, mientras le recordaban que era el último de los supervivientes de lo que llamaban la Santa Triada, formada por Haydn, Mozart y el propio Beethoven.
En esencia la carta que le fue entregada en su domicilio en nombre de una treintena de personalidades vienesas no ofrece nada nuevo al compositor, sino un desesperado mensaje para que las obras se representaran en la ciudad por primera vez, además de unas promesas vacías de contenidos.
Siguiendo la biografía de Jean y Briggitte Massin podemos adentrarnos en la parte final de esta carta.
El Consejo de Europa eligió en 1972 el tema musical de la Oda a la Alegría en su versión orquestal como el himno de la institución, siendo adoptado de forma oficial en 1985 como himno de la Unión Europea. De esta forma se reconoce esta como una obra emblemática, la mayor expresión del lenguaje universal que posee la música y símbolo de los ideales europeos de paz, libertad y solidaridad.
Nos acompaña un falshmob sobre la melodía de la Oda a la Alegría interpretado por los miembros del Coro Hans Sahchs (en honor al protagonista de la ópera de Wagner) y miembros de la Orquesta Filarmónica de Nuremberg llevado a cabo en junio de 2014 frente a la Lorenzkirche de la ciudad alemana.
La fecha para el estreno se fija para el 7 de mayo de ese 1824, mientras se desarrollan negociaciones llenas de obstáculos y tribulaciones. Se le ofrece a Beethoven estrenar de nuevo en el Theater An der Wien, el lugar donde estrenó entre otras obras Fidelio, con la condición de que dirijan al coro y la orquesta los directores titulares del teatro, pero el compositor solo confía en Umlauf y Schuppanzigh, por lo que prefiere estrenar en el Karntnerthortheater, aunque tenga un aforo más limitado y las condiciones económicas sean más complicadas.
Entre Shuppanzigh, Lichnowsky y Schindler intentan crear un comité organizador, aunque Beethoven piensa que desean manipularle, por lo que les envía continuos mensajes negándose a verlos y continuar. Las solistas Karoline Hnger y Enriqueta Sontag lo visitan a menudo, mientras le hacen rabiar cariñosamente a la par que se quejan, acostumbradas a cantar los adornos de la ópera italiana, de lo complicado de sus pasajes, negándose "el tirano de sus voces" a cambiar una sola nota.
Antes del estreno hubo que solventar nuevas dificultades, en esta ocasión con la policía. La censura no permitía que la segunda pieza de la velada, que iba a ser la Missa Solemnis, se interpretara en un concierto, por considerarlo fuera del lugar de culto. Para solventar el conflicto, se permitió interpretar solo tres números, el Kyrie, el Credo y el Agnus Dei, todos con bajo la denominación de himnos.
Con todos los preparativos realizados, se anunciaba el concierto con los carteles habituales, quedando aún el recuerdo de algunos de ellos.
Como tenía pensado Beethoven en su diseño original, el tema cantabile se presenta en el tercer movimiento, pero es en el cuarto cuando comienzan las voces, estando la primera entrada a cargo del bajo al que contestan la orquesta y posteriormente el coro, permitiendo que la voz más grave desarrolle los primeros versos antes de que entren el resto de solistas.
El bajo Gerald Finley acompañado por el Netherlands Radio Choir y la Royal Concertgewovw Orchestra de Amsterdam dirigidos por Ivan Fischer nos ofrecen el inicio de la parte vocal de esta Novena Sinfonía de Beethoven en un concierto que se celebró en febrero de 2014.
Finalmente llegó el 7 de mayo, día del estreno, del que quedan algunas anotaciones en los cuadernos de conversación que utilizaban quienes entablaban diálogos con Beethoven, además de los escritos y recuerdos de quienes acudieron al mismo.
De nuevo acudimos a esta extensa, rigurosa y detallada biografía beethoveniana que es Ludwig van Beethoven de Jean y Brigitte Massin, uno de los grandes pilares para los aficionados a la obra del compositor de Bonn.
El cine tiene el poder de transmitir historias de forma intensa, para una gran cantidad de público y con una eficacia que otras disciplinas no llegan a alcanzar.
Hay películas que acercan realidades históricas a los espectadores. También las hay que introducen elementos ajenos a la historia original para ofrecernos un punto de vista más acorde con la visión de quienes las realizan, a costa de perder en rigor histórico. Es el caso, entre otras muchs, de películas como Amadeus, que indagaba en la relación entre Mozart y Salieri a partir de unos postulados que no poseían ese rigor histórico que pretendía transmitir.
Un caso similar es Copying Beethoven, una película dirigida por Agnieszka Holland que se centra en los últimos años de Beethoven y que introduce un personaje cercano al protagonista con la idea de acercar al público a la personalidad y creatividad del compositor. Así, Beethoven contrata a la ficticia Anna Holtz -interpretada por Diane Kruger- como copista, siendo su personaje quien nos adentra en la vida y obra del autor que nos acompaña en esta publicación.
De este film traemos la escena que nos muestra el estreno de la Novena Sinfonía de Beethoven, con todas las reservas que este tipo de licencias introducen en las historias reales que narran. El gesto final de girar al compositor de cara al público una vez terminada la interpretación sería el que hizo en su momento Karoline Unger, cuando se le acercó al finalizar la obra.
Otros aspectos, como la relativa audición o las conversaciones entre griteríos son más un acercamiento a lo que supuso el estreno que a la realidad histórica y psicológica.
Aunque la sinfonía tuvo un indudable éxito en su estreno, no ocurrió de la misma manera con algunos espectadores y la crítica. Los primeros, porque ya no eran seguidores de Beethoven y estaban más atentos a la música que triunfaba, de modo especial las óperas al estilo italiano de Rossini y otros compositores afines. Entre la segunda, porque no llegaban a entender una música que entroncaba más con el futuro que con el presente.
La biografía de Massin recoge algunos retazos de una obra que fue incomprendida por algunos sectores en un primer momento. Es reseñable que algunas de las críticas se realizaron varios años después del estreno, a partir de interpretaciones que se llevaron a cabo en los momentos en que se escribían, que hay incluso una que se llega a publicar antes del propio estreno y con la partitura aún sin conocerse, simplemente criticando las últimas piezas estrenadas. Por último, es también curiosa la reacción tras la revolución del 1848 que Wagner, desde el lado de los insurrectos en Dresde, recordó años más tarde.
Pocas sinfonías han sido tan interpretadas como esta Novena Sinfonía en re menor de Beethoven, su Opus 125. Pocas respetan y reflejan de un modo tan singular la obra del compositor como las que grabó en diversas ocasiones Karajan o ese inolvidable reencuentro entre las dos Alemanias que recogimos en Bernstein, Beethoven y Berlín y en la que el director americano hizo cantar al coro Freiheit (Libertad) en lugar del Freude (Alegría), en un guiño que entroncaba con el origen inédito de la oda de Schiller.
En esta ocasión nos acercamos a una versión interpretada en Salón Dorado del Musikverein de Viena con la soprano Annette Dasch, la contralto Mihoka Fujimura, el tenor Piotr Beczala y el bajo Georg Zeppenfeld con la orquesta titular, la Wiener Philharmoniker dirigida por el siempre eficaz y carismático Christian Thielemann en 2010.
La versión ofrece la oportunidad de seguirla, ya que está subtitulada con comentarios e indicaciones en castellano con el desarrollo de la obra.
Se trata de una oportunidad de disfrutar de una obra considerada patrimonio de la humanidad, tanto por primera vez para quienes no la conozcan, como en una nueva audición para los aficionados, dentro de la memoria de los 250 años del nacimiento de Beethoven.
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- Massin, Jean y Brigitte. Ludwig van Beethoven. Editorial Turner, 2011.
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